dissabte, 16 de maig del 2015

Indignados e indignantes.

Ayer se celebró el cuarto aniversario del movimiento de los indignados, aquellos miles de personas que se sentaron en lugares públicos en Madrid, especialmente la Puerta del Sol, a agitar las manos en silencio y movidas en un primer momento por el éxito del libro del veterano resistente Stéphane Hessel, Indignez Vous! Cuestionaban el conjunto del sistema, sostenían que los diputados no los representaban, se consideraban apartidistas pero no apolíticos, creían en la acción libre y espontánea de  la gente, a través de la intervención directa, sin cauces intitucionales que todo lo deforman.

Por entonces, Palinuro dio cuenta del fenómeno en una serie de crónicas sobre el 15M que abarcaron desde el 18 de junio de 2011 la primera, titulada Crónicas de la revolución indignada hasta otra, la número XXIII, titulada también Crónica de la revolucion indignada (XXIII), publicada el 16 de octubre de 2011. Después de estos veintitrés artículos, vinieron algunos otros esporádicos y diversas críticas de libros. Porque a los indignados les ocurrió como a los de Podemos: no habían terminado de hablar y ya muchos editores estaban publicando best-sellers sobre ellos. Si Palinuro fuera un avispado publicante, estaría buscando sello para sus cuartillas. No siéndolo, las dejará dormir el sueño del olvido en la nube de internet. Y eso que, repasando someramente sus contenidos. comprueba que un porcentaje alto de ellos aguanta gallardamente el paso del tiempo. Otros no, por supuesto.

Uno de los aspectos que más se elaboraba en aquellos escritos era el problema de la institucionalización del movimiento. El 15M era una crítica al conjunto del sistema, considerado de imposible regeneración. Era preciso sustituirlo por otro. Pero nunca estuvo claro cómo se hacía ya que, a pesar de la repugnancia casi instintiva del movimieno a los partidos, estos son imprescindibles para la acción política y la acción política se realiza en sede parlamentaria. Sin duda también puede hacerse en los bancos de las plazas o las terrazas de los McDonalds pero seguro que no tiene la misma eficacia. Y en este punto había un conflicto y un impasse: el 15M no tragaba los partidos políticos, cauces de todas las ponzoñas que corroen la vida pública, pero, al mismo tiempo, no acababa de averiguar con qué podría sustituirlos. Y tenía que hacerlo, so pena de vegetar en la inoperancia.

Surgieron así varios intentos de constituirse en partidos que no acabaron de cuajar del todo y, finalmente, Podemos echó a andar enarbolando la idea de ser los "herederos" del 15M que, por cierto, se obstina en su rechazo a toda disciplina partidista. Esta pretensión de ser herederos del 15M, quizá una forma de eso que llaman la "ventana de oportunidad", presenta sin embargo, tres ambigüedades muy características de la organización. A saber: El heredero es alguien distinto del difunto, por razones biológicamente obvias. El partido trata de salvar el escollo diciendo de sí mismo que es un "partido-movimiento", un concepto tan convincente como el del felino vegetariano. Por razones jurídicamente no menos obvias, el heredero, a pesar de todo, es el difunto porque, salvas circunstancias extraordinarias, entra en propiedad universal de sus derechos y deberes. Luego no le queda más remedio de ser lo que no es. La experiencia humana muestra que, antes pronto que tarde, los herederos acaban mirando por sí más que por los intereses de los finados, porque no son estos. Igual que Podemos no es heredero del 15M diga lo que diga.

Por un lado, tenemos a estos últimos tan indignados como siempre, de vuelta a las plazas, afirmando que nadie los representa y de otra, tenemos a Podemos asegurando su condición de herederos. La conclusión sensata y obvia será que Podemos seguirá tirando de la pretendida herencia siempre que le beneficie pero con la misma legitimidad con que los curas de hoy afirman ser los herederos de la iglesia de las catacumbas, y eso mientras va adaptándose a los usos y costumbres parlamentarios a toda velocidad para evitar que las otras fuerzas políticas la encasillen en una consideración extraparlamentaria en la que al final quizá le aguarde la misma aburrida tradición y actividad que tenía su inmediata antecesora, Izquierda Unida, de la que sí parece ser bastante más heredero que del 15M.

Y es aquí en donde, como para hacer realidad la sospecha de que la indignación no surgiría si alguien no la provocara, reaparece el califa Anguita lanzando anatemas como siempre pero esta vez en contra del PCE y de la IU que él mismo creó y en un artículo de Mundo Obrero. Se ha pasado el tiempo de estas organizaciones, sostiene el que las condujo de fracaso en fracaso (eso sí, alguno brillante si se comparaba con los desastrosos resultados que habían obtenido sus antecesores) y hay que experimentar fórmulas nuevas. Teniendo en cuenta que tampoco parece ya totalmente feliz con Podemos, probablemente porque atisba en él, innobles tendencias a negociar o pactar con el infame enemigo, verdadero paria de la sociedad política, auténtico intocable que es el PSOE, el panorama que el ilustre zahorí adelanta a la izquierda es el de desmantelar todas sus formaciones momentos antes de la batalla afirmando que, de no hacerse ahí, estará perdida.

Sin duda los indignados tienen razones poderosas para sentirse tales y más que van a tener cuando comprueben que estos gobernantes neofranquistas no van a dejarles resollar. Pero una de las más poderosas será comprender cómo algunos sectores y personalidades de la izquierda son neuróticamente incapaces de superar sus odios y rencillas y de poner en práctica una unidad que es tanto más necesaria cuanto más imposible la hace su permanente delirio ególatra.

El de él y el de sus discípulos y seguidores.