dijous, 19 de gener del 2017

La nación precaria

Francesc Puigpelat (2016) Breu història del nacionalisme espanyol. De la Constitució de 1812 a la prohibició del 9N. Barcelona: Angle Editorial. 239 págs.
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Francesc Puigpelat aclara que ha escrito antes un ensayo que una historia, aunque lo llama "historia" en el título. Está bien la advertencia. Allana el camino, porque no es una historia en sentido riguroso, sino una historia de la interpretación de la historia y una interpretación en sí misma. Desde una perspectiva catalanista. Es una reflexión sobre un obstinado ente de razón, el nacionalismo español, en su camino hacia la nada. Y bastante ajustado a lo que, a juicio de este crítico, es la realidad. Así que leer el libro es como pasear por lugares conocidos con un amigo cuya compañía ilustra y enriquece.

En una primera parte (el prenacionalismo) Puigpelat sintetiza el conjunto desde el origen legendario en el mito de Don Pelayo y el relato fabuloso de la Reconquista hasta la unión de Castilla y Aragón como fecha oficial de nacimiento de España. La imposición del castellano y el centralismo hasta los Borbones aún felizmente reinantes.

En una segunda parte (Los orígenes: de la Constitución de 1812 al desastre de 1898), despacha el autor el agitado XIX. Deja claro que el nacionalismo español arranca de la Constitución de 1812, cuyo carácter "nacional" y "liberal" es altamente problemático. De ahí se sigue que también el liberalismo español sea sui generis y políticamente débil. La llamada Pepa consagraba en su artículo 12 la religión católica, apostólica y romana como la de la nación española para siempre y comprometía al Estado a no permitir el culto de las otras. Lo menos que puede decirse de un liberalismo compatible con la intolerancia es que es poco liberal. Y ahí también está la raíz de la versión de las dos Españas que el autor personifica en Modesto Lafuente por el lado liberal y Menéndez y Pelayo por el conservador. Pero en algo están ambos de acuerdo: el origen de España se pierde en la noche de los tiempos y, desde luego, ya está asentada con los visigodos. También comparten otros mitos, cuando se otorga a la Castilla "predemocrática" la defensa de unas libertades y un pactismo de origen medieval que, en cambio, sí existía en Cataluña desde los tiempos del Eiximenis (siglo XIV).  

En la tercera parte (La época de esplendor: de la generación del 98 a la República) Puigpelat comienza con una referencia al famoso discurso de Lord Salisbury el 4 de mayo de 1898, el célebre "dying nations", por el que se refería a España y Turquía. Por cierto, de ese discurso se hizo eco Almirall con un artículo en el que animaba a Cataluña a separarse de España, que era un cadáver. Y, de aquí, la famosa generación del 98, la idea de la decadencia y el mito de Castilla. Y tan mito. Ortega había dicho que "Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho". Le corrigió Sánchez Albornoz en las Cortes de 1931 en presencia del filósofo: "Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla”. Sutil matiz. Y todavía llegaría Julián Marías a matizar más agónicamente "Castilla se hizo España". Para dar y tomar. Y mientras el nacionalismo español trataba de encontrarse luego del "desastre", el catalán ya encendido en la Oda a la pàtria de Bonaventura Carles Aribau (1833) y Lo catalanisme, de Valentí Almirall (1886), se articulaba a través del federalismo para postular la nación catalana y el consiguiente Estat català. Mientras tanto, el nacionalismo tenía una idea de modernización de España. La República fue como una especie de institucionalización de la conllevancia orteguiana y, luego, la pesada losa de cemento de la dictadura de 40 años en los que se cultivó el nacionalismo español más delirante combinado con el intento de extirpar las otras naciones en el Estado.  

En la cuarta parte (el eterno retorno: del franquismo a la actualidad), se traza el escaso recorrido desde el franquismo hasta el "café para todos", momento en que con cierto humor, el autor señala que si 17 son las CCAA de fines del siglo XX, 18 eran cuadrículas numeradas en que quería dividir el territorio Valentín de Foronda a primeros del XIX. Aquí, en realidad, no se ha movido nada. Puede ser que, en efecto, el nacionalismo español no tenga historia porque se empeña en ser inmutable, idéntico a sí mismo a lo largo de los siglos. O sea, un fósil, por otro nombre, la "nación milenaria" del PP a la que pretendía este adaptar la doctrina del "patriotismo constitucional", algo absolutamente disparatado. Claro que no más disparatado que el hecho de que la primera línea del AVE sea la de Madrid-Sevilla.

Es un buen libro, de ágil lectura sobre la problemática nación española.