dimecres, 18 de novembre del 2015

Vamos a la guerra, pero poco.

Es como de Gila, para morirse de la risa sino fuera porque el triste destino de un país gobernado por un  incompetente invita más al llanto. No hace mucho que este buen hombre decía y repetía que España es una gran nación. Ahora, acongojado, recomienda a sus ministros que tengan perfil bajo y eviten opinar sobre el asunto. O sea, que se callen, que disimulen, que se hagan humo, se confundan con la cretona de las cortinas o, como dice el poeta, se disfracen "de noviembre para no infundir sospechas".

Caramba con la gran nación del Sobresueldos que se esconde como los conejos cuando empiezan los tiros.

Mientras la cosa fue de llamar por teléfono -intérprete incluido, claro- a dar el pésame, iluminar con la tricolor los edificios o hablar de solidarité face à la barbarie, todo sobre ruedas. En cuanto Hollande pide activar el protocolo de defensa común de los Tratados a los que España está obligada, el asunto vira a chungo y al genio de La Moncloa se le pone el inefable gesto de ¿y la europea? La petición de ayuda, además, es legal, según los franceses, y quiere cobertura de la ONU, pero el preclaro dirigente de la gran nación reza a alguna de las vírgenes a las que condecora su ministro Fernández Díaz para que no se le pida intervención militar directa en el asunto, soldados, aviones, bombas. La guerra, en fin. Espera que la participación de España se reduzca encender y apagar las luces y limpiar el local después de la función, que bastante tiene en Cataluña si la algarabía no cesa. Que no cesará.

¡Cómo cambian los tiempos! En 2003 Aznar metió al país en una guerra absurda, ilegal y delictiva en contra de la opinión de todo el mundo excepto de este mismo Rajoy. En terrible respuesta nos costó el atentado de Atocha que estos cuates siguen atribuyendo a ETA. Nadie quería guerras entonces y nadie las quiere ahora, así que el de los sobresueldos da orden en La Moncloa de que, si llama Hollande, le digan que no está, que ha salido a comprar unos chuches. Porque, si se ve obligado a participar en la contienda, le puede costar un disgusto en las próximas elecciones que es lo único que le importa.

Es mejor que Gila: "Oiga, ¿es el enemigo? Que no se ponga."