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dilluns, 6 de febrer del 2017

La prensa servil

El titular de El País es un ejemplo de manipulación, falta de objetividad y hasta un acto de inmoralidad. Acusa el periódico a Mas de usar su juicio para impulsar el independentismo como si ese juicio fuera un capricho, una triquiñuela para conseguir inconfesos fines. Como si no fuera una imposición y un paso más de las autoridades españolas para reprimir el movimiento independentista. Encuentro francamente ruin acusar al acusado de protervas intenciones cuando se ha limitado a comparecer ante la justicia ejerciendo su innegable derecho a interpretar el proceso en la clave indudablemente política, de represión política, en el que está concebido.

¿Qué pasaría si el periódico titulara also así como "el gobierno español trata de intimidar al movimiento independentista reprimiendo a sus dirigentes principales para sembrar el miedo"? Pues que probablemente se acercara más a la verdad que con ese titular falaz en el que no se informa de nada, sino que se formula un juicio de intenciones. Por cierto, hablando de intenciones, merece la pena detenerse a considerar algunos aspectos muy interesantes. Los nacionalistas españoles más agresivos (muchos de los cuales están en El País) instan vivamente al gobierno a proceder con mano dura contra el independentismo, aplicando legislación de excepción y metiendo en la cárcel a quien le discuta. Suele advertirse que ir judicialmente contra Mas, Rigau y Ortega (y, por supuesto, Forcadell), supone pisar terreno peligroso por el valor simbólico de los interesados y arriesgarse a una respuesta encendida de la sociedad y las fuerzas políticas catalanas que agudice el enfrentamiento. Pero, dicen esos mismos guerreros nacionalistas, nada de eso pasará. Si los tribunales condenan a Mas, Cataluña callará, como calló el País Vasco cuando se ilegalizó a Batasuna y eso que se decía que ardería Troya. Es una interesante apuesta. En el País Vasco se ilegalizaba por acusaciones de violencia y terrorismo; en Cataluña no hay nada de eso. Se procesa y, si acaso, condena, por poner las urnas. Los publicistas vendidos al poder, los seudointelectuales  mesetarios tratan de confundir a la gente, insinuando que la comparecencia de Mas se debe al asunto del 3% y no al hecho de posibilitar que la población pueda votar libremente. Doble contra sencillo a que las respuesta social va a ser potente.

Y hay más en ese ejercicio de titular tendencioso y embustero. Viene a incidirse en la obstinada pretensión de El País de ignorar los datos objetivos de un movimiento de amplia base social, con un apoyo substancial de la población que va del 48% a la independencia al 80% al referéndum. Su interés es dejarlo reducido a una obstinación personal de Mas y sus íntimos colaboradores. Por eso los plumillas del panfleto aplauden el empleo de los tribunales contra los dirigentes independentistas. Creen, como todos los reaccionarios, que, atacando el símbolo se destruye lo simbolizado. Para más absurdo, las personas que hoy comparecerán ante los jueces, no ejercen ningún cargo político de responsabilidad, por lo tanto, su probable condena no causará ningún daño específico a las estructuras de poder de la Generalitat sino que se limitará a crear tres mártires, que servirán de inspiración a sus seguidores.

Mas, Rigau y Ortega simbolizan hoy el espíritu de libertad e independencia vivo en la sociedad catalana y no tengo duda de que la gente y las instituciones los apoyarán como merecen.

Porque lo merecen.

dijous, 7 de gener del 2016

Reunión in extremis

Y también in angustiis, como está planteada la de hoy con la misión de buscar en horas el acuerdo a que no se ha llegado en meses. Sin duda, la idea de seguir negociando es buena, sobre todo para que nadie pueda acusar a nadie de no haberlo hecho todo, pero la probabilidad de algún resultado diferente es insignificante. No descartable, desde luego, pero más perteneciente al reino de lo milagroso que al de la vida normal. 

Las posiciones son absolutamente irreconciliables. Junts pel Sí no acepta cambiar de candidato. La CUP no acepta votar a Mas. No se me alcanza qué fórmula podría encontrarse a satisfacción de ambas partes, que llevan tres días llamándose mutuamente de todo. Además, mucho me temo que, de llegarse a alguna propuesta, la CUP habría de someterla a deliberación asamblearia, aunque seguramente tendría que saltarse ese paso por necesidad y llevar el asunto al Comité Político, el último órgano en rechazar a Mas. 

Cunde la sensación de fracaso colectivo, un sentido de frustración muy generalizado. Y también la amarga comprobación de que, después de todo, Cataluña puede hacer el ridículo igual que los demás. Es una veta de ataque al proceso independentista que goza de mucho predicamento entre los unionistas españoles. Va dirigido contra la autoestima de los catalanes y trata de herirlos en su amor propio, de humillarlos, acumulando chistes y prejuicios, de hacerlos verse como no son y que asuman la inevitabilidad de su condición y destino.

Ignoro qué saldrá de estas reuniones y temo que no salga nada. A mí, al menos, no se me ocurre ya nada que no sea esperar que una de las partes se desdiga. Pero no es verosímil. Por ello cuento con la convocatoria de elecciones que, por cierto, serán mucho más difíciles que las anteriores el 27 de septiembre, dada la presencia de las sedicente tercera vía, que complica mucho el panorama. 

Lo que no puede ser es ir a esas elecciones con la moral por los suelos. Siempre se ha dicho que la culpa de la situación catalana era del Estado español. En esta ocasión, el fracaso no es provocado por los españoles sino por los propios catalanes. Ahora ya saben que las cosas no son sencillas ni vienen en blanco y negro y que el enemigo no solo está fuera, sino también dentro, y no estoy con ello designando a nadie concreto. Todas las partes dicen compartir el objetivo independentista, pero, de momento y salvo milagro, ese objetivo se difumina en el horizonte y eso es, en principio, culpa d todos. Una cosa, sin embargo, queda clara: el proceso puede haberse frustrado momentáneamente, pero en su curso se ha comprobado que en Cataluña hay una conciencia cívica, un nivel de debate político, un respeto recíproco y un grado de cohesión y voluntad nacional que merecen un resultado mejor. Y lo tendrán. Antes o después, pero lo tendrán.
Eso es lo que hay que llevar en el ánimo si, no saliendo solución alguna de estas negociaciones, es preciso volver a votar en marzo.