dijous, 11 de setembre del 2014

300 años.

¿Quien dijo a los que detentan el poder que gobernar era asunto sencillo, previsible, de sentido común, de hacer las cosas como Dios manda, de ser práctico y constante? Pregunta retórica, pues no se lo dijo nadie. Se lo inventaron ellos y es probable que con el mismo espíritu con el que se inventaron que iban a reducir el paro, no subir los impuestos o respetar las pensiones.

La Diada de este año, hoy, promete ser apabullante, revelar su naturaleza de cuestión de Estado. Después de tres años de efervescencia, a raíz de la malhadada sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto, el independentismo catalán lleva la iniciativa y ha demostrado una gran pujanza basada en tres factores: a) tiene razones de peso, que debieran estar siendo debatidas pero no lo están; b) las expone de forma democrática, dialogada, positiva; c) y lo hace con un dominio de las técnicas de comunicación política envidiable.

Frente al independentismo, el Estado central, el gobierno y su partido y, en general el nacionalismo español aparecen a la defensiva, sin estrategia coordinada, sin opciones alternativas, salvo ese difuso federalismo que esgrime Pedro Sánchez, heredado de Rubalcaba. Del alcance de la propuesta da idea el hecho de que el mismo Sánchez haya dejado claro que no reconoce derecho alguno a decidir de los catalanes y que en eso coincide con Rajoy. Este, a su vez, cerrado a toda negociación, al tiempo que insiste en ser partidario acérrimo del diálogo, de la impresión de que ni siquiera tiene una idea clara de las dimensiones reales del fenómeno. Con motivo de la Diada de 2012, cuando un millón y medio de personas pidió en Barcelona que Cataluña fuera un nou estat d'Europa, Rajoy daba prueba de su incapacidad para comprender el problema diciendo que España no estaba para algarabías. Cometía así el mismo típico y altanero error que Cameron con Escocia: infravalorar al adversario, en cierto modo hacerlo de menos, despreciarlo. Justo la actitud más estpúpida frente a quienes sienten estar luchando por su dignidad como pueblo. Cameron se ha dado cuenta a tiempo y, aparte de ofrecer alguna concesión material más, ha abierto su corazón y confesado que se sentiría muy desgraciado si los escoceses se van. Es obvio que el sondeo en el que se daba mayoría a la independencia ha ayudado a la élite británica a caer del guindo. La salida de Escocia es un fracaso del Reino Unido y se ve como el portento de una época de fraccionamiento europeo.

En España no se llega a tanto. Por no faltar a la costumbre, Rajoy no entiende la gravedad del error de despreciar al adversario. Por otro lado, aquí nadie se anda con pendejadas y tiquismiquis democráticos. No se celebrará referéndum alguno. Escocia no tiene nada que ver con Cataluña porque no. Y ya está.  La soberanía nacional no se trocea, postulado en el que cuenta con el apoyo de Pedro Sánchez sin otro argumento que lo previsto en la Constitución texto, sin embargo, que los dos partidos dinásticos cambian en veinticuatro horas cuando se lo ordenan quienes en verdad mandan.

Si la consulta, o sea el referéndum, se celebrara, las consecuencias serían unas u otras. Pero es absurdo pensar que, si se prohíbe el referéndum, no habrá consecuencias. Las habrá igual pero también serán distintas. No hay duda, con todo, de que limitarse a decir, como hace el presidente del gobierno, que se han tomado todas las medidas contra la consulta, no ayuda ni una pizca a nada bueno.

Y fuera de ese decir sin decir nada que más parece un amagar y hasta un amenazar, en la capital del Estado, nadie tiene propuesta alguna. Se supone que el Rey, en cumplimiento de la tarea mediadora y estabilizadora que la Constitución le adjudica, estará haciendo sus gestiones discretamente, llamando a este o aquella, comiendo allí o allá, convocando a unos u otros. Pero, entre la bisoñez del monarca, que inaugura su reinado con una crisis mayúscula, las más grave para el Estado en decenios, no es mucho lo que cabe esperar de estas gestiones de pasillos y despachos cuando el conflicto está en la calle con banderas desplegadas.

Los independentistas, que debieran llevarse el premio Príncipe de Asturias de la comunicación, están realizando una campaña de movilización social de gran impacto, haciéndola transversal, internacionalizándola y valiéndose de las tecnologías de la información y la comunicación. Ese cartel es un éxito. Los ejes de la "v" de la victoria, si no ando equivocado, recorren la Gran Vía de las Cortes Catalanas y la Diagonal, confluyendo en la Plaza de las Glorias Catalanas. Pura simbología.

Frente a ese espectáculo de participación (en todos los sentidos del término, incluso en el crítico de la sociedad del espectáculo) de la sociedad civil catalana, en el que entran castellers, artistas, monjas, deportistas, orfeones, empresarios, inmigrantes, jueces, cocineros, etc el nacionalismo español no tiene nada que oponer, no ha fabricado espectáculo propio, ni sus intelectuales y clases pensantes se han tomado la molestia de articular uno. Las escasas manifestaciones de las autoridades o personalidades tienen un contenido hostil hacia el soberanismo, pero sin presentar propuesta alguna renovada en ningún orden. Al contrario, la España nacional, con sus quinientos años de historia, no admite variación alguna. Es monárquica, taurina y nacionalcatólica. Y gobernada por la derecha cual si fuera su cortijo. Como siempre.

dimecres, 10 de setembre del 2014

El pucherazo electoral y la unidad de la izquierda.


La adhesión de la derecha española a la democracia es inexistente. Heredera ideológica y, en muchos casos, biológica, del franquismo más criminal, considera que el Estado democrático y social que la Constitución consagra es una pepla con la que hay que cargar en estos tiempos tan contrarios al caudillismo y la dictadura, sus dos querencias. Acepta la democracia como mal menor, mientras no se pueda volver a formas de gobierno más reciamente hispánicas y nacionalcatólicas y siempre que, entre tanto, puedan reformarse las leyes para garantizar su acceso al poder y su mantenimiento en él por los siglos de los siglos, como exige el orden natural de las cosas.

Precisamente uno de estos proyectos de cambio legislativo en provecho propio es lo que propone el partido del gobierno con la elección directa de alcaldes. Pretende esconderlo y adornarlo en otro programa más amplio que llama de regeneración democrática. Que este partido, una presunta banda de malhechores creada para expoliar el erario público, y cuyos dirigentes, incluido el presidente del gobierno, llevan veinte años cobrando dineros de la corrupción, apadrine una regeneración democrática es algo tan absurdo que solo puede darse en España, la tierra del esperpento. Tal proyecto de elección directa de alcaldes pretende garantizar que el PP siga mandando en los principales ayuntamientos con el doble objetivo de continuar robando y de impedir que otros gobiernos municipales puedan auditar su gestión y pasar factura por las tropelías cometidas hasta la fecha.

Los sondeos vaticinan unos resultados desastrosos para el PP en las próximas elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2015. Con un poco de suerte, conservaría el gobierno de las dos ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, baluartes de la cristiandad en tierras del infiel. Y, con las alcaldías, también perdería los gobiernos autónomos de gran parte de las Comunidades en las que, como en Madrid y Valencia, lleva decenios haciendo chanchullos, expoliando las arcas públicas, llenando los bolsillos de los militantes, amigos, deudos y clientes; en definitiva, privatizando, robando lo público, quedándoselo a precio de ganga, haciendo política neoliberal.

Aunque aun falten más de ocho meses hasta los comicios, no es cosa de tratar de recuperar el terreno perdido a base de campañas electorales y preelectorales, sobre todo ahora que ya no pueden pagarse con dinero de la Gürtel, porque, el desprestigio del partido y sus políticas ha alcanzado un punto de no retorno. La corrupción, el robo generalizados, la manifiesta incompetencia y estupidez del presidente del gobierno y sus ministros, el carácter retrógrado, nacionalcatólico de sus políticas, su evidente actitud antipopular de saquear a la población en beneficio de los ricos, la ruina del país y sus clases medias y la crisis territorial en que ha sumido a España, no pueden ya disimularse más ni siquiera en una situación en la que el gobierno dispone de unos medios de comunicación en actitud de casi total sumisión lacayuna a sus designios, solo aptos para denigrar a la oposición y alabar las arbitrariedades del poder.

Los índices de popularidad del presidente y los ministros son los más bajos de la historia democrática española y la intención de voto a su partido prácticamente inexistente. El descrédito de su acción alcanza cotas insuperables. Nadie cree a Mariano Rajoy cuando, forzado por las circunstancias, se ve en la necesidad de farfullar alguna explicación en ese español que no llega a dominar y todo el mundo piensa, incluidos sus seguidores, que el hombre no hace otra cosa que mentir y mal. Afortunadamente para él, dada su carencia de dignidad, ello no parece afectarlo. De otra forma, hace mucho tiempo que, al estar bajo fuerte sospecha de haberse lucrado con dinero negro, se habría ido a su casa para no seguir siendo la ridícula vergüenza internacional que hoy es.

En esas circunstancias, la única posibilidad de contrarrestar los vaticinios de los sondeos es cambiar la ley electoral. Hacerlo a ocho meses de la consulta es una trampa típica de ventajista, desde luego. Pero no parece que tal cosa arredre a un personal que lleva veinte años haciendo trampas de todo tipo, cobrando sobresueldos de la caja B y financiándose ilegalmente. Téngase en cuenta que la alternativa es mucho peor. Gentes como Cospedal, Fabra, Feijóo, Monago, Botella, Barberá, verdaderos ejemplares de un proceso de selección política a la inversa en el que se promueve a los más ineptos, símbolos de una forma autoritaria, antidemocrática de gobernar, perderían sus canonjías, sus estructuras caciquiles, sus séquitos de amigos, enchufados y clientes.

A todo lo anterior se añade un dato que la derecha tiene muy presente: la división de la izquierda hace casi seguro que, con una reforma electoral como la prevista, que prima con mayoría absoluta la lista que pase del 40 por ciento, conservaría todos sus cargos municipales y autonómicos y hasta ganaría algunos otros. Con ese señuelo es casi seguro que la derecha cambiará la ley electoral gracias a su mayoría absoluta, sin pactarla con nadie, de forma autoritaria, por decreto, con su inconfundible estilo fascista adiornado de frecuentes llamadas al diálogo.

De darse esta situación extrema, la izquierda solo tiene una respuesta posible si quiere sobrevivir: presentarse a las elecciones con candidaturas unitarias que agrupen a todas las organizaciones de esta tendencia. Todas quiere decir todas, incluido el PSOE. No hacerlo así es un acto de irresponsabilidad que llevará a que esta derecha nacionalcatólica y troglodita acabe de destrozar el país con otro mandato de cuatro años.

Continuar con las desavenencias, con las críticas, los desplantes y los insultos; seguir, como en el caso del PSOE, amagando con pactos con el PP y negando todo entendimiento con lo que da en llamar “populismos”; mantener, como en el caso de IU que el PSOE y el PP son la misma mierda y negar toda posibilidad de alianza (siendo así que la federación, gobierna en Extremadura y Andalucía en situación de franca esquizofrenia); perserverar, como en el caso de Podemos, en que el PSOE es parte de la casta y rechazar cualquier posible colaboración con él; todo eso son recetas seguras hacia el fracaso y la derrota electoral.

En noviembre de 1933, las izquierdas fueron a las elecciones desunidas y las derechas formando una piña en la CEDA. El resultado fue el bienio negro. Al día de hoy y en mayo de 2015, es fuerte la tentación de repetir tan estúpida decisión en virtud de un cálculo de oportunidad que, seguramente, saldrá mal. No conviene, suele decirse, alianza alguna preelectoral porque en mayo de 2015, por fin, puede darse un realineamiento de la izquierda, el PSOE descenderá y dejará de ser el partido hegemónico, se producirá el ansiado sorpasso y habrá posibilidades de un verdadero gobierno de izquierda. A su vez, también el PSOE puede incurrir en un cálculo igualmente irresponsable al insistir en que sus problemáticas posibilidades de recuperación dependerán de que no se presente en amalgama con ninguna otra formación. Que el cálculo que haga IU seguramente será también erróneo se deriva de la acreditada capacidad de la organización para equivocarse en sus previsiones.

El fraccionamiento de la izquierda no se limitará a ser la enésima manifestación de una incapacidad teórica y práctica lamentables, la prueba de qué hondas son en ella las raíces del oportunismo, el dogmatismo, el personalismo, el culto a la personalidad y la falta de sentido real de transformación social. Será algo mucho peor. Será la evidencia de que el discurso socialdemócrata está muerto y solo actúa como trasunto del neoliberalismo más inhumano. Pero también de que el sentido crítico y la voluntad de emancipación real de la izquierda transformadora no es más que retórica hueca y bombástica de unas gentes incapaces de ver un palmo más allá de su narcisismo o sus intereses de burócratas paniaguados.

dimarts, 9 de setembre del 2014

La igualdad y el privilegio.


En el cielo hay zafarrancho de revista y todos sus moradores andan azacanados tratando de cumplir los encargos que les llegan de la tierra. En concreto del gobierno español, cuya forma de entender la aconfesionalidad del Estado consiste en hacer outsourcing, o "externalizar" sus obligaciones en el cielo. Una forma de privatizar servicios públicos esenciales encargándoselos a los seres angélicos, amigos de siempre y gente bien de toda la vida.

Y no se crea que se trate de decisiones esporádicas u ocasionales. Es una política regular, sistemática, que debiera ya tener sección fija en el Boletín Oficial del Estado más apropiadamente llamado Boletín Oficial de la Parroquia. Veamos: se estrenó la ministra Báñez encargando la solución del paro a la Virgen del Rocío. Se sumó después el ministro del Interior, un encargado de negocios de la Santa Sede en España, condecorando a la Virgen del Pilar e impetrando el favor de Santa Teresa de Ávila para guardar el orden público. La alcaldesa Botella interrumpió su intensa actividad de agosto a fin de pedir a la Virgen de la Paloma lo mismo que Báñez a la del Rocío, pero para los madrileños, a quienes San Patricio, santo silvícola, proteja de las caídas de ramas de árboles. El alcalde de Valladolid, mártir de la vesania femenina universal, pide a la Virgen de San Lorenzo que "eche una mano" en la recuperación del empleo en la ciudad. Aguirre a quien las vírgenes deben de parecer poca cosa en su condición de Dama del Imperio Británico, pone su destino, o sea, su carrera política, en manos de la Divina Providencia; del jefe máximo.

¿Qué les sucede? ¿No están en sus cabales? Pudiera ser, pero es indiferente. Lo esencial es que creen vivir en otro mundo, estar hechos de una pasta especial, gozar de la predilección de las cohortes celestiales, interaccionar con santos y santas como con el dentista o el notario. Se piensan superiores. Basta escuchar a Gallardón, Wert y hasta el inefable Cañete. ¿Iguales ellos a la chusma a la que hacen el favor de gobernar? ¿Ellos, que hablan de tú a tú a las once mil vírgenes? ¿La igualdad? Eso ¿qué es?


Sí, efectivamente, ¿qué es? Nada. Pura envidia. La derecha detesta el principio de igualdad. He aquí lo que escribía al respecto Rajoy en El faro de Vigo en 1983, hace más de 31 años y, por tanto, a los veintiocho de la vida del autor, una edad de pasión y fuego, de ilusiones y grandes ideales. Ese conjunto de necedades retrata a la perfección el juicio de la derecha sobre la igualdad y su defensa de la desigualdad basada en la tosca falacia de equiparar un principio moral con un hecho. Explicar al autor de este texto que los partidarios de la igualdad no creen que los seres humanos sean iguales de hecho, sino que deben ser iguales en derechos, es tarea inútil. Por eso ha llegado a presidente del gobierno de España.

Lo contrario de la igualdad, según en qué sentido, no es la desigualdad de hecho sino el privilegio. Y ese es el nudo de la cuestión. La derecha postula la desigualdad (incluso dice que es un acicate para la superación personal y el logro de lo que llama con temor reverencial la excelencia) pero piensa en el privilegio que es lo que considera suyo propio, desde el origen de los tiempos, genéticamente, que diría Rajoy.

Las divertidas peripecias del incidente de circulación de Aguirre han reventado Twitter que es en donde se concentra la mayor densidad de pitorreo por minuto y tuit. Si tuviera tiempo, me marcaba ahora una teórica sobre cómo el ágora pública digital está comiéndose a la otra, a la que ya no sé ni cómo llamar porque, desde luego, no es más "real" que la primera. Ya habrá ocasión.

Lo oportuno aquí es repasar el comportamiento de la dama en el lío que ella sola ha organizado por su arrogancia y majadería. Estaba en falta y se enfrentó achulapada a los agentes, tratándolos de tú, imputándoles intenciones torcidas, desobedeciéndolos y embistiéndolos. Se escudó luego en los agentes de la Guardia Civil para escabullirse de los otros. Aprovechó su acceso libre a todos los medios para dar su versión, falsa y altanera de los hechos y seguir acusando a los empleados públicos de perversos propósitos. Cuando el juez ha devuelto el sumario ordenando que se instruya como delito, ha cargado contra el juez en cuya decisión insinúa prevaricación y de nuevo contra los agentes. Por supuesto, con el auxilio entusiasta de los medios afines que andan investigando oscuros contactos de algunos de aquellos con Podemos. Todo el mundo sabe que si una ciudadana ordinaria hubiera hecho lo que Aguirre, esa noche hubiera dormido en un calabozo. Pero no la expresidenta de la Comunidad de Madrid que, obviamente, cree estar por encima de la ley; que no es igual a la chusma; que tiene derecho al privilegio. 

Vienen a la memoria las palabras del abdicado: "la Justicia es igual para todos". Dime de qué presumes... La Justicia no es igual para él mismo, ni para su hija, ni su yerno, ni los Fabra, Matas, ni siquiera para la insoportable señora Aguirre.

La defensa del privilegio es el meollo del pensamiento y la acción de la derecha. La ley está para que la cumplan los demás, los que son iguales ante ella, pero no para que la cumplan los privilegiados. Rajoy sabe mucho de esto. Lo tiene muy pensado desde joven.

dilluns, 8 de setembre del 2014

La corrupción no es solo cosa de dinero.

Decía Joseph Goebbels, hombre inteligente y culto, aunque moralmente depravado, que "está bien tener un Poder que descanse sobre las bayonetas; pero es mucho mejor y más satisfactorio conquistar el corazón de la gente y conservarlo". Y a eso dedicó su vida en pro de una ideología que la humanidad ha considerado monstruosa. Lo hizo como ministro de Propaganda del Reich, mediante el manejo de los medios de comunicación.

Llegaría luego el momento en que la sociología occidental formulara el axioma de la segunda mitad del siglo XX y más allá: la teoría del fin de las ideologías. Nadie objetó que era arriesgado decretar el fin de algo cuya naturaleza no se conocía con exactitud. Las ideologías habían muerto en el curso del desarrollo de las sociedades industriales. Algún raro, como Inglehart, se puso a hablar de "valores postmaterialistas", en donde alentaba cierto vestigio ideológico, pero se le hizo poco caso. Las ideologías eran cadáveres. La nazi y la comunista singularmente, forma funeraria que adquiere la frecuente negativa a admitir la dualidad izquierda/derecha.

¿Y qué se predica entonces? Precisamente la inanidad, la inconveniencia de toda ideología. Y se hace de la misma forma que aquella, a través de los medios de comunicación, infinitamente más potentes en todos los sentidos que los del tiempo de Goebbels. Esa insistencia en que las decisiones políticas y las jurídicas son (o deben ser) meramente técnicas, sin mezcla de ideología alguna, rezuma prejuicios ideológicos. La idea es que la política es una mera administración racional de las cosas, sin atención a los valores. Esa administración racional está tomada de la teoría de la decisión racional que presupone que esta es siempre egoísta.

El resultado evidente, inmediato, de esta "tecnificación" de las decisiones políticas es la corrupción, algo que sus propios beneficiarios admiten y a lo que dicen que hay que combatir por vía legislativa. No obstante y a pesar de su gravedad y la aguda conciencia social que despierta, la corrupción no es solamente un asunto económico de cohechos, malversaciones, apropiaciones indebidas, etc; eso no es sino el epifenómeno. La realidad es que el conjunto del sistema está corrompido, no solo económica sino también moralmente.

La principal regla no escrita de la democracia es la sinceridad y la veracidad. Forman parte de los requisitos de la acción comunicativa de Habermas. La democracia es un debate en el que se presume la buena fe. No es admisible una basada en el engaño y la mentira sistemáticos. Es una forma corrupta de democracia, raíz vigorosa de todas las demás corrupciones. Llegar al poder ensartando una ristra de mentiras, como hizo Rajoy y le jaleó el aparato mediático (imagen primera), es inadmisible e ilegítimo. Así se ganó el corazón de la gente, como recomendaba Goebbels y a través de los medios de comunicación. Se argumenta, sin embargo, que no se trataba de mentiras, de enunciados de hecho, sino de intenciones, de promesas que después serían imposibles de cumplir. No hay corrupción, no hay mentira sistemática sino un duro cumplimiento con el deber.

Pero queda la otra exigencia goebbelsiana: conservar el corazón de la gente una vez conquistado. Y ahí aparece de nuevo el uso de la mentira planificada, sobre asuntos de hecho con implicaciones incluso penales y sin excusa alguna. La imagen segunda es una recopilación parcial, muy parcial, de ejemplos del uso de la mentira sistemática como forma de comunicación del gobierno con la opinión pública y con la instancia parlamentaria. Ese es el fondo oscuro de la corrupción, amparado en la impunidad. El que hace que un Rey salpicado por la sospecha de la corrupción haya de abdicar y un gobierno al que sucede lo mismo no considere que deba dimitir.

diumenge, 7 de setembre del 2014

Si España se rompe, ¿de quién será la culpa?


Siento ser reiterativo, pero no veo cómo evitarlo. En España muchos asuntos ocupan la atención de la colectividad, nutren debates y tertulias: la crisis económica, la llamada regeneración democrática, los demás proyectos legislativos del gobierno, la corrupción, el efecto Podemos, el destino del PSOE, la unidad de la izquierda. Temas muy importantes, desde luego; tanto que apenas se dedica la atención que merece a otro infinitamente más grave, de mayores consecuencias a corto, medio y largo plazo: la posibilidad de la separación de Cataluña. Y no se le dedica porque los españoles no acaban de percatarse de su trascendencia; no creen, en el fondo, que dicha posibilidad sea una probabilidad; no ven correctamente la situación real; piensan, casi inconscientemente, que no llegará la sangre al río

Quizá por eso, y no por tradicional incuria, carecen de propuestas positivas alternativas a la requisitoria independentista. Los socialistas, tan nacionalistas españoles como los conservadores, esgrimen un confuso proyecto federal en el que no creen ni ellos como se prueba por el hecho de que no lo aplicaran en sus veinte años de gobierno. Los conservadores no solamente carecen de toda propuesta sino que lo tienen a gala porque, a su juicio, las cosas están muy bien como están, el independentismo es un delirio o un delito y medios tiene el Estado de tratar con él, sea lo uno o lo otro o ambas cosas al mismo tiempo. El mero hecho de que toque a este gobierno, tan limitado intelectualmente como reaccionario y nacionalcatólico, tratar con el mayor desafío a la unidad de España de los últimos cien años o más es ya una tremenda desgracia.

Entre otras cosas, la Transición fue un compromiso de solución de la sempiterna cuestión territorial española. Fue más cosas y todas ellas por compromisos cuyo mayor defecto fue la desigualdad o asimetría. No corresponde aquí hablar de los demás pero en lo referente a la organización territorial del Estado, el título VIII de la Constitución, el fracaso es ya evidente. Y lo es porque la derecha, especialmente la derecha, aunque haya participado el conjunto del nacionalismo español, incluido el de izquierda, no ha respetado su parte en el compromiso. La transición, entendida como la última fórmula de convivencia de las distintas naciones en el Estado español, ha fallado. Hemos alcanzado un punto de no retorno del que, sin embargo, la opinión pública española no parece tomar conciencia. Y ese es el motivo de mi preocupación e insistencia. De todo ello trato de dar cumplida cuenta en el libro que sacará Península próximamente sobre El ser de España y la cuestión catalana

Aquí proseguiré ese razonamiento al hilo de la actualidad. La pregunta de quién será la culpa si España se rompe se responde señalando a la derecha. Fundamentalmente porque su estilo autoritario, intransigente, impositivo de gobierno de siempre excluye los acuerdos con agentes distintos. Con mayoría absoluta, la derecha no pacta nada, ni las medidas para garantizar eso que dice le preocupa tanto de la unidad de España. Los españoles han de aceptar el criterio nacionalcatólico tradicional o callarse y excluirse de la refriega. La derecha intolerante, este gobierno, sin ir más lejos, tiene toda l a responsabilidad de lo que suceda porque no permite participar a nadie más salvo que acepte sus términos.

Y ¿qué terminos son esos? Un breve repaso a la situación: el cardenal Cañizares, nuevo arzobispo de Valencia, toma posesión hablando de la prioridad de la unidad de España. ¿Qué España? La de la Cruzada, según recordaba hace una fechas otro clérigo en Los Jerónimos de Madrid, animando a las huestes cristianas a emprenderla si es necesario. El inefable ministro de Educación arrancó su mandato queriendo españolizar a los niños catalanes, siendo así que, según su ideología, ya son españoles por el hecho de ser catalanes. Querrá decir, más españoles; o menos catalanes. Los militares rezongan en los cuarteles y sus revistas y formulan vagarosas e indirectas amenazas que nadie quiere oír.

El presidente del gobierno muestra una insensibilidad pasmosa. Se limita a decir que no es posible ir contra la ley, de la cual él es el garante. Él, que la cambia cuando le conviene por meros intereses partidistas y que carece de todo crédito en punto a comportamientos estrictamente legales. Cospedal propone un frente español antinacionalista en Cataluña del que, como muy buen tino, se han distanciado el PSC y Unió que no quieren verse en tan intemperante como provocativa compañía. Y Sáez de Santamaría riza el rizo recomendando altaneramente a Mas que no obstaculice con pendejadas soberanistas el potente liderazgo español en la recuperación europea. Lo irritante de esta impertinencia no es que dé por ciertas las habituales mendacidades y fabulaciones de su jefe Rajoy sobre la salida de la crisis, sino que sea la enésima prueba de la intolerancia y la soberbia de la derecha española: lo que tienen que hacer los nacionalistas catalanes (y todos los que no piensen como ella) es callarse y no dar la brasa. España es el predio de la oligarquía nacionalcatólica de toda la vida, perfectamente representada en este gobierno.

¿Y la sociedad civil? El ministerio de Asuntos Exteriores acaba de prohibir un acto de presentación de una novela de Albert Sánchez Piñol en el Instituto Cervantes de Utrecht. La novela versa sobre la toma de Barcelona en 1714. El ministro García Margallo lo prohíbe por "razones políticas", sin calibrar (y eso que es diplomático) lo que tiene de simbólico que la censura se haga en Utrecht y mucho menos la carga que le añade su propia personalidad y biografía porque García Margallo es sobrino nieto de un capitán García-Margallo muerto en El Annual en 1921 y bisnieto de un general Margallo muerto en Melilla en 1893, en la llamada "guerra de Margallo". Es decir, un descendiente de una típica familia africanista y, por ende, franquista.

En efecto, ¿y la sociedad civil? Los intelectuales, los escritores, las figuras públicas brillan aquí por su ausencia. No han sido capaces de subscribir una carta o manifiesto como la de los famosos ingleses dirigida a los escoceses y en la que, respetando su derecho a la secesión, les pedían que no se fueran. Al contrario, de haber suscrito algo han sido piezas hostiles al nacionalismo catalán, bien de modo bronco, negándole legitimidad y legalidad, bien de forma más morigerada pero similares intenciones. Y tampoco parecen dispuestos a elevar la voz ante un acto flagrante de censura, de negación de libertad de expresión a un colega por el hecho de ser catalán y escribir desde perspectiva catalana, aunque lo haga en español.

Nada. Un vergonzoso silencio frente al desafío mayor a la persistencia de la nación como la conciben los estamentos pensantes españoles. Si acaso, algunas divagaciones altaneras sobre la pobreza conceptual de los nacionalismos en general de los que, por supuesto, están excluidos quienes las elaboran. Pero de eso se tratará en otro post.

Lo dicho: si España se rompe la culpa será de la derecha nacionalcatólica. Y el asunto es un verdadero sarcasmo porque esta derecha es la heredera ideológica de la que desató un golpe de Estado, una guerra civil y más de treinta años de dictadura para evitar dicha ruptura, exterminando no solo a los nacionalistas sino también a las izquierdas, a las que acusaba de connivencia con estos.

dissabte, 6 de setembre del 2014

Reflexión sobre Podemos.

La fulgurante aparición de Podemos ha sembrado el desconcierto en el sistema político, lo cual es una muestra de lo lentos que somos en nuestras percepciones y nuestra poca capacidad para explicar las novedades. Hace lustros que se teoriza sobre la "sociedad de la información y la comunicación", la "sociedad mediática", las democracias de los medios. Pero seguimos sin entender cómo funcionan. Los partidos ya no se fundan en modestas tascas de barrio o en los mullidos despachos de abogados y banqueros y en relaciones personales. Surgen de una realidad abigarrada, fragmentada, que llamaría "postmoderna" si supiera qué quiere decir eso. De una comunicación que trasciende el orden personal, mediada por las TICs. Incluso algún adelantado del análisis político académico, como Rospir, propuso llamarlos media parties hace años. Podemos tiene algo de esto, pero no se agota en ello. Ni mucho menos.

Sentado, pues: la reacción mayoritaría del establishment político mediático ha sido hostil. Eso que antes se llamaba el sistema, un término similar al de casta de Podemos y también muy conveniente porque permite identificar un enemigo y hacerlo de un modo suficientemente vagaroso para incluir o excluir de él a quien nos parezca en cada momento. Ese pronombre "nos" es la clave del concepto, la clásica e implícita contraposición entre "nosotros " y "ellos". Aclaro que me refiero a la vieja idea de sistema. Esta reciente que se trasluce de las acusaciones de "antisistema" en boca de gentes conservadoras es un contrasentido que no cuaja, pues usan el término sistema como sinónimo de "orden constituido", el que las beneficia a ellas.

La reacción ha sido muy hostil. La derecha no ha parado en barras y tanto sus políticos, diputados como sus innúmeros portavoces en los medios y tertulias han ido al ataque en todos los frentes, político, ideológico, social, personal. Con tanta saña que algunos se preguntan si no se conseguirá el efecto contrario de ensalzar la formación a ojos de la opinión pública. Porque esa opinión es muy contundente. Pablo Iglesias es el líder mejor valorado en los sondeos; Mariano Rajoy, el peor. Ya no gana ni al socialista.

El PSOE ha sido más moderado, pero su reacción es igualmente hostil. Podemos es antisistema, populista y neobolchevique. Alfonso Guerra propone una alianza entre PP y PSOE frente al resurgir de neofascismos y neocomunismos. Es comedido. No menciona Podemos, pero no hace falta. Felipe González sí se desmelena más y compara Podemos con Chavez, Le Pen, Beppe Grillo y Syriza. Otro que tampoco entiende la sociedad mediática en la que vive y sobre la que teoriza. Si algo tienen en común Chavez, Le Pen, Beppe Grillo y Syriza es que salen por la tele. Pero eso le pasa a él también, así que habría que incluirlo en la lista de no ser porque esta lista es una tontería, con todos los respetos.

La reacción de IU es cautamente ambigua. Los resultados electorales recientes y el sentido común indican que la federación ha sido el principal caladero de votos de Podemos. De ahí esa actitud ambivalente de sí pero no, somos lo mismo pero no somos lo mismo y otros sofismas que no dejan mucha salida a ninguno de los dos porque tampoco Podemos puede permitirse ir a una alianza con una fuerza tradicionalmente perdedora y ahora debilitada precisamente por su presencia. Es una situación cruel, pero no tiene otra salida que la hegemonía de Podemos à tout hazard.

Porque, efectivamente, contra pronósticos, Podemos supone una alteración sustancial del sistema político. Al día siguiente de las elecciones europeas (que hicieron trizas la autoestima de los sondeos) hubo una cascada de dimisiones en otros partidos y fuerzas; hubo primarias, secundarias, terciarias y hasta tercianas. Incluso ha amanecido un proyecto de reforma de la Ley Electoral General, dentro de un plan pomposamente llamado de "regeneración democrática". Lo suficiente para que, al margen de consideraciones más o menos coyunturales, se intente un análisis, siempre provisional, pero imparcial del fenómeno. Confieso de antemano que mi imparcialidad es compatible con mi simpatía por el movimiento y sus dirigentes, a algunos de los cuales conozco personalmente y de los que me siento cercano, especialmente Iglesias, Errejón o Urbán.

Podemos tiene una faceta inmediata, práctica, contingente. A ocho años de una crisis sistémica, aguda y que parece no tener fin; a tres años de un gobierno especialmente antipopular, autoritario y corrupto de la derecha; con una sociedad civil desmoralizada, después de una experiencia de fracaso del último gobierno de Zapatero, el terreno estaba baldío pero en barbecho. La aparición de un movimiento nuevo, fresco, joven, sin vínculos con el oscuro pasado, dirigido por una personalidad fuertemente carismática, popularizada en los medios de comunicación, viralizada en las redes sociales, iconografiada ya hasta en videojuegos, tenía que despertar una oleada de simpatía popular, adhesión y, por supuesto, esperanza. Porque todo eso se da en un contexto social caracterizado por un paro juvenil masivo que hace hablar de una "juventud sin futuro", una contradicción en los términos porque la juventud es el futuro.

Pero Podemos tiene una faceta mediata, de más peso teórico, menos transitorio. Tiempo habrá de estudiar hasta qué punto el movimiento se fragua en las asambleas del 15-M, pero la relación entre ambos, 15-M y Podemos es evidente. Es más, hasta cabe decir que esta fuerza es la forma que adquiere el debate algo atascado en el 15-M, acerca de cómo alcanzar eficacia en la acción política, si manteniendo la asamblea u organizándose en partido. De ahí que Podemos tenga todavía pendiente esta cuestión organizativa, que ya se verá cómo se soluciona. 

Al margen de ello, sin embargo, sí parece claro que la organización de los círculos acepta el principio democrático de que al poder se llega ganando elecciones. Eso del neobolchevismo es un golpe bajo. Ahora bien, las elecciones tienen unas condiciones, unos requisitos, formales y materiales que, de siempre, han sido fuerte escollo para las aspiraciones de las izquierdas en todo el mundo. El primero de todos, dictado por la experiencia, es que en las sociedades occidentales (a falta de nombre mejor) la mayoría, que es lo que se precisa para ganar, es centrista. Las opciones, en consecuencia, moderan su lenguaje y sus programas para no verse arrinconadas. Ahí tiene poca cabida la disyuntiva crasa izquierda-derecha que, sin embargo, sigue siendo real, de forma que se multiplican las anfibologías, los eufemismos: clases medias, los de arriba y los de abajo, etc.

Hay más, mucho más en los procesos electorales (listas, escutinios, etc), pero nos quedamos con la cuestión esencial: cómo obtener la mayoría electoral para una opción de izquierda hoy. Hay dos pasos: a) coalición de la izquierda (preelectoral o postelectoral) en sentido estricto; b) coalición de la izquierda en sentido amplio. 

Respecto a a) no es exagerado decir que Podemos se perfila como el eje en torno al cual quizá pueda fraguar una unidad de la izquierda. Si frentista o no es cosa de terminología. El problema no es terminológico, sino de contenido. Se trata de saber si las demás izquierdas, IU y sus constelaciones, aceptarán formar parte de una alianza hegemonizada, quieran o no, por Podemos. Doy por supuesto que esta coalición por sí sola no daría el gobierno a esta unión de la izquierda. Si no fuera así y se la diera, podríamos ahorrarnos considerar el paso b).

Respecto a b) y en el supuesto de que a) salga adelante. Se trata de saber si en la coalición entra o no el PSOE y cómo. Cuestión la más peliaguda por las murallas de reticencias por todas partes. Según unos, es pronto para decidir y conviene esperar los resultados de las municipales de mayo de 2015 y ver cuáles son los del PSOE. Si este va en una senda de pasokización o si mantiene su segundo (y puede que hasta primero) puesto en la dualidad de partidos dinásticos. Desde luego, las proporciones que se decanten serán decisivas para las opciones que adopten los dirigentes. Y es probable que, al final, la decisión recaiga sobre Podemos y el PSOE ex-aequo.  

Y aquí es donde hay que pensar si la sociedad española se merece otros cuatro años de gobierno de esta derecha.

divendres, 5 de setembre del 2014

El gobierno de los ladrones.


Andan los socialistas muy atareados sugiriendo todo tipo de reformas que, a su juicio, podrían mitigar el desastre de España. Alguien ha dicho al nuevo Secretario General que debe desgranar una serie de propuestas en asuntos tangibles, concretos, ser constructivo, para recuperar la confianza del electorado. Igualmente los otros partidos de izquierda, aparte de debatir sobre su anhelada cuanto quimérica unidad, proponen baterías de medidas alternativas para sacar a España del hoyo en que la ha metido la estupidez y la incompetencia de Rajoy. Todos creen que la oposición no solo debe criticar al gobierno sino también proponer otras soluciones, distintas, a las que dan por fracasadas; ser positiva.

Pierden el tiempo lamentablemente. Los gobernantes no entienden de política ni les importa. Basta con mirar sus currículums; lo suyo es la explotación de los demás o el enchufe y la mamandurria propios. No les interesan las medidas de recuperación ni el crecimiento económico, ni los índices de desarrollo, ni el bienestar de los españoles. Lo único que les importa es cómo robar, como expoliar y esquilmar lo público, cómo llenarse los bolsillos, los propios y los de los amigos y enchufados por todos los medios mediante el BOE, la recomendación, el compadreo, el enchufismo o el caciquismo. Al PP, que no es propiamente un partido político, sino que más bien parece una asociación de malhechores, le traen al fresco las cuestiones políticas, morales, ideológicas y, cuando invoca una de estas, es para acudir en auxilio de la iglesia católica, su aliada y cómplice, la organización parásita española por excelencia que no ha sufrido un solo recorte en todo lo que va de crisis.

Mañana, viernes, el consejo de ministros aprobará el llamado "rescate" de las autopistas radiales de Madrid, todas en quiebra. Es un ejemplo diáfano de la forma cleptocrática de gobernar de estos apandadores de lo público. Las autopistas se pusieron en marcha como empresas privadas en contra de todo criterio de rentabilidad y viabilidad bajo un gobierno del PP con cuantiosas subvenciones públicas y la intención de favorecer a los amigos, sin contar los presuntos fraudes, mangoneos, favoritismos y chanchullos que se hicieran en el proceso. Mientras dieron algún rendimiento, los beneficios fueron privados; cuando, a causa de la planificación incompetente, sino directamente delictiva, y de la crisis, entraron en pérdidas, estas se socializan, de forma que son los contribuyentes quienes pagaremos el nuevo latrocinio de miles de millones. Para los peperos, gobernar es exactamente esto: piratear, robar lo público en beneficio privado y socializar las pérdidas privadas producto de la incompetencia o la granujería. Como han hecho con los bancos.

No tienen proyecto de país, ni plan alguno de recuperación, ni la menor idea de política económica ni de política a secas. Si hablan de esas cosas, como hace Rajoy de vez en vez, se las inventan, fabulan, mienten descaradamente, al estilo del mismo Rajoy a quien ya no creen ni en su casa, aunque a él, con su falta absoluta de dignidad, le dé igual. Lo suyo, lo de todos ellos, es forrarse, enriquecerse. Entienden la política como un negocio. La militancia en su organización de presuntos malhechores era una preparación (sabrosamente remunerada a base de sobresueldos) con el fin de llegar al poder para arramblar con todo lo público y quedárselo. Un botón de ejemplo: Rajoy es registrador de la propiedad; dos hermanos (o hermanas) suyos, también, y algún cuñado o cuñada. Un clan de registradores. En consecuencia, el ministro de "Justicia" del Reino privatiza el registro para que los amigos, parientes, deudos, enchufados de Rajoy y el propio Rajoy, hagan negocios suculentos a costa del sufrido contribuyente y negocios fabulosos, sin costes de infraestructura (pagados por los ciudadanos) y en el que todo son ganancias.

Cualquier persona normal se avergonzaría de esto, pero no los peperos. En todo país democrático, un presidente acusado de cobrar dinero en negro y de haber amparado una caja B en su partido habría dimitido, abochornado, y no digo nada de una vicepresidenta que parece haber cobrado 500.000€ de dinero dudoso o de una ministra a quien una organización delictiva pagaba los cumples de sus hijos. Aquí siguen siendo presidente, vicepresidenta y ministra y tienen la desvergüenza de amadrinar un proyecto de... ¡regeneración democrática!

El estilo elevado a categoría. La práctica es siempre la misma: unos funcionarios públicos (todos abogados del Estado, inspectores de trabajo, técnicos de la Administración, etc) al servicio de los intereses privados con la misión de descapitalizar lo público, arruinar el Estado del bienestar y derivar los dineros de todos a sus bolsillos o los de sus amigos y/o amos. A esto lo llaman capitalismo liberal, con desparpajo propio de turistas de paraísos fiscales. Y lo practican con todo: con la educación (en donde comparten el botín con los curas, otros liberales de siempre que imponen su modelo dogmático al tiempo que esquilman a la colectividad en nombre de Dios), la sanidad pública, los servicios esenciales, la gestión pública y hasta las pensiones cuyo fondo de reserva han saqueado para comprar deuda de la suya.

La oposición está en la luna cuando se toma en serio la actividad institucional. O algo peor que en la luna. A lo mejor está también en el ajo (el caso de los EREs y otras corruptelas son significativos) y por eso sigue la corriente en lugar de denunciar de modo sistemático y recurrente, sin descanso, la corrupción del partido del gobierno en todos los niveles. El gobierno y su partido no entienden de política; la democracia les parece una estupidez; las libertades, como a Franco, libertinaje. Llaman política a enchufar a los suyos, por ineptos que sean, como han hecho en Europa con De Guindos y Cañete, y responden al creciente descontento y malestar sociales comprando material antidisturbios y endureciendo la legislación autoritaria y la censura con el fin de amedrentar a la población, escarmentarla, asustarla y oprimirla. Es lo único que saben hacer. Eso y rezar a una pintoresca panoplia de vírgenes, en la más acrisolada tradición de la estupidez nacionalcatólica.

Para ese fin han imaginado el proyecto de reforma de la Ley electoral: para imponer por vía de pucherazo  a los suyos en los ayuntamientos en los que, como se prueba por el alud de procesos en marcha por los más diversos delitos, llevan años, lustros, decenios robando. No vaya a ser que los demás partidos formen gobiernos democráticos y se descubra el pastel de este latrocinio masivo de la derecha, esta corrupción a base de la alianza de políticos malhechores, funcionarios venales, empresarios corruptos, curas chupones y delincuentes que, en muy buena medida explica la pavorosa crisis española, cuyas consecuencias estamos pagando la población civil.

Por eso mismo empiezan ya a oírse voces en el partido del gobierno para ampliar este pucherazo a las elecciones autonómicas. Los presidentes y consejeros también quieren blindarse frente a las investigaciones de sus saqueos. Y me apuesto cualquier cosa a que sale alguien pidiendo que también se extienda a las elecciones legislativas.

Es lo mejor para robar más cómodamente porque, lo que es de política, estos mangantes no entienden nada ni les importa.

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Estrambote. Hoy se ha sabido que los genios que gestionan la cuenta de Twitter de Mariano Rajoy compran seguidores. Son, sin duda, ladrones, porque estas compras se hacen con dinero público, igual que el otro mangante, Aznar, empleó fondos públicos para pagar una medalla del Congreso de los Estados Unidos que, al final, no le dieron. Pero, además, profundamente estúpidos e ignorantes pues imaginan que una cosa así en Twitter, en donde todo se sabe, podrá permanecer oculta. Se ha descubierto porque, de pronto, a Rajoy le aparecieron cerca de 60.000 seguidores en árabe, escribiendo en árabe. Escribiendo en árabe a un tipo que no habla lengua alguna; ni siquiera la suya. Aquí hay una imagen de 9 de los miles y miles de seguidores de Rajoy: son robots a tanto la cuenta.

Lejos de alarmarse al ver que se descubría su chanchullo, los genios del equipo subieron un tweet supuestamente de Rajoy en el que este agradecía haber llegado a los 500.000 seguidores y soltaba una de sus habituales memeces sobre España. Cuando se descubrió la engañifa, los mangantes de La Moncloa borraron el tuit y empezaron  decir que, en realidad, era un ciberataque.

Calíbrese bien el significado de que un presidente del gobierno ande malversando caudales públicos para comprar seguidores ficticios en las redes. Puramente español. Puramente estúpido.

dijous, 4 de setembre del 2014

España y Cataluña

Entrevista realizada a Palinuro por George Mills, redactor de The Local. Spanish News in English y publicada bajo el título de  Catalonia could be the shock Spain needs.

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Si el presidente de Cataluña, Artur Mas, consigue su propósito, la gente de la Comunidad participará en una votación el 9 de noviembre sobre su independencia del resto de España.

No hay garantías de que la “consulta” vaya adelante. El Parlamento español ha declarado que es ilegal mientras que el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, ha dicho repetidamente que recurrirá al Tribunal Constitucional español si Mas insiste en llevar adelante sus planes.

Algunas personalidades del partido gobernante en Cataluña empiezan a considerar otras posibilidades, al margen de la consulta, según un artículo publicado en “El País”, el diario español de centro-izquierda.

Pero ¿qué sucederá si la votación se produce? ¿Qué función cabe aquí al próximo referéndum en Escocia? ¿Cómo surgió esta última confrontación entre Madrid y Cataluña?

Para encontrar respuesta a estas preguntas, The Local habló hace poco con Ramón Cotarelo, director del Departamento de Ciencias Políticas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED).

Comencemos con el resultado más dramático posible. El 6 de octubre de 1934, el president de Cataluña, Lluís Companys, proclamó el Estado catalán. Los militares españoles tomaron el Parlamento catalán en diez horas y sofocaron la rebelión. ¿Podría pasar lo mismo ahora?

No. España no va a invadir Cataluña. Eso no va a pasar y nadie cree que se trate de una posibilidad real.

No obstante, es obvio que Madrid y Cataluña están enfrentadas en un conflicto grave. Y la cuestión real es que el gobierno central no tiene una respuesta a la situación.

¿Se producirá la votación el 9 de noviembre incluso aunque el Tribunal Constitucional la invalide, como se espera que haga?

La realidad –y es importante recordarlo- es que los partidarios de la independencia no tienen nada que perder. Tanto los grupos más radicales, como ERC (en la izquierda) como los más moderados, como CiU (partido centrista gobernante) están en una posición muy cómoda. Ello se debe a que pueden decidir ir adelante con la votación, aunque el Tribunal Constitucional la anule. Y el motivo es que consideran que el Tribunal es un instrumento del gobierno central.

¿Qué importancia tiene aquí el resultado del voto en el referéndum del 18 de septiembre sobre la independencia de Escocia? Un voto negativo, reduciría el apoyo a la independencia en Cataluña?

El voto escocés es muy importante por una serie de razones. Muchos catalanes, por ejemplo, ven el referendum y dicen: “¿por qué los escoceses sí y nosotros no?”

El resultado concreto del referéndum escocés, en cambio, es menos importante. Lo importante tanto para España como para Cataluña es que Escocia pueda hacerlo sin problemas.

El referendum de Escocia niega la legitimidad de la posición del gobierno central español. El presidente Rajoy ha dicho varias veces que ningún país democrático ha celebrado jamás un referéndum en contra de su soberanía territorial. Falso. Los canadienses lo han hecho dos veces con Quebec y los británicos una con Escocia. Lo importante en relación con el referéndum es el hecho de que se celebre.

Una última cuestión: aunque Cataluña llame “consulta” a la votación, es evidente que esta es un referéndum sobre el futuro de España.

El Partido Socialista español, el PSOE, apoya una llamada “tercera vía” en Cataluña con una España federal en la que Cataluña tenga más poderes. ¿Es esto posible o, como dicen algunos, es demasiado tarde?

En política todo es posible y nunca es demasiado tarde. El problema es que el PSOE ha escogido el federalismo como un mal menor.

Ese partido estuvo veinte años en el gobierno y no hizo nada acerca de Cataluña: lo cierto es que no está a favor de la independencia de Cataluña y tampoco es un partido realmente federal. Es como si quisiera ponerse la venda antes de la herida.

¿Sería diferente la situación en Cataluña si estuviera el PSOE en el poder en lugar del PP, conservador?

No veo gran diferencia entre el nacionalismo español de derecha y el de izquierda; pero sí hay una diferencia considerable en su actitud general.

El nacionalismo de la derecha Española está más en la tradición del nacionalcatolicismo, que fue la ideología dominante durante la dictadura de Franco, en la que la Iglesia católica controlaba muchos aspectos de la vida pública española. Y la forma de actuar del PP en este problema ha sido recurrir a sus procedimientos tradicionales y brutales.

Lo hemos visto en las declaraciones del ministro de Educación, Wert, sobre “españolizar” a los catalanes y en la negativa de Rajoy a entablar un diálogo apropiado con Cataluña.

Por otro lado, el PSOE se negó en 2006 a apoyar un nuevo estatuto de autonomía para Cataluña, al no admitir la definición de esta como una “nación” y porque daba excesivas competencias a la Comunidad. El resultado final fue un documento aguado.

Es una verdadera vergüenza que España no se diera cuenta de la importancia del Estatuto en aquel momento. (El Estatuto de 2006 sigue siendo un punto focal de discordia entre el gobierno central y Cataluña).

Con todo lo dicho hasta ahora, no creo que el PSOE actuara con mayor agresividad hacia Cataluña que el PP.

¿Cuál es la función que ha cumplido la idea de la desigualdad de financiación entre las comunidades autónomas en el surgimiento del nacionalismo catalán?

Desde luego, el dinero ha sido algo muy importante en el debate. Si observamos las cifras publicadas por el gobierno español vemos que las cuatro comunidades que son pagadoras netas a las arcas del Estado son Madrid, Cataluña, las Baleares y Valencia.

Esto significa que tres de los cuatro mayores contribuyentes son catalán-hablantes.

Pero también la lengua, la cultura y las tradiciones jurídicas propias son decisivas para entender a Cataluña. Cataluña tiene una larga historia y el presidente de la Generalitat es casi una figura patriarcal para los catalanes, algo que la gente en el resto de España no acaba de entender.

Hay que recordar que Lluís Companys es el único presidente democráticamente elegido y fusilado en Europa. Hay sentimientos muy profundos.

¿Qué función ha cabido a la crisis económica en el resurgimiento del nacionalismo catalán?

La crisis ha tenido una importancia grande, desde luego. Ha afectado a todo en la vida de los españoles, como todos comprueban a fin de mes.

Pero el problema fundamental en cuanto a Cataluña ha sido la falta de una perspectiva democrática en el gobierno. No nos equivoquemos: ha actuado de modo franquista, aplicando la tradición autoritaria española.

El PP no pudo acabar con ETA. El gobierno socialista anterior sí lo hizo. Así que ahora el PP quiere ganarse su propia medalla acabando con el independentismo catalán.

Y ¿cómo se siente usted personalmente respecto al deseo de una consulta de independencia en Cataluña?

Obviamente, es una pregunta complicada. Racionalmente hablando creo que los catalanes tienen derecho a decidir y hay que respetarlo. Por otro lado, me entristecería si se marcharan.

Pero quizá una Cataluña independiente sea la única forma de que los españoles comprendan la realidad de su país, que ha pasado de ser un imperio mundial a un país en andrajos.

España es un desastre y gran parte de su situación se debe a la incompetencia de sus clases dominantes, algo que procede del hecho de haber sido gobernada por extranjeros desde hace siglos.

Tome Gibraltar, por ejemplo. ¿Qué otra “gran nación” europea permitiría que una potencia extranjera controlara una parte de su territorio de importancia estratégica?

Lo que la gente tiene que entender es que el debate actual no es acerca de la independencia de Cataluña, sino del posible fin de España como existe actualmente.

Y quizá este sea el mayor efecto de la independencia de Cataluña: sería un choque enorme para la nación, algo que la sacudiera de su situación moribunda y la obligara a reaccionar reconstruyéndose sobre una nueva base.

El próximo libro de Ramón Cotarelo con el título provisional de “El ser de España y la cuestión catalana”, se publicará en octubre en Planeta, Barcelona.

dimecres, 3 de setembre del 2014

El caso Pujol.

Hay algo dramático en esta peripecia de Pujol ya en la parte final de su biografía. ¡Cuánta razón tenían los griegos cuando insistían en que nunca se diga de alguien que fue feliz hasta que haya muerto! No está claro que el ex-presidente de la Generalitat se sienta personalmente infeliz. Pero sí parece que por tal lo tendrá la opinión pública y la memoria colectiva en los tiempos venideros. La experiencia dice que en muchas ocasiones lo que más se recuerda de las gentes es lo que hicieron mal y no lo que hicieron bien. Pujol pudo serlo todo y, hasta cierto punto, lo fue. Algún libro lo llamaba El Virrey. Pero defraudó la confianza depositada en él y su figura se vino abajo. Actualización de una especie de Más dura será la caída.

A primera vista podría parecer injusto, ya que no está bien que un fallo destruya la obra de una vida. El problema es que es un fallo, sí, pero continuado, un fallo de treinta años, sostenido, ocultado, compartido con la familia con arreglo a un programa, un plan deliberado. Ahí reside lo malo del asunto: en ser un posible delito continuado; prescrito total o parcialmente o no es aquí irrelevante. Y aunque no hubiere delito, Pujol defraudó la buena fe de sus conciudadanos de modo deliberado, permanente, con ánimo doloso. Es un caso de doble vida, como la de esos personajes de las novelas de Simenon u otros relatos policiacos, de gentes que son una cosa por el día y otra por la noche; Molt honorable a la luz del sol y defraudador a la de la luna. Esa dualidad del médico Pujol caracterizó su vida oculta y dado que comenzó hace treinta años, con la herencia de un curioso abuelo, es obvio que la inició por su cuenta y, quizá, la de su mujer, e incorporó luego a sus hijos, según fueron creciendo. Un roman fleuve, unos Thiebaut, Rougon-Macquart, Brudenbrooks en catalán catalanista.

Muy literario. Y terrible. Pujol representó durante más de veinte años el Estado en Cataluña. Era el pequeño pero todopoderoso Pujol. David hecho Goliat por la voluntad democrática nacional de los catalanes. Por eso tocó a rebato envuelto en la senyera e invocó los sagrados derechos de Cataluña cuando los aviesos poderes centrales quisieron hurgar en sus tejemanejes en Banca Catalana. Sus compatriotas lo siguieron. Los centrales se achantaron, temerosos de ver un San Jordi alanceando el dragón español. O quizá cómplices, volvemos sobre esto más abajo.

Pujol era  todo, hasta tenía estatuas y su confesión ha provocado una conmoción quizá análoga a la que provocara en su día la caída del coloso de Constantino o de Ramsés II, aunque de este no tengo claro si cayó. Un terremoto que ha afectado a los dos sistemas políticos, el catalán y el español. El impacto en el catalán se echa de ver en el enfrentamiento por la comparecencia parlamentaria del Molt Ex-Honorable: ERC, PP, Ciutadans y las CUP quieren que sea ipso facto, CiU, PSC-PSOE y, creo, EU, admiten aplazamiento. Los primeros amenazan con una comisión de investigación. En el fondo, hay un intento de dirimir el asunto en clave catalana, provocando un cambio en las relaciones del sistema de partidos y permitiendo un sorpasso de CiU por ERC, al convertir el fraude pujoliano en política deliberada del nacionalismo burgués; un intento de hegemonizar el soberanismo bajo la teoría de que los nacionalistas burgueses no conocen más patria que el dinero. Todos recuerdan ahora las mordaces pero crípticas referencias de Pasqual Maragall al "problema del 3 por ciento" que resultó ser, según se dice, del 5 por ciento. Mordida precio fijo. Pero, ¿serán capaces de admitir que todos tienen responsabilidad cuando menos por negligencia sino por incumplimiento de taxativos deberes legales y morales de denunciar las corruptelas? Aplazamos la respuesta a la que se produzca en España.

El impacto en el sistema español también ha sido considerable y, por si hubiera duda, ya se ha encargado el ministro Montoro de patear los higadillos del ex-president, hablando de posibles delitos. La cuestión es la misma que en Cataluña: si todos, o  muchos y en posiciones de poder, sabían; si de Madrid partió la orden de investigar Banca Catalana y de Madrid también la de abortarla en tiempos de González; si Rajoy era conocedor desde el año 2000 ¿cómo nadie hizo nada? ¿Cómo el fiscal Villarejo, hoy en Podemos, no actuó? Los españoles, ¿temían que Pujol incendiara la marca cataláunica o, como se insinuaba más arriba, tenían un pacto de silencio con la corrupción pujoliana? Podría parecer una exageración pero, si se tiene en cuenta la firme voluntad de los dos partidos dinásticos y la mayoría de los medios de comunicación de sofocar todo debate público sobre el comportamiento de la Casa Real, no se verá como tal. Y menos si comprobamos su compromiso de blindar todas las instituciones en nombre de la estabilidad, desde los órganos cuya composición determinan (Tribunal Constitucional, Consejo General del Poder Judicial, etc), hasta sus propias organizaciones partidistas y sus comportamientos ilegales. Hoy por ti, mañana por mí. Cataluña no se toca. Y menos CiU, catalanes bien criados que siempre apoyan al partido de turno que esté en mayoría relativa, aunque a cambio de substanciosos bocados y de hacer la vista gorda. Business as usual en un sistema político caracterizado por la corrupción.

Pero el escándalo Pujol ha estallado en un momento en que los business son todo menos usual. Rumores hay de que el ex-president ha confesado forzado y bajo amenaza, como también de que Juan Carlos I dimitió obligadamente. Que ahora aproveche para divorciarse de su señora es algo que solo interesa a los cotillas de la Corte. Obligar a cantar a Pujol, se dice, se hace con ánimo de torpedear el proceso soberanista: la independencia es una cosa de ladrones, asunto de pelas. Pujol es el nacionalismo; Pujol es un sirvengüenza; luego el nacionalismo es cosa de sinvergüenzas. Mas se apresuró a definir la conducta de Pujol como de ámbito estrictamente privado. Al quite salió la inevitable Cospedal afirmando lo contrario: Pujol es Cataluña y Catalunya ens roba. No lo diría jamás en catalán, pero porque le falta salero. Cierto, el fraude pujoliano no es privado porque lo cometió como cargo público y el más alto de la Comunidad. Pero de esto los conservadores no pueden hacer causa porque ellos llevan veinte años haciendo prácticamente lo mismo y, por cierto, de forma más descentralizada que el jacobino Pujol, pues han repartido los beneficios para los que se habían asociado entre diversas comunidades autónomas, municipios, relevantes cargos del partido, cargos públicos en general y hasta gobernantes.

Concedido, no obstante, este argumento es inválido porque reitera un y tú más. No, el argumento es que el caso Pujol, que afecta, desde luego, a la Generalitat como institución y a CiU como coalición partidista, no afecta al proceso soberanista en sí. Aquellas pueden haber organizado una red para delinquir, por lo demás como, se dice, ha hecho el PP allí en donde gobierna, pero eso no tiene nada que ver con un resurgir del sentimiento independentista que viene de una movilización de la sociedad civil, precisamente la más interesada en acabar con la corrupción política imperante. En Cataluña y en España.

El próximo 11 de septiembre habrá una nueva manifestación de fuerza de esa movilización popular, transversal, interclasista y hasta interétnica. Las gentes que vayan a las "V" de la Diada en Cataluña y en el extranjero, y se supone que serán muchas, no son cómplices de Pujol. Son sus víctimas. Y por partida doble pues les ha robado el dinero y ha querido robarles la causa. 

Justo esto, el haber sido capaz de encontrar una causa que aglutine mayorías, da su fuerza al nacionalismo independentista porque le proporciona aquello que en la política, como en la guerra, tiene la mayor importancia: la iniciativa. Frente a él, el nacionalismo español carece de iniciativa, actúa a la defensiva y sin más recurso que la coerción y la amenaza de la violencia.

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Ayer me hicieron una entrevista para un digital anglosajón sobre asuntos españoles, llamado The Local. Spain's News in English titulada Catalonia could be the shock Spain needs. Obviamente, está en inglés, pero está muy bien hecha, muy profesional, y dice substancialmente lo que pienso. Es un poco tarde pero mañana la traduzco y la cuelgo en Palinuro.

dimarts, 2 de setembre del 2014

Regeneración democrática.

Es difícil escribir sobre la nueva consigna con la que el gobierno quiere abrir el curso político y entretener a la afición sin perder la compostura. En el país del regeneracionismo, con su caterva de ilustres figuras, como Costa o Macías Picavea, hablar de regeneración y querer que sea democrática implica cierta responsabilidad. Si se recuerda que al noble empeño se aplicaron luego las brillantísimas generaciones del 98 y el 14, las de Unamuno, Maeztu, Ganivet, Azorín, Ortega, Azaña, etc, la responsabilidad adquiere tintes de osadía. Hace falta mucha autoridad para invocar algo de tanto peso en un país abrumado por una crisis económica y anodado por otra moral, provocada por el carácter pandémico de la corrupción, cuyo emblema es el caso Gürtel. Justo la mayor carencia del gobierno del PP y, muy concretamente, de su presidente. Dado que este es hombre a quien, según parece, todo le da igual, quizá piense que una hábil campaña de agitación y propaganda a cargo de su frente mediático sea suficiente para investirle con la autoridad moral que los ciudadanos no le han concedido nunca ya que es el presidente peor valorado de la democracia de modo sistemático, barómetro tras barómetro, desde que ganó las elecciones de noviembre de 2011. Pero eso no es así ni en España. La legitimidad del presidente para regenerar una democracia que ha degenerado en gran medida por su responsabilidad es nula. Eso es lo que la opinión pública le dice con su escasa valoración.

Las razones de ese pobrísimo concepto son claras y abrumadoras. Ganó, sí, las elecciones de 2011, pero con un programa y unas promesas que incumplió por entero. Faltó a su palabra y se envaneció de ello con el lamentable argumento de que, al incumplir su palabra, cumplía con su deber, siendo así que cumplir la palabra es el primer deber de un hombre. Y, si no, no haberla dado; o retirarse discretamente. Todo menos invocar un empeño regeneracionista basado en una palabra que no vale nada, como él mismo reconoce.

La regeneración quiere ser democrática, pero no en el sentido de que se arbitre de modo abierto, mediante diálogo con las otras opiniones, pues se presenta con la intemperancia habitual de un Diktat, que es el espíritu propio del gobierno. Las próximas elecciones municipales no auguran buenos resultados para los partidos dinásticos, especialmente el de la derecha, por lo que no será raro que la tal regeneración democrática se imponga por decreto ley. Es tal la pasión de Rajoy con el sentido común que se ha quedado sin sentido del ridículo. ¿O no es ridículo imponer la regeneración democrática con desprecio al Parlamento?

Lo del desprecio al Parlamento no es figura literaria. En su comparecencia ante el Congreso el 1º de agosto de 2013, a la que accedió obligado por las circunstancias, a la que se vio literalmente arrastrado, Rajoy mintió asegurando que en el PP no había cajas B ni contabilidades paralelas y que no tenía contacto con Bárcenas desde tiempo inmemorial, siendo así que hacía poco le había mandado un SMS de ánimo. Si se puede faltar impunemente a la verdad en sede parlamentaria el Parlamento no vale nada.

Ni el resto del sistema democrático, ni la opinión pública, a la que se miente con absoluto desparpajo, diciendo que los salarios no bajan, que el paro desciende o que España lidera la recuperación europea. No hay nadie en el país que dé crédito alguno a las declaraciones de los gobernantes, en especial las de su presidente quien, puesto a fabular, abrió ayer el curso político hablando no de brotes verdes, que nadie ve, ni de luz al final del túnel que nadie divisa, ni de haber tocado fondo que nadie siente; habló de vigorosas raíces, algo que tampoco ve nadie, pero canta menos porque, al fin y al cabo, las raíces casi nunca se ven. En este caso, basta con creer en la palabra de Rajoy.

Si la mentira es la forma básica de comunicación del gobierno, si este gobierna mediante decretos leyes, si su acción es autoritaria, represiva, censora; si su presidente e innumerables dirigentes de su partido están acusados de distintos comportamientos cuestionables y diversas corruptelas, ¿qué quiere decir al hablar de regeneración democrática? Básicamente dos cosas.

Una: que quiere dar un pucherazo garantizándose la elección de sus alcaldes sin necesidad de mayoría absoluta, a menos de un año de las elecciones municipales. La democracia es sobre todo cuestión de formas y la forma más importante, la base del juego limpio, es que las reglas no se cambian unilateralmente y a la fuerza en mitad de la partida. La llamada "regeneración democrática" es profundamente antidemocrática. Por eso la llaman "democrática", sin ningún empacho.

Dos: que es bueno hablar de cosas nobles, como la "regeneración democrática". En realidad el propio gobierno lleva haciéndolo desde su primer día de mandato. Incluso encargó una propuesta a Ana Mato, si no recuerdo mal. El objetivo obvio es reconocer implícitamente la degeneración de la democracia, pero escurrir el bulto de la propia responsabilidad. En realidad, que no se hable de ella, que no se hable de lo que los ciudadanos consideran que es el tercer problema del país; de la corrupción.

Gürtel, Correa, el Bigotes, Sepúlveda, el Albondiguilla, Blesa, el Tamayazo, Urdangarin, Matas, Fabra, Camps, Baltar, los EREs andaluces, los sobresueldos en el PP, Aznar, Rajoy, Arenas, Cospedal e tutti quanti, Pujol, la infanta, el Rey abdicado, Bárcenas, la financiación ilegal, Fundescam, la Gestapillo, toda esta ópera de tres centavos, se sumirá en el silencio y el olvido gracias a unas medidas de regeneración democrática impulsadas por el partido y el gobierno en buena medida responsables de ellas.

No se dirá que no suena a chiste.

dilluns, 1 de setembre del 2014

El regreso de Palinuro.

Claude, Eneas se despide de Dido en Cartago, 1676.
Rayos y truenos. Ya pensaba que no llegaría a puerto. Se recordará que el siete de marzo de este año anuncié la interrupción no definitiva del blog por sobrecarga de trabajo y que prometía volver apenas esta se hubiera aliviado. Así ha sido y cumplo mi amenaza. Aquí estamos otra vez. Nueva época. Y vaya si han sucedido cosas entre tanto. A veces me costaba contenerme; pero lo logré. Con el trabajo ocurre como con los héroes que vuelven a casa, que puden entretenersee en algún lugar del camino. Eso pasó con mi patrón. Desembarcar en Cartago y enamorarse de la reina Dido fue todo uno. Y en estos amoríos, ya se sabe, priva la holganza y la buena vida. Y ¿quién que haya probado las delicias de la molicie añora el áspero errar de la aventura? Pasaba, pues, Eneas los días en brazos de la princesa de Tiro y parecía olvidarse de su destino: vengar Troya.

Con el trabajo sucede algo parecido: envicia y uno pretende quedarse más tiempo hurgando en los enigmas del pasado o del presente, tratando descifrarlos, aportando alguna idea, a ser posible no enteramente errónea. Los frutos, buenos o no tan buenos, empezarán a verse a partir de fines de septiembre o comienzos de octubre. En resumen, y creo que no está mal, por esas fechas aparecerán: un libro colectivo con los trabajos de un congreso sobre ciberpolítica del año pasado en el que están las últimas novedades; una traducción y edición crítica del clásico de Henry Maine, El derecho antiguo, un monumento de la teoría evolucionista desde un punto de vista jurídico;  una traducción del último libro de Erik O. Wright sobre Utopías reales, el último análisis neomarxista sobre el capitalismo y las (escasas) posibilidades de superarlo; y un libro mío sobre el ser de España y la cuestión catalana que es lo que más me ha ocupado, como era de esperar. Haber terminado el trabajo produce una doble sensación de alivio: de un lado por el cese de la tensión y de inquietud por otro, a ver cómo serán recibidos los productos de tus desvelos.

La flota avista el puerto. Le fue duro a Eneas separarse de Dido. Hubieron de intervenir los dioses porque por sí solo no lo hubiera conseguido pues Dido era mujer de extraordinario talento; mucho más que mi patrón. Solo la fundación de Cartago, antes de la de Roma, demuestra agudísimo ingenio. Tanto que su estratagema se conoce hoy en matemáticas como "el problema de Dido". Añádase a ello su belleza y se entenderá que yo me preguntase si algún día volveríamos a la mar. Pero Zeus envió a Hermes con órdenes tajantes: hay que cumplir el destino; hay que zarpar. Así se fundó Roma, se suicidó Dido y ganó reconocimiento artístico a lo largo de los siglos. El Lamento de Dido, de la ópera de Purcell sigue fascinando, como hace cuatrocientos años, aunque en ella -¡ah, el nacionalismo!- la reina fenicia represente a Inglaterra. Dido despide a Eneas en el puerto de la ciudad que, pasados unos siglos, los descendientes de este arrasarán, como los griegos arrasaron Troya.

A veces pienso que me hubiera ido mejor personalmente como piloto con los aqueos. No en la nave de Ulises, pero sí en la de Menelao o en la de Agamenón. Por lo menos, hubiera llegado vivo a destino. Pero eso era impensable siendo troyano, de la estirpe de los perdedores. Yo iría con los míos, aunque me costara la vida. Mejor hundirte con los tuyos que navegar placenteramente con el enemigo.

Ya está bien de rollos. Navegamos de nuevo. Tenemos viento favorable y la mar está picada, con amenaza de ir a más. Parece que apunta tormenta al comenzar el curso. El verano ha sido intenso y con acontecimientos de peso mediático, incluidos los propósitos del gobierno, como esa ley ómnibus por la que se altera medio ordenamiento jurídico y el anunciado programa de regeneración democrática, cuyo punto esencial es la elección directa de alcaldes. Cosas todas de calado y, sin embargo septiembre se abre con lo que el gobierno más teme y para lo que no tiene solución:  el proceso soberanista y la posibilidad de la secesión de Cataluña. El acontecimiento más importante en España desde la transición, debido a que es el que cuestiona el sistema político salido de ella, su estabilidad, su organización básica y, por eso, la vida cotidiana de los españoles.

Las autoridades aparecen atrincheradas en un "no" sin concesiones ni apertura al diálogo. No habrá consulta y la convocatoria que apruebe el Parlament, irá directa al Tribunal Constitucional que la anulará. Con su inimitable estilo autoritario, el gobierno ya lo ha anunciado, dejando de paso a dicho órgano con las vergüenzas partidistas al aire. Pero eso no resolverá la cuestión; la enconará y nadie se atreve a predecir qué formas tomará luego el conflicto. Nadie tiene propuestas alternativas en el marco de la legislación vigente salvo esa imprecisa promesa federal del PSOE que, en todo caso, requeriría una reforma de la Constitución y el concurso del PP. También la parte catalana tendrá que imaginar qué hace, pero ya se barajan distintas propuestas, desde el desacato al Tribunal y la desobediencia hasta la convocatoria de elecciones anticipadas de carácter plebiscitario, con una posible declaración unilateral de independencia por medio.

El meneo de tablero político de las elecciones europeas ha sido grande y sigue concentrando la atención de los analistas. Se especula sobre si cambiará el sistema de partidos; si el PSOE se hundirá al nivel del PASOK; si puede haber un frente popular;  si se materializa una opción similar a la Syriza griega; si, por fin, se inicia de verdad la lucha contra la corrupción. Así pues, los asuntos sobre los que se quiere debatir en público son el autoritarismo del gobierno, la corrupción y la unidad de la izquierda. La cuestión catalana no está en primer plano.   En Cataluña, sí. Y en los próximos días, con la Diada y el referéndum de Escocia, más. Pero no en el conjunto de España.

Los famosos, artistas, intelectuales españoles han sido incapaces de escribir algo parecido a la carta que 200 personalidades inglesas dirigían a los escoceses, reconociendo su derecho a marcharse pero pidiéndoles respetuosamente que no lo hagan. Aquí, al revés, se han suscrito manifiestos negando a los catalanes el derecho a decidir por su cuenta de modo bronco o más suave. Los artistas e intelectuales españoles hablan bien o mal de Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia; pero, de Cataluña, solo mal. Y, sin embargo, el destino de España depende de Cataluña. Como el de Eneas, de Palinuro. 

dilluns, 30 de juny del 2014

El reñidero español

Tomo prestado el título de uno de los libros más interesantes y más tempranos sobre la guerra civil. Tan temprano que se escribió en 1937, con lo cual se le añade un valor profético. No hay nada como que te torture cualquier policía secreta para hacerte clarividente. Es lo que le pasó a Franz Borkenau, el autor.

Reñidero, laberinto, tragedia, ruptura, decadencia, desastre la mayoría de los términos que suelen asociarse al sustantivo España son alarmantes. 

“España es una gran nación”, trompetea menendezpelayesco siempre que puede, el presidente del gobierno. “España es una gran nación”, dice Juan Carlos I en el momento de su apresurado mutis. “España es una gran nación”, reitera Felipe VI en el de su deslucida llegada de la mano del Corpus Christi. No se sabe de dónde sacan esta convicción, si es que la tienen y no es pura propaganda. Tampoco importa. El caso es repetirla sin cesar, por si cuela. Y no cuela. Una gran nación no tiene partes de su territorio sometidas a una soberanía foránea y alguna de ellas –Gibraltar- en régimen que los españoles gran-nacionales consideran “colonial” y por el que dicen sufrir mucho. Una gran nación no reforma su Constitución por orden del exterior y en procedimiento de urgencia. No está literalmente carcomida por la corrupción, desde la Casa Real hasta la última pedanía. No tiene una cuarta parte de los niños por debajo del umbral de la pobreza y pasando hambre, ni casi seis millones de personas activas en paro. Ni exporta decenas de miles de trabajadores cualificados porque es incapaz de emplearlos. No tiene a la gente buscando comida en los basureros. Una gran nación no necesita asociaciones privadas que salgan en su defensa, ni recurre a la censura, ni manipula (al menos, descaradamente) los medios de comunicación, ni hostiga y reprime a los ciudadanos que se manifiestan o protestan. No reduce o conculca los derechos de la gente y muy especialmente los de las mujeres. En lo esencial, una gran nación no se niega a reconocer el derecho a decidir de sus minorías nacionales, no les discute la condición nacional ni trata de asimilarlas a toda costa y de conservarlas a la fuerza.

“España no es una nación, sino un haz de naciones”, decían los catalanistas a mediados del XIX. “España no existe como nación”, sino como una serie de compartimentos estancos, reconocía un atribulado Ortega. “No es una nación”, recupera Jordi Pujol setenta años después el discurso catalanista “España no es una nación, sino un Estado”, recalcan las nacionalistas vascos todos, desde los burgueses del PNV hasta los radicales de Amaiur. O sea, no solamente no es una gran nación, sino que no es nación a secas. No es. O quizá su ser sea ese su no ser una nación. Definirse por lo que no se es tiene la ventaja de que se puede ser (o simular que se es) lo que en cada momento convenga, cosa muy apropiada para el patriotismo habitualmente oportunista. Claro que también puede ser una plepa de órdago, como explica Ben Beley en las Cartas marruecas: ese no tener carácter propio “es el peor carácter que se puede tener”. De tener alguno, es el del enfrentamiento, el conflicto de las dos Españas, la nacionalcatólica, siempre dominante y la librepensadora, liberal o progresista que casi nunca ha conseguido hacerse oír y solo de uvas a peras y fugazmente ha convertido su voz en ley. Es una situación que ya invita a la melancolía a los del 98, entre quienes había de todo, desde quien, como Unamuno, era un agónico católico españolísimo hasta quien, como Azaña, ambicionaba (y, por un momento de ilusión creyó haberlo conseguido) descatolizar el país. Al parecer es una nación que solo existe en lucha y en lucha intestina. La de España contra la Anti-España que presenta diversas caras a lo largo de los siglos, pero siempre es la otra España.

Realmente lo del reñidero se queda corto. Por sí misma la conllevancia española tritura los más esforzados planes de organización territorial del Estado. Ha agotado ya hasta los términos para designarla en cualquiera de sus dimensiones: nación, nación de naciones, regiones, nacionalidades, autonomías, territorios históricos, federación, confederación, Estado compuesto, Estado libre asociado, derecho a decidir, autodeterminación, independencia, soberanismo, asimetría, bilateralidad, consulta, declaración unilateral de independencia. Un guirigay en el que es casi imposible entenderse.
La nación de naciones no sabe por dónde empezar. Ahora descubre que la divisoria izquierda/derecha chirría con el impacto de los nacionalismos, de los llamados periféricos y del español que, a su vez, argumenta no ser nacionalista, pues esa lamentable muestra de provincianismo o aldeanismo recae solo sobre los otros. La derecha nacionalcatólica, hoy en el gobierno con su discurso “sin complejos” de naturaleza autoritaria y criptofranquista, ya no es monolíticamente española. Ahora hay un nacionalismo independentista moderado, conservador, burgués, de derecha que no estaba en el paisaje porque esas derechas solían ser muestras de lo que Fraga llamaba “el sano regionalismo” y no daban la murga. Y, ya el acabóse, hasta el clero se divide y hay curas y monjas de la fe católica que andan en conciliábulos diabólicos con las opciones independentistas, hasta las de izquierda. Y sin que nadie los llame al orden porque, si bien la jerarquía hispana sigue en Covadonga, en el Vaticano se sienta un argentino medio chanta del que el nacionalismo español se fía tanto como de la teología de la liberación.

Y más reñidero en la izquierda. La otra España, -desde los socialdemócratas respetables, muchos de ellos católicos a machamartillo, como Dios manda- hasta los perroflautas, pasando por la conjura judeomasónica, está tan perdida en la cuestión nacional como en la internacional. El socialismo democrático naufraga a ojos vistas. La crisis lo ha devorado como Cronos a sus hijos. Ya, ni se atreve a ser keynesiano y se conforma con ser dinástico La cuestión nacional lo tiene descoyuntado y el derecho a decidir es anatema. No va a quedar ni la raspa del PSC. Y, sin el apoyo electoral del PSC en Cataluña, el PSOE volverá al poder en solitario en las calendas griegas.

Pero podría volver en comandita, de no ser porque los posibles comanditarios parecen más inclinados a la doctrina Sinatra. Entre ellos IU descubre lo incómodo que es encontrarse a alguien a su izquierda, haciéndole a ella lo que ella hace al PSOE: marcarla de cerca. En la cuestión nacional embeleco. El derecho de autodeterminación solo se invoca para el Sahara y el Tibet y apenas se aborda el nacionalismo, salvo para informar al mundo por boca de su coordinador general de que los catalanes no pueden decidir por su cuenta. De donde se sigue que no pueden decidir.

Más a la izquierda, los novísimos de Podemos reconocen el derecho a decidir pero lo acompasan con una acusación a la casta de estar vendiendo la Patria que acaban de encontrarse abandonada en una esquina. Otros sin complejos en el reñidero. Al parecer la historia no les ha enseñado que esa Patria invocada del 99% no pasa, en el mejor de los casos, del 50% (menos, si descontamos las naciones irredentas) y generalmente en posición subalterna. Lo de la casta suena a las épocas Kali de la historia, según Ortega. A lo peor es llegado el momento de destruirlo todo, o eso barrunta, asustada, la clase dominante.

Hay unas izquierdas independentistas que miran a las españolas como fraternas pero dentro de un espíritu internacionalista que estas admiten a regañadientes. En lo tocante a la Patria (la suya particular), esas izquierdas no hacen ascos a alianzas nacionales (de su nación particular) que, sin embargo, critican acerbamente cuando es de fuerzas de ámbito estatal. Aunque el nacionalismo español de izquierda se pregunte a veces si cabe ser nacionalista y de izquierda, sin reparar en que ese es justamente su caso, lo cierto es que los partidos independentistas radicales y/o republicanos en el País Vasco y Cataluña cuentan con considerable apoyo electoral probablemente porque son los únicos que saben lo que quieren en la cuestión nacional. Que no es poco en una época líquida en la que naufragan las mejores marcas electorales. El mero hecho de tener una causa clara por la que luchar es un paso importante hacia el triunfo.

Otros actores y espectadores del reñidero español contribuyen a hacer más animado el ambiente desde posiciones, instancias, opiniones e intereses muy diversos. Feminismo; ecologismo; corporativismo asambleario (por encontrar un nombre a las mareas); movimientos por la vivienda, por los derechos; plataformas contra desahucios; movimientos 15-M; ciberpartidos; redes sociales; medios digitales críticos. Múltiples formas de acción social que pueden actuar como partidos, como grupos de presión, como movimientos ciudadanos, como estados de opinión, que ejercen evidente impacto sobre el conjunto del sistema político, forzando medidas de protección de las autoridades y ofertas algo desconcertadas de colaboración de las fuerzas políticas institucionales. Curiosamente, esa variedad de formas de organización y acción social suele reconocer sin problema el derecho a decidir de lo demás. Es lo lógico, dado que viene a coincidir en reclamarlo también para sí, recientemente en la petición de un referéndum sobre la Monarquía.

Así que, en el reñidero se debaten hoy tres grandes cuestiones: la Monarquía, la lucha contra la crisis y la organización territorial del Estado. Prácticamente todo y por eso se habla de “proceso constityente” otra vez. Pero no todo. Algunos radicales estamos empeñados en que también se plantee la separación de la Iglesia y el Estado con todas sus consecuencias (sobre todo en materia educativa), la denuncia de los Acuerdos con la Santa Sede, la supresión del presupuesto del clero y el sometimiento de la iglesia católica al régimen civil y fiscal ordinarios. Pero ese debate sigue en sordina. Casi nadie se atreve a plantearlo frontalmente porque los curas cuentan con acólitos y correveidiles casi por doquier.

Y sin embargo, debiera ser el debate por excelencia, el prioritario, ya que el nacionalcatolicismo, vigente hoy como ayer, es una de las principales causas, si no la principal de la decadencia y postración de este país, que no es nación moderna y tampoco Estado eficiente.

(La imagen es una foto de Amshudhagar, bajo
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