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dilluns, 13 de febrer del 2012

La ofensiva de la derecha y el capital.

Va para cinco años que comenzó la más devastadora crisis del capitalismo hasta la fecha, después de la de 1929 y, en ciertos aspectos, más que la de 1929. En estos cinco años de una crisis que bastantes economistas consideran estafa, los ricos se han hecho mucho más ricos y los pobres mucho más pobres. Todas las magnitudes económicas han evolucionado a favor de los primeros (beneficios bancarios, ganancias empresariales, dividendos societarios, rentas del capital, salarios de los directivos) y en contra de los segundos (descenso de los salarios, rebaja de las pensiones, eliminación de las prestaciones sociales, subida de impuestos, aumento del paro, postergación de la edad de jubilación) con el argumento elaborado por los centros ideológicos del capital de que la gente, la gente del común, hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades. Se trata de una mentira revestida de verdad por cuanto tales posibilidades nos eran impuestas prácticamente aduciendo que ello era necesario para mantener la economía en funcionamiento según la teoría del crecimiento basado en la expansión del consumo.

Todos los gobiernos de los países afectados (en lo esencial los "desarrollados" occidentales) han abrazado las doctrinas y recetas neoliberales que piden en teoría la abstención del Estado en el funcionamiento del mercado e, incluso, la eliminación de aquel en las relaciones privadas, al tiempo que imponen en la práctica el vaciamiento de las arcas públicas en favor de los bancos privados que han sido los que provocaron la crisis en primer lugar con sus trapacerías financieras. Pero ninguno de ellos ha pagado por sus estafas si se exceptúa el caso de alguno especialmente delictivo, como el estafador Madoff.

Llegados a este punto y visto que las sociedades sometidas a este expolio no parecen reaccionar políticamente, el capital, cuya codicia es insaciable, ha aplicado una nueva vuelta de tuerca, como se vio ayer en Grecia y está viendose en los últimos días en España y también en otras partes como Portugal, Italia, etc. Su finalidad es, aparentemente, recuperar la competitividad perdida frente a las economías emergentes de la periferia capitalista, pero no aumentando la produtividad, sino la tasa de explotación de los trabajadores, eliminando los beneficios sociales y suprimiendo derechos industriales, laborales, sociales, que han costado decenios conseguir.

Es un ataque frontal del capital en contra no solamente de los trabajadores sino también de la clase media y, en general, del conjunto de la sociedad, del bien común, por cuanto las políticas restrictivas, de mermas, de recortes, dañan las inversiones en investigación y desarrollo (que es el motor del crecimiento) así como las políticas medioambientales y de búsqueda de energías alternativas y/o renovables, lo que redunda en un empeoramiento general de la calidad de vida. Resultado: más pobres, más explotados, con menos derechos, prácticamente acercándonos a las condiciones de una neoesclavitud y viviendo en sociedades más sucias, más contaminadas que ya están incidiendo en la esperanza de vida. Pero todos votando como un solo hombre a la derecha cuya hegemonía ideológica ha convencido a los pobres de que su interés es elegir a los ricos, algo que ya los griegos del tiempo de Pericles sabían que era estúpido. Claro que entonces no había medios de comunicación y adoctrinamiento, especialmente la televisión, poderosa máquina de idiotización en masa.

Es un panorama desolador por cuanto, además, no hay respuesta social digna de tal nombre, fuera de algunas llamaradas aisladas de indignación como la de ayer en Grecia. Y no hay respuesta porque no hay fuerza política en la izquierda capaz de articularla, a pesar de haber estado más de cien años preparándose para dar la alternativa en el momento en que el capitalismo se hundiera en su inevitable crisis general. Ninguna.

La izquierda de procedencia más o menos comunista, en la medida en que existe, desprestigiada hasta la médula por el hundimiento del sistema comunista, víctima de su propia incompetencia, carece de discurso propio. No se atreve a proponer el viejo programa de socialización de los medios de producción, abolición del mercado y establecimiento de una planificación centralizada porque, en tal caso, no se vota ni ella. Se ve así obligada a propugnar medidas reformistas, típicas de la denostada socialdemocracia y, para justificarse, recurre al truco de afirmar que la socialdemocracia ya no es tal y que la "autentica" socialdemocracia es ahora ella. Pero esto no pasa de ser la enésima manifestación de los embustes típicos de la propaganda comunista, lo único en lo que los comunistas han sido buenos.

Tampoco los sindicatos están en situación de ofrecer mucha resistencia al ataque del capital. Debilitados por una escasísima afiliación y contaminados por una larga práctica de cooperación con las instituciones públicas de las que en gran medida obtienen su financiación, solo conservan algún poder de negociación en el ámbito público que es hoy el más atribulado por la ofensiva del mercado. En el ámbito económico privado, con tasas de paro muy elevadas, los sindicatos carecen de margen de maniobra.

Finalmente, los partidos socialdemocrátas tradicionales se han quedado sin discurso. Su aceptación de un papel de gestores de izquierda del capitalismo redujo la posibilidad de aplicar sus políticas keynesianas al mantenimiento de un excedente susceptible de reparto con criterios de justicia social y, caso de no darse este, las dichas políticas (u otras que se propongan en su lugar) no pueden aplicarse. Se oye a veces en los círculos socialdemócratas algún propósito de "refundar el capitalismo" que tiene tanta fuerza como las míseras palabras de la ninfa Eco persiguiendo a Narciso.

Entiendo que, en esta falta generalizada de respuesta, de fibra de los cuarteles tradicionales de la izquierda, nace el todavía incipiente movimiento espontáneo que toma diversas formas según los países, el 15-M, occupywallstreet, Anonymous y, en general, las manifestaciones políticas en el ciberespacio y la política 2.0. No sabemos si estas nuevas realidades serán capaces de imponerse y abrir vías por las que pueda discurrir la hoy retenida emancipación de los seres humanos en sociedades más justas. Pero es un buen momento para averiguarlo. Estas manifestaciones vendrían a ser la acción práctica de esos nuevos sujetos de la historia que los teóricos recientes al estilo de Antonio Negri o Michael Hardt, remontándose al bendito de Benedicto Spinoza, llaman las multitudes. El sujeto revolucionario canónico, el proletariado (la clase "en sí" y "para sí"), apoyado a veces en un campesinado revolucionario más o menos fantástico, ha desaparecido por el sumidero de la historia. Y hete aquí que aparece la multitud dotada, por cierto, de un arma catalizadora nueva, internet.

Entre tanto el capital campa por sus respetos y sigue dispuesto a competir con los centros productivos mundiales al estilo de la China o la India, reduciendo la condición de los trabajadores a la de esclavos.

(La imagen es una captura de la televisión ateniense publicada por el periódico Athens News que muestra la intervención del diputado Papandreu contra un trasfondo de edificios en llamas).

dijous, 3 de novembre del 2011

El legado de Zapatero.

A dos días del comienzo de la campaña electoral que monopolizará la atención mediática y aprovechando que Rodríguez Zapatero asiste a uno de esos aquelarres de una Unión Europea al borde del abismo, Palinuro cree que es un buen momento para hacer un primer balance de las dos últimas legislaturas. Sin duda los habrá mejores y más completos en unos meses, pero no es inoportuno acometer uno provisional ahora para averiguar en dónde estamos y qué nos jugamos en estas elecciones.

En su primera legislatura, un Zapatero bisoño, con muchos años de experiencia parlamentaria, bastantes menos de oposición y ninguno de Gobierno trajo un estilo nuevo de hacer política basado en un talante y una clara línea ideológica: el republicanismo de Philip Pettit. El talante consistía en desterrar la bronca, la crispación y el insulto como medios de hacer política, en respetar al adversario y rendir cuentas cuando se le pedían. El "republicanismo" era y es una doctrina democrática radical, de fomento de las virtudes cívicas y muy ligada a la socialdemocracia, pero que soslayaba las ambigüedades de la terceras vías.

El talante tropezó con el muro de una oposición feroz, intransigente, intratable, que amontonó toneladas de insultos sobre Zapatero y mantuvo abierta una campaña de infundios, calumnias y patrañas sobre la autoría de los atentados del 11-M que ni la decisión de los tribunales consiguió desactivar del todo. En cuanto al republicanismo, la faltaron desarrollos teóricos, se hipostasió en su mero nombre y acabó apagándose como un mortecino candil. Y esto apunta a lo que quizá sea el mayor fallo de Zapatero: su mal ojo para elegir colaboradores. Ha tenido gente fiel, alguna buena, otra no tan buena, pero ninguna con fuste teórico. Tuvo intelectuales próximos pero no con capacidad para hacer elaboraciones doctrinales sobre lo que habría de ser una etapa brillante de la socialdemocracia en materia de derechos y ciudadanía.

En ese otro aspecto, el de la práctica, la legislatura fue ejemplar, como se sigue del hecho de que concitara el aplauso de la izquierda europea y la radical oposición de la derecha y la iglesia católica en España. Además de cumplir su promesa de retirada de las tropas del Irak, pese a los malos modos del amigo de Aznar, los hitos son innegables: la ley de igualdad fue un paso enorme en la emancipación de las mujeres: tantos ministros como ministras y casi la mitad de los diputados socialistas mujeres daban fe de que, por una vez en la vida, en España no sólo se legisla sino que se cumple lo legislado y se transforma la realidad. La ley de la dependencia, que responde a una clamorosa necesidad social no anduvo a la zaga. El reconocimiento del derecho de los homosexuales al matrimonio nos puso a la cabeza de Europa en el camino de una sociedad más justa. La reforma de los estatutos quería ahondar la organización autonómica de España. La educación para la ciudadanía, la legislación sobre el aborto y la Ley de la Memoria Histórica fueron otros tantos logros del espíritu cívico, progresista, en definitiva, republicano. Sin duda estas leyes presentan insuficiencias y defectos (y Palinuro los ha señalado muchas veces), que habrá que enmendar en el futuro. Pero, en conjunto, se trata de una obra legislativa que ha modernizado España, la ha hecho un país más decente y de la que Zapatero y su esposa pueden sentirse orgullosos.

Conviene saber que todo lo anterior se perderá o quedará muy mermado si, ganando las elecciones el PP, se imponen los criterios de su sector más ultramontano que, con Alejo Vidal-Quadras a la cabeza, pide que en los primeros cien días del gobierno de Rajoy se haga tabla rasa de lo legislado.

La segunda legislatura se la comió la crisis. Zapatero que, como muchos otros, creyó en un principio que sería coyuntural (¡ay, esos colaboradores ciegos!), la abordó con criterios keynesianos tímidos pero ortodoxos: pretendió estimular la demanda agregada mediante subvenciones e inversiones públicas. Llegó luego la fatídica noche del 10 de mayo de 2010, en la que, amenazado por los socios europeos -todos ellos fervorosos doctrinarios neoliberales- Zapatero dio un volantazo (similar al que ha dado Papandreu, pero en sentido contrario), aceptó el reto de cumplir a rajatabla la otra ortodoxia, la neoliberal, sabedor de que podría costarle su carrera política, como así fue, dando pie a que a su izquierda se forjara esa imagen del PPSOE que tan injusta es. Y cumplió hasta el final, hasta apurar el caliz de hacer una reforma constitucional de gran calado en política económica sin consultar a la ciudadanía.

A estas alturas es inútil preguntarse qué hubiera pasado si Zapatero se niega a girar 180º y hace lo que un año y medio después ha hecho Papandreu. Es una cuestión vacía, contrafáctica. Pero no lo es reconocer su mérito, ahora que el candidato Rubalcaba afirma y con razón que no basta con los ajustes para salir de la crisis, sino que hay que estimular el crecimiento. Así es, pero también es de justicia reconocer que eso es lo que empezó a hacer Zapatero. Lo que sucede es que el contexto europeo que se encontró fue hostil mientras que es de esperar que el que se encuentre ahora Rubalcaba, más escarmentado, preste mayor atención a una idea tan evidente.

Mención aparte merece el fin de ETA. Éste ha sido obra de Zapatero que, contra una oposición que iba al degüello, se lo jugó todo a la carta de la negociación y, terminada ésta, contó con Rubalcaba, el ministro del Interior que ha puesto coto a la siniestralidad en las carreteras y ha derrotado policialmente a ETA, ahorrando por el camino buena cantidad de vidas. Tampoco debe olvidarse la aportación del juez Garzón, decisivo en el acoso judicial al terrorismo, éxito por el que el magistrado pagará un duro precio sentándose en el banquillo el próximo día veintinueve. La historia dirá lo que quiera, pero quienes escuchamos a los tres pistoleros encapuchados decir que lo dejan definitivamente sentimos que España había cambiado de época. Y eso es obra de Zapatero y de Rubalcaba.

El candidato se enfrenta ahora a una elecciones decisivas en unas condiciones muy malas, lo que habla mucho en su favor. Pero la parte más importante de su bagaje es un gran legado del que él también ha sido artífice. Eso es lo que está en juego en las elecciones. Así que, pase lo que pase, gracias, Presidente.

(La imagen es una foto de Ricardo Stuckert/PR (Agência Brasil), bajo licencia de Creative Commons).

dissabte, 6 de desembre del 2008

La crisis general del capitalismo.

Los últimos datos del índice de producción industrial, que señalan el mayor descenso de ésta en su historia,un 12,8 por ciento respecto al mes de noviembre de 2007, demuestran que va muy acelerado el proceso de transferencia de la crisis financiera a la de la economía real y que, por lo tanto, la ya confirmada recesión puede acabar convertida en una depresión en toda regla. Es opinión cada vez más extendida que resucitan los vaticinios de Karl Marx respecto a la crisis general del capitalismo.

La posible depresión viene dada por el círculo vicioso del exceso de producción (epítome, la burbuja inmobiliaria) en paralelo con un descenso del consumo que obliga a restringir la producción y despedir mano de obra lo que, a su vez, deprime más el consumo que incide de nuevo sobre la producción, etc. ¿Y cómo se puso en marcha esta dinámica viciosa? Como parece por acuerdo general a través de la contracción del crédito a que ha dado lugar la crisis financiera disparada con las famosas subprimes estadounidenses: no hay liquidez en el mercado, las empresas no pueden pagar las nóminas, suspenden pagos, los trabajadores se van a la calle, los bancos no conceden créditos y, en el colmo del rizo del rizo, no se conceden créditos entre sí. En estas condiciones la demanda ha caído aceleradamente sin visos de recuperarse.

Según todos los datos nos encontramos en una situación similar a la de los años treinta, de la que se saldría años después aplicando las recetas keynesianas, sobre todo del llamado “keynesianismo de guerra” cuando toda la producción civil giró a la producción bélica y aumentó la inversión no para producir coches o tractores sino carros de combate y piezas de artillería. Pero ahora, al parecer, las medidas keynesianas no son de aplicación, y menos las de guerra por dos razones: la primera porque no hay conflicto bélico imaginable en el horizonte de envergadura similar al de la segunda guerra mundial. Los conflictos hoy abiertos mundo adelante, aunque muy numerosos, son de efectos limitados, generalmente asimétricos y suelen dilucidarse básicamente con armas pequeñas y ligeras, de las que hay muchas en los mercados internacionales, a pesar de los acuerdos de la ONU en su contra.

La segunda razón: porque la economía y el sistema financiero se han globalizado de modo tal, que aquellas medidas keynesianas, pensadas para mercados nacionales más o menos protegidos en el contexto de Estados soberanos tradicionales ya no son aplicables. La situación es nueva con una globalización de hecho y, en algunos casos (como la Unión Europea), una transferencia de hecho y de derecho de las competencias estatales al orden supranacional. De este modo las decisiones requeridas carecen de referencias por lo que sus resultados pueden ser contraproducentes como de hecho han sido bastantes de las que se han tomado hasta ahora.

A diferencia de los años treinta los países afectados cuentan con sistemas desarrollados de bienestar capaces de amortiguar el impacto de la crisis económica sobre los regímenes democráticos. Los seguros de desempleo, los servicios universales de salud, la educación gratuita, universal y obligatoria y el complejo de prestaciones sociales de los Estados del bienestar deberán funcionar como salvaguardias que impidan el extremismo y polarización políticas que llevaron a las dictaduras y el conflicto de los años treinta en que amplios sectores sociales se radicalizaron políticamente y en una situación en que no había apenas seguro de desempleo ni el resto de características del Estado de bienestar, en muchos casos se afiliaron a partidos políticos extremistas y a sus organizaciones armadas lo que, entre tras cosas, les daba unos rendimientos. Ahora todos aquellos elementos del Estado del bienestar deberían bastar para impedir una crisis de los regímenes políticos democráticos.

Todo lo cual será cierto siempre que no olvidemos dos factores: primero la tendencia de la economía a abusar y a desmantelar los mecanismos de salvaguardia es directamente proporcional a la fortaleza de estos; basta recordar cómo las ingenierías de los despidos (por ejemplo, las prejubilaciones) se hacen normalmente drenando recursos públicos para fines privados de forma masiva. El capitalismo depredador avanza desmantelando cuanto encuentra a su paso y, si puede, externalizará sus costes destruyendo lo que resta de los mecanismos públicos de protección social.

El segundo que los sistemas políticos democráticos descansan sobre altos niveles de desafección ciudadana, baja participación y bajísima afiliación a partidos, todo lo cual es caldo de cultivo para el surgimiento de populismos (alimentados a su vez por la presencia masiva de inmigrantes) y corrientes políticas extremistas dispuestas a capitalizar la crisis económica en radicalismo político sectario. El resurgimiento de la extrema derecha y los partidos populistas en diferentes países europeos, en algunos de los cuales, como Italia o Austria, han conseguido llegar a los gobiernos, es revelador de la situación.

La crisis es ya una crisis general del capitalismo y cada vez resulta más probable que de ella no se saldrá sin un grado considerable de destrozo institucional y de dificultades crecientes de los sistemas democráticos.

(La imagen es una foto de Álvaro Herraiz, bajo licencia de Creative Commons).