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divendres, 27 de febrer del 2015

Pateando la calle. Winogrand.

Los hombres hacen las ciudades y las ciudades hacen a los hombres. Mucha gente, cada vez más, nace, crece, vive y muere en la misma ciudad. A cambio hay mucha otra, también cada vez más, que nace, vive y muere en lugares distintos, a veces separados por continentes. Las primeras se hacen a la ciudad en la que viven, son la ciudad misma que es sus gentes. Los espacios urbanos tienen tipos característicos que son quienes les han dado el aspecto que tienen. Los segundos, quienes cambian de ciudad, superponen unas experiencias a otras pero también aportan a la ciudad de acogida un toque especial, por ejemplo como inmigrantes que tienden a concentrarse en determinados puntos, barrios, distritos.

En la vida de Garry Winogrand se dan ambas circunstancias. Nacido en el Bronx neoyorquino en 1928, hijo de inmigrantes judíos procedentes de Polonia o Hungría (no lo tengo claro) creció en un barrio marginal de trabajadores. Su padre era talabartero y su madre hacía guantes a destajo para los comercios. No son comienzos muy prometedores. No hizo la guerra pero lo movilizaron en 1946. Desmovilizado en 1947, hizo cursos de fotografía en la Universidad de Nueva York y con veintitrés años ya estaba trabajando como fotoperiodista y free lancer para revistas gráficas. Obtuvo un temprano reconocimiento cuando dos de sus fotos se incluyeron en el elenco de la exposición The Family of Man, que montó Edward Steichen en el MoMA de NY en 1955, convertida luego en libro y que se sigue exhibiendo en el Château de Clervaux, en Luxemburgo, aunque he sido incapaz de encontrar su nombre en la relación de participantes. Puede que los del MoMA no coincidan con los luxemburgueses. Winogrand consiguió algo más de reconocimiento en vida, aunque no mucho. Hizo un par de exposiciones como autor único, publicó cuatro libros temáticos, fue profesor y murió relativamente temprano, a los 56 años. Por entonces, también él había cambiado NY por Los Ángeles y otras ciudades y en su enorme producción, mucha de la cual no llegó ni a ver, hay abundante fotografía paisajística.

Mapfre tiene una estupenda exposición del fotógrafo, una retrospectiva completa pero que sobre todo se concentra la obra de los años 50 y 60 en NY. Hay un especto de estas fotos que llama la atención y es el tratamiento de las mujeres. Winogrand fue muy duramente criticado por su actitud machista. Su propia hija lo definió como un "cerdo sexista", lo cual es bastante fuerte. Básicamente a cuenta de uno de sus libros, Las mujeres son hermosas cuya portada, por cierto, sirvió de ilustración para una exposición de fotógrafos yanquis hace unos años tambien en Mapfre de la que Palinuro dio cuenta en una post titulado La mirada anima la vida. Es el contenido de ese libro el que el feminismo cuestionaría por introducir un elemento sexista en el movimiento de emancipación femenina de los años sesenta. En realidad, la acusación concreta es la de ser el libro de un voyeur. Y, en efecto, tiene mucho de eso. El voyeurismo de Winogrand, a quien el espíritu del Festival de la isla de Wight, para entendernos, pillaba ya cerca de la cuarentena, captó ese elemento de explosión de sexualidad probablemente con algo de nostálgica y personal delectación. Debilidades humanas.

Pero Winogrand, que se pateaba las calles de Manhattan cámara en ristre, captando todo lo que le llamaba la atención, usaba un gran angular. No solo mecánico sino también mental. Muchísimas cosas le llamaban la atención. Niños, edificios, perros, gentes cruzando las calles, el metro. Hay abundancia de escenas de otras zonas, como el Bronx o Coney island. Al final, el visitante se encuentra con un mosaico abigarrado de la vida cotidiana de una ciudad única en el mundo. Como todas, ciertamente, pero por la que la gente siente mayor curiosidad.