Para fomentar el amor al buen cine, la 2 de TVE programó anoche El último metro, de François Truffaut a las tres de la madrugada; de tres a cinco. Y merece la pena. Tengo para mí que sea la mejor película de Truffaut y mira que las hizo buenas. Pero donde las otras son buenas, ésta es excepcional, un peliculón, un prodigio de montaje, de ritmo, de dirección, de interpretación, de música. No es de extrañar que fuera archipremiada. No hay aspecto o detalle, del sonido al color, pasando por los juegos de iluminaciones, que no estén cuidados al extremo de parecer todos espontáneos, independientes y, al tiempo, integrados en una compleja historia que es como la imagen en un espejo del cruce de otras varias historias, ninguna de las cuales es la historia de la peli porque ésta es eso, una imagen, el resultado del entrecruzarse de las otras que no tiene lugar en la pantalla sino en la cabeza de los espectadores.
El relato se articula en tres niveles, uno externo, el París ocupado por los alemanes; otro inmediato, los ensayos para el estreno de una obra de teatro; otro interno, los sentimientos de los personajes implicados en los otros dos niveles, con sus peripecias particulares. A su vez, cada uno de estos planos incide y condiciona a los otros dos a través de un ingenioso mecanismo: un director, judío alemán, Lucas Steiner, (Heinz Bennent) aparentemente huido pero refugiado en realidad en el sótano del teatro, dirige secretamente los ensayos. Para ello se vale de su mujer, Marion Steiner (Catherine Deneuve), la principal actriz de la obra en ensayo, único personaje que actúa en los tres niveles y los comunica. Es de destacar que en cada uno de los planos Catherine Deneuve interpreta un papel distinto: directora del teatro (no de la obra) en el nivel exterior, actriz principal en el inmediato y esposa en el interior, por si alguien tenía dudas sobre la capacidad de esta inmensa actriz, verdadera protagonista de la historia. Lucas escucha los ensayos mediante una especie de tronera y luego imparte sus instrucciones a su mujer cuando ésta acude a verlo por las noches. Esos ensayos, a su vez, son estrechamente vigilados por un colaboracionista francés, un comisario de espectáculos que quisiera cazar a Steiner.
Es frecuente comparar El último metro con La noche americana y es muy cierto en cuanto a la forma de narración, esto es, cómo se monta un espectáculo (una peli en La noche americana y un drama en El último metro) en mitad del torbellino de la vida diaria y cómo incide ésta en aquel y viceversa. Se parecen mucho en el entrecortado y velocísimo ritmo y en el permanente juego de espejos entre la realidad y la ficción teatral; los dos personajes que se enamoran en la pieza se enamoran en la realidad y ello hace más dramática la pieza. ¡Ah, la paradoja del comediante!
Pero lo que complica la historia es el contenido y aquí la referencia es a Jules et Jim, cosa que se menciona con mucha menos frecuencia, probablemente porque J&J no tiene tan buena fama. Y, sin embargo, los paralelismos son muy intensos: una relación triangular de dos hombres, Lucas Steiner y el actor que da la réplica a Marion Steiner en la obra que ensayan, Barnard Granger (Gérard Depardieu), que aman a la misma mujer y una mujer, Marion Steiner, que ama a los dos hombres. Para mayor similitud, de los dos hombres que, además, se aprecian cuando se conocen, uno es alemán y el otro francés y su historia trascurre durante una guerra, la primera en J&J y la segunda en ésta. Y todavía más, en ambos relatos se introduce una referencia literaria alemana de la mano del alemán, claro. En J&J a Las afinidades electivas, de Goethe y en El último metro, a La montaña mágica, de Mann. Referencias que sirven para sublimar la situación triangular y convertirla en una hermosa relación de una especie de serena y feliz pansexualidad.
Me divierte pensar que la penúltima magnífica escena, un sanatorio que es teatro dentro del teatro, es el final de la adaptación que hace Lucas Steiner de La montaña mágica y que Gérard Depardieu es Hans Castorp mientras que Marion Steiner es Claudia Chauchat, pero no estoy seguro porque la imagen que tengo de Chauchat no coincide por entero con la descripción que de la mujer hace Lucas Steiner.
Pero eso son bobadas. El último metro es una obra de arte que mejora a J&J puesto que si ésta era una película de una novela, aquella, si no me equivoco, no viene de novela alguna; es cine puro.