dissabte, 18 d’octubre del 2014

Los dos Pablos.


Comienza la asamblea estructuradora de Podemos, la reunión que decidirá qué forma ha de tener la fuerza Podemos, a la que sus mismos militantes se resisten a llamar partido. Y lo hace en un clima de controversia u oposición entre varias concepciones orgánicas de las que dos tienen por ahora mayor respaldo colectivo: las de los Pablos, Echenique e Iglesias. No han conseguido, aunque lo han intentado, consensuar una única que lógicamente sería ganadora. Y se mantienen opuestas ambas opciones. Los medios, siempre tremendistas, hablan de conflicto, buscan el toque dramático. Así abre hoy El Plural: Fin de semana clave para Podemos: el liderazgo de Pablo Iglesias y su presencia en las municipales, en entredicho. ¡En entredicho! Vieja institución de la Guerra de las investiduras y de antes. Grave advertencia. Al reconocer la divergencia de criterios, los de Podemos ya avisan de que muchos medios están muy interesados en informar de disensiones, conflictos, enfrentamientos. Por diversas razones. Sin embargo, aseguran, son discrepancias lógicas, democráticamente ventiladas y que desembocarán en una unidad fortalecida. Claro; no van a decir que piensan liarse a mojicones.

La divergencia u oposición de criterios es de fondo, de mucho fondo, un fondo con ecos de viejas polémicas del movimiento obrero, de la izquierda. Los medios que, además de tremendistas, son muy iconográficos, le dan los dos nombres y les ponen los rostros de Echenique e Iglesias, aunque son decisiones colectivas, porque la política, hoy, la vieja y la nueva, es mediática y está personalizada. Y, en este caso, personalizada en estos dos dirigentes que toman sobre sí una especie de tarea de paladines en combate singular, método tradicional de decidir muchas veces batallas en guerras antiguas. Las tesis de los dos Pablos se enfrentan en la arena y los demás jalean.

Desde luego, el ejemplo es una metáfora. Pero toda metáfora define a su modo una realidad. La divergencia de criterios no es una batalla, por supuesto, pero es un conflicto en el sentido más aséptico y sencillo posible. Y los conflictos, todos, solo pueden resolverse de dos modos: vence una de las partes o llegan a un acuerdo que, por supuesto, incluye el de tablas o empate. Todo acuerdo, todo pacto implica concesiones. Las diferencias entre pactos radican en la cantidad y calidad de las concesiones de unos y otros. De eso viven los asesores.

¿Qué cabe esperar en el combate singular entre los dos Pablos? La Asamblea decidirá. Las tesis del uno y el otro, de Claro que Podemos, CP, (Iglesias) y Sumando Podemos (SP) (Echenique) sobre todo en el aspecto orgánico son muy dispares y difíciles de casar. CP es más jerárquico, tiene una estructura de partido de liderazgo y, aunque los nombres tratan de apelar a la tradición consejista, viene a reproducir la de un partido bolchevique: secretariado, con un secretario general y unos secretarios sectoriales que aquí se llaman portavoces; una especie de comité central, llamado consejo ciudadano y un comité ejecutivo o politburó, llamado consejo de coordinación. Por su parte, el plan de SP es una concepción más asamblearia y genuinamente consejista. No hay secretario general sino una troika, la Asamblea se reúne cada dos años, los círculos son autónomos y muy importantes y el consejo ciudadano se provee en parte por sorteo. Pues sí, dos modelos.

El primero, el del liderazgo, cuenta con la gran sinergia del de Iglesias, que es apabullante. Y si, al fin y al cabo, aquí de lo que se trata es de ganar las elecciones y gobernar como repiten los de Podemos a quienes quieren escucharlos con tan descarnado cuanto ingenuo pragmatismo, resulta estúpido prescindir de esa vis atractiva poderosa que se desprende del carisma, mediáticamente multiplicado, de Iglesias. El segundo, el modelo más colectivista, horizontal, asambleario, desconfía del culto a la personalidad del liderazgo y espera el triunfo electoral de una movilización y participación ciudadanas crecientes porque esa es la base misma de la democracia.

Me temo que, por muchas concesiones que se hagan las partes con afán de conservar la unidad, los dos modelos no sean compatibles y que prevalecerá uno u otro. Que el lector barrunte.

Las demás propuestas orgánicas ofrecen elementos de acuerdo porque tienen muchas coincidencias: limitación temporal de los mandatos, revocabilidad de cargos, transparencia financiera. La dificultad sin duda no radica aquí en el acuerdo sino en su posterior factibilidad. La bondad del principio de limitación de mandatos no es evidente por sí misma. Se basa en la natural desconfianza hacia la esencia corruptora del ejercicio del poder. Y, sí, algo de eso hay en la historia. Pero también es cierto que, si alguien, por la razón que sea, no se corrompe y la gente lo elige una y otra vez democráticamente, no hay razón para frustrar ese deseo de los electores. Recuérdese, a Robespierre lo llamaban el "incorruptible" y hubo que desalojarlo a tiros. De hecho, la práctica moderna, que se implantó en tiempos de F. D. Roosevelt en los EEUU, obedeció al deseo de los republicanos de quitarse de encima un presidente demócrata al que no ganaban en las elecciones. A lo mejor lo más razonable no es limitar mecánicamente los mandatos sino impedir que los mandatarios se corrompan y tomar medidas cuando eso suceda, y no porque sí. Recuérdese que algunos presidentes latinoamericanos precisamente de izquierda tuvieron que reformar las constituciones para prolongar la cantidad de mandatos. Así que, en efecto, a lo mejor es más prudente aplicar la revocación a todos los casos y nos ahorramos limitar nada.

Pero la revocación tampoco es cosa tan sencilla como parece. Si se establece, ¿cómo se garantiza que no la van a usar unas facciones para derribar a los cargos de otra con motivaciones poco confesables? Fiar todo a un infalible olfato del electorado para detectar fraudes quizá sea ingenuo. No cabe olvidar que, como regla general, es más fácil conseguir que la gente vote en contra de alguien o algo que a favor.

Aplaudo a rabiar que haya una coincidencia, casi unanimidad, en imponer un criterio de igualdad completo, movido por un colectivo feminista de Podemos. Pero quizá quepa añadirle algo. A lo mejor ya está propuesto pero, por si acaso, consiste en aplicar siempre, de modo obligatorio, una perspectiva de género en todos los debates, todas las discusiones, todas las decisiones y propuestas. Es inadmisible, pero muy frecuente, sostener que, como se está animado del más noble y radical espíritu feminista igualitario y no se concibe un futuro en que esa igualdad no sea tan natural que ni se mencione, cabe ahorrarse preocuparse por ella ahora. Incluso se puede transigir con ciertas desigualdades tan inevitables como transitorias y en las que no cabe invertir energías y recursos, siempre escasos, porque de lo que se trata es de conquistar el futuro.
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Es muy interesante y decisivo para la izquierda y el conjunto del sistema político español lo que está discutiéndose en esa Asamblea. La visión convencional y tópica de los medios, sobre todos los que quieren meter cizaña, que son muchos, no vale para nada. Y los ataques y críticas procedentes de los otros partidos, algunos de los cuales se sienten amenazados por la existencia de Podemos, aun valen menos. Eso sin contar con que ocuparse de ellos significa, en realidad, ocuparse de asuntos cuyos vuelos teóricos y conceptuales suelen ser gallináceos. Cito tres. El primero, la pelea entre Sosa Wagner y la dirección de UPyD o, mejor dicho, Rosa Díez, con la rabieta del primero que dice abandonar la organización para recuperar su libertad. Ahora nos enteramos de que militar en un partido y representar a los ciudadanos en un órgano como el Europarlamento es no tener libertad.

El segundo, la recuperación que ha hecho Pedro Sánchez del espíritu de Suresnes en el cuadragésimo aniversario. No está mal en la medida en que es parte de la campaña del neófito líder por adquirir relevancia pública. Reunir en torno suyo a glorias decrépitas como González y Guerra tiene un aroma camp pero no parece muy eficaz para su propósito. El tándem González-Guerra fue a revitalizar un partido moribundo, apagado, mortecino, vencido, sin más ilusión que sobrevivir en los asilos del exilio. Sánchez, hoy, tiene que impulsar, vigorizar una maquinaria apelmazada, burocratizada, corroída por los intereses creados, las rutinas, las banderías y lealtades y acostumbrada a vivir bien.

El tercero, en el PP vuelve a reinar la amnesia. Aznar no ha dicho nada respecto a Blesa y Rato, dos de sus hombres de máxima confianza; no se acuerda de ellos. Y Rajoy ha olvidado el nombre de Rato como en su día olvidó el de Bárcenas. Pero, sea por lo verbal o lo gestual, por lo explícito o lo implícito, la crónica del PP es tangencial siempre a la de los tribunales.

Así que los dos lugares de España en los que el debate político tiene mayor altura, aunque por razones distintas, son la Asamblea de Podemos y Cataluña. Es una pena que no se crucen.

(La foto de Pablo Iglesias es de un artículo de Antonio Álvarez Solís en Insurgente, con el permiso de mi amigo Iñaki Errazkin. La de Pablo Echenique es de Wikimedia Commons, bajo licencia Creative Commons).

divendres, 17 d’octubre del 2014

La doctrina Aznar.


Estaba muy callado José María Aznar en estos agitados tiempos de comparecencias judiciales de sus hombres de máxima confianza, aquellos a quienes nombró presidente del Consejo de Administración de Caja Madrid, Blesa, y ministro así como vicepresidente del gobierno, Rato. Los dos están implicados en el escándalo de las tarjetas negras. Parecería adecuado que explicara qué sabía él de las actividades de las gentes tan cercanas a su persona; pero, en lugar de eso, su reaparición ha sido más como la de un predicador de multitudes que viene a recordar los peligros que se ciernen sobre el depravado mundo contemporáneo, empeñado en enviciarse y abandonar los caminos de la recta doctrina, la que él sermonea desde la presidencia de la FAES, think tank de la derecha neoliberal más descarnada, cuyas simplezas teóricas se revisten luego del puro nacionalcatolicismo hispano para dar lugar a la extraña excrecencia del mundo moderno que es la derecha española y su disparatada ideología.


Con motivo de la entrega de unos premios de la libertad -ese tesoro que la FAES venera en teoría pero hace imposible en la práctica- Aznar ha vuelto al mundo de los pecadores a deshacer entuertos, enderezar caminos, y recordar las ordenanzas de rigor. Los peligros que acechan a la democracia moderna, de la que Aznar es custodio distinguido, los que acechan asimismo a la feliz vigencia de la Constitución española, de la que él es igualmente esforzado paladín, a pesar de haberse opuesto a ella en sus orígenes desde sus profundas convicciones juveniles falangistas, son el nacionalismo y el populismo. Sobre todo el nacionalismo.

Todos los topicazos, las falsedades, las imposiciones conceptuales del más rancio nacionalismo español en la vertiente nacionalcatólica se han dado cita en la admonición aznarina. Con verbo cortante, agresivo, mordiente, el gran profeta del conservadurismo y la nación española, ha conminado a Rajoy, sin dignarse nombrarlo (al fin y al cabo, tampoco este había asistido al akelarre "faésico", como era su deber en otros tiempos), a no ceder ni un ápice al órdago independentista, a no darle ni agua ni ocasión alguna, a negarlo y combatirlo por todos los medios. Y, cuando Aznar habla, todos los medios quiere decir todos los medios. Quien puso fin por la vía armada a la amenaza terrorista iraquí, no se andará con contemplaciones con un puñado de sediciosos, empeñados en trocear la nación española en banderías, en taifas; obsesionados por hundir la gloria de España y humillar la soberanía nacional de todos, todos los españoles, incluidos aquellos, por supuesto, que lo son sin saberlo e incluso en contra de sus absurdas convicciones ideológicas nacionalistas que, de ser el mundo un lugar más sano, no se tratarían con leyes sino con medicamentos.

Aznar, obviamente no es nacionalista. Siendo la nación española como él la imagina, una realidad natural, casi telúrica, indubitable, permanente, eterna, indiscutible, no es preciso declararse partidario de ella, como no se es partidario del aire que se respira. Uno respira sin más. No se puede no respirar. No se puede no ser español. Nacionalistas son los demás, los que niegan la evidencia y se empeñan en realizar quimeras de campanario. Y, por supuesto, para sus criminales fines necesitan acabar con la democracia de la que todos hoy disfrutamos por igual gracias a la preexistencia de esa nación española.

Mas no es solamente el nacionalismo etnicista, excluyente, totalitario, antiespañol el único enemigo de la democracia. A su vera surge el espectro del populismo, azuzado por esta crisis que padecemos y de la que solo la sana doctrina neoliberal que nos ha llevado a ella podrá sacarnos. Y viene, precisamente, a impedirnos la recuperación, a hundirnos en el caos, el desgobierno, el colectivismo, el libertinaje a extirpar la democracia y la verdadera libertad que solo pueden basarse en los pilares del orden y la autoridad.

Hay quien, animado de torva intención, sostiene que si uno anda buscando populismos los va a encontrar precisamente en el discurso de la derecha española. El actual presidente del gobierno ganó las elecciones de 2011 por mayoría absoluta con un programa populista del que se sirvió para ocultar el real, consistente en hacer todo lo contrario de lo que aquel decía: no iban a tocarse las pensiones, ni la educación, ni la sanidad, ni se daría un euro público a los bancos, ni se impondría el despido libre ni se subirían los impuestos, ni habría copagos, se reduciría el desempleo como por ensalmo y se atarían los perros con longanizas. Votar masivamente esta sarta de embustes no dice mucho sobre el discernimiento de los electores pero no hay duda de que lo votado es un ejemplo redondo del populismo más acrisolado.

Aunque él crea ser original y audaz como un profeta bíblico, sus truenos y advertencias son perfectamente inútiles y podía habérselas ahorrado y, quizá, aprovechar para decir algo sobre sus relaciones con Blesa y Rato, asunto de mucho más interés público que sus desmelenados avisos tonitronantes. El providencial gobierno de que disfrutamos los españoles, ya da por descontados los nubarrones que Aznar otea en el horizonte y toma medidas contra sus efectos. La democracia debe ser fuerte, estar protegida para hacer frente a esos dos enemigos del nacionalismo y el populismo, no hace falta que Anar venga del pasado para ponernos en guardia. Ayer se debatía en el Congreso el proyecto de Ley de Seguridad Ciudadana del ministro Fernández Díaz, muy acertadamente calificada por la oposición como Ley Mordaza. Esa ley impone un Estado policial, otorgando a la fuerza pública casi impunidad en el ejercicio de sus funciones y a la vía sancionadora administrativa un poder amedrentador y disuasorio a base de multas que substituya la protección de los derechos de los ciudadanos por la vía judicial por la mera represión. Es una ley para criminalizar todo tipo de manifestación y protesta y que atenta contra los derechos de las personas, como manifestación, reunión, expresión etc. Es una ley para defender la democracia a base de suprimirla.

Hicieron muy bien los diputados de la oposición saliendo ayer a la calle amordazados en señal de protesta. Pero con ello dejan planteada la pregunta: si no pueden hablar en el Parlamento, que no pueden, ni tampoco a las puertas de este, ¿por qué siguen yendo a él? ¿Por qué siguen legitimando con su presencia la clara deriva del sistema político español hacia formas dictatoriales?

(La imagen es una foto de Wikimedia Commons, bajo licencia Creative Commons).

dijous, 16 d’octubre del 2014

Un desabarajuste como Dios manda.


Cuando los analistas políticos más radicales se enfadan suelen llamar a España "país tercermundista" o "república bananera". Hacen peyorativa referencia a dos modelos imaginarios y, por supuesto, extranjeros y señalan cuánto se les parece nuestro país. No son expresiones muy afortunadas porque a quien verdaderamente se parece España es a ella misma, cuyas rarezas y peculiaridades dejan muy chicas las de aquellos. España es un desbarajuste secular y sus raíces se encuentran en su propio y genuino ser; es la heredera de la corte de los Austrias, pobladas por frailes, monjas, enanos y bufones; la de los Borbones y sus francachelas; la de la Corte valleinclanesca de los milagros; la de la Celtiberia Show del llorado Carandell.
Las tarjetas negras están afiladas como guadañas que van segando gañotes de gente respetable. Como títeres de guiñol caen exministros y vicepresidentes del gobierno, decanos de colegios profesionales, notorios empresarios, representantes políticos. Gentes que hasta ayer predicaban moderación a los demás, sacrificios, trabajar más y ganar menos, renunciar al salario mínimo, al digno, al subdigno y al ínfimo; pechar con todo tipo de subidas y recortes. Ciudadanos ejemplares, puentes entre el pueblo y unas autoridades que hacen cuanto pueden. Compatriotas a quienes ahora quema el dinero obtenido de las mágicas tarjetas que eran como genios serviciales de las mil y una noches, y andan devolviéndolo en donde pueden. Coge el dinero y corre... a la ventanilla de Hacienda.

Las comparecencias parlamentarias de ayer. El nuevo ministro de Justicia, Catalá, quien tuvo que encajar a barba firme una intervención demoledora de un diputado de Amaiur, acusando a la policía española de torturar y con documentos internacionales, aclaró modestamente que solo queda un año de legislatura y que quizá no le dé tiempo a deshacer el desbarajuste que ha organizado su predecesor Gallardón en todos los ámbitos de la justicia. Forma parte del desgobierno más acrisolado: tres años para desbaratarlo todo y uno para recomponerlo. De la comparencia de la ministra de Sanidad ya se ocuparán las revistas Mongolia y El Jueves, que son sus espacios naturales, y el Gran Wyoming por supuesto. De sus tareas se ocupa la vicepresidenta. Va a ser el primer caso de la historia de ministra con cartera sin cartera. Algo único, como Dios manda.

En los medios atruena el desbarajuste en marcha. Suspende el ánimo escuchar en el 74 aniversario del asesinato de Lluís Companys a un tertuliano que fue portavozarrón del gobierno de Aznar diciendo que a Mas le falta un fusilamiento. Añade este fino comentarista de la actualidad que lo han "malinterpretado". Y no lo dudo. Pero no porque lo hayan interpretado mal sino porque él no sabe hablar. Seguramente quería decir que, a fuerza de buscar protagonismo y huir hacia delante, a Mas le vendría de miedo que lo fusilaran para poder decir luego: "Aquí estoy, fusilado, por amor a la Patria". Pero le faltan recursos literarios para dibujar su imagen y dice lo que dice. No dudo de que no quiere que fusilen a Mas. Entre otras cosas, porque, si se le hubiera ocurrido, lo habría dicho. España y yo somos así, señora.

Y, cómo no, la ebullición catalana. Al tiempo que el sistema político catalán digiere el cambio de escena impuesto por Mas, el movimiento soberanista ha convocado una manifa pro consulta, independentista, para el próximo diumenge en la Plaza de Catalunya. Es un reto directo lanzado a los nacionalistas españoles que se manifestaron hace cuatro días en el mismo punto. Esperan los catalanistas que las comparaciones sean abrumadoras. ¡Con lo fácil que hubiera sido sentarse hace meses a negociar una consulta democrática que permitiera saber de cierto qué piensan los distintos sectores de la sociedad catalana! Hubiera evitado al gobierno y, de paso, al Estado estos espectáculos lamentables en los que la negra honrilla del nacionalismo español aparece en toda su miseria: manifas escuálidas, fascistas brazo en alto, arzobispos que piden a los independentistas que pasen por el confesionario o la cabra de la legión.

Se oyen algunas tímidas voces intentando cambiar la melodía. Hasta El País, convertido en buena parte en vocero del gobierno, reconoce que la sola invocación de la legalidad no es suficiente y reclama medidas políticas, es decir, que se negocie y no al modo de Rajoy, negándose a toda negociación, si no de verdad. Seguramente es el criterio de sus accionistas extranjeros quienes, no estando inmersos en el desbarajuste general, ven las cosas con algo más de ese sentido común del que Rajoy presumía tanto como, según se ve, carece de él.

Al tiempo, El País, creyéndose heredero de sí mismo, analiza en el citado editorial la situación política interna de Cataluña e insiste en el enfrentamiento abierto en el bloque soberanista sin dar ni una. Claro que hay enfrentamiento y división y los aliados discuten agriamente. Pero mantienen una unidad estratégica, no porque las partes sean prudentes, sino porque no pueden hacer otra cosa. ERC acepta lista única en unas elecciones anticipadas siempre que Mas no la encabece, que dimita. Pero Mas sigue siendo el líder, el que toma las decisiones, el que manda en Cataluña, aunque Rajoy no se haya enterado o quizá por eso. Suya es la iniciativa, la que El País suplica al gobierno central que tome, porque tiene opciones coaliciones y alianzas parlamentarias alternativas para seguir gobernando, aplazar las elecciones y recuperar el terreno perdido. Los dos partidos dinásticos están locos por pactar con él, juntos o por separado. A ninguno de los sectores soberanistas interesan esas posibles alternativas; a ERC porque postergan el momento de la confrontación y clarificación final y el posible sorpasso; a CiU porque la presentan bajo una luz poco favorecedora a su perfil nacional catalán. Así que lo lógico será que hagan cuanto puedan para evitarlas y mantener la unidad de acción. Será además lo que probablemente les exigirán los manifestantes del diumenge.

A Rajoy se le rompe España y ni se entera o hace como que no se entera. Aplica su conocido ardid de ignorar cuanto no le interesa. Así como las gentes primitivas piensan que aquello que no se nombra no existe, Rajoy silencia lo que lo incomoda. Pasó meses sin pronunciar el nombre de Bárcenas pues de esta manera lo desmaterializaba, lo "descreaba", lo borraba del mundo de los vivos. Y no, Rajoy no es un primitivo; es el expresidente de la Diputación de una pequeña capital de provincia de la que el saber popular gallego dice que "duerme". Ese es el espíritu que ha trasladado al gobierno del Estado. Así, sale a la calle como el que sale a la Alameda por la tarde, y va diciendo a sus convecinos que "España es una gran nación". Sus asesores, alguno de los cuales debe de haberse enterado de cómo han procedido los británicos con su referéndum, le han hecho decir que en España todos queremos mucho a los catalanes. Lo cual ya tiene mérito y papo para alguien que, estando en la oposición, encabezó una recogida de firmas por toda España en contra del Estatuto catalán y se hizo fotografiar muy orgulloso a la vera del Congreso de los Diputados con enormes valijas en las que, decía, había cuatro millones de firmas en contra del estatuto de esos catalanes a quienes tanto quiere; tanto que no los deja votar, no sea que se envicien.

La gran nación como Dios manda, espléndidamente representada en su presidente, cruzó la frontera para explicar a los europeos nuestro exitazo en materia de lucha contra el ébola. Estos aprovecharon para felicitar al presidente, según afirmó él a su regreso a España. Al día siguiente, Obama convocaba una videoconferencia con los líderes de Italia, Francia, Alemania y el Reino Unido, ignorando al héroe del momento, el de la gran nación. Pero sin duda no le importará pues sabe que los europeos transmitirán a Obama las sabias consejas que él les dio. ¿No lo habían felicitado por ellas?
Nada de país tercermundista ni república bananera. Puro desbarajuste, desgobierno como Dios manda, caciquil y corrupto en el estilo clásico de la primera restauración, irresponsable y ciego ante la magnitud de los problemas a los que se enfrenta.


(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

dimecres, 15 d’octubre del 2014

¿Es Cataluña España?

¡Qué peligrosas son las imágenes! No valen solo por mil palabras, sino por millones, por discursos, por libros y tratados. Ahí está España amputada de Cataluña en los televisores de los alemanes. Lleva dos días navegando por twitter. Imagino que las autoridades habrán protestado aunque, como el jefe no habla idiomas, quizá no la hayan visto. Según parece, la televisión alemana ha asegurado que se trata de un error. Ignoro en qué se pueda errar aquí. España figura sin Cataluña. ¿O es una forma algo germánica de decir que el perro, el ébola y el frasco son cosas españolas pero no catalanas? Sería una ofensa a la autoestima española, además de un error. Si es un error, responde a una percepción creciente en Europa de que la cuestión catalana es honda y puede acabar en separación porque, en definitiva, Cataluña no es España. Llevan años viéndolo en muchas grandes competiciones deportivas internacionales en un idioma universalmente comprendido menos en La Moncloa: Catalonia is not Spain y, poco a poco, va tomando cuerpo la idea, va visualizándose, hasta que, por fin, se fija en una imagen. Así se forman las ideas, los conceptos, al menos algunas y algunos. Cataluña no es España, cosa que los españoles no parecen entender y, por lo tanto, no saben refutar.

Tómense las cuestiones que monopolizan el ámbito público, la discusión colectiva, la controversia en los medios, los debates parlamentarios, las polémicas de intelectuales y comunicadores, la opinión pública. En España estas son los casos de las tarjetas opacas de Caja Madrid y el ébola. En Cataluña, la cuestión nacional.

Las tarjetas, muy oportunamente bautizadas black, como el príncipe de las tinieblas, son una mezcla de picaresca tradicional y latrocinio de guante blanco que abarca la totalidad del espectro social, político, profesional. Afecta a sindicalistas, políticos, bancarios de alto copete, abogados, profesores, empresarios, hombres y mujeres, socialistas, comunistas, conservadores y gentes del buen vivir. Por supuesto en proporciones adecuadas al talante capitalista y patriarcal de los cerebros que idearon esta especie de sociedad de aprovechateguis. Todo ello, muy pintoresco, es un filón para aceradas plumas periodísticas que sacan chispas a los gastos de estos 86 tarjeta-men. Pero además tiene mucha importancia por dos razones: en primer lugar porque apunta a un comportamiento ilícito o no, eso se verá, pero en todo caso inmoral y organizado, con muchos vínculos con las instituciones; en segundo lugar porque estalla en un momento en que el gobierno anda agitando por enésima vez el cartel de regeneración y la transparencia democráticas y ya le ha restado el escaso crédito que merecía.

Incidentalmente, sirve para mostrar que la izquierda no es la derecha, ni siquiera esta izquierda socialdemócrata tan vilipendiada. El PSOE ha expulsado a sus militantes cardcarriers y Comisiones Obreras abierto expediente a los suyos. El PP no ha hecho absolutamente nada. Media docena de cargos públicos ha presentado la dimisión y a alguno lo han puesto en la calle en circunstancias verdaderamente escandalosa. El resto, y son como cincuenta o sesenta, ni pío. Nadie ha señalado a Rato el camino de la puerta. Pero hay más, en pleno ejercicio de transparencia, el partido del gobierno impide que se constituya una comisión parlamentaria de investigación sobre los plásticos manirrotos y, ya puesto, también ha bloqueado una comparecencia pedida del presidente para explicar el asunto del ébola. El señor Arturo Fernández, presidente de la patronal madrileña y miembro de la CEOE, dice que dimitirá de sus cargos cuando Dios sea servido o, como diría la inimitable Cospedal, en diferido. Y los economistas pueden pedir a gritos la dimisión de su decano de Madrid, Juan Iranzo. Para un hombre que, pillando los euros a decenas de miles, argumenta que se debe suprimir el salario mínimo, las peticiones de dimisión se dan en frecuencias que su oído no capta.
 
Las tarjetas son como haces de luz sobre un mundo hasta ahora oculto y tan negro como ellas, no ya de mangoneo, de despilfarro, sino directamente de cachondeo, con fotos incluidas preferentemente en fines de semana que habrán sido inolvidables. El mundo en que vivían los responsables de gestionar la cuarta entidad financiera del país puesta al servicio de sus caprichos. Los que la han quebrado, arruinando a miles de gentes y expoliando a la colectividad 22.000 millones de euros. Es una metáfora de la crisis/estafa y ha acabado con la esperanza del gobierno de recuperar algo del terreno perdido en la estima popular.

Se añade a las tarjetas el increíble episodio del ébola, el conjunto de disparates que una manga de inept@s y prepotentes ha perpetrado al enfrentarse a un problema del que no sabían nada y para el cual precisaban de unos recursos que no tenían o que, habiéndolos tenido, malvendieron por ahí en cumplimiento de sus dogmas de privatización, o sea, apropiación privada de lo público, una confiscación a la inversa. De la clamorosa incompetencia de la ministra no cabe decir nada que no se haya dicho ya en todas partes, salvo maravillarse al ver que una persona en esa situación no haya dimitido ya y se haya disipado en el aire de la sierra. Pues ahí va del brazo con ese consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid que parece una mezcla del capitán Haddock de Tintín y Oliver Hardy y cuyo comportamiento está en línea con el de sus antecesores: todo lo que toca, lo desbarata.

En verdad el episodio del virus mortal, parece que de evolución prometedora, pudo ser catastrófico y, si no lo ha sido, se debe a la santa Providencia, siempre amparadora de los pobres de espíritu. Pero, como tiene esa fuerte repercusión internacional, con todos los países mirando a la Península por si se reproduce una epidemia al estilo de la mortífera gripe española, no hay más remedio que hacer como que se hace algo, aunque no se sepa qué, tener a las autoridades haciendo declaraciones y echando pasto a los medios como si fuera información para tranquilizar al personal dentro y fuera del país. De la tarea se ha encargado la vicepresidenta, decisión que la propia ministra desplazada ha considerado muy acertada. A su vez, la vicepresidenta hace lo que mejor sabe hacer: contar trolas, para lo cual reúne con frecuencia a los medios de comunicación y les coloca sus fábulas sobre lo que están haciendo. Es típico. El gobierno no hace sino que dice que hace.

En las dos cuestiones se concentra casi toda la acción de las autoridades españolas.

En Cataluña la situación es muy otra. El debate público está monopolizado por la cuestión nacional, que Palinuro viene analizando con frecuencia. Aquí se habla de derechos, autodeterminación, independencia, democracia, nación y otros conceptos abstractos en discusiones apasionadas sobre legitimidad, legalidad, desobediencia, historia, identidades colectivas, etc. Cierto, de vez en cuando aparece un elemento del realismo esperpéntico hispánico, no exclusivamente español, y se descubre que el Molt Honorable Pujol pudiera ser otro pillastre. Pero queda enseguida superado por la agitada vivencia nacionalista en la que se barajan pros y contras de decisiones como la consulta o la declaración unilateral de independencia. Todas ellas mezcladas en un proyecto bastante unitario de los soberanistas, a los que aglutina un objetivo estratégico común: la independencia, la construcción de una Estado nuevo en Europa, un objetivo de amplia base social, muy transversal, con apoyo institucional y que tiene una tremenda fuerza movilizadora.

Frente a ello, Palinuro suele señalar que apenas hay discurso o debate español. El nacionalismo español tanto conservador como socialista recurre exclusivamente a una política de aplicación estricta de la legalidad con dos inconvenientes muy visibles: el primero es que la legalidad es siempre materia opinable e interpretable en función de criterios políticos previos; son estos los que determinan una voluntad y si la voluntad es negativa, la legalidad será represiva; el segundo inconveniente es que la instrumentalización de la legalidad es insuficiente cuando se plantea una cuestión de legitimidad y no por un puñado de fanáticos, sino por amplios sectores sociales, quizá muy mayoritarios en su comunidad. Afrontar el debate sobre la legitimidad mediante recurso ciego a la legalidad, implica echarse en brazos del positivismo jurídico, cuyo dominio en el pasado condujo a Europa al desastre.
Así que, resumiendo, si los españoles quieren que ese mapa de su amada España amputada de Cataluña se borre de la retina de los alemanes, si quieren que Cataluña sea España y no solo esté en España, tienen que conseguir que los catalanes quieran de grado. No a la fuerza. Porque nunca la fuerza será derecho.

dimarts, 14 d’octubre del 2014

El leninismo de Mas.


El día 12 de octubre, anteayer, el soberanismo catalán hacía bromas en twitter sobre la escuálida asistencia a la manifa en pro de la nación española convocada en la plaza de Catalunya, sin contar las chirigotas a cuenta del puñado de energúmenos que se reunió en Montjuïc a quemar esteladas. El día 13, el siguiente, ayer, Mas reconocía en público que no habría consulta. Momento de anticlímax. Ahora se entiende la irrelevancia de la manifestacíón de la Plaza de Catalunya. A los nacionalistas españoles les da igual ser pocos porque saben que detrás de ellos está el Estado; está el Rey quien, por cierto, guarda silencio; está el gobierno, blandiendo una legalidad represiva; está el Parlamento, adaptando esa legalidad a las necesidades del gobierno; está el Tribunal Constitucional que legitimaría el uso de la fuerza en caso de desobediencia, a pesar de mostrar él mismo un déficit de legitimidad; están los medios de comunicación, jaleando; está la banca y está la Iglesia, al menos la española.

Será como se dice aquí o no pero la decisión de Mas no solamente cambia el cuadro, sino la escena entera. Hay varias interpretaciones sobre su gesto y será menester escuchar cómo se manifiesta él mismo. Nadie puede negar que ha llevado muy lejos eso que los medios llaman el órdago soberanista. Es cosa de preguntarse si puede exigírsele más cuando empiezan a lloverle querellas por presuntos delitos de prevaricación, sedición o rebelión. Habrá quien diga que sí porque proyecta sobre él un destino heroico, el de Moisés, incluso arrostrando martirio. Habrá quien diga que no, primero porque a nadie puede exigirse que ponga en riesgo su libertad por una causa y, segundo, porque quizá no sea lo más eficiente desde el punto de vista estratégico. Ya ha quedado claro a los ojos del mundo que es el gobierno central el que, basándose en cuestiones de interpretación legal, no deja votar a los catalanes, como dice el editorial del New York Times de ayer.

Ahora sigue la campaña por el dret a decidir, según apunta Mas, y más cargada de agravios y motivos. El presidente de la Generalitat seguramente haría suya la famosa consigna de Lenin en 1904, un paso atrás, dos pasos adelante. El paso atrás está dado, ya lo venden los medios de la derecha como una claudicación, ahora hay que ver cómo se dan los dos adelante.

Una cuestión incidental. Desde luego, Mas es un dirigente de una determinada orientación política y representa también unos intereses específicos, aunque en este asunto goce de una expansión de apoyo. El análisis de este aspecto no es inútil, pero no tenemos tiempo. Asimismo, no es extravagante insistir en el aspecto personal. Solo quienes creen que la historia se mueve como las máquinas, por necesidad, están dispuestos a ignorar el factor personal. No hay que ser un águila para calibrar las presiones a que debe verse sometido Mas; las vacilaciones, las dudas. Cuestión de carácter, se dirá. Pues, eso, de carácter. ¿No es legítimo que el hombre tenga la ambición de llevar a término su proyecto, que no es cosa de poca monta, y hacerlo conservando él el liderazgo? Todo el mundo espera de él decisiones y, cuando estas se toman, agradan a unos y disgustan a otros.

Gran parte de la respuesta a la decisión de Mas ha sido muy vehemente. ERC plantea una Declaración Unilateral de Independencia (DUI) y los asesores del Consejo recomiendan elecciones anticipadas. La DUI es un instrumento muy delicado. Necesita un razonable refrendo internacional, de otra forma no prospera, y eso puede suceder o no pero, en todo caso, provocaría un conflicto institucional abierto que retrotraería el asunto al momento de la prohibición de la consulta y el uso de la fuerza. Bien es verdad que, de producirse este hecho, la presión internacional sobre el gobierno español en pro de una solución negociada seguramente sería irresistible. Pero es que, además del refrendo internacional, la DUI ha de ser votada en el Parlamento catalán, Palinuro no ve claro que tuviera los 50 votos de CiU y, sin ellos, las cuentas no salen.

Las elecciones anticipadas propuestas por los asesores parecen más verosímiles. Llamarlas plebiscitarias o no es irrelevante. Pues lo serán de hecho, ¿por qué ponerles nombres que justifiquen quizá medidas represivas? Un resultado mayoritariamente favorable a las fuerzas soberanistas, quizá hegemonizadas por ERC, podría dar como resultado una DUI que estaría como la anterior, frente a la legalidad, pero con fuerza parlamentaria y consiguiente legitimidad.

La cuestíón es si Mas disuelve y convoca o no. He aquí que sigue teniendo la llave de la situación, lleva la iniciativa en el mejor estilo leninista mientras Rajoy sigue sin saber "quién manda en Cataluña". Mas no está obligado a convocar elecciones aunque sus actuales aliados parlamentarios le retiraran su voto porque tiene a su disposición otras mayorías parlamentarias. Puede mantener la coalición actual e, incluso, convertirla en un gobierno de concentración cuyo imponente aspecto reside más en el nombre que en la cosa a la que, además, podría invitarse también al PSC, llegándose así a los 107 diputados de la concentración. En todo caso, si quiere, Mas aplazará las elecciones lo que estime pertinente porque eso mismo puede hacer con otras tres coaliciones quizá no probables, pero sí posibles y que, prescindiendo de los problemas y dificultades que se darían en la práctica son: I.la española, esto es, CiU más PP, PSOE y Cs (98 votos) que, además, vendría muy bien a los dos partidos dinásticos para intentar una "gran coalición" en España, vista la gravedad de la situación. II. la confederación de derechas, CiU, PP y Cs (78 votos), cuya mala prensa en Cataluña se compensaría con la relación privilegiada con el gobierno, aunque parece poco verosímil. III. Alianza de izquierdas, CiU, PSC y ICV-EUiA (83 votos), tampoco tan descabellada.

Y ¿qué interés tiene Mas en aplazar las elecciones? Vayamos a la lectura que de los hechos realiza el nacionalismo español: el bloque dinástico ha vencido. El reto, el órdago soberanista se ha disipado. El impulso no era tan firme. La ley y el orden se han impuesto. De momento y ¿a qué coste? Una internacionalización de la cuestión catalana y una deslegitimación del gobierno central que, comparado con el gobierno británico hace unas fechas, es de una cerrazón y un inmovilismo autodestructivos. Es de esperar que el PSOE presione sobre su aliado dinástico para proponer una solución negociada al conflicto. ¿Hasta el punto de proponer lo que Sánchez negaba repetidamente hace un mes, esto es, una gran coalición española? La justificación podría ser la reforma de la Constitución que diera a Cataluña un tratamiento diferenciado con garantías de singularidad cuyo alcance podría negociarse. En definitiva, daría a Mas algo concreto con qué presentarse a unas elecciones en busca de ese voto presumidamente moderado que podría estar agraviado por el maltrato sistemático del gobierno central. Al mismo tiempo, interesaría al PSOE, dándole un marchamo de eje vertebrador entre el nacionalcatolicismo y el soberanismo, de conciliador de posiciones, de eficaz gestor para contrarrestar el peligro emergente por la izquierda con Podemos del que aún no hemos hablado, pero  cuya presencia en el Parlamento catalán se da ya por segura, añadiendo un punto de complejidad a una cámara de por sí muy fraccionada. Por último, aunque parezca mentira, interesa también al PP porque le quita de encima un problema que, como le sucede con casi todos los demás, no sabe resolver si no es a golpe de represión y autoritarismo.

En esta nueva escena, todas las opciones, insisto, están abiertas. Ganará quien juegue con mayor destreza, coraje y determinación. Pero, de momento, Mas ha recuperado su libertad de movimientos, la iniciativa y ha conseguido sobrevivir. ¿Cómo lo sabemos? Nadie hasta el momento ha pedido su dimisión.

No en balde Lenin era un genio de la estrategia política.
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Actualización a las 10:30 del 13.10. Mas sigue llevando la iniciativa. Después de que Rajoy improvisase unas declaraciones felicitándose de que la consulta no se llevara a cabo, comparece el President y dice que sí se hará, pero en condiciones distintas, amparada en normas anteriores al decreto de consulta suspendido por el TC. Una finta florentina que pone al gobierno español en un brete pero plantea el problema de la validez de esa consulta.

dilluns, 13 d’octubre del 2014

Querer no es poder.


Jaime Pastor (2014) Cataluña quiere decidir. ¿Se rompe España? Diez preguntas sobre el derecho a decidir. Barcelona: Icaria. 95 págs.
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Reseñar un libro de un colega y amigo, aunque sea uno breve como este, no es tarea fácil. Todo cuanto se diga será sospechoso de parcialidad, incluso aunque uno recuerde y pretenda seguir al pie de la letra la famosa frase atribuida a Aristóteles de Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad. Dado que el autor no es Platón y el crítico mucho menos Aristóteles, la cita alimentará otra sospecha de que se invoca precisamente para contravenirla y convertirla en su contraria: Soy amigo de la verdad, pero soy más amigo de Jaime. Sospechas fuera. Expresaré mi juicio imparcial sobre la obra. Habiendo confesado la relación entre comentarista y comentado, el lector se hará su juicio. Esta situación de mutuo conocimiento y amistad entre autores y recensionistas es más frecuente de lo que se supone porque suele ocultarse, lo cual vicia muchas reseñas en muchos y muy respetados medios. Y no sigo.

La cuestión España/Cataluña está que arde. Se aceleran los tiempos, se acumulan las propuestas, se calientan los ánimos. Todo el mundo quiere opinar. Y hace bien. Y también lo hacen los estudiosos que facilitan materiales para mantener el debate y ayudar a formarse opiniones. Consciente de esta necesidad, Pastor presenta una contribución sucinta, pero argumentada, exponiendo su punto de vista en un trabajo, poco más que un folleto, con un decálogo de preguntas y sus correspondientes respuestas. Pasaré por alto lo del decálogo, de tan evidente influencia bíblica, y acompañaré al autor en sus respuestas, no sin animarlo a que la próxima vez ponga más de diez preguntas o menos. Hay que secularizarse.

1ª. Los antecedentes históricos. Coincido con Pastor en que el contencioso viene de antiguo y en que la nota predominante de las relaciones España-Cataluña ha sido la hostilidad. Buen comienzo.

2ª. ¿Fue la Transición Política una oportunidad perdida? Para Pastor, el Estado autonómico ha fracasado y la respuesta es que, en efecto, fue una oportunidad perdida. En nuestros días se trata ya casi de un debate historiográfico, pero apunto mi discrepancia. En historia no hay "oportunidades perdidas" que, como cuestiones contrafácticas que son, solo sirven para echar a unos unas imaginarias culpas y quedar otros como príncipes. La transición fue lo que fue y la situación actual se explica, ante todo, por los comportamientos de quienes la administraron subsiguientemente, hasta llegar al día de hoy en que cada cual debe cargar con sus responsabilidades de lo que se hace aquí y ahora. Aquí y ahora.

3ª. ¿Fue la sentencia de 2010 del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto un punto de inflexión? Nueva coincidencia. Claro. Fue la gota que colmó el agitado vaso al privar a Cataluña del derecho a considerarse nación con argumentos jurídicos que, o estaban fuera de lugar, o pretendían adelantarse a los acontecimientos mediante una especie de jurisprudencia preventiva dotada de una intuición profética que de jurídica no tiene nada.

4ª. De si la crisis tiene influencia en la "agravación del conflicto". Me parece una pregunta de relleno. Es palmario que esta crisis influye sobre todo lo conflictivo y lo no conflictivo. Y siempre para mal. Pastor aprovecha el hueco para dar por tardía la posible solución federal y hablar del proyecto "destituyente-constituyente democratizador" que pueda llevar a una "libre unión de los pueblos", según dice Gerardo Pisarello (p. 43),  asunto que confieso no tener muy claro de momento.
5ª. De si el soberanismo/independentismo catalán es un instrumento de la derecha nacionalista catalana. Otra pregunta ociosa. A estas alturas, la cuestión me parece redundante. Suficientemente claro ha quedado ya el apoyo, la raíz popular, del soberanismo. Que la derecha también lo apoye, al menos en parte, ya no quiere decir casi nada.
6ª. ¿De qué van los nacionalismos? Esta pregunta y la siguiente me parecen el obligado tributo que el profesor, el estudioso, el académico que lleva años rumiando tan difícil cuestión ha de rendir para no dar la impresión de hablar a tontas y a locas y mostrar que se ha quemado las cejas consultando tratados y viejos legajos para llegar a alguna conclusión respecto a esa endiablada quisicosa de qué sea una nación. Pastor se remite a la celebrada definición de Benedict Anderson, para quien la nación es una comunidad imaginada y aclara, aunque me parece innecesario, que imaginada no es "inventada". Coincido con él, por supuesto, en la medida en que esta visión desecha todo intento de definición objetiva y se remite al ámbito de lo subjetivo. Pero creo ir un poco más allá al afirmar que esa subjetividad se fundamenta en una voluntad colectiva. La nación es el producto de la voluntad colectiva mayoritaria (no necesariamente unánime) de ser una nación. Por supuesto, los problemas empiezan a partir de este momento. 
7ª. ¿Y el derecho de autodeterminación (DA)? Aquí se explaya el autor, con un recorrido por las vicisitudes del concepto, desde el lejano origen kantiano, pasando por la Iª Guerra Mundial, la descolonización y los casos más actuales en la antigua Yugoslavia y otros lugares. El autor hace tres precisiones en torno a ese derecho con las que coincido pero no creo que se deriven como conclusión de un proceso histórico anterior. En contra de lo que suele pensarse las cuestiones históricas tienen escaso peso substantivo en la viabilidad de las opciones políticas. Estas precisiones son: 1ª  el DA es un derecho colectivo; 2ª está desvinculado ya de su marchamo descolonizador; 3ª puede ejercerlo no toda la población de un Estado sino la parte que, con suficiente fundamento, quiera ejercerlo. Ninguna de las tres propuestas está libre de polémica pero el sentido común y la comprobación práctica reciente indican que son aceptables.
8ª. ¿Qué es el federalismo y por qué no aparece como una alternativa creíble? El federalismo, dice Pastor, tuvo su momento pimargalliano, pero muchos avatares lo hicieron imposible. La resurrección de este zombie en la Declaración de Granada del PSOE, en 2013, no es satisfactoria porque, a juicio del autor, está fuera de la marcha de los hechos. Tiendo a coincidir con esta idea, reputando también inviables las propuestas de federalismo asimétrico, pero, con cierta prudencia, me guardaré de ignorarla alegremente entre otras cosas porque, vistas las demás opciones, quizá sea la única viable, al menos transitoriamente.
9ª. Los argumentos de los contrarios a la consulta. Nobleza obliga. El adversario debe hablar. Pastor identifica cuatro argumentos: 1º) no hay en España más nación que la española y pedir el reconocimiento de otras es un desatino o una cortina de humo para desviar la atención de cuestiones más importantes; 2º) la Constitución no permite consulta alguna de ese tipo; 3º) para hacerla habría que reformar la Constitución, se necesitaría el concurso del PP y eso es imposible; 4º) la consulta fractura la sociedad catalana. Todos estos argumentos se resumen en uno, a juicio de este crítico: la minoría no puede decidir su futuro libremente porque los dirigentes de la mayoría no quieren.
10ª. ¿Podría ser legal la consulta anunciada para el 9 de noviembre de 2014? Los acontecimientos de ayer nos ahorran grandes disquisiciones: no.
En resumen, un pequeño e interesante ensayo que argumenta a favor de una solución que, hoy por hoy, no se dará. 

Un día es un día.


El 12 de octubre, festividad de la Virgen del Pilar, es también la fiesta de la nación española. El nombre del día ha cambiado con los años. Anteriormente, en tiempos del franquismo, fue llamado Día de la Hispanidad, ese invento del cura Zacarías de Vizcarra que recogería Ramiro de Maeztu, propagándolo en su Defensa de Hispanidad. Antes, la festividad se llamó "Día de la Raza" en los tiempos de Alfonso XIII, denominación que conservó la República y que todavía hoy se mantiene en algunos países latinoamericanos. El título actual de Fiesta de la Nación Española lleva una clara intencionalidad, situar el origen de la nación española en 1492 con sus dos acontecimientos históricos: de un lado, la toma de Granada, fin oficial de la guerra contra el sarraceno, llamada Reconquista, y perla de la unión de las coronas de Castilla y Aragón. Del otro el descubrimiento de América. Este es la única aportación de España al acervo de la Humanidad. De lo que vino después no hay por qué enorgullecerse y hasta el llamado "descubrimiento" despierta muy duras críticas. Sin embargo, estas no se refieren al descubrimiento en sí, sino a lo que se hizo después con lo "descubierto". Pero, en sí mismo, el hallazgo, el descubrimiento, fue un hecho que cambió la historia del mundo. Si sobre eso y la unión de Castilla y Aragón puede fundarse una idea de nación es asunto siempre discutido. Otros prefieren localizarla en la guerra contra los franceses, llamada "de la independencia".

En todo caso, ya es mala pata que el mismo día se celebre el Pilar y el Día de las Fuerzas Armadas, los dos elementos esenciales del nacionalcatolicismo, concepción de una nación que se ve como la de la espada y la cruz, evangelizadora y aniquiladora de pueblos enteros. Día de la Raza, cómo no, aunque sea un verdadero dislate. Orgullo a raudales. Sostenella y no enmendalla.

La celebración de ayer fue una amarga lección para esa nación española, un baño de realidad en contraste con sus ilusiones, magnificadas por los medios de comunicación a su servicio. Un episodio más de esa fabulosa capacidad de los españoles de no entender el mundo que los rodea. Dado el ascenso del independentismo catalán, las fuerzas políticas y sociales que se oponen a la consulta del 9N, partidarias de una Cataluña española, PP, UPyD, Cs. y una Sociedad Civil Catalana, convocaron un acto de afirmación nacional española en Barcelona, en la Plaza de Catalunya. Lo publicitaron abundantemente en los medios, pusieron autobuses para traer gentes de otras provincias y encima regalaban paraguas con los colores borbónicos. Pero no llenaron la plaza. Las diferencias de cálculo de asistencia son irrelevantes. Da igual que fueran veinte o treinta mil. Nada, comparado con los cientos de miles, millones que arrastran las convocatorias de Diada. No hay ni color. Lo de la Plaza de Catalunya ha sido un bofetón grandioso de la mayoría silenciosa. España tiene poco tirón en Cataluña.

En donde no hubo silencio fue en la concentración/provocación de los grupos fascistas y falangistas en Montjuic, en un acto de bravucones para quemar banderas esteladas, protegidos por los mossos d'esquadra. Ya se sabe que los nacionalistas españoles que se dicen civilizados, por ejemplo, los del PP, no quieren que se identifique su nación con la de estos bestias. Pero algo así es inevitable porque además de hablar un lenguaje parecido, en el PP no son infrecuentes manifestaciones de fascismo, franquismo o falangismo: nuevas generaciones, alcaldes de aquí o allí, concejales, algún diputado muestran esa vinculación sin que el partido haga nada por eliminarla. La presencia de estos energúmenos hizo flaco servicio a la nación por la que dicen estar dispuestos a sacrificar sus vidas y quizá también las ajenas, aunque sin decirlo. Por cada docena de fascistas en Montjuic quemando los colores catalanes y hablando de los "putos catalufos" salen cientos de independentistas.

Pero eso es Cataluña, territorio díscolo. En donde se festeja a modo la nación española es en Madrid, capital del imperio. ¿En dónde, si no? En Barcelona es impensable. Ver el ejército desfilar por la Diagonal seguramente se entendería bastante mal y es muy probable que no fuera nadie a presenciar el desfile. Bien es verdad que ayer tampoco había mucha gente en el paseo de Recoletos y el Prado. Algo más en la plaza de Neptuno que, en realidad, es de Cánovas del Castillo, en feliz coincidencia nacional. Y eso de aguantar a pie firme el marcial desfile de los bravos soldados, la maquinaria de guerra, las armas y hasta la inevitable cabra de la legión, no es algo que encienda en los madrileños el fervor patrio. El propio presidente del gobierno que hoy viste el cargo ante las tropas, consideraba hace unos años que el desfile era un "coñazo".

Un desfile militar en Madrid que, según parece, ha costado 800.000 euros, sin contar los aviones. Registrando en la memoria de Palinuro, encuentro un apunte del 12 de octubre de 2010 titulado El día nacional: la fiesta de la Hispanidad que habla de este asunto de los desfiles militares. Es un modo absurdo, casi estrambótico, de celebrar el día de una nación que no ha ganado una sola guerra internacional de alguna entidad hace más de doscientos años. Franco le daba mucha importancia, pero porque había ganado una guerra civil. Por eso el desfile se llamó siempre "desfile de la Victoria". ¿Cuál es hoy la victoria? ¿Sobre quién? Esta parada militar es un anacronismo absurdo y un dispendio. Propio de un país empeñado en fingir lo que no tiene: una conciencia nacional compartida.

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

Una de las dos Españas.

Miguel Candelas Candelas (2014) Cómo gritar viva España desde la izquierda. Estrategia para el combate político. Madrid: Bubok. 217 págs.
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El tema de la temporada es la llamada "cuestion catalana" que, en realidad, es la "cuestión española". El debate inunda las redes, abunda en la prensa, se ha adueñado de las librerías. En los próximos días reseñaré algo de la producción al respecto. Y como la cuestión catalana es la cuestión española, empezaré con este trabajo dedicado a la sempiterna cuestión del ser de España.

Cómo gritar... es obra de una joven promesa que inicia ahora su carrera académica con tanto mérito como compromiso politico. La prueba es que el libro es una autoedición. Adelanto que Palinuro siente gran afinidad con su planteamiento general y el radicalismo de su perspectiva. Su objetivo, explícito en el título, es argumentar en favor de un nacionalismo español de izquierdas. Como nacionalista español de izquierdas, este crítico se siente interpelado y expone sus coincidencias y discrepancias con el autor.

Ante todo, un pequeño mapa del terreno. Hay un nacionalismo español de derechas, hegemónico, cuya forma más acabada es el nacionalcatolicismo, hoy tan vivo como ayer, en tiempos de Franco; tan vivo como anteayer, en los de Menéndez Pelayo; tan vivo como trasanteayer, en los del Empecinado. Coincido con Candelas en que este nacionalismo que, en el fondo, es antinacional, es la rémora principal para el avance y progreso de España. Incluso se queda corto. Es el principal responsable, no un mero freno al desarrollo, de la decadencia de España, de su agónico estado, de su posible ruptura. Luego, hay un nacionalismo español de izquierdas y en su tratamiento discrepo del autor. Para él, este nacionalismo existe, ha sido derrotado varias veces, pero tiene consistencia aunque, últimamente, se ha dejado imponer los símbolos de la nación de la derecha, el himno, la bandera, el nombre de España y la idea de Patria. De lo que se trata es de devolver a la izquierda el orgullo de sus símbolos, tan nacionales como los de la derecha, el himno de Riego, la bandera tricolor, otra idea de España y de Patria, una idea no oligárquica, clasista y autoritaria sino popular, democrática y liberal. Un poco al modo de Gramsci, de lo que este llamaba lo nacional-popular.

Mi punto de discrepancia es que ese supuesto nacionalismo de izquierdas, o liberal o progresista, que muchos autores de estas orientaciones también dan por descontado, aunque algunos reconozcan que no ha conseguido casi nunca ser hegemónico, en el fondo, no es distinto del de derechas, el nacionalcatólico y, llegado el caso, hace causa común con él. El PSOE actual es monárquico, su bandera es la rojigualda y hasta la fecha ha aceptado sin rechistar el punto esencial del nacionalcatolicismo, el que verdaderamente interesa a la Iglesia, esto es, su financiación directa e indirecta con cargo al erario público. Es verdad que estos tres asuntos no están exentos de controversia en el socialismo, que en sus manifestaciones suelen verse banderas republicanas y muchos piden la separación de la Iglesia y el Estado. Pero hay un aspecto decisivo en el que el socialismo y otras fuerzas de la izquierda española se fusionan literalmente con el nacionalismo nacionalcatólico, sin fisuras, y es la cuestión de las naciones no españolas en España y su derecho de autodeterminación. Ahí se hace realidad el famoso dictum de que lo más parecido a un nacionalista español de derechas es un nacionalista español de izquierdas. El derecho de autodeterminación es la prueba del nueve del izquierdismo de un nacionalista.

Así, según Candelas, el nacionalismo español de derechas es hegemónico y "nos ha robado la Patria" (p. 43). Y todo el libro, por cierto, muy bien escrito, en un estilo directo, fresco y culto al tiempo, es un intento de argumentar su recuperación, la recuperación de la Patria española de izquierdas. Frente a esto, detecto tres posibles posiciones: a) quienes dicen que la cuestión es irrelevante porque la izquierda es internaconalista y huye de las patrias; b) quienes dicen que es cuestión de ponernos de acuerdo, de encontrar un terreno común de diálogo y construcción nacional; c) quienes creen que hay materia para articular un nacionalismo español de izquierdas, genuino, progresista, demócrata, etc. El primero me parece una bobada hipócrita, el segundo una muestra de apocamiento. Solo el tercero me interesa. Pero volverá a aparecer la discrepancia. El nacionalismo español es, sobre todo, nacionalcatolicismo y, si la izquierda quiere hacer algo con él, tiene que ajustar cuentas de verdad con el catolicismo y su estúpida pretensión de identificarse con la nación española que es el fondo real del nacionalcatolicismo. Mientras no lo haga, no conseguirá nada. Y mi idea es que no solamente no se ha conseguido tal cosa nunca en la historia de España, salvo los paréntesis de las dos repúblicas, sino que, a día de hoy, la izquierda es solo algo menos nacionalcatólica que la derecha. Gentes como Bono, Jesús Vázquez, Teresa Fernández de la Vega son tan nacionalcatólicos como Escribá de Balaguer. ¡Si hasta el candidato  de izquierdas a secretario general del PSOE en las pasadas primarias, Pérez Tapias, es católico! Cómo pueda hoy un filósofo ser católico me supera, pero allá se las componga. Pero decir que se es de izquierdas y católico en España, simplemente es absurdo. Incluyo todos esos rollos de los "verdaderos" católicos, los del pueblo, el alma evangélica y otras fábulas que son como las de la "verdadera" izquierda, la transformadora y radical.

Además de bien escrito, el libro de Candelas es solvente y está documentado. Analiza el fenómeno nacional, distingue tres ideas de nación, la étnica, la cívica y la que llama nación-plebe, que debe ser la de la izquierda (p. 66) y pasa luego a estudiar cómo armar un relato histórico que nos devuelva nuestra querida Patria española no contaminada con la sangre y la bestialidad del nacionalcatolicismo. Es la parte más endeble del libro porque en 85 páginas pretende elaborar un relato nacional español en clave progresista, liberal, izquierdista. Lo hace apelando a la misma mitología que el nacionalismo español más retrógrado. Obviamente no porque coincida con él, sino con la intención de substituirlo en su línea argumental. Eso es un error. No es verdad que haya nación española desde los tiempos del Imperio romano, ni con los godos de Recaredo, ni con la llamada "Reconquista". El resto de la fábula sigue este tenor y hasta singulariza los nombres de supuestos héroes en la lucha por la libertad en la idea de que los de izquierdas simpatizaremos con ellos como los de derechas con Guzmán el Bueno o Moscardó. Otro error. En la izquierda miramos la historia de otra forma. La intención es buena, no obstante, y un repasito aleccionador y edificante de la del país no hace mal a nadie. Pero tampoco sirve de mucho. La historia de España no existe. Existe la historia de las dos Españas: la dominante y la dominada. La de la izquierda es la dominada y, a fuerza de derrotas, ha acabado creyendo que su posibilidad de supervivencia consiste en sumarse a la dominadora a cambio de uno afeites y maquillajes. Lo que se hizo en la Transición. Lo que se está haciendo ahora mismo. Sánchez es un nacionalista español que rivaliza con Rajoy en su amor a una España unida de grado o por fuerza. Lo demás son aditamentos. Una persona de izquierdas, sin embargo, en mi modesta opinión, no puede aceptar una nación que obliga a otras a formar parte de ella a la fuerza. Si no lucha por la libertad de esas otras naciones y su derecho a decidir aun en contra de los intereses de la propia nación, no es de izquierdas. Y ese es el problema en España. No hay una cuestión catalana, no; hay una cuestión española.

La última parte del libro es un prontuario de recomendaciones que suscribo en su mayoría, aunque no estén muy bien organizadas en criterio clasificatorio. Frente al nacionalcatolicismo reaccionario, monárquico, vendepatrias y autoritario, Candelas propone varias ofensivas: 1ª) republicana; 2ª) federalista; 3ª) laica; 4ª) soberana; 5ª) anticolonial -Gibraltar-; 6ª) bandera tricolor. La 6ª y la 1ª son la misma y la 5ª y la 4ª, también. Al grano: el sector mayoritario de la izquierda, el PSOE, se ha hecho dinástico. El federalismo de Candelas es más audaz que el del PSOE (que lo esgrime sin convicción) pero, aunque él lo argumenta con más audacia, llegando a reconocer el derecho de autodeterminación, cosa que lo sitúa en la misma exigua minoría en que se encuentra Palinuro, lo matiza con un llamamiento al "término medio" (doctrina por la que Palinuro no siente simpatía alguna) entre el "centralismo social liberal de Bono" y una extrema izquierda postmodernista "que niega la idea de España" (p. 177). Y este es el centro, el meollo mismo de mi discrepancia con este excelente libro: no hay más idea de España que la nacionalcatólica, compartida en el fondo por derechas e izquierdas españolas. Negarla es lo único sensato que cabe hacer. ¿Creemos que puede haber otra idea -y realidad- de España? Demostrémoslo: reconozcamos el derecho ajeno a separarse de ella. A partir de aquí podremos empezar a forjar otra idea y realidad de España que está por hacer y, como está por hacer, no existe aún y no será fácil conseguirla. La prueba es que hasta en una obra tan interesante como esta se postula una idea de España como realmente existente aunque subyugada por la hegemónica y que lucha por emerger. Falso. Esa idea de España de izquierdas está por hacer. No cabe recuperarla porque nunca ha sido, excepto en los breves años de la II República.


diumenge, 12 d’octubre del 2014

La plebe.

Los de Podemos han puesto de moda el término casta que, por su concisión y contundencia se ha adueñado de las redes y está omnipresente en los discursos públicos críticos. Palinuro no se vale de él por considerar que no es concepto nuevo, ni preciso. No es solo que tenga un uso antiquísimo como sistema de clasificación social en la India, sino que ahora mismo su difusión comienza a partir del libro de Sergio Rizzi y Gian Antonio Stella, dos periodistas italianos veteranos de este tipo de asuntos, La Casta, così i politici Italiani sono diventati Intoccabili (Milán: Rizzoli, 2007) y de su réplica española a cargo de Daniel Montero, La casta. El increíble chollo de ser político en España (Madrid: la esfera de los libros, 2009). Hay que hacerles justicia. 

El término es, además, confuso, al menos en español, idioma en el que casta tiene asimismo una connotación positiva, cuando se dice, por ejemplo, que "de casta le viene al galgo" o anida en el adjetivo sustantivado castizo, que lleva un timbre de orgullo, sobre todo en Madrid, lo que lo convierte en ambivalente en el resto del país.

Pero, sobre todo, es impreciso ya que no trae aparejados los parámetros que permiten aplicarlo en unos casos sí y en otros no. Un ejemplo: los dos curas infectados de ébola y repatriados a coste millonario para morir aquí, ¿son casta o no? Muchos se echarán las manos a la cabeza, quizá incluso algunos de los que usan el término. ¿Cómo van a ser casta dos hombres que se entregan a los demás y se juegan la vida por ellos? Parece absurdo, ¿verdad? ¿Cómo va a ponerse en cuestión la nobleza de intenciones de los dos misioneros? En efecto, ¿cómo?

Y ¿qué sucede con la nobleza de intenciones de la enfermera que, presentándose voluntaria a cuidar de los infectados, se infectó a su vez? Esas sí pueden ponerse en duda, pueden cuestionarse. No sabemos si los curas son o no casta; pero sí sabemos que la enfermera no lo es. ¿Por qué? Porque es plebe, un concepto también muy antiguo pero que, a diferencia del de casta, es mucho claro y rotundo. ¿Quiénes son plebe? Todos los que no tienen privilegios, no pillan sobresueldos, ni comisiones, ni tienen tarjetas negras, ni cobran dietas a porrillo por no hacer nada, ni tienen pensiones y salarios astronómicos, ni la mano perpetuamente metida en los dineros públicos mientras predican en contra de lo público a favor de lo privado y lo privatizado. Todos los que viven honradamente de su trabajo o languidecen en el paro o ven reducirse su pensión o sus ayudas. La gran masa de la ciudadanía a la que se puede robar, estafar, engañar, defraudar, esquilmar, censurar, apalear, multar. Todos esos que, si tienen la mala suerte de ser víctimas de alguna calamidad generalmente a causa de la incompetencia de las autoridades, pasan a ser culpables de su propia desgracia y de la de los demás.

Plebe es el maquinista del accidente de Galicia, el del metro de Valencia, los pilotos del Yak 42, el capitán del Prestige, todos inútiles o quizá algo peor, y responsables directos de la catástrofe que han sido los primeros en sufrir. Plebe son las asociaciones de víctimas del terrorismo, como la de Pilar Manjón, si no van cantando el "Cara al sol". Plebe los hijos de los asesinados por el franquismo que solo se preocupan por sus padres si hay subvenciones por medio, según juicio de un individuo cuya fibra moral es la de un protozoo. Plebe los dependendientes que se obstinan en consumir recursos públicos y en prolongar innecesariamente su vida a costa de los demás. Plebe las periodistas a las que se da un bufido o se les mete un bolígrafo por el escote. Los chóferes a los que se abronca en público. Los guardias cuando pretenden cumplir con su deber y multar a una señorita insoportable que infringe las normas. Los viejos que perdieron sus ahorros en la estafa de las preferentes. Todos plebe. Merecido tienen lo que les suceda. ¡Que se jodan!

Plebe son los niños catalanes a los que hay que españolizar y todos los niños que tienen el morro de querer comer a diario. Plebe los nacionalistas catalanes que se pasan la vida armando algarabías en las calles con el cuento de una convocatoria de consulta que es profundamente antidemocrática, aunque ellos crean lo contrario. Lo creen porque son plebe, muchedumbre ignara que se expresa en un tosco dialecto de payeses.

Plebe son los funcionarios, un enjambre de vagos; los médicos, unos incompetentes; los profesores, unos cuentistas; los jueces que investigan las corruptelas del PP, unos prevaricadores; los desahuciados, unos gorrones; los trabajadores, unos privilegiados; los parados, unos parásitos; los enfermos, unos maulas. Somos plebe, chusma, para esta oligarquía nacionalcatólica, admiradora de Franco y seguidora de sus métodos. Somos lo último, lo más tirado y no nos merecemos ni el pan que comemos por no entender que esta banda de ladrones se funda nuestros ahorros, nuestros impuestos, en francachelas, borracheras, putas o cacerías en el África. Somos inmunda canalla por no aplaudir a manos llenas y ovacionar hasta quedarnos roncos a esa política Cospedal, excelso ejemplo de presunta corrupción en todo lo que toca, de embuste, demagogia y censura, cuando asegura que el PP es el que ha salvado la educación y la sanidad públicas en nuestro país y que su partido, el partido de los trabajadores, es el más transparente de todos.

Somos plebe, chusma, se nos puede mentir con absoluto desparpajo, decir cualquier disparate, contarnos cualquier estupidez, despachar con desprecio, pues la gente ya tal. Y a callar, que si se nos ocurre decir algo, la policía nos acorrala, nos identifica y nos cae una multa, así como un par de porrazos por olvidarnos de que somos plebe, chusma sin derechos.

dissabte, 11 d’octubre del 2014

La banda.

Desde el comienzo de la legislatura Palinuro viene insistiendo en que el PP no es propiamente un partido político sino que, por la cantidad de procesos penales que encaran muchos de sus miembros y principales dirigentes, más parece una asociación de malhechores. Presidentes de Comunidad Autónoma, de diputaciones, alcaldes, concejales condenados en firme por delitos de prevaricación, apropiación indebida, cohecho, contra la Hacienda pública; docenas de otros cargos imputados, procesados por delitos similares, siempre en la línea del saqueo; hasta ministr@s y el propio presidente del gobierno acusad@s de cobrar sobresueldos en B. El caso Gürtel ha evidenciado que durante años se ha tejido una tupida red de corrupción en las instituciones gobernadas por el PP que ha convertido la política en un lodazal en donde también chapotean otras instancias de calado, como la Casa Real en el asunto de Urdangarin y su esposa. Este frenético expolio de las arcas públicas, planeado y ejecutado sistemáticamente, tiene poco que ver con la política.

Tal es el error de la mayoría de los analistas: creer que porque formalmente sea un partido político y de gobierno, al PP le interesa la política, entiende de ella o actúa políticamente. Falso. No hace política y sospecho que ni la entiende. Solo le interesan los negocios, los pelotazos, el enriquecimiento de los suyos y el mangoneo. Por dos vías, la colectiva y la personal. La colectiva es lo que se entiende aquí como neoliberalismo, consistente en privatizar todo lo público, tenga la forma que tenga y vendérselo a las amigos en forma de empresas privadas seguras porque son privadas pero viven de contratar con la administración pública en régimen de suculentas concesiones otorgadas por los mismos que las privatizaron y luego ocuparán cargos muy bien remuneradas en ellas. Se crea así una red de compradazgo entre políticos corruptos, funcionarios venales, empresarios inmorales que parasita la administración pública e impide la recuperación del país.

En el orden personal, la acumulación de fechorías, algunas pintorescas, como los aeropuertos sin aviones, los museos vacíos, los circuitos de fórmulas desiertos, prueban que el famoso dicho de yo estoy en política para forrarme, lo dijera quien lo dijera, es lema, consigna, promesa, anhelo del conjunto de la tropa. La lluvia de dietas, sobresueldos, comisiones, cohechos, fraudes, malversaciones, subvenciones, donativos, he hecho crecer un florido vergel de sinvergüenzas, casi todos ellos enriquecidos de la noche a la mañana con intereses y depósitos en numerosos paraísos fiscales. Y en ese vergel lucen también especies de otros partidos, tanto colectiva como personalmente: el PSOE en Andalucía y en Caja Madrid; según parece, también CiU se lleva su tajada; y en menor, pero significativa medida, IU. Todos.

Llamar a eso partido; llamarlo gobierno, Parlamento, oposición, sistema político, es un ejercicio de retórica absurda. Esto es un patio de Monipodio. El gobierno lleva tres años escaqueándose, pendiente de lo que sale en los medios por si lo incrimina, soltando un discurso triunfalista que los hechos desmienten y perdiendo el tiempo en controlar los medios, censurar la información y  confundir a la opinión pública. Las instituciones están todas intervenidas de hecho por el partido, con la parcial excepción del poder judicial en el cual un puñado de jueces y fiscales que hacen honor a su condición se atreve a investigar y procesar los casos de corrupción a un precio altísimo. Basta recordar que los dos únicos condenados hasta la fecha en los casos Gürtel y Blesa son dos jueces.

Si las instituciones están así es fácil imaginar cómo estarán quienes por ellas pululan. Ayer mismo traían todos los medios las andanzas y mangoneos durante años de 86 galopines de Caja Madrid con sus tarjetas opacas.  Empresarios, sindicalistas, funcionarios, políticos y expolíticos, comunistas, socialistas, conservadores llevaban una vida de lujo desenfrenado a cuenta de los impositores y de todos los ciudadanos pues finalmente esa Caja fue rescatada con miles de millones dinero público. Han dejado rastro por todas partes de sus gustos y aficiones y cabe hacerse una idea de qué tipo de gente estaba al mando de la cuarta entidad financiera del país: comilonas, hoteles de lujo, joyas, cash a cientos de miles, mucho alcohol, clubs, pubs, puts (acabo de inventarme el término, pero encaja), safaris, viajes de placer, golf. 15,5 millones de euros del dinero de todos en seis o siete años. Ni uno ha comprado un incunable, una edición príncipe, un libro raro, o un grabado, una estatua, algo de cerámica. Ninguno ha dado prueba alguna de que no se trata de un puñado de patanes enriquecidos. Y muy solidarios, como buenos mafiosos. Díaz Ferrán, actualmente en Soto del Real, se pulió una pasta en papear en el restaurante de su amigo Arturo Fernández que hizo lo propio en su propio pesebre; él se lo guisó, él se lo comió, él se lo pagó y él se lo cobró. Un puñado de miles de euros. El tipo que lleva tres meses sin pagar la nómina de sus empleados.

El anecdotario es suculento y morboso. Compraban lencería y quién sabe qué más cosas picaronas. Pero eso no es lo importante, como no lo era que Roldán se corriera las juergas en gayumbos. Lo importante es lo que significa el fenómeno en su conjunto. El saqueo de Caja Madrid fue una operación diseñada desde arriba. Blesa, presidente del Consejo de Administración desde 1996 a 2009, fue nombrado por su amigo íntimo Aznar. Las relaciones entre ambos irán saliendo de esos miles de emails que el imitador de Hemingway en el África ha intentado bloquear y, al parecer, Bankia ha entregado ya al juez. La mínima parte que se sabe ya pone los pelos de punta. Y queda tela por cortar. Como de la red de corrupción que Blesa tejió, pringando a todos los miembros de los órganos de supervisión, consejo, vigilancia y lo que fuera. Como la política de concesión de subvenciones y créditos, regida por el favoritismo más evidente, partidos, fundaciones, empresas, amigos. Como los desatinos que condujeron finalmente a la quiebra de la Caja que, según parece, se trató de frenar a base de idear la indignante estafa de las preferentes. Así los jubilados de Madrid se quedaron sin sus ahorros para que estos granujas se doraran la panza al sol del Caribe.

Del principio al final una operación política para "privatizar" las cajas y, de paso, esquilmarlas. Una operación del PP con la complicidad si no de los otros partidos, al menos de sus representantes en ellas, que guardaban silencio mientras se fundían la pasta pública en pitanzas.

¿Y qué decir de Zapatero quien, en 2007/2008 al comienzo de una crisis que se obstinó en negar más que Rajoy el nombre de Bárcenas, andaba presumiendo de la fortaleza del sistema financiero español, que había pasado todas las pruebas de stress y, en especial, las cajas de ahorros piezas rozagantes de ese sistema sabiamente reformado por no sé qué ministro socialista de Economía. ¡Caja Madrid, ejemplo de sano sistema financiero! Supongo que Blesa y sus amigos de francachelas reirían a mandíbula batiente mientras brindaban con Dom Perignon.

divendres, 10 d’octubre del 2014

¿Es ilegal pedir la independencia?


Como bien se sabe Palinuro es troyano y por tanto lo ignora todo de las naciones. Su patria fue destruida hace 2.700 años y sobre ella se edificaron otras patrias, también luego destruidas. Le quemaron las raíces y por eso se hizo a la mar, en busca de otras. Pero no llegó a echarlas de forma que su sentimiento nacional, si lo hubo, murió; y él murió a su vez antes de tener otro nuevo. Pero eso es Palinuro. Su alter ego, Cotarelo, es un confeso nacionalista español. Un nacionalista partidario de reconocer el derecho de autodeterminación de las otras naciones que hay en España y, por descontado, su derecho a llamarse a sí mismas naciones. Su idea es que la nación española está, o debe estar, compuesta por la asociación o unión o federación o confederación de las naciones que la integran, castellana, gallega, vasca y catalana. Tampoco objeta si hay otros territorios y poblaciones que desean ser naciones. Lo esencial es que la asociación sea una comunidad voluntaria, por mutuo acuerdo e interés. Está convencido de que la nación fuerte es la que puede permitirse reconocer el derecho de autodeterminación de las que la componen porque confía en que elegirán quedarse, como ha sucedido en el Canadá y en Gran Bretaña hace unos días. Una nación fuerte, segura de sí misma, no coarta la libertad de decidir de sus partes porque espera que estas decidan mantenerse unidas en función del principio de superaditividad. Pero igualmente acepta un resultado adverso a sus expectativas, esto es que, en ejercicio de su derecho de autodeterminación, una nación decida separarse del resto e ir por libre. La independencia.

El nacionalismo español, esto es, básicamente el nacionalismo castellano identificado con lo español, no quiere ni oír hablar de la independencia de Cataluña. Ni como remota posibilidad. Tanto es su rechazo que tiende a considerar delito la reclamación. Vamos así directos a admitir los delitos de opinión, algo siempre tentador para la derecha nacionalcatólica vinculada a la Iglesia, con su reconocida afición a tipificar como delitos lo que ella considera pecados. Pedir la independencia de una o más partes de España, o de todas ellas, no es ni puede ser un delito, como no lo es ni puede serlo pedir por ejemplo que, en lugar de ser una monarquía parlamentaria, el país pase a ser una república. Otra cosa es cómo se pida. Si, para hacerlo, se procede a la sedición o la rebelión, es claro que será delito; pero eso mismo pasa si se recurre a ellas para cualquier otra petición. En sí mismo, pedir la independencia, propugnarla, trabajar por ella no es delito si todo actuar está dentro de la legalidad. Y ahora hablamos de esa legalidad.

Viene esto a cuento de que el Consejo General del Poder Judicial está considerando abrir expediente disciplinario al magistrado Santiago Vidal, no por actividades realizadas en el ejercicio de su condición, sino en su condición de ciudadano privado. El juez es independentista en sus convicciones personales y actúa como tal. Justamente de lo que se le acusa ante la correspondiente comisión disciplinaria es de haber firmado, junto con otros juristas, un escrito público sosteniendo la posibilidad de la independencia de Cataluña por vías jurídicas. También se le acusa de haber colaborado en la redacción de un proyecto de Constitución para Cataluña, constituida en República. Reprimir estas actividades es atacar la libertad de expresión. Plantear la posibilidad de la independencia por cauces jurídicos no puede ser ilegal porque en tal caso los cauces no serían jurídicos. Y de la posibilidad de que haya una independencia de Cataluña por la vía legal hablan eminentes juristas nada partidarios de aquella, como Rubio Llorente. En cuanto a la redacción de un proyecto de Constitución para una Cataluña republicana, ¿cómo puede considerarse un delito? Sería como pretender castigar un proyecto utópico con una Constitución de un Reino de España gobernado por un consejo de personas honradas. Lo que sucede es que entre un proyecto de Constitución catalana y uno del Reino de España gobernado por gentes honradas, la diferencia es la verosimilitud, la probabilidad y eso es lo que pone nerviosos a los nacionalistas españoles. Por eso se lanzan a repartir mandobles y apagar las llamas de una sedición que, de momento, solo está en sus cabezas.

Pero, se dice, se trata de un juez. Verdad es, pero un juez en su condición de ciudadano privado. El debate estará en hasta dónde tienen los jueces limitados sus derechos en su vida privada. Supongo que quienes lo acusen considerarán que Vidal ha ido contra el art. 389, 7º de la Ley Orgánica del Poder Judicial que prohíbe a los jueces y magistrados "todo tipo de asesoramiento jurídico, sea o no retribuido", pero ninguna de las dos actividades, el escrito colectivo y el proyecto de Constitución, son asesoramiento. Entre otras cosas, faltan los asesorados, pues el propio juez, que reconoce su participación en el proyecto constitucional, explica que no obedece a un encargo de la Generalitat o de cualquier otro ente. Por cierto, recuerdo haber visto al mismo juez en un vídeo defendiendo el  derecho de autodeterminación e independencia en vía jurídica. Una opinión tan digna de tenerse en cuenta como cualquier otra; como la contraria.

Está viéndose: la respuesta del nacionalismo español gobernante, con el apoyo explícito y sin fisuras del otro partido dinástico, es la criminalización del independentismo catalán. Lo llaman prevalencia de la legalidad pero es búsqueda de la penalización, la represión, el castigo. Además del magistrado Vidal, las amenazas se dirigen hacia Artur Mas y también, aunque en menor medida de momento, hacia quienes se impliquen en el proceso soberanista en cargos público. Es lamentable que la Vicepresidenta del gobierno amenace a Mas con que la Fiscalía estará pendiente de sus pasos. Y eso a menos de un mes de que los británicos nos hayan dado una lección de cómo se tratan estas cuestiones sin necesidad de amenazar a los demás con meterlos en la cárcel. Así sigue desarrollándose el drama y Artur Mas, en su papel de Moisés, de Guillermo Tell, afirma, crecido, que no piensa dimitir ni retirar la consulta.

El rigor con el que el gobierno central arrincona al independentismo catalán en el angosto cuadrilátero de la legalidad niega expresamente la posibilidad de plantear el asunto en el terreno de la legitimidad. Es mucho. Para ello tendría él que estar por encima de toda sospecha porque, de otro modo, esa defensa de la ley será defensa de la ley del embudo. En términos concretos: todo el rigor que se percibe, y se aplaude, pues la ley es la ley, en la vigilancia sobre el comportamiento del juez Vidal se convierte en laxitud cuando se trata de vigilar el del presidente del Tribunal Constitucional. Este órgano, que ha suspendido la ley catalana de consultas a petición del gobierno, acaba de rechazar una recusación de la Generalitat de dos de sus magistrados, uno de ellos, su presidente. La falta de imparcialidad de este es patente. Fue militante con pago de cuota del partido del presidente del gobierno que lo ha propuesto para el cargo y es quien remite la recusación. Además, fue colaborador directo, supongo que retribuido, de la FAES, el think tank de la derecha más retrógrada y virulenta, y es razonable considerar asesoría su tarea al influir, si no redactar, el anteproyecto de la reforma laboral que luego el gobierno presentó como suyo.

La muy probable decisión final negativa de un Tribunal Constitucional sin prestigio ni autoridad moral añadirá más gasolina al fuego. Un fuego inquisitorial al que quieren arrojar ahora a cientos de miles de independentistas. No, pedir la independencia no puede ser ilegal. Y conseguirla, tampoco.