dimecres, 26 de novembre del 2008

Pobre Tirso, pobre don Juan.

En el teatro de Bellas Artes hemos pillado en su última semana el montaje de El burlador de Sevilla o el convidado de piedra, de Tirso de Molina, por Emilio Hernández. La versión ha sido muy alabada mundo adelante porque, según se dice, anima mucho esta pieza clásica que, si no, se haría muy pesada; le da agilidad, viveza, y subraya el aspecto crítico situándose -dice la publicidad de la obra- en la posición de las mujeres que son las grandes perdedoras dada la moral de la época. Si añadimos que el elenco es bueno y el protagonista, Fran Perea, parece ser un actor en alza que tiene muchos (sobre todo muchas) fans quinceañeras que ayer llenaban la sala, tenemos la fórmula para una pieza de éxito.

Menos mal que Tirso, como pasa con los clásicos en general, aguanta lo que le echen y como se lo echen pues de otro modo hubiera sido para salir corriendo del espanto. Hernández intercala en la obra momentos musicales y corales de su minerva que hacen a aquella larga y tediosa para quien haya ido a ver a Tirso. Obviamente no para quien haya ido a ver otra cosa. Además, para hacer sitio a sus momentos musicales, recorta los parlamentos de los personajes y lo gordo es que, dentro de este desastre, probablemente hace bien porque con el clima que crea de obra desenfadada y divertida, hubieran encajado mal las largas tiradas poéticas preciosistas de Tirso de Molina.

La pretensión de tener un sesgo crítico por "ponerse del lado de las mujeres" es una falacia redomada. En primer lugar a Tirso no le hace falta que nadie le enmiende la plana. Ya su obra deja las cosas suficientemente claras y sus heroínas exponen con vehemencia la causa de las mujeres, que son las maltratadas por la moral de la época. "Malhaya la mujer que en hombres fía", dice Tisbea, la pescadora burlada en la última jornada de la obra, con el asentimiento de Isabela, también engañada. Pero es que, además, el director mete tres desnudos en escena (en uno de ellos hay también un desnudo masculino) que no solamente no tienen nada que ver con el espíritu de Fray Tirso de Molina sino tampoco con una actitud feminista de la que sin embargo se alardea.

En fin de este desastre de versión que, más que tal, es un saqueo de Tirso, lo más irritante es el tono festivo y dicharachero de una obra que tiene una tan fuerte carga dramática y filosófico-teológica, la absurda trivialización de una pieza que quiere ser trascendental. Las gracias Tirso las había reservado a los personajes especializados en ellas, los criados o graciosos. Los demás se mueven en un territorio denso de grandes principios, valores, reglas de conducta, el honor y, sobre todo, el eje principal, el reto demente de don Juan a la voluntad de Dios en ese cuán largo me lo fiáis que va repitiendo a lo largo de la obra con cadencia suicida, hasta que, ciego de hubris, acabe retando a las potencias del infierno en un acto supremo de desvarío. Y ello después de haber puesto una condición que, en su infeliz ignorancia, cree que ni la divinidad podrá salvar, al pedir que lo mate un hombre muerto, sin percatarse de que Dios todo lo puede (como pensaba Fray Gabriel Téllez), hasta hacer que un muerto mate a un vivo.

No tengo nada en contra de las versiones libres de los clásicos; al contrario, las aplaudo cuando me gustan. Pero no si no me gustan, como es el caso. Esto no es una versión, esto es aprovechar la percha de Tirso y su inmortal personaje para colocar una obra vulgar pensando exclusivamente en la taquilla. Es curiosa esta manía. Como está claro que los clásicos tienen "tirón" pues si no lo tuvieran no serían clásicos, se echa mano de ellos pero, para evitar el arduo trabajo de adaptarlos a la mentalidad contemporánea respetando escrupulosamente su espíritu, se los trivializa de forma lamentable. Quienes esto hacen debieran poner en escena sus propias obras.

Porlo demás, muy bonita la reproducción del programa de mano que es un detalle del Adán y Eva de Lucas Cranach (1528).

dimarts, 25 de novembre del 2008

Blogorismos de la clerigalla y el neofascio.

La desvergüenza de los curas.

Dice Monseñor Rouco Varela, que es necesario saber olvidar con el fin de que no se repitan los enfrentamientos fratricidas. Otro que confunde olvido y perdón, a pesar de ser cardenal de la Iglesia "del perdón". La misma Iglesia que, tras haber canonizado a novecientos "mártires" de la última guerra civil -esa que dice Monseñor que ha de olvidarse- se apresta ahora a beatificar a otros quinientos.

¿Cómo llaman Vds. a esta inconsecuencia? Yo la llamo "caradura". O algo peor porque este maquiavélico príncipe de la Iglesia también dice que, si no olvidamos, puede volver a haber violencia. O sea caradura amenazador.

(La imagen es una foto de Mermadon 1967, bajo licencia de Creative Commons).


Las razones de la carcunda.

Lo grande de la sentencia del juzgado vallisoletano ordenando quitar los crucifijos de las paredes de las aulas es que nos enteremos de que todavía estaban ahí. ¡Esta peste impositiva de la Iglesia es lo que es una cruz! De inmediato ha salido la carcundia hispánica -los curas y el PP, que vienen a ser lo mismo- pidiendo que los crucifijos se queden. Como ya no pueden obligar a hacerlo a tiros, tratan de razonarlo. Sus "razones" son éstas:

Según el Cardenal Amigo, la retirada de los crucifijos No favorece la convivencia. Más amenazas. En román paladino: si retiráis los crucifijos habrá hostias.

La señora De Cospedal, secretaria general del PP, afirma que a la mayoría de los españoles "no le molesta que haya crucifijos en las aulas". ¿Por qué lo sabe? ¿Se lo ha preguntado? La organización de padres de alumnos está de acuerdo en retirarlos. A ella le parecerán sagrados pero sólo son símbolos del sufrimiento, la tortura y la muerte. Un espectáculo para los chavales.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).


El congreso de los zangolotinos.

El Frente de Juventudes del PP ha contado en su congreso con la presencia del ex-falangista "independiente" señor Aznar, hijo y nieto de franquistas (o sea, de "socialistas", según la señora Aguirre) y con la presidenta de la Comunidad de Madrid. El primero ladró su odio por esquinas y pasillos con su agresivo falsete. Luego, la señora Aguirre desgranó la acostumbrada sarta de insensateces, provocaciones e insultos ante un público entregado que sueña con realizar sus postulados neoliberales. Según muchos analistas estos neoliberales no comprenden que su doctrina es la que ha fracasado en la crisis económica y financiera actual. Grave error, el neoliberalismo de estos zangolotinos y sus caudillos no es el monetarismo y/o el neoconservadurismo sino el neoliberalismo al estilo del difunto Jörg Haider en Austria, o sea una forma poco simpática de neofascismo.

(La imagen es una foto de El Plural, bajo licencia de Creative Commons).


¿En qué reside el poder de la Iglesia?

A mejor decir: de las iglesias. Reside en esto que se ve a la izquierda, una imagen de la Virgen de Guadalupe, patrona de México, que se recibe por e-mail acompañada del texto siguiente que reproduzco literalmente (y me ahorro unos cuantos "sic"):

"La Virgen de Guadalupe es Milagrosa, Te acompaña a donde tu vayas.
Esta carta tiene como finalidad dar la vuelta al mundo y continuar...
El Presidente de Argentina recibió una carta y la llamó 'basura' a los 8 días murió su hijo.
Un señor recibió la carta las repartió y la sorpresa q' sacó fue la lotería.
Alberto Martínez recibió la carta y la mando hacer con su secretaria,
pero olvidaron de repartirlas: ella perdió su empleo y él su familia.
Esta carta es milagrosa y sagrada
No te olvides de reenviarla antes de los 13 dias
Tienes q' enviarla a más de 20 personas en 13 días.
No lo olvides.Que recibirás una gran gran sorpresa!!!"

Reside en la superstición cuyo origen está en la ignorancia y el miedo. La ignorancia, por cierto, se combate con la ciencia. El miedo, con la inteligencia; ambos elementos lamentablemente escasos en el mundo. Lo de la inteligencia no tiene arreglo: se posee o no se posee. Lo de la ciencia pudiera ser una vía. Así razonan esos meritísimos ciudadanos que andan predicando el ateísmo y el agnosticismo mundo adelante a base de la expansión de la ciencia. Pero la verdad es que la ciencia es aun más escasa que la inteligencia porque cada vez es más difícil y se requieren dosis mayores de, precisamente, inteligencia.

Así que prospera la superstición que es la base de todo credo religioso. Hoy día, la época más avanzada hasta la fecha en la ilustración de la humanidad es cuando hay más astrólogos, videntes, magas, brujos, adivinas y demás jarcia de charlatanes, incluidos, claro, los intelectuales, los publicistas, los políticos, los curas y, por supuesto, sus primos hermanos los profesores universitarios. Y no en términos absolutos si no relativos.

Obsérvese qué falta de ciencia e inteligencia hay en los ejemplos puestos por vía admonitoria, qué cosa tan rudimentaria: que te toque la lotería, que pierdas un familiar, la familia entera, el empleo. Esto es lo que se llama al espíritu por la materia. Y lo que tiene más gracia de todo es que algún listo aprovecha la credulidad del personal para hacer negocio y publicidad gratuita: en concreto quien haya convertido la expresión, casi advocación del comienzo: Virgen de Guadalupe en un hipervínculo que enlaza con la página de publicidad de una peli, La Virgen de Guadalupe.

Ya pueden circular flemáticos autobuses ateos en Londres (veríamos lo que aguantaban en Madrid) que la superstición sigue reinando gloriosamente. Si la Iglesia no consigue hoy que las turbas quemen vivo a algún científico de esos que andan en la genética y las células madre es porque, por primera vez en la historia, la minoría ilustrada, los científicos, ha demostrado palmariamente que puede hacer más cómoda la existencia terrenal que la Iglesia, con lo que la gente la respeta. Pero no las tengo todas conmigo si la crisis arrecia, la vida se pone difícil, no hay para comer o tener televisor y la gente empieza a ver las cosas negras. Black Out.

(Por supuesto, nada de lo anterior empece el mucho mérito de la preciosa estampa de la Virgen con esa amendola que es gótico allende el charco y la media luna a los pies. No aparece sierpe bajo el calcañar porque iría contra la estima nacional mexicana.)

Caminar sin rumbo (XVII).

El crimen perfecto.

(Viene de la entrada anterior del domingo, titulada Paso a dos.)

Me encaré con el "Por dónde se empieza" y me encontré un texto bastante denso con consideraciones previas a las previas consideraciones acerca de cómo se empieza un relato, cómo se da comienzo a una narración y no a cualquier narración sino una en la que se busca la verdad, verdaderamente se busca la verdad; hay que ser muy cuidadosos, sobre todo cuando se va a decir la verdad no así, de cualquier modo, a la buena de Dios, por los polvos de los caminos, al alcance de todo el mundo sino una verdad específica a un oyente concreto al que se había elegido precisamente para ese momento de decirle esa verdad. Las consideraciones, reparos, contraposiciones, excepciones, salvedades se enroscaban y desenroscaban a lo largo de varias páginas de denso discurrir que ahorro al lector que lo es de blog, género liviano. Pero no me privo de poner un ejemplo de la prosa de mi amigo: había renunciado a explicar por qué era imposible encontrar respuesta a la infinita pregunta del ser humano; pero se propuso, ya que no explicar, sí mostrar esa imposibilidad. Una pregunta infinita es una que no se acaba nunca, de la que conocemos dos formas: la lineal que consiste en preguntar por la raíz de la respuesta que se haya dado a la pregunta anterior lo que nos lleva al origen de los tiempos; y la llana consistente en plantear el porqué de todas y cada una de las cosas que hay en la existencia utilizando si queremos cualquier clasificación semántica del Ser, por ejemplo la muy normalita de don Julio Casares. Encontraremos Universo/Dios - Mundo orgánico -Reino animal - Los irracionales - Zoología - Insectos, larvas y ahí ya nos atascamos como la rueda del carro en el lodo porque insectos hay incontables y aparecen y desaparecen que es un primor. Así que las aporías de Zenón son reales como la vida misma. Lo que sucede es que luego nos adaptamos a todo de forma que igual que acabamos entendiéndonos mal que bien con un vocabulario de un par de miles de palabras (si llega), trotamos por la existencia con sólo algunas de las respuestas a las preguntas y esas aun a título provisional y de prueba. Pero naturalmente yo no estoy hablando de un conocimiento de dos mil palabras, de un conocimiento completo, del acceso a la verdad para lo cual, según lo entiendo, he de empezar por decir yo mismo la verdad. Carece de sentido ir en busca de la verdad de mentira o con la mentira. Pero decir la verdad sobre uno mismo es lo más difícil que hay. Tengo para mí que llamamos locos a aquellos que en algún momento se dijeron la verdad sobre sí mismos. Por eso los demás, los llamados cuerdos, no podemos decir la verdad sobre nosotros mismos, puesto que la ignoramos y la ignoramos a caso hecho, a ciencia cierta, si cabe la expresión.

- Un momento- dije sin darme cuenta de que estaba hablando en voz alta- ¿Quién está hablando aquí?- Por supuesto yo mismo que acababa de hacerlo pero me refería a quién estaba hablando en el relato que tenía en la pantalla. Fui con el ratón al comienzo del relato: "Por dónde se empieza", pero sin mención de autor. Habría de suponer que era Vlam. El texto seguía en el tenor mostrado durante algunas páginas más hasta enredarse en una madeja de consideraciones acerca de "por dónde se empieza una fortuna", un denso laberinto lleno de valores, activos, pasivos, liquidez, rates, préstamos, intereses, concursos, retranqueamientos, apalancamientos, futuros, swaps, nominal, acciones, obligaciones, balances, deudores, inversiones, capital fijo, variable, pérdidas, garantías, provisionamientos, deficit, superavit, cláusulas, subrogaciones, hipotecas, ejecuciones, avales, cotizaciones que en poco tiempo se me asemejaban a un pozo en donde se movían cientos de siniestros reptiles de relucientes visos cárdenos, violáceos, glaucos de toda condición, una exageración que casi me lleva al vértigo y que se interrumpió repentinamente, para dar paso a una pregunta en tamaño de letra superior al normal. "¿Qué se te ocurre a ti?"

En ese momento sonó el skype, se encendió el monitor de la webcam en el ordenador y en la pantalla apareció Vlam, diciendo:

- Ya has llegado a la pregunta, ¿no?

- Sí, bueno pero déjame seguir con el capítulo, que no lo he terminado.

- ¡Qué capítulo ni leches! El capítulo sigue aquí. ¿No te has enterado de que existe internet?

- Pregunta idiota. Pero tendré que leerme el capítulo si quieres mi opinión.

- El capítulo es lo que has leído hasta ahora y lo que digas a partir de ahora.

Me resigné y me dispuse a escuchar. Me preguntó si recordaba una conversación que habíamos tenido muchos años atrás, cuando él estaba empezando su carrera en los negocios en la que me planteó el caso de un amigo suyo, también negociante, que tenía un apuro moral porque había empezando los suyos en grande a base de chantajear a un tipo más poderoso aun, a quien sacó el dinero necesario para emprender él su propio vuelo. Claro que me acordaba. Aquel amigo no existía; era él mismo, cosa que ya sabía yo desde que tuvo lugar la conversación. El caso es que yo le había preguntado si su "amigo" había hecho el dinero suficiente para devolver lo suyo al chantajeado sin menoscabo de su fortuna y, como fuera así, le aconsejé que lo hiciese y sellase las paces con el otro. Ahora veía claro por qué había puesto aquel título al capítulo, "Por dónde se empieza". Por dónde se empieza a hacer una fortuna, por dónde la riqueza, el poderío.

- Mira- le dije, ampliando la imagen a plena pantalla- me acuerdo perfectamente y sé lo que dije y que no volvimos a hablar sobre el asunto, de donde deduje que tu "amigo" habría hecho lo que sugerí, que bastante dudoso moralmente hablando es. Si lo chantajeaste es porque habría hecho algo malo, delictivo, deshonroso, que no querría que se supiera, desde luego, pero eso no legitima ni hace moral tu chantaje ; sólo lo hace posible porque si el otro no hubiera cometido la pifia, tú no hubieras podido chantajearlo. Pero en todo caso puedes suponer que la pregunta de por dónde se empieza a hacer una fortuna es, por ejemplo, chantajeando. Uno puede mirar eso de muchos modos, desde una actitud moralista o desde la impasibilidad de las estrellas que ven cómo los seres humanos hacen siempre su fortuna a base de asesinar, violentar, secuestrar, torturar, humillar, explotar a sus semejantes, a todos sus semejantes, desde los más lejanos a los más próximos. Estos con mayor delectación y comodidad. El ser humano es un predador de los seres humanos. Cuando el origen de la fortuna estaba en degollar semejantes de distinto territorio (para robarles, claro), raza, cultura, religión (siempre para robar), civilización o continente, los que así lo hacían alcanzaban condiciones nobiliarias, la aristocracia surge del cieno y la sangre. Pero eso se olvida después recitando madrigales al compás de una vihuela, leyendo las très riches heures de madame la comtesse o yendo a la caza del unicornio.

- Claro- dijo Vlam muy convencido- Y eso es la aristocracia. La democracia, además de cieno y sangre se hunde en la mierda. Algún día te explicaré mi teoría sobre la mierda, último sistema filosófico vivo, cuyo Dios es Alfred Jarry y Vlam su único profeta. Pero ahora no es necesario enredarse en estas disquisiciones. La pregunta acerca de "Por dónde se empieza" no se refería a cómo fueron las cosas en realidad, que eso es como es, sino a cómo se empieza a contarlo. Cómo se convierte algo en un relato y se atiene uno a la verdad.

- Pues no sé; se me ocurre que como lo estás haciendo, por internet. ¿Lo estás grabando?

- Hombre, claro. Pero no es tan fácil.

- ¿Por qué? Ya lo has hecho.

- No es tan fácil, te digo. No me limité a chantajearlo. Después de escuchar tu sabio consejo de devolverle su dinero lo que hice fue obligarle a firmar un documento en el que ambos nos declarábamos herederos universales del otro, y luego lo maté. Tenía que coronar mi obra, perfeccionar lo que había empezado. Como comprendes no se levanta un imperio administrando una fonda de tres al cuarto. Hay que disponer de medios. Él los tenía y a mí me hacían falta. Fue un crimen perfecto y eso que dicen que no los hay.

No daba crédito a mis oídos.

- ¿Cómo murió tu desgraciado socio?- Me pareció que debía dar alguna muestra de mínima conmiseración.

- Se estrelló con un coche que se salió de la carretera y cayó por un barranco.

- ¿Y no te investigaron dado que eras el principal beneficiario?

- No; yo iba con él en el coche. Fue un lamentable accidente.

- Valiente figura: pudiste haberte matado también.

- Pude, pero no pasó y el que no arriesga, no gana. La vida es una mierda de la que nos libramos jugando a la ruleta rusa. Gracias por ayudarme a contar la verdad. No sabía cómo hacerlo.

- Espera un momento; esto no tiene sentido. Tú estás escribiendo una historia, no puedes meter esta conversación...

- ¿Por qué no? Si tú mismo me lo decías hace un instante. ¿Ves como no eres perseverante? Por so nunca levantarás cabeza. Tenía un problema: por dónde empezar a contar la verdad acerca de un asunto que todo el mundo iba a juzgar moralmente, sin perder mucho tiempo y sin tener que fingir sentimientos que no profeso.

- Pero si dices que lo que cuentas es verdad y efectivamente sucedió como lo dices, estás confesando el delito.

- No, hombre, estoy escribiendo un relato que es mi vida, en la que cuento sólo la verdad; pero como todo el mundo sabe eso es imposible y por tanto esto es una ficción y todo parecido con la realidad es casual. Ni tú mismo existes.

-¿Cómo que no?

- Como que no. Mírate bien, ¿qué eres? Un miserable bloguero que va rellenando cuartillas o el equivalente en pulgadas de pantalla sobre las cosas que se le pasan por la cabeza, las reales, las inventadas, las mitad y mitad, que dice que está haciendo un viaje a ninguna parte, el muy cursi y ni siquiera sabe en dónde se ha metido. Lo dicho: gracias.

- Y cortó bruscamente.

Ya era de día. Una claridad difusa atravesaba los visillos de las ventanas mientras oía un lejano zureo de palomas. Me tumbé en la cama y esta vez sí empecé a quedarme dormido pensando en que, al despertarme, me despidiría de Vlam, cuya imagen había cambiado mucho en mi ánimo. Luego dicen que en los viajes no se aprende. Mi idea de Vlam y su fortuna encajaba con el hecho de que la hubiera amasado por medios inmorales y delictivos, como el chantaje. Tal posibilidad hasta halagaba mi espíritu combativamente anticapitalista, que veía en este sistema económico el paradigma del mal. Y eso no me hacía a Vlam especialmente detestable. Bastaba con mirar en torno suyo y ver que quienes lo rodeaban, magnates y grandes empresarios parecían cortados por el mismo patrón. Pero es que Vlam había llegado al asesinato, lo que, en principio, planteaba una situación distinta. Ser un crápula, un ladrón, un estafador, pase; pero un asesino es ya muy otra cosa. Claro que tampoco era tan extraño después de todo en lo que lo conocía. Lo suyo era llegar arriba, estar en la cima, ser el que más, el perfecto, el súmmum. Con todo lo que había aprendido ahora tenía cuando menos para un par de días de cavilaciones. Coronar su carrera con la consabida obra de arte del asesinato. Me quedé sorprendido a la vez que sosegado con el descubrimiento. Ya tenía corregida casi del todo mi imagen de Vlam, así que, al despertarme me despediría de él en la recepción y continuaría mi camino. Aunque sospechaba que a lo mejor no me dejaba. Me faltaba un punto, ¿quién me decía que, siendo un perfeccionista, Vlam se contentaría con un único asesinato? ¿Y si fuera un asesino en serie? Creía verlo dibujarse en el marco de la ventana, con una capa negra... y ahí me quedé dormido. Estaba muy cansado.

(La imagen es el grabado nº 3 ("Anhelos") de la Historia de un guante (1894), de Julius Klinger).

dilluns, 24 de novembre del 2008

El famoso auto del juez Garzón.

Por fin encontré tiempo para leer atentamente el último auto del juez Garzón por el que responde al escrito de impugnación del fiscal señor Zaragoza y se inhibe en el conocimiento de la causa por los crímenes del franquismo en favor de los órganos jurisdiccionales territoriales competentes. De entrada debe decirse que si el primer auto por el que ordenaba diligencias previas al pronunciamiento sobre su competencia era magnífico, éste lo supera con creces. Es una pieza extraordinaria tanto en lo jurídico como en lo político y lo histórico. Espero que todos los publicistas y opinantes que ensalzaron el escrito de impugnación del fiscal Zaragoza en su día diciendo que había destruido las argumentaciones del juez Garzón salgan ahora en su auxilio porque va a necesitarlos y mucho.

Por fortuna no es el caso de Palinuro porque de las diversas entradas que ha dedicado a este apasionante asunto de los crímenes contra la humanidad cometidos por los franquistas que gobernaron el país cuarenta años la del 21 de octubre pasado titulada La Ley y la Justicia y la del 24 del mismo mes titulada Blogorismo de la pelea (II): Garzón contra el fiscal sostenían que el escrito del fiscal era muy inferior al del señor Garzón, contradictorio e irrelevante y que no hacía otra cosa que repetir los argumentos de aquel con el signo cambiado y demostrar que algunos ni los había entendido. El nuevo auto del señor Garzón que puede consultarse íntegro en Público, hace añicos el escrito del fiscal demostrando que, además de incongruente, inconsistente y contradictorio, rompe el principio de unidad del Ministerio Público puesto que adopta actitudes contrarias a las defendidas por ese mismo Ministerio en otros procedimientos de idéntico contenido. Repito: aquellos que se quedaron embobados con la sapiencia jurídica del fiscal Zaragoza, ¿tienen algo que decir de la refutación del señor Garzón?

Se recordará que también hubo ilustres publicistas que salieron a decir que el señor Garzón desbarraba, a lo que Palinuro contestó con otra entrada de siete de noviembre titulada No, Garzón no desbarra. Todo eso parece ahora muy lejano. De la lectura del auto del juez Garzón se sigue que en los cuatro puntos esenciales contenciosos del asunto, los que verdaderamente nos interesan desde el punto de vista moral y político, él tenía razón: a) los delitos de los franquistas entre 1936 y 1951 son crímenes contra la humanidad; b) no han prescrito; c) no ha cuestión al principio de irretroactividad de las normas penales; d) la Ley de Amnistía de 1977 no es de aplicación. Y lo prueba con una contundencia más allá de toda duda.

Al propio tiempo, al declarar extinguida por fallecimiento la responsabilidad penal de Francisco Franco y sus cómplices, el juez Garzón se inhibe en favor de la jurisdicción ordinaria. Supongo que tiene razón y lamento mucho que lo haya hecho. Me pregunto si la dicha extinción es causa suficiente para la inhibición o si, manteniéndose que los delitos se cometieron, que fueron contra la humanidad y que en el proceso penal debe prevalecer siempre el derecho de las víctimas a la reparación, no debiera haber defendido su competencia. Sobre todo porque, como es de imaginar, al fragmentar la causa territorialmente habrá juzgados que cumplan y otros que no lo hagan.

De todas formas eso es también ya cosa de segundo orden porque el auto en cuestión plantea por fin a las claras un asunto, hasta ahora oculto, de una importancia decisiva, una verdadera bomba política que está llamada a alterar todo el planteamiento de esta cuestión: los niños secuestrados, robados por los franquistas y recluidos en centros oficiales o entregados a familias adeptas al régimen, los miles de niños a quienes robaron sus señas de identidad. Un asunto que nadie se había atrevido a plantear en sede judicial hasta la fecha y que tendrá consecuencias.

Es en conexión con este terrible asunto de los niños robados donde el auto del juez Garzón presenta testimonios espeluznantes como las citas textuales del Dr. Vallejo-Nágera, psiquiatra oficial del régimen que, con autorización de éste, hizo experimentos entre los reclusos en los campos de concentración para demostrar su idea "de las íntimas relaciones entre marxismo e inferioridad mental (...) pues si militan en el marxismo de preferencia psicópatas antisociales, como es nuestra idea, la segregación total de estos sujetos desde la infancia podría liberar a la sociedad ded plaga tan terrible" (pág. 14 del auto). Este canalla estaba convencido de que tenía que haber relaciones "entre las cualidades biopsíquicas del sujeto y el fanatismo político democrático-comunista" (pág. 19 del auto).

Por fortuna para la causa de la justicia, el proceso que ha puesto en marcha el juez Garzón ya no se podrá detener. El Gobierno tendrá que activar la aplicación de la llamada Ley de la Memoria Histórica. Pero asimismo es magnífico que el señor Garzón lo haya abierto. Su juzgado ha declarado extinguida por razón de fallecimiento la responsabilidad criminal de Francisco Franco y unos cuantos secuaces más. Eso es lo que se ajusta a derecho. Pero ajustado a derecho ha quedado claro ya en sede judicial que Francisco Franco y sus secuaces fueron un grupo de delincuentes autores de crímenes contra la humanidad. Presuntamente, claro. Que quienes hablan en público y se refieran al "anterior Jefe del Estado" sepan de quién están hablando.

Ahora, además, el procedimiento ha entrado de lleno en el terreno político, en donde la discusión se hace apasionada. He leído una furibunda diatriba antigarzoniana en el blog de Joaquín Leguina, en una entrada titulada Muertos y sepultura en la que, además de arremeter contra el juez Garzón con argumentos ad hominem inadmisibles, estructura su posición atacando en cuatro apartados que él llama "mensajes" y que dice refutar. Son los siguientes:

Mensaje 1º: niega encendidamente que la Ley de Amnistía y la transición en su conjunto fueran obra del miedo, la cesión y la claudicación. Pero, por más que lo niegue, es la verdad. ¿O es que el golpe que al final acabó dándose el 23 de febrero de 1981 no planeaba desde 1975? ¿En dónde se redactó el artículo 2 de la Constitución? Que las cosas fueran así no resta mérito a quienes las protagonizaron. Todos estamos muy contentos de cómo salió el asunto. Pero han pasado treinta años y nuestra visión puede hacerse más realista. El miedo a la amenaza estuvo presente en toda la transición, como lo estuvo después, muchos años después. Ese miedo que en muchas partes de España dura hasta hoy (quiera o no verlo el señor Leguina) es precisamente el que nos exige apoyar la actitud del señor Garzón.

Mensaje 2º: No es aceptable la idea de que "los asesinados en la retaguardia republicana ya fueron “honrados” y sus asesinos perseguidos por el franquismo. Los únicos que ahora deben ser “honrados” -y sus asesinos juzgados- son los represaliados por el franquismo." ¿Por qué no va a ser aceptable si es verdad? Dos matices, además, por si acaso. Matiz uno: por no aceptar del franquismo yo no aceptaría ni siquiera sus "honras" a los suyos; pero eso que lo arreglen ellos. Matiz dos: aquí no se trata sólo de los asesinados en el curso de la guerra sino, sobre todo, de los asesinados en la postguerra, cuando el régimen aplicó una política de exterminio sistemática durante veinte años contra los discrepantes. Esa es la importancia del proceso de Garzón que el señor Leguina pasa por alto al tiempo que llama "interesados" (ignoro por qué) a quienes lo defienden. No es solamente la guerra, es el genocidio cometido en la postguerra contra una población aterrorizada e inerme, niños incluidos, de lo que hay que tratar y no volver a ocultarlo esta vez no ya sólo por miedo (que es más o menos comprensible) sino por algún otro sentimiento que no quiero calificar y no es difícil de barruntar.

Mensaje nº 3: no todos los muertos del bando republicano son igualmente honorables. Por supuesto que no, ¿y qué? ¿Es que faltan en la izquierda agallas para decir que García Atadell era un asesino, como asesinos fueron los chequistas, los de Paracuellos y otros criminales? No lo creo. Pero ¿no es obvio que si se acepta ese motivo para no remover (y nunca mejor dicho) el asunto pagarán decenas de miles de inocentes por unos cuantos cientos de criminales?

Mensaje nº 4: rechaza el señor Leguina la propuesta de que: "La derecha española es heredera y añorante del franquismo". Respecto a los votantes, no lo sé; hay de todo: muchísimos franquistas (los que llenaban la Plaza de Oriente estarán en algún sitio ¿no?) y muchísimos que no lo serán. Respecto a sus políticos más representativos, ¿qué duda tiene el señor Leguina? ¿Qué cree que piensan el señor Fraga, el señor Aznar, el señor Mayor Oreja, etc?

Una última consideración que tiene la importancia que tiene: de los 112 comentarios que he visto a la entrada del blog del señor Leguina, hay cinco más o menos de izquierda, uno que no viene a cuento y dos contestaciones del propio señor Leguina. Los otros 104 son de la derecha más o menos cerrada. Y todos lo felicitan. A mí eso me haría pensar. Y quien crea que tengo algo de sectario, que lea la entrada siguiente.

Por cierto, García Atadell y su brigada se presentaron en casa de mi abuelo, Armando Cotarelo, en dos ocasiones para darle el paseo sin conseguirlo gracias a la enérgica intervención de mi abuela que era más de armas tomar que el propio Atadell. Don Armando murió de muerte natural bastantes años después y en la dedicatoria a su madre con que encabezó un libro sobre el seminario de nobles de Vegadeo decía que en 1938 Madrid vivía bajo el "terror rojo". Sabía de lo que hablaba.

(La imagen es una foto de sagabardon, bajo licencia de Creative Commons)

Propaganda comunista.

Siendo yo un chaval, pues tendría unos diecisiete años, y como en casa había acceso a todos los libros prohibidos durante el franquismo, leí el de Constancia de la Mora Doble Esplendor que me causó grandísima impresión. Era una especie de autobiografía muy bien escrita de la autora, nieta de don Antonio Maura, republicana, que pasó la mayor parte de la guerra civil trabajando en la Secretaría de Prensa extranjera del Gobierno de la República, es decir, en un departamento de censura y propaganda, aunque entonces lo único que yo veía era que se trataba de una mujer de la alta sociedad, muy competente, que hablaba correctamente varias lenguas extranjeras y sabía tratar a los corresponsales extranjeros, cuestión crucial para la imagen exterior de la República. La autora, que había muerto años atrás, en 1950, me era familiar porque mi madre, que tenía sus mismas condiciones, fue colaboradora suya y me había hablado mucho de ella.

En esa edad, los diecisiete años, es fácil que a uno lo impresionen las lecturas pero este libro lo hizo como pocos. Todo en él me parecía extraordinario: la historia de una niña/jovencita de clase alta que hace un matrimonio más o menos convencional con un hombre de derechas pero luego aprovecha la ley de divorcio de la República para separarse y casarse con un republicano, Ignacio Hidalgo de Cisneros (con un pedigree similar al suyo), abraza generosamente la causa de la República, da todo por ella, se enfrenta a su familia, combate hasta el final y, por último pierde la guerra. Al leerlo me parecía estar leyendo la biografía de mi madre, cuya vida había sido hasta entonces idéntica. El libro tiene momentos magníficos sobre todo cuando se habla de las Brigadas Internacionales, y se habla mucho. Recuerdo que uno de los aspectos que más impresionó fue precisamente ése, que pareciera dirigido a un público internacional, que tratara del lugar de la República en el mundo y soslayara las eternas rencillas interpartidistas entre los republicanos que eran aburridas.

Confieso que no me llamó la atención que la autora no dijera en parte alguna que era miembra del Partido Comunista o que lo fuera su marido. Como tampoco que la interpretación general de la guerra y los conflictos en el campo republicano tuvieran la perspectiva comunista. Por aquel entonces no conocía a fondo otra salvo la de los vencedores que no me parecía aceptable en modo alguno.

Volví a leer el libro unos diez años después y ahí ya sí me di cuenta de que era, ante todo, un libro sesgado desde el punto de vista exclusivamente comunista, cosa que me chocó porque por entonces ya sabía que en la guerra había habido mucho conflicto interno en el bando republicano, no era oro todo lo que relucía y los comunistas ya no eran santos de mi especial devoción. Pero seguí estimándolo mucho, como uno de los primeros y más genuinos y conmovedores testimonios de la guerra civil, al tiempo que un documento sociológico-biográfico de gran interés. Y así siguió siendo hasta que hace un par de años leí un trabajo de Wilebaldo Solano en el que se decía que el lugar en el que Andreu Nin fue secuestrado, torturado y probablemente asesinado, era un chalet perteneciente a Constancia de la Mora en Alcalá de Henares. Eso me causó un gran impacto. Ya no podía preguntar a mi madre porque había fallecido, así que hice unas pesquisas y el resultado que obtuve era que Constancia de la Mora y su marido, Ignacio Hidalgo de Cisneros, probablemente estaban al tanto y aprobaban los crímenes de los agentes soviéticos en España y de sus coadyuvantes españoles. Hace poco, el 27 de abril de este año, saqué una reseña de la revista Viento Sur en la que se documenta el trágico destino del revolucionario catalán, en una entrada titulada En Salamanca o en Berlín. Por entonces ya tenía claro que alguien había estado jugando con mi buena fe, mi entusiasmo de la primera juventud. No sabía hasta qué punto.

Este año se ha publicado el libro Soledad Fox Maura (Constancia de la Mora. Esplendor y sombra de una vida española del siglo XX, Biblioteca de Historia, Espuela de Plata, Salamanca, 2008, 367 págs) que es una biografía de nuestra autora hecha al hilo de su propia obra, esto es, una especie de deconstrucción de Doble esplendor. Fox Maura ha hecho un magnífico trabajo historiográfico y ha sacado a luz a un personaje contradictorio, con luces y sombras, sin cargar en exceso sobre las unas o las otras. Pero un trabajo que modula por entero mi visión de Doble esplendor ayudándome a entender por fin un libro que había leído dos veces y que las dos veces me había engañado porque, como demuestra Fox Maura, fue escrito para eso, para engañar.

Fox Maura traza la biografía de Connie (el nombre familiar con que todos la conocían) desde su boda con Germán Manuel Bolín y Bidwell, un faitnéant andaluz, con el que tuvo la única hija que tendría en sus dos matrimonios. Por entonces era Connie una señorita de buena sociedad madrileña. Empieza a hacerse republicana cuando entra en relaciones con Ignacio Hidalgo de Cisneros (cuyas memorias, Cambio de rumbo también son de provechosa lectura si bien no ocultan que son las de un comunista a machamartillo). Según Fox Connie da a entender sin embargo que sus convicciones republicanas eran independientes de su encuentro con Hidalgo de Cisneros (p. 85). En 1936 la nieta de Antonio Maura ingresa en el Partido Comunista de España (PCE) pero de esto no se habla en sus memorias; como tampoco del ingreso simultáneo de su marido. En general Doble esplendor oculta la filiación comunista de casi todos los que lo eran dando a entender que en la guerra civil había fascistas de un lado y republicanos del otro con el añadido de algunos extremistas y provocadores (luego derrotistas, claro es) anarquistas, largocaballeristas o trostystas. Los comunistas no aparecen. De hecho, hasta oculta que el matrimonio Alberti era militante comunista (p. 108). Se habla mucho de la ayuda de la Unión Soviética a la República pero se da a entender que esa ayuda no traía condiciones políticas algunas (p. 97) cuando los soviéticos inundaron de propaganda y agentes la España republicana.

Connie se expresa en todo momento en términos muy duros contra el POUM pero ni ella ni Hidalgo de Cisneros en sus memorias mencionan a Nin (p. 154), lo que ya es raro. Y mucho más que tampoco hagan mención de otro caso de desaparición muy sonado por aquellas fechas y que los afectó de lleno porque conocían a la víctima, José Robles, un español repatriado que trabajaba con todas sus fuerzas a favor de la República y que probablemente, como Nin, fue asesinado por agentes soviéticos con ayuda española (p. 148).

¿Qué significado tiene todo esto? Fox Maura lo aclara: al fin de la guerra, Connie llegó a Nueva York, donde contactó con los gringos partidarios de la República, en especial su amigo Jay Allen, a quien conocía de los tiempos del Departamento de Prensa Extranjera, los veteranos de la Brigada Lincoln y trabó relaciones con los comunistas estadounidenses. En poco tiempo se decidió (quizá fue la propia Connie con sus instinto natural para la propaganda) que, para ayudar a la causa de la República en los EEUU y conseguir que estos se comprometieran a intervenir en España en contra de Franco, debía escribirse un libro que contara la vida de Connie ("aristócrata" desclasada que se alinea con la República) y levantara simpatías con la causa republicana. Pero era un libro para un mercado gringo, por tanto de él debía desaparecer toda referencia al comunismo y eso es lo que explica que Doble esplendor, que se publicó primero en Nueva York en inglés como In Place of Splendor saliera como un canto aséptico a la lucha de una república democrática contra el fascismo, perjudicada por la hipócrita política de no intervención de las potencias democráticas, especialmente los EEUU. Se trataba de crear mala conciencia. El libro fue un éxito; antes del año se habían hecho cinco ediciones; Eleanor Roosevelt, John Dos Passos, Ernest Hemingway lo presentaron o hablaron a su favor y hasta se comenzaron sendas adaptaciones al teatro y al cine que luego no se hicieron. Por supuesto hubo gente que supo ver de qué se trataba y denunció el caso. Así Leigh White que había estado en España en 1937 escribió una crítica en The Nation en la que acusaba a Connie de haber escrito un libro de propaganda comunista mal disimulada (p. 208). Pero esas voces quedaron anegadas en el general clamor laudatorio.

Sin embargo Doble esplendor es, a todos los efectos, exactamente eso: una pieza maestra de propaganda comunista en los EEUU para estómagos gringos. Soledad Fox afirma en esta obra que no fue Connie quien escribió el libro, sino que se limitó a relatar su vida a la escritora y periodista Ruth McKenney, también miembra del Partido Comunista, pero con mucho más oficio de escribir que la española, que fue quien redactó el texto, razón por la cual éste fue un éxito.

Prueba concluyente y definitiva de ello Fox no tiene, pero acumula tal cantidad de datos y pruebas colaterales que es imposible negar el hecho. Al presentar la obra como de la exclusiva autoría de Connie, el efecto que se perseguía aumentaba. "Sin duda", dice Fox, "al encubrir la participación de McKinney, no sólo fue objeto de mayor estima personal, sino que el mensaje de su libro resultó más eficaz al ser percibido como auténtico" (p. 193). ¿Auténtico? "El lector americano de In Place of Splendor (Doble esplendor) aceptó con entusiasmo que esta culta española admirara su idioma y lo hablara como una nativa" (p. 191).

Pero esto no era cierto. Para probarlo, Fox cita el siguiente párrafo del original: "none of the good correspondents suffered from Richard Harding Davis overtones. Now and then some new agency man-sent, as is the wont of news agencies, direct from the police beat in Hoboken, fancied himself a Knight of the Typewriter" y añade "Esto no está escrito por Constancia de la Mora, ni son éstas sus palabras retocadas por un editor de Harcourt, Brace & Co. Éstas son las palabras de una brusca neoyorquino (sic), como Ruth McKenney" (p. 190). No tengo la menor duda. Sobre todo, cuando se sabe que, con el éxito de In Place of Splendor, llegó el prestigio, la popularidad, el dinero, la invitaciones a conferencias y Connie acabó creyendo que era una escritora. Fox cuenta cómo, ya desde su exilio en México, se embarcó en la tarea de publicar otro libro en los EEUU sobre España cuyo original le fue rechazado por la editorial a causa de que su texto no era editable ni en el sentido inglés del término.

Fox acumula más pruebas: aporta conversaciones y textos escritos de Connie en los que reconoce una mayor o menor extensión de la autoría de McKenney. Si no hizo la confesión completa y pública fue, según da a entender Fox Maura, por vanidad y negra honrilla. ¿Y por qué no dijo nada la propia Ruth McKenney? Al fin y al cabo de todos los libros que escribió fue el más famoso y de que lo escribió ella no dudó jamás porque Fox cita una carta a su hija (de McKenney) en la que relata los libros que ha publicado e incluye In Place of Splendor. ¿Por qué no dijo nada? Aquí no cabe vanidad para el silencio y Fox no tiene respuesta. Yo aventuro una: el libro fue un plan del partido comunista para colocar en el mercado gringo una pieza de propaganda eficaz, McKenney y Connie eran las dos comunistas, por lo tanto, obedientes a lo que el "Partido" dijera. El Partido decía que había que mover la simpatía estadounidense en favor de la República ocultando la influencia comunista en ella. Y la pieza tenía que ser convincente. Que el éxito de tu propaganda se mida en que nadie sepa lo que has hecho habla mucho sobre la estructura moral de los comunistas pero eso sería materia para otro post. El caso es que McKenney y Connie se sacrificaban por "la causa" aunque cada una de forma distinta.

El libro de Fox Maura sigue los pasos de Connie cuando ésta se traslada a vivir a México, concretamente a Cuernavaca. En esa última parte de su existencia, aunque la española trataba de seguir silenciando su condición política (entre otras cosas para mantener la amistad con Eleanor Roosevelt, que tan útil le era), trabajó como agente comunista directamente al servició soviético como colaboradora del embajador ruso en México. Prácticamente todos sus conocimientos y amistades no comunistas habían ido dándose cuenta de la situación y rompiendo con ella. Fox incluye una carta de Juan Ramón Jiménez sobre Doble esplendor que no deja lugar a dudas (p. 108) y sostiene que los recuerdos de Burnet Bolloten, Fischer, Barea o Prieto coinciden en que era demasiado partidista e intransigente (p. 133). Acabó rompiendo con su amigo Jay Allen y con Mrs. Roosevelt. Pero ella siguió fiel a sus ideales comunistas. En 1944 publicó un artículo en Soviet Russia Today, llamado Young Spain in the USRR de clarísima propaganda, hablando de lo magníficamente que estaban allí los niños españoles refugiados (p. 277). En el caso de su hija Luli, que había ido en 1937 y no salió para México hasta 1945, es posible, aunque dudoso. Lo digo porque, una vez llegada a México, se casó y nunca más volvió a pisar la Unión Sovietica. La última en darse cuenta con disgusto de la condición comunista de Connie fue su amiga Mary Wallner O'Brien, una millonaria gringa, vecina suya en Cuernavaca y con quien estaba viajando cuando se produjo el accidente de carretera que costó la vida a Connie con cuarenta y cuatro años. Mary O'Brien dejó un manuscrito, Adiós, Connie, depositado en la Universidad de Nueva York y que ha sido muy útil a la autora para ilustrar los últimos tiempos de la vida de Constancia de la Mora Maura.

Ahora me explico por qué me gusta tanto Doble esplendor, que he empezado a leer por tercera vez, ésta en el original inglés de su verdadera autora, Ruth McKenney: porque está muy bien escrito. Es una pieza de propaganda comunista perfectamente unilateral pero con muy buen estilo. Igual que el Acorazado Potemkin es una desvergonzada pieza de propaganda comunista pero también una película extraordinaria o, por irnos al otro lado, Nacimiento de una nación es una pieza de propaganda racista y del Ku-Klux-Klan y una obra de arte.

No guardo rencor a Constancia de la Mora por haberme engañado (y, conmigo, a muchos más); al fin y al cabo, la primera víctima de aquel complot comunista fue ella misma que hubo de fingir ser capaz de escribir lo que no era capaz de escribir, cosa que acabó arruinando su existencia. Por supuesto, queda por averiguar cuánto sabía Connie de los asesinatos comunistas, los casos de Nin, Robles, etc. Fox Maura duda de que ella e Hidalgo de Cisneros no estuvieran al tanto, pero no dice más. Por eso queda por averiguar pues no es asunto menor ni mucho menos.

Descanse en paz Constancia de la Mora Maura.

diumenge, 23 de novembre del 2008

Sigue el pillaje de la derecha.

Tengo dicho que la política de privatizaciones es una política de pillaje y expolio de los bienes del común con la finalidad de favorecer a los intereses privados del capital. No es corrupción en el sentido jurídico, sino moral. Así como la izquierda (sobre todo los sociatas de los últimos gobiernos del señor González) metía la mano en la caja, la derecha prefiere regalar la caja entera para que la empresa privada meta la mano en ella cuando quiera legalmente. Un despojo a la comunidad de los bienes públicos, del común (que según viejo refrán de la tierra de mis antepasados es de ningún) sufragados con el dinero de todos en beneficio de los amigos de los gobernantes. Esto la señora Aguirre lo borda: aparte de querer aterrizar en Cajamadrid como si fuera un predio, según cuenta El plural, también pretende privatizar (es decir, expoliar a la comunidad) el suministro de agua de la Comunidad de Madrid. Teniendo en cuenta que ya tiene muy avanzada la privatización de la sanidad pública, puede decirse que los planes de pillaje de este grupo de privateers neoliberales van a pedir de bolsillo.

La izquierda debiera dar una batalla enconada porque el gobierno de la señora Aguirre es un ataque sistemático al Estado del bienestar y porque está jurídicamente ganada. La derecha puede privatizar (como la izquierda, en su caso) empresas públicas mercantiles; pero no puede privatizar servicios públicos que atienden a derechos de los ciudadanos. En el caso del suministro de agua, la Ley de bases de Régimen Local en su artículo 25, 2, L) concede al municipio competencia en "suministro de agua y alumbrado público" (amén de otros servicios) por lo que el abastecimiento de agua es un derecho de los ciudadanos que no puede caer en manos privadas que no lo garantizan. Así que ya puede el señor Ruiz Gallardón impugnar la Ley de Presupuestos de la CA de Madrid.

Lo mismo sucede con la privatización de la sanidad, que es un ataque directo a la Constitución cuyo artículo 43, 2 dice que: Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios, de modo que las medidas de la señora Aguirre de privatización de la sanidad son inconstitucionales y hay que impugnarlas. Luego se verá si el órgano correpondiente las anula sin más (como debiera) o los aprovechados neoliberales encuentran alguna argucia, como distinguir entre "propiedad pública" y "gestión privada" para saquear las arcas públicas.

Insisto en que son las formas de corrupción de la derecha, más sutiles que las de la izquierda pero mucho más dañinas por cuanto aquellas pueden ser delitos instantáneos pero éstas generan situaciones de hecho, continuadas en el tiempo que permiten y provocan injusticias y latrocinios patentes. Un ejemplo cualquiera de los muchos que cabe poner: el gobierno (central o autonómico) neoliberal privatiza un servicio público (por ejemplo, suministro de agua o recogida de basuras), es decir, priva al conjunto de los ciudadanos de un capital y se lo entrega a una empresa privada poniendo a su frente, como hizo el señor Aznar con la Telefónica, a algún amigo o cliente. Luego no es infrecuente que la empresa privada agradezca el favor empleando en suculentos cargos con gruesos emolumentos a quienes participaron antes en la tarea de privatización. ¿En dónde está empleado hoy día el señor Zaplana?

Hay que parar este asalto sistemático de los bienes públicos con la excusa de que es gestión más eficiente (o sea, más eficaz y más barata al mismo tiempo) lo que es falso y la prueba es que no han aportado ni una prueba de lo contrario, entre otras cosas porque no existen. Existen las contrarias: hoy día el servicio público de correos funciona cien veces mejor que las empresas de mensajería, las fuerzas de seguridad del Estado son mil veces mejores que todas las empresas de vigilantes jurados, lo que queda de la sanidad pública es un millón de veces mejor que la mejor clínica privada y lo mismo vale para transportes, enseñanza, etc. La Comunidad de Madrid bajo gobierno de estos insaciables neoliberales tiene que parar sus ansias de rapiña antes de que arramblen con todo, dejándola sin patrimonio, recursos ni capital. Claro que a lo mejor es lo que se merecen los madrileños por dar mayoría aboluta a esta columna de aprovechados que van a sus negocios y los de sus amigos.

(La imagen es una foto de Chesi Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (XVI).

El paso a dos.


(Viene de la entrada anterior, titulada Vlam).

Vlam me acompañó a la habitación que solía yo ocupar en donde había instalado un ordenador al que enchufó el pen drive y me dejó, deseándome buenas noches y diciéndome que lo que quería que leyera para darle mi opinión lo encontraría como una carpeta titulada "El paso a dos". El estaría más o menos por allí y cuando quisiera, podríamos hablar. Del escrito o de cualquier otra cosa. Parecía risueño, tenía la mirada cálida y acogedora. Le pregunté que si había acceso a la red y me dijo que sí, que jamás se le ocurriría dejarme desconectado porque eso es hoy día lo peor que puede hacerse con alguien. Bueno, de siempre ha sido lo peor. De siempre me parecieron terribles aquellas historias de los tiempos medievales en las que algún pobre infeliz desaparecía en las mazmorras del señor feudal, secular o eclesiástico, y nunca más volvía a saberse de él. Me ponía en su lugar y pensaba cómo se sentiría uno encerrado en una lóbrega mazmorra, sin luz, sin contacto alguno con el exterior. Y eso forzosamente, claro, pues de ser voluntario tiene otro cariz, ya se sabe.

No, no, los fozosos, los desaparecidos de las edades oscuras. Porque siempre ha habido desaparecidos, gentes que ayer estaban ahí y hoy ya no están. La principal causante de las desapariciones repentinas es la muerte, la otra cara de la vida, tan inevitable como ésta e igual de incomprensible si bien la una por el comienzo y la otra por el final. La segunda causa de los desaparecidos son los desaparecedores que nunca escasean en la aventura de la civilización. La diferencia entre los desaparecidos de la Edad Media y el absolutismo y los de hoy es que los de hoy son mucho más numerosos: ya casi no se usan las mazmorras por su escasa rentabilidad. La nuestra es la época postindustrial pero ya desde la industrial podían desaparecer campos enteros de fútbol rebosantes de personas. Desaparecidos y desaparecientes en masa. En mitad de la selva en el Congo. Que esto de la desaparición es a lo que dio respuesta en el siglo XVII el importantísimo derecho, fundamento de todo lo demás que ha venido después, de habeas corpus, esto es, que existes, que estás ahí, que ocupas un espacio, que por lo menos eres un semoviente, que no puedes desvanecerte en el aire como si fueras humo por mucho que sepas que en realidad el aire es el elemento esencial y que puedes irte en él. Pero no que te lleven. No que te aíslen de modo radical, te sellen todo acceso al exterior y en tiempos de internet que son revolucionarios en esto de la comunicación. Le agradecí la atención de dejarme acceso a la red y me dijo que si quería que me subieran algo de comer. Pero eran más de las cinco de la madrugada y no estaría bien molestar a alguien.

En realidad quería dormir así que, apenas se fue Vlam, apagué la luz, me dejé caer sobre la cama y cerré los ojos. Pero no pude conciliar el sueño. ¿Cómo iba a hacerlo con la absurda conversación que acababa de tener con mi amigo el supermillonario? Que además tampoco era tan absurda. Al fin y al cabo en la vida apenas se hace otra cosa que preguntarse por su sentido o fabularlo. La idea que parece se nos viene a todos a la cabeza es la de que somos (al menos uno mismo; que lo sean los demás ya es otra cantinela) producto de otra cabeza, una superior, que nos imagina, nos crea y, luego, nos da órdenes porque vive pendiente de nosotros. Al menos es lo que dice creer muchísima gente que acata dioses aunque sean distintos e impartan órdenes contradictorias. Luego estamos los que no creemos en dioses, pensamos que no hay más vida que ésta y que no tiene sentido alguno salvo el que cada cual quiera darle a su leal saber y entender. Pero hasta nosotros, aun no creyendo en dioses, podemos admitir lo del gran cerebro que me concibe a mí, cuyo personaje soy. Ese gran cerebro puede concebir más "yoes" y es lo que hace. Todos los "yoes" podemos reconocernos genéticamente similares y eso es probablemete cuanto tenemos en común: el hecho de ser producto de otro cerebro que a su vez....

Bueno, eso y la posibilidad de comunicarnos que es lo que hace este mundo algo más vivible. Podemos comunicarnos porque podemos "vernos", cuando menos saber que "estamos ahí", que no desaparecemos, que tenemos cuerpo. Y para que esto se cumpla, tenemos que estar siempre a la vista, como en el panopticon de Bentham, que tanto partido le dio a Foucault. Una prueba más de la ambigüedad de todo lo humano ya que esa "panavisión" que es muestra de represión absoluta para unos, es garantía de seguridad y libertad para otros. Para que la libertad foucaultiana pueda darse a base de escapar al control del poder, de "no ser vistos" debe darse antes la seguridad de que, si queremos, seremos vistos, porque estamos, no hemos desaparecido. Y para estar todos a la vista ha de haber un gran ojo que todo lo vea. Los judíos creen que Dios todo lo ve; y si lo creen los judíos, también los otros dos pueblos del libro. Dios todo lo ve. Que se lo pregunten a David y Betsabé. Para los que no creemos en dioses y por tanto tampoco en Dios, la cosa se traslada al tiempo: el tiempo todo lo revela aunque a veces, cuando lo hace, ya nada importa. Y quienes no creemos ni en el tiempo podemos ir a la imaginación literaria y su archiconocida figura de Gran Hermano. Si será conocida que hasta tiene un programa de televisión que está entre los más vistos, si es que no es el rey del visionado. El Gran Hermano, es el Gran Ojo, que todo lo ve.

Y de pronto abrí los míos porque supe que la lucecita azul del stand by del ordenador que Vlam me dejó sobre la mesa estaba mirándome. Lo hacía fijamente, sin titilar y parecía estar enviándome una orden muy clara. Me senté a la mesa, encendí el trasto y me puse a navegar. Anduve por algún periódico, fui a ver cómo iban las acciones en bolsa, aunque no tengo un solo euro invertido en ese mágico pandemonium de codicia e inteligencia, miré un trailer de una peli, despaché correo electrónico que llevaba atrasado, fui a ver qué interpretaban en radio clásica y, como era algo sinfónico, me puse los auriculares y me quedé enganchado a la música mientras seguía dando tumbos por la red, prolongando el momento en que pinchara en el archivo "El paso a dos" en el pen drive. Hasta me di una vuelta por el blog Palinuro, que es el mío y es donde salen estas crónicas del viaje a ninguna parte, a ver cómo iba ésta. Y no iba mal. Los grabados de Klinger son curiosísimos. Tocaría ahora soltar una teórica sobre "el" o "la" internet, que el ámbito hispanohablante, dando una prueba más de su unidad esencial, no se ha puesto de acuerdo sobre el género de la cosa. Que internet es el nuevo mundo, la nueva dimensión que hay que ir colonizando poco a poco, la nueva tierra de la libertad, el ágora universal de la especie. El gran ojo, la gran plaza pública. Allí donde todos estamos ante todos en pelota picada, como nuestras madres nos parieron. El gran ojo nos ve a todos y no sólo en sentido interior sino en el puro exterior. Traten Vds. de esconderse al ojo de Google. Así, aquella revolución del siglo XVII, empeñada en darnos carta de existencia corporal como individuos que no pueden desaparecer se vio superada con nuestra útima revolución no del "sacerdocio universal de los creyentes" sino como la "corporeidad universal de los creyentes". Lo hemos perfeccionado mucho. Por eso ahora ya casi no hay delitos de secuestro de individuos. Ahora desaparecen colectivos, masas, muchedumbres. Lo cual nos pone nerviosos a todos porque uno nunca sabe de fijo si no lo incluirán en algún grupo en contra de su voluntad y lo tratarán consiguientemente.

Pero por más que dejara vagar mi imaginación y anduviera entretenido en los vericuetos de internet, sabía que aquel archivo estaba esperando por mí y que no podría eludirlo. Que no quería eludirlo. Al fin y al cabo me había desplazado a X*** en busca de algo que no sabía qué era pero que me había impulsado a montar en el tren. Pinché en "mis documentos". El pen drive se llamaba "Confesión" y abría varias carpetas, una de las cuales se titulaba "El paso a dos" que, a su vez, abría una serie de archivos con el título general de Capítulo y luego la numeración. Obviamente los capítulos del libro o la novela o lo que Vlam estuviera escribiendo. Del Capítulo I al XXIV y todos con el mismo color excepto el número V que venía en rojo. Enseguida averigüé porqué: todos los demás ficheros estaban encriptados y pedían contraseña. Sólo el V se abría libremente. Estaba claro que Vlam quería que leyera el capítulo V de su libro, pero ningún otro. El capítulo V se titulaba "Por dónde se empieza". Y me dispuse a leerlo.

(Continuará)

(La imagen es el segundo grabado (Acción de la serie Historia de un guante (1894), Julius Klinger.

dissabte, 22 de novembre del 2008

Por fin, el dream team.

Todos los hipócritas dicen que odian citarse a sí mismos pero que lo hacen porque...ponga aquí el lector la excusa que quiera, pues hay varias pero la cosa suele ser pura vanidad. En mi caso también. Sólo que yo lo confieso. La posibilidad de que el señor Obama llevara de vicepresidenta a la señora Clinton o al revés la traté (cierto que con grados distintos de (in)credulidad) cuando menos en tres entradas en mi cobertura de las primarias estadounidenses, hélas aquí: EEUU: la pugna sigue, Sigue la incertidumbre, Hasta el último momento. Al final parece que efectivamente cuaja el dream team si bien con una estructura diferente: la señora Clinton va de ministra de Asuntos Exteriores ("Secretario de Estado" se llama en los EEUU, como en España antaño cuando se llamaba "ministro de Estado") porque la Vicepresidencia está en manos del señor Biden de quien, por cierto, casi nadie recuerda que también fue candidato a la nominación demócrata al comienzo de las primarias y que llevaba años intentado serlo, veinte en concreto.

¿Es un acierto o no? Mi amigo Félix me envía un artículo del New York Post, un tabloide neoyorquino, titulado DC'S SMALL CHANGE, que empieza felicitando al matrimonio Clinton porque, dice, "parecen haber ganado las elecciones a pesar del resultado oficial del cuatro de noviembre" ya que casi todos los nombramientos de Mr. Obama son de personal de Clinton incluida, según se sabe ya de página del New York Times, la señora Clinton herself. Según este diario el señor Obama está rompiendo su promesa de cambio con la "vieja política" (como diría Ortega) pero, al ser un tabloide estadounidense, termina con una nota de cordura diciendo que es pronto para juzgar y que hay que seguir viendo.

Por supuesto, pero el nombramiento de la señora Clinton es un acierto por toda la banda: interior y exterior. Mr. Obama se rodea de dos excandidatos a la presidencia de los EEUU cuya función en los próximos ocho años será entrevigilarse y entrecontrolarse porque ambas quieren ser presidentes y facilitar el gobierno de Mr. Obama. Well plaid, Oby! Ambos son mucho más peligrosas fuera que dentro y, si todo sale bien, el resto del mundo ganamos administración demócrata por dieciséis años. Dabuten. Serán lo que todos queramos (meapilas, los señores Biden y Obama; wasp la señora Clinton y, de no ser católico, según amable puntualización de anónimo lector, también Mr. Biden; ingenuo al estilo de when the saints go marching in el señor Obama; ex-primera dama la señora Clinton) pero son preferibles a los republicanos de aquí a Lima. Sobre todo a Lima.

(La imagen es una foto de Shaul Hanuka, bajo licencia de Creative Commons).

Perfecto: a la cárcel por ruidoso.

Según puede leerse en El País, "La Audiencia de Barcelona ha condenado a cuatro años y un día de prisión a Gabriel Alejandro Fernández, el propietario del bar 242 de la calle Entença de Barcelona, por los ruidos procedentes de su local, que estuvo funcionando ilegalmente como after hour, por lo que acumuló 32 denuncias de los vecinos".

Perfecto, me parece perfecto y quien lea el artículo completo verá que la Audiencia ha sido muy benigna con un menda que estuvo meses torturando a docena y media familias que no podían dormir y necesitaron asistencia psiquiátrica. No obstante es una buena medida y hay que seguir por ese camino. Nuestro país, un país de energúmenos inciviles e incultos que creen que cuanto más ruido metan más graciosos son, o más hombres, o más guapos o qué se yo, tiene que ir aprendiendo modales y lo que no se aprenda en las escuelas, que se aprenda en la cárcel, que es en donde deben estar todos los imbéciles que arman ruido con desprecio hacia la tranquilidad pública.

Los lectores de Palinuro saben que ésta es cruzada especialísima en este blog como pueden comprobar si van a las etiquetas de la derecha y ven que, con la de hoy, hay once entradas sobre este vicio nacional. Nada: el sujeto ese cuatro años y un día al talego y que se dé con un canto en los dientes. Yo le hubiera mandado al trullo los quince años que pedía el fiscal. Y a ver si cunde el ejemplo y se afina un poco más. Por ejemplo: ¿por qué hay que soportar que todos los bares en Madrid tengan la TV puesta a toda pastilla cuando no la mira nadie? ¿No es de cretinos?

(La imagen es una foto de furiousgeorge81, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (XV)

Vlam

(Viene de una entrada anterior titulada Reencuentro).

Vlam se hizo a un lado y me dejó pasar al vestíbulo del hotel que yo conocía tan bien de años antes; conocimiento que me resultaba útil por cuanto el local apenas había cambiado. Un salón esmirriado con un mostrador de algún material plástico, de esos que parecen sobados enseguida, una lámpara de mesa con tulipa ya muy pasada y un pasillo de moqueta con calvas a la izquierda que llevaba a un ascensor renqueante que parecía un gabinete modernista pero incómodo. Había estado muchas veces allí. Luego supe que Vlam ya no lo ocupaba. Desde que se casó con la mujer que yo conocí y empezó a tener hijos, la familia se había trasladado a algún barrio superlujoso de mansiones de envidia amarillenta pero nunca supe en dónde ni llegué a conocer la casa porque fue por entonces cuando nuestras relaciones sufrieron un brusco corte que, como todos los cortes e interrupciones en el convivir de las gentes, podía entenderse como responsabilidad del uno, del otro, de los dos o de ninguno o incluso, según se mire, de las cuatro instancias a la vez pues el ser humano es un ser milagroso. Es el único milagro que hay sobre la tierra que está empeñado en demostrar que los milagros no existen; o sea, empeñado en demostrar su propia inexistencia. Claro, no todos. Quienes profesan algún tipo de religión creen en milagros, en muchos, pocos, uno solo, pero milagro, o sea algo incomprensible a la razón humana que además barrunta (aunque no lo confiese) que es incapaz de comprenderse racionalmente a sí misma. El caso es que, aunque no conociera la mansión en la que Vlam y su familia habitaban, él, Vlam, se encontraba allí, en el viejo hotel llamado Luz de Oriente y había quedado claro que estaba esperándome o eso me dio a entender, diciendo que era su personaje. El reencuentro después de tantos años prometía y que se produjera en aquel lugar, el vestíbulo un poco raído, parecía lo lógico, lo natural, lo que debía ser entre nosotros pues ¿qué sabía ni quería saber yo de su familia? Mucho mejor en tierra de nadie que era tierra suya. Dejé la mochila en el sofá de la derecha como lo hacía siempre cuando llegaba para una breve estancia y pensé que me preguntaría qué hacía allí, por qué me había presentado de repente, qué quería. Lo daba por hecho y sólo me intrigaba en qué tono lo haría. Podía estar irritado, gratamente sorprendido, perplejo, indeciso, receloso, y eso era lo que trataría de averiguar al escucharlo.

Pero no abrió la boca. Seguía mirándome con un brillo tenue en el fondo de una pupila hosca y oscura. No daba la impresión de estar sorprendido en absoluto lo que, en cambio, me sorprendía a mí. Hasta que me di cuenta de que el que tenía que explicar qué hacía allí, por qué estaba seguro de que lo encontraría sabiendo que vivía en otra parte era yo. Entonces lo miré desconcertado, él me devolvió la mirada con un gesto de complicidad, dando a entender que entendía que hubiera entendido y me recordó que al recibirme me dijo que era (más exactamente, "que eres") mi personaje. ¿Su personaje? ¡Qué cosas ha de oír uno a veces de los demás! Sobre todo de los que son personajes de uno, porque nadie estará creyendo aún que este viaje a ninguna parte vaya teniendo lugar en un territorio distinto del de la más salvaje fantasía. Así que le digo que siempre ha sido un bromista, pero las cosas de la realidad y la existencia hay que tomárselas en serio.

- No voy a ponerte en un aprieto-, me dice Vlam- preguntándote por qué hay que tomarse en serio las cosas de esas dos venerables damas, doña realidad y doña existencia.

Tampoco iba yo a contestar. Hay preguntas necias. ¿Por qué? Me parecía obvio: porque si no te las tomas en serio te aniquilan. Claro que ya veía de inmediato la pregunta siguiente con ecos taoístas: ¿y qué tienes en contra de la aniquilación? Excusado decir que aquí hablaba de aniquilación por aplastamiento y destrucción más que por inmersión en lo sublime nirvanático o cualquier otra ilusión. En lugar de ello soy yo quien le dice a Vlam que él es mi personaje. Y nada lo demuestra mejor que el hecho de que, como yo quiera, lo silencio, le quito el uso de la palabra, hasta lo expulso del relato, como le sucedió a Luzbel por un empeño parecido. No hace falta decir que yo mismo me contesto diciendo que esa es exactamente la situación en que Unamuno pone a su personaje Augusto Pérez en Niebla que se le sube a las barbas al modo pirandelliano. Y hace bien. Y si lo hace don Miguel, yo, lo mismo. Es fascinante este asunto de la creación y la invención, que se puede hablar a muchos niveles. Aunque don Miguel lo mata. Yo no necesito llegar a tanto. Mientras pienso lo anterior miro a Vlam del que sé de muy cierto que no va a pronunciar palabra aunque con la mirada muestre que entiende perfectamente la situación, tanto que me veo obligado a dejarlo hablar porque tengo curiosidad de qué pueda decirse ante una amenaza de silencio, de retirar el uso de la palabra que, como cualquiera comprende en una civilización basada en el logos es como retirar la condición humana. ¿No es la excomunión que la Iglesia aplica en casos especiales, como relapsos, pecadores contra la fe, etc, no es, digo, ex-comunicación, fuera de la comunicación, del habla, vaya?

Toma Vlam la palabra (con mi permiso, no se olvide) para decir que él como personaje, puede salirse del relato...

-Eso será si yo quiero...

-Y aunque no quieras. Es una amenaza que puede cumplirse igual que la de callar al personaje.

- Pero bueno; eso será si yo lo decido.

- Claro, hombre, los dos somos el mismo. Cada uno de nosotros es producto del otro. Sólo que en el caso de que el personaje se vaya del relato el asunto es peor.

- ¿Por qué?

- Evidente, porque se lleva el relato con él. Y te quedas agarrado al lapiz como narrador y pensando cómo pueda ser posible algo así de un modo bastante torpe porque en la literatura todo es posible. Si no, no sería literatura. Por eso, yo acepto ser tu personaje pero tal cosa para mí no es relevante; tu verás lo que haces. Lo relevante es que tú también eres personaje mío y aquí la cosa se pone interesante.

No hace falta decir que encontré el discurso de Vlam bastante incomprensible. Más o menos como es él. Toda su vida tan seguro, tan firme, definiendo a los demás. Hay gente que marca el camino y gente que lo sigue y al revés no funciona; hay quien dice lo que hay que hacer y quien espera que le digan qué debe hacer; hay gente que habla y gente que escucha; gente que tiene ideas y gente que es ideada, hablada, definida, clasificada, etiquetada, despachada y consumida. Francamente, creo que era una vía muy prometedora, una bonita cadena de imágenes, pero no me dejó seguir pensando. Estaba claro que quería aprovechar la ventaja de mi desconcierto.

- Y no te molestes en hablar en primera persona, que no se la das a nadie. ¿No fui yo quien te franqueó la entrada saludándote como personaje mío? Siendo tú, soy yo. Pero esto pertenece al oscuro campo de la razón. ¿No te he puesto a viajar por ninguna parte? ¿No soy yo quien se lee los relatos que periódicamente vas haciendo, de acuerdo con mi instrucción de que enviaras informes de lo que ves, sientes, padeces, piensas, vivas o mueras y quien decide lo que sale, lo que no y cómo?

Un poco absurdo, no; muy absurdo sonaba aquello en el vestíbulo del Luz de oriente pero tenía que admitir que no tanto si se mira con los ojos de la literatura. No estoy seguro. O sí. No sé. Al fin y al cabo, los informes o apuntes o notas del viaje a ninguna parte ahí estaban y era él quien las leía y él quien... Bueno, él; vamos a ver: yo. Yo.

- Pero alma de cántaro- me dijo Vlam, dándome una palmada en la espalda mientras tomaba mi mochila y hacia ademán de acompañarme a mi cuarto- ¿Es que no llevo dos días esperándote? ¿Cuándo decidiste tú venir a verme? Cuando yo lo decidí. En verdad, lo tengo aquí todo escrito- y me mostraba un pen drive-; míralo cuando quieras. Tengo copias. Tú no decidiste nada. De pronto te encontraste metido en un tren en dirección a la ciudad de X*** sin saber por qué; a ver el mar: ja. Luego supiste que venías a verme. Y aquí estamos. ¿Quieres saber algo más?

Me encogí de hombros mientras caminaba hacia el ascensor. De lo que estaba seguro era de que Yo estaba allí, lo que sucedía era que empezaba a pensar en él, o sea en el Yo, como algo de lo que se habla en tercera persona, al estilo de Rimbaud. Y eso, según como se mire, puede no ser tranquilizante.

- Bueno, hombre, te quería por aquí para resolver un problema que se me ha planteado con esa novela que ya sabes que llevo años escribiendo, la novela de mi vida, la gran narración de las tierras del sin fin. Llevo meses dándole vueltas y me he dicho que lo mejor sería preguntarte directamente qué harías tú en la situación en que te he puesto.

Pues no sonaba mal del todo. En el fondo, qué voy a decir: a los autores lo que nos gusta es ser personajes. Por eso los creamos, porque, como nadie nos crea a su vez lo hacemos nosotros sólo por el placer de vernos en ellos. Todos los personajes de todas las novelas están relacionados con el autor. Entiendo que crear un personaje que crea un personaje y que el personaje segundamente creado sea el que crea al primero, eso sí que es el ciclo del eterno retorno. Estaba intrigado por saber en qué situación me había puesto Vlam en su novela, aunque al mirarme en el espejo del camerín del armatoste me sorprendí preguntándome si de verdad creía que Vlam estuviera escribiendo novela alguna.

(Continuará)

(La imagen es un grabado de Julius Klinger, Lugar, primero de la serie Historia de un guante).

divendres, 21 de novembre del 2008

¿Olvidar? Nunca.

Como todo el mundo, el señor Rodríguez Zapatero tiene días buenos y días malos. No tanto por lo que el día le hace a él como por lo que él hace al día que, caso de que sea uno malo, nos lo amarga a todos. Ayer se descolgó con unas declaraciones negándose a ampliar la a todas luces insuficiente Ley de la Memoria Histórica cosa que ya está mal de por sí (volveré sobre ello algo más abajo) y metiéndose en un pantano metafísico que El País titulaba así: Zapatero elogia el olvido en pleno debate sobre la memoria histórica. Sostiene el presidente del Gobierno, siempre según este diario, que "todo lo que sea que eso esté en el olvido, en el olvido más profundo de la memoria colectiva de la sociedad española, será un buen dato. Los residuos irán desapareciendo, aunque hay gente que tiene más disponibilidad a olvidar, y otros tienen algo menos". La cuestión es bastante absurda. Da la impresión de que el señor Rodríguez Zapatero cree que el olvido es un acto voluntario del espíritu humano, como si la mayor o menor predisposición a olvidar fuera cosa de querer o no querer hacerlo. Eso debe de ocurrirle probablemente porque confunde olvido con perdón, como le pasa a bastante gente. Pues no señor, no son lo mismo: el perdón es voluntario; el olvido, no. ¡Qué más quisiéramos muchos que poder olvidar las amarguras, fracasos, dolores, frustraciones o actos vergonzosos por los que hayamos pasado en la vida! Pero olvidar no es un acto voluntario. Por eso muchos buscan ayuda en el alcohol. Perdonar es otra cosa. En efecto hay quien perdona con más facilidad que otros. Los católicos tienen en el perdón una de sus máximas obligaciones y está claro que raramente la cumplen. Basta con repasar la historia de la Iglesia y ver el comportamiento de los curas.

Además, ¿quién le dice al señor Rodríguez Zapatero que olvidar sea bueno? En el caso concreto que nos ocupa, la dictadura del delincuente Francisco Franco y sus cómplices, los años de asesinatos, terror y dictadura no deben olvidarse nunca. Al contrario, hay que mantener vivo el recuerdo y trasmitir de generación en generación el mensaje de que esa vergüenza, esa atrocidad, esa canallada no debe repetirse. Por la misma razón por la que ningún alemán medianamente demócrata dirá jamás que haya que olvidar los años del nazismo. Eso sólo lo dicen los nazis en Alemania y, en España, los franquistas. O sea que el señor Rodríguez Zapatero ha metido la pata bien metida. Y lo ha hecho por una motivación vergonzosa: que le dejen en paz, que no le mareen, que tiene cosas más importantes en que pensar, que él ya hizo una Ley de la Memoria Histórica que, como suele pasar en España, se acata pero no se cumple, cosa que a él ya no le atañe. Una lástima porque quien había empezado muy bien haciendo que se aprobara aquella ley, que era un paso en la dirección adecuada corre ahora el peligro de que no se le reconozca este mérito y de que, al contrario, se le tilde de obstrucionista... cuando menos.

La Ley de la Memoria Histórica es muy pacata; ya lo dijo Palinuro en su día. Pero es, lo que tiene su importancia. Porque ahora se podrá conseguir o no que se amplíe en sede legislativa pero lo que está claro es que las autoridades administrativas no podrán escurrir el bulto y seguir como hasta ahora, sin hacer nada, ante las crecientes demandas de que se localicen las fosas, que se exhume a los asesinados, que se les dé sepultura y también que se busque a los niños que los franquistas (esos grandes defensores de la familia, directos antecesores de la señora Aguirre, diga ella lo que diga) arrebataron a sus padres antes o después de asesinarlos, para entregárselos a sus secuaces.

Porque eso es lo que aquí se está poniendo en marcha, un movimiento de recuperación de la memoria histórica que, como dice Marcos Ana, "ya no hay quien lo pare". Es una pena que el señor Rodríguez Zapatero que lo puso en marcha acabe arrollado por él. Pero eso pasa mucho en las revoluciones: los que las inician son los primeros en sucumbir a ellas. Es un movimiento general basado en que la España que vivió cuarenta años aterrorizada se ha sacudido el miedo y ahora habrá que sacarlo todo: los asesinatos, las torturas, las violaciones, los secuestros de niños, todo, para que el país por fin se psicoanalice.

Los fuerzas que se oponen a esta oleada son muchas: todos los beneficiarios y descendientes de beneficiarios de aquella barbarie que duró años, todos los reaccionarios, los curas, la mayor parte de los jueces, la audiencia de la COPE y, vaya por Dios, el señor Rodríguez Zapatero. Pero será inútil porque decenas, cientos de miles de víctimas y allegados a las víctimas hacen suya ya la frase que hoy recoge Público en una crónica sobre unos descendientes de fusilados en Zaragoza: llegaremos hasta donde haya que llegar y lo mismo que se dijo ayer en el Círculo de Bellas Artes en la presentación del manifiesto de apoyo al juez Garzón: que no haya ley de punto final en España y que si hay que recurrir a la jurisdicción internacional o extranjera se hará. Porque, en efecto, tendrá gracia que haya que reiniciar la causa de Garzón a iniciativa de algún juez foráneo. Cosa tanto más sencilla cuanto que sin duda instarán a ello las personas interesadas en España-. Porque, aunque no se lo crean los jueces españoles y todos los que en este país tratan de evitar que se haga justicia a las víctimas, la jurisdicción penal universal es ya un hecho y a ver cómo paran las diligencias judiciales que se inicien en otro país para esclarecer los crímenes contra la humanidad cometidos por los franquistas, esos que según la señora Aguirre no tienen nada que ver con su partido que fue fundado por un ministro de Franco que aún está en activo y sentado en un escaño en un Senado que él contribuyó a mantener cerrado durante cuarenta años.

Todavía no he leído el último auto del juez Garzón. Lo haré en el finde. Pero me reafirmo en lo ya dicho: con independencia de cuál sea el destino judicial de esta aventura, la vía política está abierta y por ella vamos a ir en tromba a hacer justicia a todos los represaliados de la guerra civil y la dictadura. A devolver a nuestro país la dignidad que todavía tiene secuestrada en cientos de fosas comunes en su territorio. Es una pena que el señor Rodríguez Zapatero, que tuvo la valentía de poner el proceso en marcha, en lugar de continuar dirigiéndolo pretenda ahora frenarlo.

(La imagen es una foto de Raúl A., bajo licencia de Creative Commons).

Las manos blancas de Calderón.

En el teatro Pavón, do se aloja temporalmente la Compañía Nacional de Teatro Clásico mientras le reparan el chiringuito vienen poniendo con un éxito aceptable Las manos blancas no ofenden, una obra muy infrecuente de don Pedro Calderón de la Barca, en versión de Eduardo Vasco. Es una comedia ligera de equívocos y enredos con las que normalmente no se asocia al austero dramaturgo español y tal debe de haber sido la razón por la que el director ha decidido ambientarla no en el siglo XVII, que es cuando se escribió (hacia 1640) sino en el XVIII de forma que los personajes son figurines del rococó. No me parece un acierto porque resulta demasiado amanerado pero al ser una pieza tan ágil, viva, complicada y estar tan bien llevado el resto de la dirección, acaba uno por olvidarse. El acompañamiento musical está muy logrado, salvo cuando se superpone a los diálogos con lo que no se disfruta de lo uno ni de lo otro, porque consiste en composiciones de la época (siglo XVIII), en concreto una partitura de Manos blancas no ofenden del valenciano José Herrando.

La obra recoge los elementos típicos del género de enredo en el Siglo de Oro: relaciones de padres e hijos, naufragios, rivalidad por el amor de una hermosa mujer, celos, amor, venganza y, claro es, cuestiones de honor, si bien aquí en tono ligero, en variantes de ese refrán de manos blancas no ofenden, cuya última aparición estelar en la historia de España está ligada al famoso episodio de la "bofetada de Calomarde". Que es asunto tomado a la ligera se echa de ver en que, al tratarse de "manos blancas", la supuesta ofensa no exige ya ser lavada con sangre como, antes de saber que tenía ese cariz, exigía enérgica Serafina, la hermosa heredera por cuya mano porfían los varios galanes que se dan cita en la obra. Subrayo que es Serafina quien insiste en que el ofendido mate al supuesto ofensor porque me parece un punto interesante en la interiorización del código masculino del honor por un carácter femenino.

Además de la agilidad de la dirección -que permite a Vasco suprimir el intermedio, de forma que nos tragamos la obra de una sentada- apenas si hay escenografía, lo cual es muy de agradecer y hace que el alarde de ringorrangos de los figurines sea más pasable. Los actores son todos muy buenos y, para mi gusto, los mejores son Pepa Pedrocha (Lisarda) y Miguel Cubero (César).

Es el caso que sobre estos dos últimos recae la parte más compleja de la obra, porque son los dos que interpretan papeles de travestidos que es probablemente el elemento más característico de las comedias de enredo del Siglo de Oro y, en concreto, Cubero que riza el rizo pues interpreta un carácter masculino que ha de disfrazarse de mujer (Celia) para luego retornar a su condición viril pero teniendo que soportar la prolongación del equívoco respecto a su sexo real.

Sobre este asunto de los disfraces y las imposturas en el teatro clásico se ha escrito mucho. Es un recurso muy utilizado porque permite ambigüedades y confusiones subidas de tono (atracción entre personas del mismo sexo, por ejemplo) que abrían una línea de metadiálogo con los espectadores y permitían sortear las rígidas convenciones morales de la época.

En parte apoyada en la cuestión del travestismo -que es la columna vertebral de la obra- y en parte en la razón que congrega a los galanes en escena, que es optar a la mano de la bella Serafina, se me vino a la cabeza El mercader de Venecia y ya no me abandonó hasta ahora. El travestismo tiene en ella importancia capital y la procura de la mano de la hermosa Porcia por la que rivalizan los pretendientes, también. No menor cosa es el hecho de que el travestismo sirva para enderezar un entuerto de amoríos en el que cada cual anda enamorado/a de quien "no debe" de forma que al final el "verdadero" amor se ve recompensado y el torticero frustrado. Y aquí el cuento de Calderón, a su vez, recuerda mucho el episodio de Cardenio, Fernando, Luscinda y Dorotea que interrumpe la locura de Don Quijote en Sierra Morena. Por cierto que este don Quijote aparece citado expresamente en un parlamento de la criada Nise a Lisarda a cuenta de los disfraces:

¿No basta
que de uno en otro disfraz
hoy de resuscitar tratas
la andante caballería,
que ha mil siglos que descansa
en el sepulcro del noble
don Quijote de la Mancha?

¡Mil siglos! Qué grande es el Quijote.