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divendres, 17 de gener del 2014

El impacto de internet.

César Rendueles (2013) Sociofobia. Madrid: Capitán Swing, 196 págs.

Hace unas fechas, con motivo de mi cumpleaños, un amigo me regaló este libro de Rendueles, acompañado de una observación típicamente ambigua entre académicos: “léelo; dice lo contrario de lo que dices tú.” No era precisa más recomendación, así que, sopladas las velas, despedido el último invitado, recogidos los platos y acostados los niños, me sumergí en tan incitante texto.

Una vez terminada la lectura dejé pasar unos días pues la experiencia dicta que todo cuanto se siembra necesita un tiempo para germinar y, desde luego, los libros –sobre todo si son tan interesantes como este- son poderosas simientes. Pasada la carencia, decidí comenzar mi comentario con una simple pregunta: ¿dice el libro lo contrario de lo que yo digo o pienso? Para contestar tendría que responder antes otras cuestiones. ¿Estoy seguro de lo que digo y pienso? Y ¿acerca de qué? Al no poder contestar a mi entera satisfacción, tendría que interrogar a mi amigo pues es conocimiento general que los demás suelen saber lo que pensamos e interpretar lo que decimos mejor que nosotros mismos. Lo que nosotros pensemos es irrelevante. Así que me lo figuré y no fue difícil: para mi amigo, soy lo que vulgarmente se conoce como un ciberoptimista o ciberutópico mientras que, en principio, el autor de este libro es un ciberpesimista o (según gustan considerarse los ciberpesimistas) un ciberrrealista.

Una vez aclarado el terreno de juego, ya solo quedaba empezar la partida del diálogo con el texto. Pero, de inmediato se me planteó una cuestión: no admito la etiqueta de “ciberoptimista” o “ciberutópico”, no porque no esté convencido del carácter beneficioso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación y muy especialmente de internet y no porque no crea que son fuerzas decisivas en la evolución de la especie, sino porque no veo qué tenga eso de utópico. Para convencerse, basta con echar una ojeada alrededor: cientos de millones de personas conectadas entre sí en tiempo real compartiéndolo todo. Algo jamás experimentado antes. Por supuesto, de inmediato llega Morozov, -un “ciberrrealista” cuyo negociado es dar alimento espiritual a todos los maníacos depresivos del planeta a través de los medios cuya eficacia cuestiona sistemáticamente- a decirnos que no nos dejemos engañar y que, en el fondo, no estamos conectados sino desconectados, aislados y controlados. Suena, ¿verdad? Se dijo de la tele y también entonces era en parte cierto y en parte no.

El asunto no da para más. Recuérdese: la técnica es neutra. El bien y el mal son nuestros. Por eso voy adelantando que no creo decir nada en discrepancia con el libro. Al contrario, coincido básicamente con su contenido. Este es muy interesante, ilustrativo, está lleno de observaciones sugestivas, que van brotando de un estilo muy vivo pero quizá no muy sistemático. El ensayo tiene un poco la riqueza discursiva del jardín de los senderos que se bifurcan, lo cual hace la lectura amena, pero es un inconveniente a la hora de dar razón de lo leído. Está uno obligado a sintetizar y a hacer una especie de triage, de selección, cosa que tiene siempre sus peligros.

Rendueles estructura su trabajo en tres partes: una especie de introducción, Zona cero. Sociofobia y dos numeradas: la primera, la Utopía digital y la segunda Después del capitalismo.

La sociofobia es la “idea central” de las corrientes liberales (p. 25). Es la última consecuencia del individualismo benthamiano que pregona gente como Friedman. Cierto. Y la señora Thatcher, de quien es aquella rotunda afirmación de que “la sociedad no existe; existen las familias”. Sobre ese devastado “panóptico global” se erige el “fetichismo de las redes de comunicación”, el ciberutopismo, que es un “autoengaño” que nos impide ver cómo los obstáculos a la solidaridad y la fraternidad son la desigualdad y la mercantilización (p. 35). Es verdad, pero ese impedimento ¿no estaba ya antes? Si de ideología se trata, antes de la ciuberutópica ha habido muchas. ¿O tiene algo especial el ciberutopismo? Eso tampoco encaja con el recurrente debate sobre la eficacia real de la realidad virtual. Pero algo sí va saliendo claro: el asunto no es sencillo.

Por eso hay que ir por partes. La primera versa sobre la “utopía digital”. Esta nace del “ciberfetichismo”, concepto de claro cuño marxiano, aunque el autor precisa que los ciberfetichistas predican lo contrario de lo que sostenía Marx (p. 45). Esto probablemente sea matizable, pero no merece la pena ya que si algo puede calificarse de ciberfetchista será porque incurra en muchos otros dislates. Sí la merece, en cambio, a mi juicio, justificar el uso del sustantivo “utopía” que tiene tantas dimensiones de todo tipo, incluso epistemológico. ¿Cuál es el alcance del concepto “utopía digital”? El resultado es lamentable. Internet no puede aceptarse como esfera pública porque, sobre estar muy contaminada, “limita la cooperación y la crítica política, no las impulsa” (p. 53). Vayamos a un par de casos concretos que el autor analiza con mucho acierto.

El caso del copyright, de la propiedad intelectual, asunto de intenso debate. Los bienes públicos y la propiedad intelectual siempre estuvieron en equilibrio inestable. No se podía limitar el acceso a las emisiones analógicas de radio/TV, por ejemplo (p. 54). La propiedad intelectual en Occidente aparece marcada por “la decisión de confiar al mercado una parte sustancial de la tarea de producir y difundir los bienes inmateriales, así como de remunerar a los autores” Fue una opción deliberada; había otras opciones. “A fin de cuentas, históricamente el mecenazgo no mercantil no ha dado tan malos resultados” (p. 55). Históricamente, los mecenazgos no mercantiles fueron los de la nobleza y la iglesia. Hauser argumentaba in illo tempore que el ascenso de la burguesía y la liberación del vasallaje de los artistas e intelectuales a través del mercado redundó en beneficio de la libertad de creación . Es de suponer, claro, que la tutela ideológica de la burguesía se hará sentir pero, de hacerlo, será de modo más difuso, a través del mercado. De hecho, los más feroces ataques al dominio de la burguesía han venido de la burguesía.

Pero, además, la cuestión de la propiedad intelectual está muy ligada, ya desde el comienzo de la imprenta, al monopolio y la censura. Por supuesto, desde entonces las cosas han dado muchas vueltas y, en parte, es lícito pensar que los antiguos monopolios y privilegios reales y eclesiásticos han pasado a las empresas. Los derechos de autor y la propiedad intelectual son hoy mercancías y negocios como la explotación de hoteles. Obvio: si alguien cree, como los ciberutópicos, que reinará la justicia sobre la tierra si se eliminan las barreras empresariales a la libre circulación de bienes culturales (p. 71) se equivoca. Pero esto tiene algo de caricatura. Cierto que la supresión de las prácticas mercantiles restrictivas (generalmente, además, apoyadas en la fuerza coactiva del Estado) no resolverá los problemas. Por no mencionar más que uno que ningún partidario del copyleft honrado (incluido Palinuro) puede ignorar: el derecho de los creadores a ser remunerados por su trabajo. Ahí hay un conflicto que no es lícito resolver mediante la simple exclusión de una de las partes.

Yendo más a la realidad, Rendueles aborda el caso Wikipedia. La ideología californiana de la “mente colmena” se apoya en el mercado (84). Pero hay dos problemas: 1º) la comunidad de usuarios de Wikipedia es mucho menor de lo que da a entender.- 2º) la motivación del mercado (intereses privados, beneficio público) está presente (p. 85). Ninguna de las dos observaciones es justa. No me parece que Wikipedia dé a entender sobre sí misma nada distinto de la realidad. Otra cosa son algunos de sus competidoras, como Citizendium. En un libro de E. O. Wright a punto de salir en español (porque acabo de traducirlo) sobre Utopías reales se encuentra un estudio muy detallado sobre Wikipedia, su alcance, organización, estructura, funcionamiento, relaciones, motivaciones y la personalidad de su creador Jimmy Wales. El resultado es apabullante: millones de usuarios, miles de administradores, conocimiento agregado, colectivo, democrático. Es algo asombroso y enteramente nuevo. Un bien público de la humanidad, no de un país, al margen del mercado.

Y Wikipedia es una infinitésima parte de internet. La conclusión de Rendueles de que “Internet no ha mejorado nuestra sociabilidad en un entorno postcomunitario, sencillamente ha rebajado nuestras expectativas respecto al vínculo social” (p. 91) es crítica y resignada, pero no tiene por qué ser cierta.

Mondragón tenía que aparecer (como lo hace en el libro de E. O. Wright) para traer a su vez a colación la famosa paradoja de la tragedia de los comunes, de Garrett Hardin (p. 108). La moraleja de la historia es que el gobierno de los comunes es indisociable de una apuesta comunitarista en un sentido bastante tradicional (p. 114). Perfectamente. Lo que no está claro es en qué obstaculiza internet ese postulado.

La segunda parte, “Después del capitalismo”, acusa al ciberutopismo de fracaso por cuanto ha generado esperanzas que han nacido muertas y no nos ha liberado de los fantasmas del pasado (p. 122). Tampoco es cuestión de deprimirse. Si alguien pensó alguna vez que internet liberaría a la humanidad de los fantasmas del pasado estaba en las Batuecas.

A pesar de todo, y aunque el proyecto del hombre nuevo” fue  “moral y socialmente catastrófico” (p. 142), sigue habiendo un proyecto emancipador: el ideal de una comunidad política (incluso la que se basa en ficciones contractuales) que se erige sobre una red de codependencia (p. 147). Hemos de desconfiar de los proyectos de liberación que no solo no dicen nada sobre la dependencia mutua sino que no pueden hacerlo, como pasa con las propuestas identitarias postmodernas y el ciberutopismo (p. 153). Nada que objetar. Lo postmoderno, allá se las componga pero el ciberespacio no encaja en la descripción. Al contrario está lleno de formas nuevas, imaginativas, creadoras, de espíritu comunitario que no es tontería considerar.

Esta segunda parte se centra en una autocrítica profunda de las ciencias sociales con la que es imposible estar en desacuerdo porque tiene carácter casi ritual. Estas ciencias han fracasado en su aspiración de afrontar teóricamente los dilemas de la modernidad, ya desactivada conceptualmente (p. 153, 183). Los científicos sociales se limitan a recoger conceptos cotidianos para elaborar teorías hueras (p. 154). Pero de las tinieblas sale la luz. Una luz crítica. “De hecho, si la ideología internetcentrista ha tenido tan rápido desarrollo es porque engrana con una dinámica social precedente. El fundamento de la postpolítica es el consumismo, la imbricación profunda de nuestra comprensión de la realidad y la mercantilización generalizada.” (p. 176) ”La potencia del consumismo es fascinante” (p. 178) “El ciberfetichismo es la mayoría de edad política del consumismo”. “El precio a pagar es la destrucción de cualquier proyecto que requiera una noción fuerte de compromiso.” (p. 185). Esto es ciencia social y muy atinada. Pero quizá no haya aquilatado suficientemente su conclusión.

En el momento de escribir esto, las calles de las ciudades de España están en un proceso de desobediencia civil masiva, de insubordinación. El movimiento es la respuesta a un conflicto local en un barrio de Burgos, que lleva dos meses en ebullición sin encontrar reflejo en los medios convencionales. Pero ardió el primer contenedor y las redes se volcaron en informar y esa información, viralizada, extendió el conflicto del Gamonal a toda España en un movimiento de solidaridad y comunidad como no se ha dado otro en años (si se ha dado alguna vez) y ningún partido ni sindicato ha sido capaz de organizar.

Por eso resulta muy llamativa la Coda con la que Rendueles cierra el libro, llamada 1989, en referencia a la caída del muro de Berlín. El muro que ha caído hoy es el que se oponía a la protesta abierta por el 15M, que “fue un proceso tan tortuoso porque tuvo que superar el brutal bloqueo que genera el ciberfetichismo consumista.” (p. 194).

El 15M prácticamente ha desaparecido, aunque resisten algunas de sus ramificaciones, como las acampadas. Pero el movimiento solidario, la insurrección ciudadana a partir del Gamonal acusa con toda evidencia el impacto de las redes sociales en los conflictos reales de la ciudadanía.

No tenía razón mi amigo. Coincido con Rendueles en todo. Desde otra perspectiva.

dimecres, 27 de novembre del 2013

La ciberpolítica rules ok.

Mi colega Javier Toret, colaborador de la Universitat Oberta de Catalunya e investigador de Datanalysis 15M, ha publicado en su cuenta de Twitter un diagrama que resume de maravilla la realidad de lo que llama la tecnopolítica. No su promesa, sino la realidad, a partir de la cual la promesa primera se multiplica y diversifica a gran velocidad.

Personalmente prefiero llamarla ciberpolítica. El prefijo "ciber" refleja  la singularidad de esta forma de política mucho mejor a mi entender que el de "tecno", más antiguo (en su uso actual), más ambiguo e impreciso que el prefijo "ciber". Los dos son de origen griego, pero el "tecno" refleja un modo de hacer, mientras que el "ciber" supone un modo de avanzar, de dirigir. El "tecno" estaba ya en la venerable tecnetrónica y aparece en la famosa obra de Zbignew Brzezinski, Entre dos épocas. La función de América en la era tecnetrónica, de 1970, empapado del espíritu de la guerra fría. Parte importante del libro trata de un fenómeno que hoy es historia: el comunismo. Brzezinszki, además de ser un notable estudioso, era un asesor de política exterior de la Casa Blanca. Un asesor sin duda más valioso que los tropecientos de Rajoy todos juntos. Pero un asesor. Su empeño era propiciar y justificar el triunfo de un bando sobre otro, finalidad honorable en sí misma (según de qué lado se esté) aunque limitada.

El "ciber" es también venerable (lo usa hasta Platón) pero se consagra como especie de paradigma científico a partir de la no menos famosa y clásica obra de Norbert Wiener, El uso humano de los seres humanos. Cibernética y sociedad hacia 1948 o 1950, no estoy seguro. Menudo título, por cierto. Wiener y otros colegas cuyas investigaciones coincidían más o menos, como Ross Ashby o el infortunado Turing, sin duda trabajaron para las fuerzas armadas y los gobiernos aliados durante la guerra caliente, pero no eran asesores ni políticos, sino matemáticos. Su postulado esencial (que ya venía de antes, del siglo XIX), los sistemas autorregulados, se extendió por todas las ramas del saber y el hacer, desde los proyectiles autodirigidos a los ecosistemas. Luego, hubo un renacimiento de lo cibernético con la aparición de la red, sistema de sistemas y abierto, con mecanismos de retroalimentación pendientes de identificar porque, al ser la red mundial (World Wide Web) es la primera vez que la razón sistémica tiene que gestionar el planeta entero y más allá. Es cuando más falta hace un piloto, un kybernetes que oriente en el ciberespacio, que ya está poblado de ciborgs (¿cuántas veces nos obligan en la red a demostrar que no somos máquinas?), hay ciberpunks y hasta ciberguerras y ciberterrorismo. ¿Por qué no ciberpolítica?

En fin, cuestión de nombres. Lo importante es la cosa. Y la cosa queda reflejada en todo su alcance en el diagrama de Toret quien, prudente y modestamente, avisa de que es una versión 1.0. Ya estará viendo la 2.0. De todas formas merece la pena mirar con atención el cuadro, observar la multiplicidad de cosas que la tecnopolítica hace, no hace, acelera, desvía, cataliza, resume, integra, etc. Es una descripción palmaria de la eficacia de la tecnopolítica esto es, de la política hecha en la red. Abrumador. Es absurdo debatir sobre si las redes condicionan la política. Una parte importante de la política (información, debate, opinión, organización de la acción) se hace en las redes. Los políticos se sacuden mutuamente, se apoyan, se critican en las redes. Cada vez se debate más en la red, que es un universo en expansión.

He aquí un diagrama muy parecido al de Toret y complementario al suyo. Se encuentra en el Dorai's Learn Log y versa exclusivamente sobre las fuentes de información en internet, un aspecto que no toca Toret porque su diagrama es de acción; pero la acción es inseparable de la información. Por eso, el diagrama de Dorai es muy ilustrativo de la multiplicidad de fuentes de información que moviliza luego la acción ciberpolítica. Aquí, el que está desinformado es porque quiere. De todas formas, aunque actualizado en 2009, el cuadro de Dorai (de 2007) está increíblemente anticuado. Basta ver que el enlace "Blogs" solo remite al centro, no se distribuye y, por supuesto, el microblog, o sea Twitter, no aparece. Pero lo que está, está. No es una invención. Wikipedia tenía en 2009 2,9 millones de entradas en inglés de alta calidad (en nada inferior a la de las enciclopedias de papel más afamadas), siete millones en otras doscientas lenguas. Gratis. Costes mantenidos por los usuarios cuando Jimmy Wales sale pidiendo pasta. Si esto no es cambiar el mundo, se le acerca.

Los dos diagramas son de estrella. Pero el de Toret ya señala que una de las funciones de la tecnopolítica es multiplicar las redes distribuidas. La orientación en las redes distribuidas es el reto político del futuro por excelencia. La ciberpolítica rules ok, es la política de nuestro tiempo. ¿Que habrá política después de la ciberpolítica? Sin duda. Pero, como la vida después de la muerte, está por ver.

Una última palabra sobre la "acusación" de ciberutopía. Ciertamente, la ciberutopía alienta en la ciberpolítica por la misma sencilla razón por la que la utopía alienta en la política. Todas las utopías juntas (y son una pila) no pudieron imaginar lo que hoy es una realidad. Aquí y ahora.

dimecres, 20 de març del 2013

Esto pinta feo.

Ignoro si ya disponemos de un término de uso común en español para los drones. Me da que la traducción que propone Wikipedia, de VANT o Vehículo Aéreo No Tripulado (traducción, a su vez, del inglés Unmaned Aerial Vehicle) no va a prosperar. Pega más drones tal cual, que se pronunciará draouns pero en el claro castellano de Castilla se dirá drones. Rima además con ladrones, producto del lugar.

Los drones son un paso más en el avance distópico de nuestras sociedades que parecen encaminadas a formas de control total de la vida por medio de las nuevas tecnologías. El uso de estos ingenios con fines bélicos, el más conocido hasta la fecha, atestigua del cambio de carácter de la guerra. Los drones (teledirigidos o autónomos) hacen la guerra en lugar de los seres humanos. Ya no hay bajas en los campos de batalla. En realidad, tampoco hay campos de batalla, al menos en las guerras de la superpotencia estadounidense, que las libra a través de drones y desde el aire. Hasta ahora la doctrina militar sostiene que, para vencer al enemigo, hay que ocupar su territorio. Pero la potencia hegemónica domina militarmente desde el cielo. La consecuencia es que la guerra no se acaba. La conmemoración de los diez años del comienzo de la guerra de agresión angloamericana (con apoyo político español) incluyó la muerte de una decena de personas en un atentado. Estas guerras no se terminan nunca, pero los países están más o menos controlados.

El uso de drones se ha extendido velozmente a otras tareas de control civil. Actualmente se fabrican miles de ellos para vigilancia de las fronteras o identificación de cultivos de drogas. La vigilancia y el control de las fronteras o de los muros de separación es hoy completa. En cuanto a las drogas, no me consta que los traficantes se valgan de drones porque no se me alcanza en qué podrían utilizarlos aunque, si tienen alguna utilidad para ellos, los comprarán. Los precios de los drones oscilan entre diez y cincuenta millones de dólares. Calderilla para el narcotráfico.

Otros usos de los drones parecen más peligrosos desde el punto de vista del control de los ciudadanos y de sus derechos y libertades, por ejemplo, los de reunión, asociación y manifestación. La policía alemana está fabricando unos "mini-drones" (ellos los llaman Mini-Drohnen, pues le han metido una germánica hache), unos artefactos voladores del tamaño de un escarabajo, capaces de ver y oírlo todo e informar a la base. La base policial está así en situación de controlar toda manifestación o alteración del orden, de identificar a los cabecillas, seguirlos a donde sea y, llegado el caso, detenerlos. Los Mini-Drohnen son teledirigidos desde la base o se limitan a informarla de las decisiones que toma (pues están programados para ello) y de sus resultados.

En las críticas que se hacen a los espíritus más ciberutópicos de nuestro tiempo se da por supuesta una idea feliz de lo utópico, en la tradición del espíritu renacentista. Sin embargo este pensamiento empezó a entenebrecerse en el siglo XIX y, en el XX, casi todas las utopías fueron distopias. La utopía era un horror y, aunque en el último tercio del siglo XX pareció abrirse paso de nuevo un utopismo más reconciliado con el optimismo, como en las obras de Ursula K. Leguin o Ernest Callenbach, el tinte con el que el utopismo ha llegado hasta hoy sigue siendo predominantemente negativo. El ciberutopismo no tiene por qué ser necesariamente ciberoptimismo, si bien nos interesa que lo sea según la apuesta pascaliana. Necesitamos espíritu crítico y combativo y valernos a tope de internet. Porque la amenaza ya está aquí. La amenaza del control total de los espacios públicos por medio de drones.

La idea de que, algún día, las máquinas inteligentes puedan sublevarse contra sus creadores, los seres humanos, y someterlos a su tiranía no solo es falsa, sino superflua. La mejor garantía de que las máquinas sometan a tiranía a los seres humanos es que estén programadas por otros seres humanos.

(La imagen es una foto de KAZVorpal, bajo licencia Creative Commons).

dimarts, 29 de gener del 2013

Ciberutópicos y ciberpesimistas.

Noticias de la corte.- La presentación del libro La comunicación política y las nuevas tecnologías en la librería Juan Rulfo de Madrid,  estuvo muy bien, muy concurrida y animada. Los dos invitados estelares, el alcalde de Jun y Félix Ortega, catedrático de Sociología de la UCM, tuvieron unas intervenciones interesantísimas. Muchas gracias a ambos. Las crónicas de este Real Sitio guardarán recuerdo emocionado de ellos y Palinuro los saluda efusivamente. Los dos defendieron puntos de vista encontrados y lo hicieron con enorme competencia.

Antonio Rodríguez, el alcalde, hizo una exposición completa de esa gran aventura que protagoniza hace ya casi quince años y ha convertido a Jun (Granada) en un punto de referencia mundial del gobierno abierto. Y cuando digo mundial quiero decir mundial. Jun muestra el camino del gobierno adaptado a la ciberpolítica. José Antonio es un ciberutopista nato. Con una extraña virtud: vive su utopía en la cruda realidad; mejor dicho, la convive con sus conciudadanos y, vía ciberespacio, con más de 160.000 seguidores en Twitter.

La réplica vino de Félix Ortega ciberrealista con un pellizco de ciberpesimista. Su gran capacidad analítica señaló los puntos cuestionables en el planteamiento ciberoptimista, compartido, como se sabe, por Palinuro. La parte más contundente, indubitable, de su razonamiento llegó al comienzo mismo de su intervención. Fue, por así decirlo la preparación artillera de la contienda que se siguió. Todo el avance, la ejemplaridad, el prodigio de Jun, argumenta Ortega, es indudable pero, en lo esencial, no se debe a las nuevas tecnologías, sino a la voluntad política de su alcalde. Algo indiscutible. El resto fueron agudas escaramuzas de infantería.

El animado coloquio a continuacion entró por esa línea de fractura. La de siempre, por lo demás, cuando se trata del impacto de lo nuevo en la acción humana. ¿Qué podemos esperar de las redes? Es desesperante pero cierto: todo y nada. ¿Son las redes o son los seres humanos? Las redes sin los seres humanos no serían nada; ni siquiera concebibles. ¿Y los seres humanos sin las redes? Seríamos lo que fuimos y lo que fuimos nos ha traído a las redes sin las cuales no es imaginable la vida. Por supuesto, no estoy diciendo que sea la situación del mundo entero. Pero lo será.