Hay en la transición un elemento de ambigüedad derivado de la concepción que tenemos los españoles de haber logrado con ella algo excepcional, ejemplar, algo de qué enorgullecernos, algo digno de estudio y explicación a las generaciones futuras. En realidad, sin embargo, lo excepcional (y no para sentirnos orgullosos), lo que hay que explicar a las generaciones futuras y presentes no es cómo pudimos los españoles convertir una dictadura en una democracia, sino cómo pudieron unos militares felones convertir una democracia en una dictadura totalitaria de cuarenta años. Y que era totalitaria lo dice el que la estableció.
La susodicha ambigüedad es la que invita a muchxs españolxs demócratas a decir que, no siendo monárquicxs, son sin embargo "juancarlistas", pues atribuyen a don Juan Carlos el mérito de restablecer la democracia y el Estado de derecho. Cuando no es un mérito porque el imperio de la ley y la democracia son derechos de lxs ciudadanxs, con lo que es claro que don Juan Carlos se limitó a cumplir con su deber, pero no lo culminó por cuanto no puso su título a libre decisión de esxs ciudadanxs mediante referéndum.
Se comprende que hasta los republicanos como el señor Carrillo adoben su petición de establecimiento de la III República con una muy favorable valoración de la Monarquía parlamentaria que, lógicamente, debilita la fuerza de su republicanismo. Reitero que la eficacia práctica de la Monarquía no le añade ni un adarme de legitimidad de origen y que, por lo tanto, lo pertinente no es pedir el establecimiento de una IIIª República, sino el restablecimiento de la IIª, último régimen legítimo español. Ello no debe mermar el acatamiento a la Constitución de 1978, transitoriamente, en tanto vuelve a entrar en vigor la de 1931.
Ya sé que hay tantas posibilidades de que suceda algo así como de que el señor Acebes deje de mentir y que, al final, en el mejor de los casos, habrá que aceptar una IIIª República, entre otras cosas porque el cambio en la planta territorial del país ya no encajaría en la Constitución de 1931. Pero nada nos cuesta a lxs republicanxs solazarnos en nuestro particular sebastianismo, que es una actitud nostálgica y romántica.
Ciudadanxs: ¡viva la República!