Todo eso es ya sabiduría convencional y trillada. ¿Qué tiene de nuevo para vender 850.000 ejemplares de entrada? Que es el tercer libro sobre esta administración que publica el señor Woodward quien en los dos primeros se mostró defensor de lo que ahora ataca. Para escribirlos gozó de todo tipo de ayuda de la Casa Blanca, acceso a documentos, altos funcionarios y hasta cuatro entrevistas con el Presidente. El héroe de Watergate había cruzado la raya, se había pasado al "enemigo", ya no era de fiar y no podía seguir sirviendo como guía moral para cuanto intrépido periodista de investigación hubiera en el mundo dispuesto a descubrir las mentiras del poder... de cualquier poder. Vamos, que había pasado a ser lo que los franceses llamaban un colabo.
Pero el hombre parece haber cambiado. Piensa uno que pueda haberse visto frente a la opción que retrata Carracci en su cuadro sobre la elección de Hércules (1596): entre la virtud (siempre austera, áspera, dura, pina) y el vicio (ligerito de ropa, amable, dulce, embrujador). En este caso se trataba de seguir adulando al poder o situarse de nuevo en contra.
Los funcionarios de Washington tienen buen olfato: en cuanto percibieron que la actitud del requetetránsfuga Woodward había cambiado, restringieron la información y, de entrevistas con el señor Bush, esta vez nada de nada. Ahora mismo están todos copando los talk shows de costa a costa, negando lo que se dice en el libro.
Que, insisto, es de conocimiento general. Lo grave para el señor Bush y sus huestes en vísperas de las elecciones Mid term es que lo diga uno que creían fiel aliado. Para que te fíes de los aliados. Porque, a lo mejor, el señor Woodward no ha tenido que hacer la hercúlea elección sino que se ha limitado a calcular cómo se venderían más libros. Aunque así fuera, sería legítimo, y el efecto para lo que queda de buen nombre a esta administración igualmente destructivo, ya que lo que cuenta en la sociedad estadounidense no son las motivaciones, sino los resultados, y el resultado de este libro-andanada puede ser demoledor: con un navío presidencial desarbolado, a punto de estrellarse en los bajos de noviembre, estas revelaciones pueden suponer el fin del reinado republicano en el legislativo. El héroe vuelve a su apariencia de antaño (a la izquierda, en la redacción del Post en 1971), cuando era más pobre, pero parecía más feliz e iba a comerse el mundo.
El señor Woodward atribuye la actitud de enrocamiento presidencial en el disparate del Irak a la continuada influencia del ex-asesor de Nixon, Kissinger, obsesionado con su idea de que los EEUU perdieron la guerra en Vietnam por no "aguantar". Pero es posible que el héroe de Watergate ande errado en este punto. A lo mejor el intelectual que tiene el oído del Presidente Bush no es Kissinger sino el señor Aznar. Sin ir más lejos, la idea de que para ganar hay que resistir ha sido siempre lema del señor Fraga, mentor espiritual del señor Aznar. Y el discurso de éste es tan mimético del del señor Bush que caben dudas acerca de quién inspira a quién. Ese hallazgo del islamofascismo puede habérselo ocurrido a cualquiera de los dos, incluso a los dos al alimón
Había pensado largar una parrafada sobre las elecciones legislativas del domingo en Austria y perorar sobre la probable gran coalición, pero, dado lo ajustado de los resultados, hay que esperar al recuento de las papeletas de los votantes que lo hacen fuera de su circunspcripción ordinaria porque puede deparar alguna sorpresa. Por ejemplo, que los neofascistas de Haider (con un escaso 4,2 % del voto) se queden por debajo del 4%, pierdan sus 8 diputados y éstos se distribuyan de modo tal que sea posible otra coalición, la "rojiverde", pongamos por caso, que es la que más simpática me cae. Sin despreciar a la otra; ya quisiéramos que aquí fuera posible.