dimarts, 30 de setembre del 2014

El diálogo no es una concesión; es una obligación.


El punto de ebullición a que se ha llegado empieza a sacudir letargos y suscitar alarmas. La "cuestión catalana" escala puestos en el índice de preocupación de los españoles. Ya era hora. Hasta sectores y personalidades que hasta ayer ignoraban el problema o lo despachaban irresponsablemente cargando toda la culpa sobre el soberanismo catalán, urgen hoy sosiego, tranquilidad, diálogo, entendimiento, búsqueda de soluciones al alimón. Ya lo señaló Palinuro hace un par de fechas. Buena señal porque esta actitud indica disponibilidad a escuchar a los demás, aquilatar sus razones y, mira por dónde, quizá llegar a la conclusión de que tengan algo de validez.

En este punto estamos porque el nacionalismo español, tan seguro de sí mismo que dice no ser nacionalismo, muestra una incomprensión absoluta del nacionalismo catalán que sí se admite como tal. Cito dos momentos clave, el de ciclo largo y el de ciclo corto. El largo: creyóse resuelta la cuestión con el título VIII de la Constitución en cuyo fondo latía la idea de diferenciar tres regiones especiales y las de régimen común. Pero ya en su enunciado el título contenía la semilla de su destrucción, al admitir que todas fuesen especiales a través de la doctrina del "café para todos" en un Estado autonómico del que casi nadie tiene ya algo bueno que decir, basado en una ignorancia evidente de los hechos diferenciales. El corto: el accidentado periplo del nuevo Estatuto de autonomía, desde su propuesta por una Generalitat socialista hasta su modulación a manos de Tribunal Constitucional, pasando por dos aprobaciones parlamentarias y una en referéndum. En esos cuatro años se acumularon agravios al nacionalismo catalán hasta culminar en la sentencia del Tribunal Constitucional, negando a Cataluña la condición de nación, agravios que luego se desbordaron en los cuatro siguientes en forma de una movilización popular sostenida y creciente que nos ha traído aquí. El grado de ignorancia, desconocimiento y, me temo, desprecio del nacionalismo español por el catalán se condensa en un juicio de Rajoy que Palinuro cita a menudo por creerlo muy significativo. Preguntado el presidente por su opinión sobre una gigantesca Diada independentista en 2012, creo recordar, dijo que el país no estaba para algarabías.

La crispada, tensa y amenazadora comparecencia de Rajoy ayer en La Moncloa a leer la declaración institucional, mantiene la posición sabida: las normas sobre la consulta, ipso facto al Tribunal Constitucional en virtud del 161,2 de la Constitución. Suspensión inmediata y margen de cinco meses para decidir. El gobierno se atiene a su deber: hace cumplir la ley. Atiende al aspecto jurídico ya que no lo hay político. Y aquí está la trampa: siempre hay un aspecto, una faceta política que activar antes de llegar a la ilegalidad. Pero es preciso querer. Y el gobierno no quiere; pretende reducir el asunto a uno de legalidad porque carece de margen político de negociación. No propone nada porque no se le ocurre nada. Y no se le ocurre nada porque no entiende el problema.

Hasta Rajoy sabe que, con el precedente de Escocia, es imposible sostener un veto a la consulta basado en una triquiñuela legal como es todo el asunto de la interpretación de la soberanía, su titular y alcance, que no puede ser una armadura, sino un constructo flexible que pueda adaptarse a circunstancias cambiantes. Eso sin contar con que la consulta, que no es vinculante, trata de ser un medio para conocer el estado de la opinión pública catalana respecto a un asunto que le importa sobremanera.

De "hechos consumados" habla el gobierno a fin de justificar su incapacidad para evitar que un conflicto institucional llegara hasta aquí. Hechos en sentido estricto aún no se ha producido ninguno, sino decisiones que serán más o menos oportunas o legales pero solo anuncian intenciones. No hay hechos consumados; hay falta de voluntad para entenderse con el nacionalismo catalán, en buena medida por ignorancia de su carácter actual, su fuerza, sus apoyos y sus pretensiones.

La reducción del problema a uno de legalidad plantea el problema de qué autoridad tenga un gobieno cuya relación con la legalidad deja todo que desear en todos los aspectos. Invocar una Constitución que los dos partidos dinásticos cambiaron en 24 horas en una noche de verano teutónico implica invocar un instrumento de la voluntad de esos dos partidos. Ya no es la Constitución de todos los españoles. No todos los españoles pueden reformarla. Los catalanes, como catalanes o los vascos como vascos jamás reunirán los requisitos exigidos para reformar la Constitución. Invitarlos a hacerlo como alternativa a cualquier otra acción es un ejercicio de mala fe.

Lo mismo que la remisión al Tribunal Constitucional. Se trata de pasarle la patata política caliente para escudarse detrás de su decisión. Es verdad que el Tribunal es un órgano político, pero no le gusta que se lo recuerden. Prefiere rodear sus decisiones de aureola judicial. Ha tardado menos de una hora en admitir a trámite los recurso del gobierno y suspender la consulta. Puede parecer una falta de tacto o de diplomacia, una ofensa incluso tanto a los recurrentes como a la parte recurrida. Y una falta de tacto por unanimidad. Pero es que obviamente, ya se descuenta el resultado a la vista de la composición del órgano. Seguramente lo descuentan hasta sus miembros. Un resultado que añadirá más agravios al conflicto porque nacerá no ya del desconocimiento del instante actual del nacionalismo catalán (la "algarabía") sino de su planteamiento de fondo.
 
Dice el presidente que queda margen para enderezar la cosas. Bueno, pues empiece ya.
 
Palinuro reitera una propuesta de días pasados, mejorada, a reserva de otra más puesta en razón:
 
a) El gobierno acepta la consulta a cambio de que la Generalitat la aplace a una fecha comúnmente acordada y acepte asimismo negociar la pregunta.
 
b) Ambas partes obtienen la correspondiente autorización parlamentaria para esas negociaciones que, llegado el caso, refrendarán las cámaras.

c) Una vez celebrada la consulta y, a la vista de los resultados, volverá a buscarse una solución negociada.

Último comentario: vistos los dos presidentes en menos de veinticuatro horas, el uno con Ana Pastor y el otro a palo seco, no hay ni color.

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

dilluns, 29 de setembre del 2014

No pasa nada.


Convencido de la urgencia del momento y cumpliendo los deseos del gobierno, el Consejo de Estado dictaminó ayer que el decreto de convocatoria de la consulta catalana es inconstitucional y quizá también la ley de consultas y que, por lo tanto, el gobierno hace muy bien en recurrirlos ante el Tribunal Constitucional. Más o menos lo esperado. El Consejo de Estado es un órgano de rancia prosapia cuyos orígenes rastrean algunos hasta Carlos V y tiene hoy una composición abrumadoramente conservadora. Está presidido por un hombre que fue leal servidor de la dictadura de Franco y luego no menos leal colaborador de Fraga Iribarne, que era como seguir siéndolo del dictador por persona interpuesta. Sus miembros, de diversas procedencias, son de orientación conservadora cuando no reaccionaria. Lo extraordinario sería que este personal abrigara una visión del problema simpatizante con el derecho de autodeterminación. Como su dictamen es preceptivo pero no vinculante, nadie le concede mucha importancia. Pero tiene un valor simbólico y llena de razón al gobierno.

Este pone hoy en marcha la pesada maquinaria legal para impedir la consulta. Se reúne en consejo extraordinario para trasladar el problema al Tribunal Constitucional. Cuenta con que este suspenderá la norma recurrida y dejará sin efecto el decreto de convocatoria. Tan seguro está que algunos gobernantes no se han recatado en predecirlo, dando una impresión bastante pobre respecto a la separación de los poderes ejecutivo y judicial. Obviamente, lo que está haciendo es transfiriendo un problema político a un ámbito judicial o parajudicial, cuenta habida del carácter del Tribunal Constitucional. En el caso del presidente del gobierno es conocida querencia. Lo propiamente suyo es quitarse de encima los problemas: cuando la firma del decreto se escondió detrás de su vicepresidenta y ahora con el recurso, se esconde detrás del Tribunal Constitucional para impedir la consulta. Convierte un problema político en un problema de legalidad y esconde la mano.

La cuestión parece ser ¿qué hará la Generalitat si el Tribunal, en efecto, suspende? ¿Respetará la legalidad o la romperá? Armada con esta pregunta y casi solo con esta pregunta, como si fuera un arma de repetición, entrevistó ayer Ana Pastor a Artur Mas en la Sexta. El entrevistado respondió con mucha habilidad a una cuestión que, obviamente, pretendía comprometerlo y la entrevistadora insistió e insistió tratando de contrarrestar esa habilidad, consistente, sencillamente en decir que, si el Tribunal Constitucional mantenía la suspensión, él consultaría con sus socios y adoptaría la decisión que se tomara colectivamente. No era lo que Pastor quería oírle decir; ella hubiera preferido que Mas, como suele llamarlo con cierta frivolidad, "se mojara", sin calibrar muy bien el coste de ese "mojarse"; aunque no es difícil comprender la que podría organizarse si un presidente de la Generalitat dijera: "sí, señora, actuaremos en contra de la ley". En verdad, es sorprendente.

Y no es lo único sorprendente. La entrevista merece un pequeño comentario, sobre todo porque levantó fuego en twitter. La periodista, que es competente, veterana, rápida y no se arredra, desembarcó en el palacio de la Generalitat con una actitud muy española de "vamos a ver si son verdad esas cosas que se dicen en el foro sobre los catalanes". Traía "esas cosas" muy apuntadas; las complementaba con datos bien documentados y, en general, dañinos para la Generalitat y, para calentarse intercaló antes de la entrevista sendas conversaciones con dos colegas, Sardá y Otero, buenos profesionales, pero ambiguos en sus apreciaciones. La amarga observación de Otero de que lo primero que se bombardea en una guerra son los puentes no es interesante por lo que dice, sino por el contexto que presupone: la guerra. Igual que ese recurrente temor de "ojo con lo que dices aquí o allí porque puede traerte problemas".
 
Lo que no se cuestionó la entrevistadora en ningún momento era que las preguntas respondían todas a una visión española, unilateral, del conflicto, sin la virulencia del nacionalismo español tradicional, pero con una coincidencia llamativa en los contenidos. En general, una visión del contencioso España-Cataluña como si hubiera surgido ayer y se debiera a los caprichos de los políticos catalanes, cuando no a un intento de esconder sus fechorías ondeando la cuatribarrada. Algo cocinado en los pasillos de las instituciones, las alianzas electorales, los tejemanejes de los partidos. Ausentes por completo, al punto de no mencionarse, el sentimiento nacional y el apoyo masivo que ese sentimiento nacional tiene en la sociedad catalana en proceso de movilización hace ya tres años.  Estos eran temas de Mas pero no de Pastor que los ignoraba.

Precisamente porque la entrevista era tan de parte, Mas tuvo la oportunidad de exponer su discurso ante una amplia audiencia española a la que normalmente no le llega, pues solo accede a los relatos cocinados por los medios nacionalespañoles, que son todos. Y la aprovechó muy bien. Expuso los argumentos catalanistas de forma clara y subrayó varias veces que, del otro lado, del del gobierno central, no había más que negativas o silencio. En esta perspectiva, esto es, dar a conocer en España que los soberanistas catalanes no son unos nazis o unos locos peligrosos, o unos chulos prepotentes atiespañoles, la entrevista fue un gran éxito.
 
Desde otro ya no tanto. Como suele pasar a los españoles, Pastor no dominaba el territorio en el que quería poner en aprietos a Mas y si su insistencia en pillarlo en un renuncio de legalidad se estrelló contra la habilidad de la respuesta, su falta de fondo se echó de ver en el conocimiento del pasado. La mención de Mas de que él era presidente de una institución con 650 años, la dejó descolocada. Sin embargo hubiera venido al dedillo preguntar a Mas de dónde deriva él la legitimidad de su cargo, si de la Generalitat, órgano medieval o de la Constitución de 1978, como sostiene la vicepresidenta del gobierno, otra que confunde legalidad y legitimidad.
 
 Su acendrado españolismo no dictó a Pastor ni una sola pregunta que no fuera dirigida a cuestionar el proceso soberanista, pidiendo a Mas reiteradamente alguna autocrítica, pero sin formular ni una sola a la actitud del gobierno central; sin mencionarlo siquiera. Al contrario, tratando de sacar de campo la figura de Alicia Sánchez-Camacho a la que Mas quería afear su incumplimiento de la ley argumentando que se trataba de un "y tú más". En realidad perdió tanto los papeles que ni siquiera tuvo la gentileza -y la astucia- de preguntar a Mas si, aprovechando la ocasión, tenía algún mensaje que dirigir a Rajoy.  No sé lo que hubiera contestado Mas pero, si hubiera sido Palinuro, estoy seguro de que su mensaje habría sido que Rajoy recibiera a Ana Pastor en La Moncloa y le concediera una entrevista como la suya. Para que la gente pudiera comparar.
 
Me quedo con una expresión de Mas sumamente esclarecedora: si se vota "no pasa nada".

(La imagen es una captura del vídeo de la 6ª con la entrevista de Ana Pastor a Artur Mas).

diumenge, 28 de setembre del 2014

Cuenta atrás.


El llamado proceso soberanista dio ayer un salto cualitativo espectacular. El presidente Mas firmó el decreto que convoca la consulta del 9N. Lo hizo en un acto sobrio pero solemne en el Palau de la Generalitat, en presencia de los dirigentes de las fuerzas políticas que lo apoyan. 

Como si se tratara de la declaración de independencia de los EEUU o de la firma de la declaración universal de derechos, los asistentes transmitían la conciencia de vivir un momento histórico. De la resonancia internacional se encargaron las cabeceras de los periódicos extranjeros. Aunque la canciller Merkel dijera hace poco que la cuestión catalana es un asunto interno español, ni los medios en su propio país son de su parecer. La internacionalización del soberanismo catalán en la estela del referéndum escocés, es un hecho y la comunidad internacional tiene los ojos puestos en Cataluña. Desde el punto de vista de la comunicación política, un exitazo en toda línea para el independentismo. Refrendado con esa firma que, para mayor ironía, casi parece el signo del Zorro, ese héroe popular lleno de habilidad, valor e inteligencia, en lucha contra un poder tan tiránico como estúpido. Como en un episodio del Zorro, comienza la cuenta atrás.

Y un éxito interno, además de internacional, porque, sobre hacer olvidar la grotesca comparecencia de ayer de Pujol, ha dejado al descubierto y en ridículo las carencias del gobierno central. El presidente estaba de viaje por la China, un viaje que hubiera debido posponer, para probar fehacientemente que quiere a Cataluña y le procupa. Al contrario, piensa que debe mostrar que no le preocupa. Se negó a comentar la noticia de la firma, como hace siempre. Y, como hace siempre, deslizó un comentario revelador de su capacidad de juicio: Mas se ha metido en un lío. Da un poco de vergüenza pero es literal.

La tarea de explicitar la posición del gobierno recayó sobre la vicepresidenta, escudo habitual de quien ganó unas elecciones asegurando que daría la cara. Ayer dio la cara de la vicepresidenta que, por cierto, fue un poema. Crispada, tensa, conteniéndose, recitó de corrido un discurso que seguramente pasó toda la noche memorizando ante el espejo y dividido en tres partes: calificación de los hechos, anuncio de las medidas que el gobierno ya tiene preparadas en cumplimiento de su obligación y un recordatorio sentimental a lo felices que éramos cuando, yendo todos los españoles juntos, nadie había sembrado la discordia entre nosotros. Formalmente fue una comparecencia penosa, en la línea, aunque no tan lamentable, de la de Botella en los juegos olímpicos.

El aspecto material fue aun peor. Acabó en un batiburrillo en el que no se sabía si la democracia depende de la ley, la ley de la democracia, con la soberanía revoloteando de la una a la otra. Pero, en esencia, el razonamiento de la vicepresidenta, el mismo que utiliza siempre el PP, es que se trata de un desafío a la legalidad y el gobierno, obligado a cumplirla y hacerla cumplir, la hará cumplir. Punto. No ve o no quiere ver que, además de un problema de legalidad, es de legitimidad y por partida doble.

De un lado, la legitimidad de este gobierno es escasísima, por no decir inexistente. Ganó las elecciones con un programa que no cumplió; está literalmente acribillado de casos de corrupción y comportamiento ilegal; y ha hecho de su capa de legalidad un sayo. Cuando una norma le incomoda, la cambia a su antojo a través de su dócil mayoría absoluta parlamentaria. O no se molesta en cambiarla sino que simplemente la incumple, como en el caso de las sentencias de los tribunales. O, incluso, la quebranta, como cuando destruyó los discos duros que el juez reclamaba como prueba al PP en las investigaciones de la Gürtel.

De otro lado, el independentismo catalán plantea el asunto en el terreno político del derecho de autodeterminación concebido como una forma de poder constituyente que, por lo tanto, no se somete a poder constituido alguno; es decir, lo plantea en el terreno de la legitimidad y la respuesta del gobierno, derivando el asunto al Tribunal Constitucional, no resuelve la cuestión. Al igual que el gobierno, el Tribunal Constitucional adolece de falta de autoridad ya que, además de su naturaleza política, no es generalmente aceptado como imparcial por razones de todos conocidas, siendo la principal el estar colonizado por el PP, incluida la figura de su presidente, exmilitante del partido.

Que el PSOE no quiera encarar de verdad el asunto y se ofrezca rendido a formar un frente con esta derecha nacionalcatólica, no anima a esperar buenos resultados. Los socialistas también se niegan a admitir la doble vertiente de legalidad y legitimidad con supeditación de la primera a la segunda. Por no identificarse del todo con el macizo de la raza imperial de la derecha, la de la gran nación, han rescatado del baúl de los recuerdos una hopalanda federal y con ella proponen negociar a los soberanistas y tratar así de conseguir algún tipo de acuerdo. Lo del federalismo en sentido estricto llega tarde, aunque es bueno que los socialistas, cuando menos, hablen de dialogar y negociar. Pero de inmediato vuelven a cegarse al poner como condición la renuncia a la consulta, al dret a decidir. Parece mentira cómo se puede ser tan inepto. Negociar con una parte a la que de antemano se le exige que renuncie a la pretensión que le da la fuerza para negociar es creer que se negocia con idiotas o truhanes, como uno mismo.

El gobierno dice tener todo preparado para responder. En esto también le ha ganado el soberanismo pues la Generalitat afirma a su vez tener preparadas las respuestas a la respuesta del gobierno, a su recurso. Pero esto es lo habitual. Lo nuevo es preguntar al gobierno cuál sea el contenido de ese todo. ¿La suspensión de la autonomía u otras medidas excepcionales quizá peores también? Aquí es donde esos ministros españoles tan bravíos deben recordar lo dicho más arriba: la comunidad internacional tiene la mirada puesta en Cataluña. Ojo que vuelve la leyenda negra.

La firma ha sido un aldabonazo en la autocomplacencia del nacionalismo español de derecha e izquierda. Ambos aspiraron hasta el último momento a que no se estampase. Se estampó. Y fue la estampida. El súbito agitarse de las plácidas aguas. Ahora todos dicen que hay que buscar una solución antes de llegar a peores, que hay que pactar, negociar, hablar. Llevan cuatro años ignorando el conflicto que ellos mismos han atizado de forma irresponsable en ese tiempo y ahora piensan que van a resolverlo en cuatro días.

No pueden porque, como nunca lo entendieron ni se lo tomaron en serio, no pensaron sobre él y no tienen propuestas que hacer para las hipotéticas negociaciones; no tienen nada preparado. Como siempre. Los soberanistas confían ahora la argumentación y defensa de su idea a la movilización social que le da un resplandor de ideal nacional. Los nacionalistas españoles, convencidos de que su razón moral es tan abrumadora que no precisa demostrarse, se limitan a aplicar la ley. A la represión, vaya.

Calcúlese quién pueda ganar.

dissabte, 27 de setembre del 2014

La patria siempre tiene un precio.

El veinticinco de julio pasado Pujol reconocía en público lo que muchos, muchísimos, dicen ahora haber sabido en privado. Que es un defraudador contumaz. Aquel día, festividad de Santiago Matamoros, patrón de España, comenzó un forcejeo entre las fuerzas políticas sobre si el Molt ex-Honorable debía comparecer en el Parlamento, cómo, cuándo, en qué condición, cosa que al final ha sucedido. Ha sido un episodio confuso en el que no queda clara la posición de algunos actores decisivos, como CiU o ERC, probablemte porque, siendo una situación imprevista, no quieren significarse demasiado en uno u otro sentido. El resultado de la confusión, una comparecencia medida, milimetrada, como dice Gutiérrez Rubí en un gran artículo en "El País", Pujol, desnudo. Otra cosa es que se hayan conseguido los objetivos que los participantes pretendían.

No Pujol, desde luego. Probablemente tampoco esperaba mucho ya que, como es lógico, su batalla está ahora en el terreno judicial y el político solo puede perjudicarlo. Pero, si pretendía poner fin a la indagación parlamentaria, ha fracasado. La lectura del texto era perfectamente prescindible. No contestó a ninguna pregunta; cargado de patriótica indignación con un punto de amenaza, abroncó a los diputados y provocó su indignación,

Tampoco lo han conseguido los partidos que, según parece, pretendían la comparecencia para evitar la comisión parlamentaria de investigación, CiU y ERC, aunque de este último no estaría tan seguro. Hay un elemento de confrontación interpartidista en el nacionalismo que cuenta aquí. El caso Pujol tiene pinta de ser institucional, estructural y afectar a los nacionalistas burgueses en cuanto gestores de la autonomía catalana. No es familiar, privado, incluso personal, como se dice. Es más bien arbóreo, por seguir la metáfora pujoliana. Si se menea el árbol caen las ramas. Muchas.

Además de institucional, estructural y arbóreo o silvícola, el  caso Pujol puede ser nacional en el sentido del nacionalismo catalán, cosa que, obviamente, preocupa en el ámbito de ERC y aledaños. El anhelo independentista no puede verse afectado por las andanzas de un presunto galopín. ¡Ah! Pero el presunto se envuelve en la bandera patria: todo lo que ha hecho, lo ha hecho por hacer país, nación, patria. En las palabras más inocentes está la trampa. ¿Todo? Ahora vamos a ver qué sea ese todo y si con sus partes puede hacerse país, nación, patria y en dónde, si en España, en Cataluña, en Andorra, en Suiza o en las Islas Caimán. Estos días habrá abundante recurso al famoso apotegma de Samuel Johnson del patriotismo como último refugio de un granuja.

El caso Pujol también es nacional en el sentido del nacionalismo español. No solo porque vaya a emplearlo como arma en contra del soberanismo. De eso se encargó la señora Sánchez Camacho, impartiendo una lección de ética en el Parlamento catalán en nombre del PP, que es como decir de la Gürtel. También porque, en el fondo, se descubre la mucha razón que tenía aquel "ABC" de los años ochenta en que se nombraba a Pujol español del año. Y se quedaba corto. A juzgar por lo presuntamente defraudado, debió nombrarlo español del siglo. Porque aquí está el núcleo de este asunto, el hecho de que cuanto suceda en Cataluña tiene un enorme impacto en España. Mucho más del que los españoles están dispuestos a reconocer. La buena convivencia entre los pueblos de España, catalanes y andaluces, por poner dos ejemplos de acusado perfil, es el fundamento del ser nacional español. Si aquella no se da, este entra en aguas turbulentas y la nave amenaza motín. Que un andaluz llegara a presidir la Generalitat catalana pareciera mostrar que los prejuicios étnicos estaban vencidos y la convivencia garantizada. ¿Es así?

El siete de mayo de 1898, en plena guerra hispano-norteamericana, el Spectator publicaba un editorial sobre España en el que, entre otras cosas, se decía:

Pues hay un riesgo real de que se dé lo que el mundo consideraría anarquía en España. En primer lugar su cohesión es imperfecta. El norte y el sur son enteramente diferentes; el norte es industrial; el sur, agrícola; el norte, moderno; el sur, medieval; el norte pleno de sangre goda; el sur con un ramalazo de sangre árabe; el norte, fiscalmente expoliado y disminuido en su comercio porque el sur apenas puede pagar. Preguntad a un empresario de Barcelona su opinión sobre un cordobés o un murciano.

Esa opinión tardaría 60 años en hacerse pública. Pero se hizo en la pluma del empresario/banquero Pujol en los años cincuenta, en un texto vehemente y juvenil titulado La inmigración, problema y esperanza de Catalunya resucitado por Ciutadans en ocasión electoral en 2012 y con ánimo de hacerle daño:

El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico, es un hombre destruido, es generalmente un hombre poco hecho. Un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Si por fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, el andaluz destruiría Catalunya" .

Curioso que los dos fragmentos hablen de anarquía. Es cierto que, posteriormente, Pujol pidió disculpas por este juicio y lamentó verse perseguido por una "frase desafortunada". También ahora es víctima de una decisión desafortunada hace treinta años. Pero todo es y ha sido siempre por la patria. Esos infortunios, sobre todo la corrupción, son  golpes en la autoconciencia del independentismo. Este tiene que mantener su legitimidad llegando hasta el final en el descubrimiento de la verdad, incluso perdiendo aliados. En asuntos de principios los oportunismos tácticos son vergonzosos.

Porque la patria siempre tiene un precio, aunque en monedas muy distintas.

(La imagen es una foto de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons).

divendres, 26 de setembre del 2014

Las dos espadas.


El inevitable obispo soltó ayer una bomba pastoral. Indignado por la claudicación del gobierno en el aborto, lanzó una tremebunda marianítica, llamando "desleal", "insensato" y falto de "rigor intelectual" al presidente del gobierno. Como suena; lo comentaré más abajo. Utiliza el prelado una terminología casi apocalíptica, curiosa mezcla de retórica bíblica ("diabólica síntesis", "estructuras de pecado", "excomunión") y lenguaje ilustrado y tecnocrático ("feminismo radical", "imperialismo transnacional neocapitalista" (sic), el "lobby LGTBQ"), en un batiburrillo confuso que muestra tanto desconocimiento sobre la edad contemporánea como prepotencia en la imposición general de un dogma religioso tan opinable, problemático e incierto como cualquier otro, el musulmán o el judaico, por ejemplo.

Lo que delata el exabrupto obispal, en realidad, es una indignación mucho más profunda. Muy alarmado, monseñor llama ya a la acción política para imponer la doctrina social de la iglesia. Incluso lleva su audacia a proponer por enésima vez la posibilidad de regenerar los partidos políticos mayoritarios, aunque hasta ahora estos intentos han sido siempre improductivos. Es un lenguaje altanero. Invocar la regeneración de los partidos no por la corrupción, la falta de representatividad, sus estructuras no democráticas, sino porque ha habido un choque de carácter dogmático revela soberbia eclesiástica hasta en España, país sumiso a los desvaríos de la religión, y ha irritado a los políticos. Pedro Sánchez, convertido en una especie de cañón giratorio con encargo de disparar a todo lo que se mueva, respondía horas más tarde con una carta abierta de la que también diremos algo. Pero ese sobresalto de los políticos, yerra el punto central de la indignación clerical, que está oculto en la combativa epístola obispal.

Ciertamente, el aborto es cosa de la que la iglesia ha hecho causa mayor, cosa de principios irreductibles, valores, fundamentos. Pero, en el fondo, la trinchera es una avanzadilla de un frente más profundo en que hay dos elementos decisivos: la perpetuación de la supeditación de la mujer negándole un derecho esencial a su vida, y el núcleo de la teología política católica basada en la teoría de las dos espadas del Papa Gelasio. Las dos espadas, forjadas por Dios, son autónomas. En uso de esa autonomía, el gobierno comunicó a la jerarquía la retirada de la ley contra el aborto antes que al pais y al parlamento. Quizá antes que al ministro de Justicia.

Ya solo este hecho obliga a cualquiera con alguna conciencia cívica a preguntarse quién gobierna en España, si el poder civil o la iglesia. Es obvio que los proyectos legislativos más ideológicos de este gobierno, la reforma del aborto y la de la educación, vinieron dictados por los curas. Lógico, creen los gobernantes, acudir a ellos a comunicarles antes que a nadie las dificultades para realizarlas. Sí, cierto, piensa el obispo; pero no es bastante. La teoría de las dos espadas afirma la superioridad de la espiritual sobre la terrenal; esta es autónoma excepto en aquellos casos que afectan a cuestiones espìrituales, privativas de la iglesia. En ese caso el poder espiritual prevalece sobre el temporal. ¡Justo lo que no ha pasado! El gobierno, aleve, ruin, cobarde, traidor, ha faltado a su obligación. La segunda espada se ha alzado sacrílegamente contra la primera. Procede la excomunión, gruñe el obispo y no cualquiera sino latae sententiae, en el momento del pecado/delito, porque el aborto es, sobre todo, un pecado.

Esa es la razón de la furia obispal, expresada con muchas protestas de respeto a las autoridades, pero tanto más enconada cuanto no puede hacerse pública: si cedéis en el aborto, acabaréis practicando el regalismo, el laicismo, el relativismo, relajando el control sobre esas enemigas del cuerpo místico que son las mujeres y hasta aceptando que la iglesia deje de financiarse con cargo al erario público y la sostengan los fieles. Y eso ya son palabras mayores.

Así que el obispo entra a saco. Rajoy, el desleal, ha inclumplido su promesa electoral en relación con el aborto. O no se ha enterado de que el hombre lleva tres años incumpliendo sus promesas electorales, lo que sería grave, o eso le importa una higa, lo que sería peor viendo los parados, los jóvenes, la violencia de género, los desahucios, la pobreza infantil. Da igual. Rajoy es un "insensato" y carece de "rigor intelectual". Esto último es obvio; basta con oírlo hablar. Pero quizá el obispo debiera vigilar el suyo. Al igual que Ruiz-Gallardón, por darse aires de enterados en las líneas actuales de pensamiento social, político, filosófico, utilizan conceptos que no entienden o que instrumentalizan de forma lamentable, ridículo. No es exagerado decir que el párrafo siguiente muestra la necesidad de que el prelado se informe algo más porque, en verdad, es que no tiene ni idea de lo que dice, o vaya al psiquiatra: el Partido Popular es liberal, informado ideológicamente por el feminismo radical y la ideología de género, e “infectado” como el resto de los partidos políticos y sindicatos mayoritarios, por el lobby LGBTQ; siervos todos, a su vez, de instituciones internacionales (públicas y privadas) para la promoción de la llamada “gobernanza global” al servicio del imperialismo transnacional neocapitalista. Substitúyase el lobby LGBTQ por los protocolos de los sabios de Sión, el Partido Popular por el Liberalismo, el feminismo radical y la ideología de género por la masonería y el judaísmo internacional, la gobernanza global por la tiranía de Satanás y el imperialismo transnacional neocapitalista por el Anticristo y el discurso es el de siempre.

Pedro Sánchez se ha sentido obligado a pergeñar una carta abierta que ha publicado en Twitter, con buena intención, pero con falta de enjundia. Una carta de protesta, sí, pero también sumisa, redactada en esos términos conciliatorios que luego impulsan al PSOE cuando tiene el poder a confraternizar con la iglesia, no en todos los aspectos, pero sí en algunos cruciales en los que el socialismo, típico producto del enteco nacionalismo español de raíz liberal, se pliega a las exigencias del nacionalcatolicismo, verdadera maldición de los españoles. La carta contiene protesta, pero rezuma respeto. El PSOE ha pedido a la jerarquía que releve al obispo de Alcalá, seguramente en la creencia de que su sustituto sea menos brutal. Pero no es esta la actitud que un partido heredero de la ilustración europea (ya que la española ha dejado escasa herencia) deba adoptar ante un episodio de esta naturaleza en el que se juega un asunto fundamental para la sociedad española y su convivencia, de la que habla Sánchez, pero sin referirse a nada específico.

Y lo específico está al alcance de todos: acometer de una vez por todas la separación de la iglesia y el Estado en España; denunciar los Acuerdos con la Santa Sede de 1979 y el Concordato de 1953; suprimir el presupuesto de culto y clero y hacer que la iglesia se financie por sus propios medios y cumpla sus obligaciones fiscales como todos los ciudadanos. Solo así conseguirá alguna autoridad moral para hablar de las cosas del común. En caso contrario, el que se da ahora mismo, la iglesia actúa con evidente falta de legitimidad y de autoridad, puesto que arremete contra las decisiones de un Estado del que vive. Y, por cierto, opíparamente.
 
De eso, en la carta de Pedro Sánchez no hay ni palabra. El obispo montaraz, al oír que se le critica tan respetuosa como sumisamente pensará en recia tradición española: ahí me las den todas.

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La segunda imagen es una ilustración de Frantisek Kupka titulada el dinero para la revista anarquista L'assiette au beurre, del 02/11/1901.

dijous, 25 de setembre del 2014

España Potemkin.


Hubo en el siglo XVIII un príncipe Grigori Aleksándrovich Potiomkin , el príncipe Potemkin, amante y marido de Catalina la Grande; y cuenta de él la leyenda que, cuando viajaba con la Emperatriz a sus territorios del Sur, hacia Sebastopol, donde él gobernaba, mandaba poner decorados por el camino, simulando aldeas prósperas y campesinos alegres y felices para solaz de su señora. Las aldeas ficticias se conocen hoy como aldeas Potemkin. No parece justa esa mala fama en concreto (otras sí) del príncipe, pero la denominación ha hecho cierta fortuna de modo que, cuando un gobernante presenta una imagen falsa de la realidad, se dice que está haciendo un Potemkin.

Tal cosa sucede en España y no uno, sino cuatro potemkins: el de la economía y la crisis, el de la política y las elecciones, el de los valores y la corrupción y el de la nación y el independentismo. Con estos cuatro potemkins montados a la española, Rajoy ha ido de visita a la China, bien lejos de la algarabía, de esta España imprevisible.

El potemkin de la economía y la crisis es un verdadero fracaso. Hasta el gobierno ha comprendido que es contraproducente un discurso triunfalista que no resiste un telediario. No obstante, lleva más de un año largándolo sin que la realidad a la que se refiere le haga el más mínimo caso. El paro no desciende, ni el resto de las magnitudes problemáticas, por más que las autoridades estén manipulándolas permanetemente con lo cual han conseguido restarles todo crédito. Han dejado de hablar de los brotes verdes que, a estas alturas, ya debieran ser frutos granados y se han ido bajo tierra, como el topo, hablando de raíces vigorosas. Esto equivale a decir a la gente que la realidad no es lo que ve todos los días, sino lo que no ve pero que está ahí porque el presidente lo dice, cosa que lo hace muy verosímil. Es imposible que un país como España con una deuda pública de más de un billón de euros vaya bien. Aunque bajen legiones de potemkines, dirigidos por san Mijail.

El potemkin de la política y las elecciones promete ser una función tragicómica. El sistema español, aparece como el régimen del 78; el personal político, administrativo, institucional, empresarial y eclesiático que lo dirige es la casta, según Podemos. Este sistema se repliega sobre sí mismo ante la crítica social ascendente; los dos partidos dinásticos cierran filas en apoyo de la estructura constitucional existente, aunque con variantes. El mensaje compartido es, más o menos, España es un Estado democrático de derecho normal que sufre algunos problemas coyunturales y transitorios en su desarrollo. Puro potemkin. La crítica emergente apunta a problemas estructurales que ponen en duda la estabilidad general. Las próximas elecciones municipales meten algo de miedo porque, así como las europeas son más para el voto despreocupado, en las municipales se ventilan intereses concretos y gozan de antecedentes históricos poco recomendables. El gobierno, muy nervioso, ha intentado un pucherazo de última hora para garantizarse alcaldías, pero no se ha atrevido a imponerlo. A su vez, los de Podemos, asustados de la que se les venía encima con los 8.000 ayuntamientos, se retiran de las municipales, pero se quedan en las autonómicas. Y apoyan las candidaturas ganemos, con lo cual, por mucha estabilidad que los dinásticos quieran garantizar, nadie sabe qué pueda salir de las municipales.

El potemkin de los valores es ya el baile de la desvergüenza. Alcanza su imagen más rotunda con la dimisión de Ruiz-Gallardón por ser incapaz de sacar adelante su ley en contra del aborto, a pesar de tratarse de un compromiso de su partido y del firme deseo y no menos firmes órdenes de la jerarquía eclesiástica. ¡Los miserables cálculos electorales han prevalecido sobre la obligación católica de proteger la vida del nasciturus! Se han traicionado y vendido los principios por un plato de votos. El país está maravillado de la rabieta del ex-ministro, sobre todo porque el hombre ha tardado tres años en enterarse de lo que sabe todo el mundo, incluido el presidente del gobierno, esto es, que el presidente del gobierno no ha cumplido un solo compromiso o promesa electorales. Ha cumplido, dice, con su deber, consistente en no cumplir con su deber. Es imposible que Ruiz-Gallardón entienda estas complejidades. El gobierno, sin embargo, las entiende perfectamente: hablando de valores, es claro que en España hay un problema de corrupción generalizada, estructural. El gobierno, muy consciente de que la corrupción es la tercera causa de congoja de la ciudadanía, lleva tiempo trabajando para presentar un buen paquete de medidas de regeneración democrática. Potemkin total, absoluto. El gobierno del partido con la mayor cantidad de imputados por agrupación local, acusado de comportamiento ilegal por los jueces, de financión ilegal, y dirigido por unas personas acusadas de comportamiento también presuntamente ilegal presenta un proyecto de regeneración democrática con la misma autoridad con la que Hitler podría decirse seguidor del Mahatma Gandhi.

El potemkin de la nación tiene un alcance insólito. España es una gran nación, va diciendo Rajoy. "España es una gran nación", recitan al unísono el rey cesante y el rey reinante. No una nación; eso lo es cualquiera, sino una gran nación. Somos los primeros, llevamos quinientos años juntos y así seguiremos hasta el fin de los tiempos porque lo suyo es estar unidos y no embarcarse en aventuras y singladuras borrascosas que vaya usted a saber. Siempre que hemos estado unidos, hemos vencido; cuando nos hemos enfrentado, nos han derrotado. Estas o parecidas simplezas abundan en ese cuenco de la "gran nación". Un potemkin a la desesperada. La gran nación contempla una parte importante de su territorio en rebeldía con el apoyo de una mayoría muy apreciable de la población. Pero no es capaz de reaccionar. Los dos partidos dinásticos se oponen al derecho de autodeterminación de los catalanes, pero carecen de discurso alternativo que no sea el mantenimiento del statu quo o una imprecisa propuesta reformista federal del PSOE que los conservadores no aceptan y los propios socialistas no saben precisar porque acaban de echar mano de ella. Los nacionalistas catalanes tienen, en cambio, un discurso autodeterminista con un fortísimo apoyo interior y exterior, sobre todo en un lugar como Europa en donde todos han visto cómo los escoceses ejercían un derecho que está vedado a los catalanes, incluso en su forma más suave. Ambas partes, ambos nacionalismos español y catalán tienen conciencia de estar haciendo historia, pero de muy distinto sentido.

Esta situación coincide con el viaje del rey a los Estados Unidos, a impartir lecciones de democracia al mundo y el del presidente a la China, en busca de oportunidades de negocios para los empresarios españoles. Coincide también con la dimisión del jefe máximo del aparato de propaganda del gobierno, el director de RTVE, otro fracasado. Sus potemkins son tan malos que la audiencia se ha desplomado y el ente está en la ruina. Pero, en el fondo, todo ello da igual. El sistema político de la segunda restauración, estando consolidado, marcha por sí solo. Sin que lo dirija nadie.

Y eso es lo preocupante. 

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

dimecres, 24 de setembre del 2014

El sabor de la derrota.


La dimisión del ministro de justicia por el aborto tiene su parte de anécdota y su parte de categoría. La anécdota es que la dimisión es una y trina, como corresponde a la profunda religiosidad de Ruiz-Gallardón. Dimite de ministro, de diputado y de cargo del PP; ignoro si del mismo PP. Se va a su casa y abandona la política; es de esperar que no como la abandonó su enemiga Aguirre cuando dimitió a su vez hace un par de años. En absoluto, dicen los suyos, Alberto se va para siempre, muy dolido.


Y muy despechado. Un carácter tan altanero, tan soberbio como el suyo, convencido de llevar treinta años siendo infravalorado cuando está llamado a mucho más altos destinos que la política local, jamás podrá perdonar el trato recibido. Se siente utilizado y luego abandonado a los pies de las leonas feministas. Frustrado en su esperanza de reintegrar la política española al seno de la Iglesia, siguiendo al pie de la letra los deseos de la jerarquía nacionalcatólica a las órdenes del hoy jubilado forzoso Rouco Varela. Además de aparecer ante este como un débil, un inútil para la causa de la reevangelización de España, proyecto dorado del cardenal.

Ha dimitido en un acto de rebeldía, en nombre de unos principios que no pueden sacrificarse a meros intereses electorales. Y, por cierto, ha dejado muy mal a sus compañeros del gobierno todos los cuales dieron su aprobación entusiasta al anteproyecto de ley que les presentó el ministro en contra del derecho a decidir de las mujeres; por supuesto con otro nombre. En esto de pretender un objetivo pero llamarlo de otro modo es maestro Ruiz Gallardón, que lleva su desparpajo al extremo de defender su agresión a esos derechos con terminología progre, hablando de la emancipación de las mujeres y de la protección de los más débiles.

Es poca la base moral del ya exministro para invocar los principios ante los chaqueteros del gobierno. Él mismo venía precedido de una aureola de tertuliano de derecha liberal, cultivada en los medios de PRISA, en donde pasaba por ser un hombre de centro que llegó a repartir como alcalde la píldora del día después. Aureola que se desvaneció para dar paso a la dura realidad de uno de los gobernantes más reaccionarios, arbitrarios, clasistas y misóginos de la historia de España, incluida la parte de Franco, durante la cual su suegro fue ministro. Alguien que disimula sus principios y los impone cuando puede por la fuerza no está en situación de acusar a los demás de relativismo u oportunismo.

En cuanto a la categoría, la retirada del proyecto de ley contra el aborto ha sido un triunfo de la sociedad civil española e internacional, que también se ha implicado. Sobre todo, un triunfo de la lucha del feminismo contra la agresión desde el poder. Los partidos han tenido actitudes distintas: el PSOE e IU han sido activos en su oposición al plan del ministro. El PSOE, además, esgrimiendo ufano que la ley que pretendía derogarse con la nueva, la ley de plazos, una de las más avanzadas del mundo, es suya. Los de Podemos han aprovechado para patinar, sosteniendo hace escasas fechas que el aborto no es una prioridad porque no genera potencial político, o algo así. Estos jóvenes caen simpáticos y tienen ideas, aunque a veces, desvarían.

La retirada del proyecto es la confesión del fracaso de un plan deliberado, el de volver atrás, volver a someter a las mujeres. Si se ha hecho por motivos electorales o no es irrelevante. Se ha hecho. Y es un triunfo de todos. Es un error presentarlo como un triunfo de las mujeres. Demuestra que las raíces patriarcales son más profundas de lo que se admite. No es un triunfo de las mujeres; es un triunfo de todos. Incluso de quienes están en contra. Hasta de aquella decena de diputadas del PP, puestas de pie y aplaudiendo a un ministro que acababa de anunciar su intención de reducirlas a la condición de menores de edad de hecho. Hasta de ellas es un triunfo. El feminismo no es un atributo de género. Solo siendo feministas atienden los hombres a sus intereses.

La retirada del proyecto de ley contra el aborto es otro trozo del viejo mundo que cae. Las mujeres recuperan su amenazado derecho a decidir, aunque ahora pretenden recortárselo por otro lado. El meollo de la cuestión es siempre el mismo: el derecho a decidir. A que otros no decidan por ti; que no decidan en contra de ti y encima quieran convencerte de que es por tu bien. 

dimarts, 23 de setembre del 2014

Llegan los federales.


No es el séptimo de caballería, pero se da un aire. Aquel aparecía en el momento en que los colonos y sus familias, refugiados en el fuerte asediado por los indios, iban a ser masacrados. Sonaba el clarín, se iniciaba la carga y los atacantes huían despavoridos. Actualmente son los federales quienes se hacen cargo de la lucha contra el crimen allí donde las autoridades del Estado están desbordadas. ¿Tan mal está la situación?


La crisis ha golpeado duramente la economía y la cohesión social. Los indicadores de desigualdad y pobreza se han disparado. Ha aparecido una movilización social, cristalizada en ejemplos como Democracia Real, el 15-M y, últimamente, Podemos, que pretende replantear de modo radical la gestión económica y social de este desastre. El radicalismo siempre asusta, pero la clase dominante, el capital, la Iglesia, cree saber que, inserta como está en Europa, España no determina su política económica y, por lo tanto, serán los dioses de los mercados quienes marquen los límites a estos jóvenes ilusos. En el terreno exterior España no es soberana, lo cual tranquiliza mucho a los conservadores, que van por ahí, sin embargo, presumiendo de soberanía, liderazgo europeo y de ser una "gran nación".

La soberanía, esa que la Contitución atribuye al pueblo, se ejerce hacia el interior. Y no todo porque se excluyen Portugal y Gibraltar, llaga permanente del nacionalismo español. En uso de esa parca soberanía se espera que España resuelva como pueda la endemoniada cuestión catalana. Esta pone en jaque la tal soberanía al prever la posibilidad de que una parte del territorio español se declare en rebeldía. Habría que ver si no se producirán amagos de intervención exterior que recibirán, claro es, otro nombre. España espera la solidaridad de los demás Estados europeos en su preservación de la integridad territorial y todo lo que recibe es un ejemplo absolutamente contrario a sus intereses en el caso de Inglaterra. Mala suerte y leyenda negra.

Junto a los aspectos económico-sociales de la crisis los de la organización territorial del Estado, amenazado, incluso, de una Declaración Unilateral de Independencia. De pronto, esta cuestión se sitúa en el proscenio. Llevaban años minimizándola, ignorándola, sin entenderla y ahora les ha estallado en el rostro. Y era un problema de Estado; de constitución del Estado. Todavía en 2012, Rajoy llamaba a la Diada algarabía, mostrando fina percepción y gran entendimiento. Así ahora todos hablan de reformar la Constitución. Ni el PP hace ascos a la idea, si bien ha de tratarse de una reforma tasada y escueta. Para los conservadores, la reforma federal propuesta por Pedro Sánchez en "El País", en realidad es una novación constitucional y a tanto no llegan ellos ni de broma. Pues sí, el federalismo requeriría una revisión profunda de la Constitución, total, como la llama el propio texto (art. 168). ¿Y qué otra cosa puede ser una "revisión total" sino otra Constitución? Por eso mismo se propone con frecuencia un proceso constituyente, sobre todo en la izquierda y en ciertos nacionalismos, aunque con otro alcance.

En realidad, el desconcierto es absoluto. Siempre que se tocan los cimientos de una casa hay riesgo de derrumbe, lo que más temen los habitantes del inmueble. A todo ello debe añadirse la persistencia de la corrupción que, a fuer de generalizada, no abandona los noticiarios, cuando no es porque el delincuente Fabra elude de momento la cárcel a la espera de un indulto del gobierno de su partido, es porque el caso Gürtel podría ser juzgado por una magistrada perfectamente recurrible. Este desprestigio de la honorabilidad de los gobernantes, corroe su escasa legitimidad a la hora de adoptar decisiones públicas.

El próximo capitulo en la confrontación política será el de las elecciones municipales y autonómicas. El resultado de las pasadas europeas hace pensar que las locales puedan tener uno explosivo. Se trata de saber si la tendencia al fin del bipartidismo allí apuntada, se mantiene y/o amplía ahora. Si se mantiene, el PSOE podría vivir horas aun más bajas, con ecos del PASOK y malos augurios para la candidatura de Sánchez a La Moncloa. Si se rompe por cuanto, por ejemplo, el voto en elecciones europeas guarda relación negativa con las internas, retornaremos a una situación de bipartidismo más o menos modificado, con Podemos ocupando el lugar de IU con más apoyos pero también un techo claro.

En medio de este temporal, surge la figura de Pedro Sánchez con evidente propósito y mandato de recuperar el músculo perdido del PSOE. Y lo hace en el estilo Podemos, esto es, multiplicando sus apariciones públicas, solo limitadas por carecer del don de la ubicuidad, como buen mortal, aunque le anda cerca. Raro es el día en que Sánchez no nos habla desde una radio, una televisión o un periódico. Casi parece dominado por una verborrea incontenible. Pero su línea de comunicación es consistente y muy clara: hablar mucho, muy seguido, en todas partes, pillar cámara y, en su defecto, micrófono, pero insistir siempre en dos ejes: la panacea federal y la equidistancia entre el radicalismo populista de Podemos y el conservador, pero también radicalismo, del PP. La opción centrista es el radiante y confuso grial que se divisa entre las glorias del triunfo. El PSOE quiere ser el "partido de izquierda que atrae al centro"; incluso, porqué no, el centro derecha. Así el PSOE se construye con tres tercios: un tercio de centro derecha, otro de centro centro y otro de centro izquierda. Aporías aparte, el centro.

La larga connivencia de los dos partidos dinásticos hace que haya menos distancia entre el PSOE y el PP que entre el PSOE y Podemos. Los dos primeros comparten el respeto por la Monarquía, grosso modo también la actitud frente a la Iglesia y en cierta medida el acuerdo con el consenso de Berlín. Frente a un Podemos que es ambiguo en relación con la Monarquía y la Iglesia, pero propugna la ruptura del consenso de Berlín o de Bruselas, que viene a ser lo mismo. Por eso el PSOE ataca menos al PP y hasta le ofrece "pactos de Estado", con ánimo de resaltar su voluntad cívica mientras que se enfrenta cerradamente a Podemos, con quien no quiere saber nada y al que tacha de populista.

Hasta ahora Sánchez no ha respondido al reto de Iglesias a debatir en la tele. Obviamente, está pensándoselo. Hace bien porque se juega mucho. Hay ante todo una cuestión de ceremonial, protocolo y jerarquía. Sánchez es alternativa de gobierno y debate con su igual, el presidente en el cargo. No lo hace con un recién llegado, aunque sea una revelación. Además, pensará Sánchez, un político de convicciones no debate con un populista por la misma razón por la que un caballero no justa con un villano.

Pero no aceptar un reto televisivo en la era mediática es siempre un error. Máxime cuando Rajoy no está dispuesto a debatir con Sánchez ni por todos los Bárcenas del mundo. Así que el socialista se queda en dique seco, mientras Iglesias luce su cabellera en Fort Apache. Y la presencia mediática es esencial en darse a conocer a los posibles votantes y ganarse su confianza. Es obvio que el PSOE tiene la sangría por la izquierda. La obsesión de Sánchez será radicalizar la palabra y moderar el hecho mientras que la de Podemos es la inversa: moderar la palabra y radicalizar el hecho.

Por eso chocan y por eso es interés del PSOE marcar claramente los límites. Le va en ello la hegemonía en la izquierda y su condición de partido de gobierno. Si no lo hace con sabiduría y buen tino, la carga será, sí, de caballería, pero de la caballería ligera y terminará como ella.

dilluns, 22 de setembre del 2014

Podemos: ojo a los consejos.


Circula por las redes un prontuario o argumentario confusamente relacionado con Podemos que ha ocasionado más de un soponcio. Confusamente porque aparece sin enlace a fuente alguna. Hay que rastrear en Google; y Google remite a Rebelión donde se han publicado los nueve puntos que velahí con la correspondiente explicación y otros tantos artículos justificando punto por punto. O sea, una aportación de unas buenas gentes en el proceso asambleario iniciado por Podemos en busca de algo así como una manifestación de la inteligencia colectiva. Una aportación entre miles, supongo, al debate. Pues santas y buenas.

Pero estos nueve puntos llaman la atención de Palinuro, piloto avezado en interrogar a la noche para descubrir sus mil secretos. Le llaman la atención por su contenido esencialmente retórico, esto es, orientado a sancionar formas de hablar, discursos preparados. Se recordará cómo, a propósito de la gran entrevista de Orencio Osuna a Iglesias, comentada en el post Podemos y el Golem. Apostillas a una entrevista a Pablo Iglesias, Palinuro insistía en que el discurso de Iglesias era pragmático, táctico, apropiándose de parte del marco conceptual de los partidos institucionales, delegados de la casta, con un ojo puesto en la muy celebrada teoría del encuadre. Ese enálogo parece orientado al mismo fin pero ya en el terreno práctico. Y aquí es donde Palinuro, que no pertenece a círculo alguno y, si acaso, sería al de Escipión o al de Bloomsbury, deja escritas dos o tres impresiones sobre el asunto. A vuelapluma.

Los nueve puntos suscitan reservas de diversa índole pero hay un interrogante que afecta a todos, el de la sinceridad. Se dice que se diga lo que se dice con independencia de lo que se piense ¿o también que se piense? Si es lo primero, el discurso es falso, aquejado de hipocresía jesuitica; si lo segundo, es totalitario. En ambos casos, típico proceder de la vieja política, un riesgo permanente. La nueva política no puede venir de la mano del viejo discurso legitimatorio. ¿O sí? Depende del grado de pragmatismo que se tenga. La ética y la eficacia, las dos éticas weberianas, conviven en la misma alma, territorio desgarrado por la duda entre el bien y el mal como lo estuvo Hércules entre el vicio y la virtud.

Repito; todos los "consejos", linda palabra, con mucha historia, tienen su intríngulis. El primero de todos, y es el primero y es muy significativo que lo sea, es (véase). Hasta su redacción es portentosa: "acabar"; extirpar, vamos, como un cáncer "todo tic anticlerical". ¡Tic! El problema esencial de España desde la Contrarreforma hasta ahorita mismo, esto es, la dominación parasitaria de la iglesia católica, el nacionalcatolicismo, se reduce a un "tic". Eso se llama minimalismo, sí señor. Fuera tics y a no decir ni pío sobre la iglesia en España ni sobre los 11.000.000 millones de € que se lleva la organización de bóbilis bóbilis, sin contar los demás privilegios, cononjías, exenciones y favores de que disfrutan los curas. No es prudente hablar de esto porque no da votos ya que la mayoría de los españoles se confiesa católica aunque escasamente prácticante. Criterio, pues: no incomodar al votante por nada de este mundo ni del otro.

Con este criterio, en realidad, sobra leer los otros ocho consejos que son puro oportunismo. Pero hacerlo tiene su miga. Los números 2) y 3) son poca cosa, meros recursos tácticos. El 4) ya pega más. El adjetivo "tajante" es muy fuerte, pero es el oportuno para acabar con el nudo gordiano del problema de la violencia. Violencia, cero. ¿Incluida la violencia en legítima defensa? Es de suponer que no, con lo que ya estamos otra vez en terreno peligroso. O quizá sí, quién sabe, y ello obligaría a preparar el martirologio.

El número 5 es muy gracioso. Nada de ceremonial retro de la izquierda que ya no emociona más que a los abuelos. Música de hoy. Que ensalce la democracia, la libertad, etc. O que no ensalce nada. L'art pour l'art. Cierto, cierto. No recuerdo quién decía que la música es siempre políticamente sospechosa. Así que fuera con la política que, en el fondo, es el mensaje que late en estos consejos, pero que no se formula porque resultaría ridículo: somos apolíticos. Hacemos como Franco, que no se metía en política. ¡Ah, la música, arte apolíneo y dionisiaco al mismo tiempo!

El presunto apoliticismo casa como el zapatito de cristal al pie de Cenicienta con el rollo de que Podemos no es un movimiento de izquierda. Aquí ya el lío es de campeonato. El consejo invoca un verbo fuerte y reforzado, "reafirmar". Solo puede reafirmarse lo que ya se ha afirmado. Así que viene de antes este no ser de izquierda. Como, al mismo tiempo, resulta que tampoco es de derecha, ya estamos en el típico enunciado falangista de "ni de derechas ni de izquierdas", que tiene muy mala fama. Se entiende que el mensaje es más bien el de no ser de izquierda a la vieja usanza y se generaliza para no ofender. Pero choca con el sentido común: nadie se define por lo que no es. Necesita explicar qué es.

A eso dedica Debate Constituyente (no pongo el link porque no lo da; solo una dirección de e-mail, que se encuentra en la página de Rebelión) los tres últimos puntos del enálogo, 7, 8 y 9, a decir más o menos lo que es y lo que es está muy relacionado con Cataluña, si bien se las ingenia para no mencionarla ni una vez. Sí, en cambio, España. En el 7) se nos informa de que el nombre de España es España y conviene dejarse de circunloquios nacionalistas, como "Estado español" y otras mandangas. Podemos es una organización fieramente española. El 8 es el consejo más liberal del grupo pues nos deja en libertad para llevar la bandera que queramos, aunque en su explicación se da por cierto que lo sensato, razonable, de izquierda no lunática, con vocación de mayoría, es echarse al hombro la rojigualda, como hacen los hinchas de "la Roja" y hasta los números de la guardía civil en las muñequeras.

Todo culmina en el punto 9, que es como la novena plaga de Egipto. A ver ¿quién decide en lo de Cataluña? Todos los españoles, hombre, y hasta los muertos si se nos apura que, por lo demás, ya votan a través de muchos vivos. Todos los españoles, catalanes incluidos, cómo no. Es verdad que el consejo 9, considerado en su desnudez no dice eso, pero eso es condición imprescindible para que se dé lo que propone: reforma constitucional con implicación de todas las partes interesadas. Correcto; lo firma cualquiera. Pero, entre tanto, ¿qué hacemos con la consulta del 9 de noviembre? Porque este es el momento del Hic Rodhus, hic salta, que recuerda Marx en alguna parte. El PP pone cara de póker y pregunta: ¿qué consulta? El PSOE se parte en dos: el partido en su conjunto no quiere saber nada de la consulta y la vertiente catalana del PSC ha votado a favor de ella. Jeckyll en España, Hyde en cataluña. ¿Y Podemos? A tenor de los consejos 7, 8 y 9 tampoco esta segura de qué decir. 

Pasa mucho con los consejos. Los consejeros los tienen claros. Los aconsejados, no tanto. Ya se verá lo que piensan estos al final.

diumenge, 21 de setembre del 2014

El reto de Podemos.


Twitter es parte decisiva del ágora pública digital. Una corrala tecnetrónica en donde las noticias se dan simultáneas a los hechos de que informan. Anoche saltó una: Pablo Iglesias retaba en directo en la 6ª a un debate cara a cara a Pedro Sánchez. Un terremoto. Los tuiteros se enzarzaron. Los socialistas estaban enconados; unos criticando que Podemos fuera la oposición de la oposición, lo cual favorece al gobierno; otros señalando que era el PSOE quien ya había retado a Podemos infructuosamente. Ignoro si Sánchez ha recogido el guante. Supongo que sí.

Iglesias es ante todo un animal mediático. Su capacidad para hacer política a través de los medios tiene al respetable maravillado. Si Guy Debord hubiera alcanzado a ver el auge de Podemos, se sentiría vindicado en su veredicto de la sociedad del espectáculo; y Baudrillard hubiera detectado de inmediato el simulacro. La política se hace valiéndose de los medios de comunicación. En ellos está la llave del poder. No el poder mismo. Con los medios se ganan las elecciones. En ese terreno es donde Pedro Sánchez ha salido también a la reconquista del electorado perdido. El nuevo secretario general del PSOE sigue de cerca a Iglesias, lo imita, al tiempo que lo distingue con sus críticas al populismo y, siguiendo su ejemplo, se multiplica en lo medios.

Casi suena a una historia para etólogos, con dos machos marcando territorio y luchando por la jefatura de la manada. O para politólogos, con dos líderes delimitando campos y compitiendo por la hegemonía sobre el electorado. El reto de Iglesias es el desafío a combate singular de los dos jefes por ver cuál señorea el campo mediático. Eso es lo que más irrita a los socialistas, el hecho de que, como buen táctico, el de Podemos escoja el momento y el lugar de la confrontación. De nada sirve recordarle que los socialistas lo había retado antes o que el deber de la oposición es oponerse al gobierno y no a la oposición. Son consideraciones irrelevantes para el cálculo pragmático que late en el reto.

No estando en el Parlamento, Iglesias tiene escasa base para invitar a un debate televisado a Rajoy que, por otro lado solo se pone delante de una cámara cuando no hay nadie más en kilómetros a la redonda. Ese reto corresponde a Sánchez a quien, aun siendo parlamentario, no se le había ocurrido. O no lo tiene por necesario pues, en principio, ya se mide con Rajoy los miércoles en el Congreso. Aunque esto no sea en nada comparable a un debate de televisión.

El reto llega el mismo día en que, entre noticias contradictorias, parece fijo que Podemos concurrirá solo a las elecciones municipales, dejando las alianzas para después de la votación. En realidad, la organización/movimiento ha fagocitado a IU, pero no le interesa la fusión porque, procediendo de la misma cultura comunista en sentido genérico, no quiere que se la confunda con ella. Esta actitud pretende reproducir el ejemplo de la Syriza griega que, viniendo de la izquierda marxista, no es el partido comunista. Al plantear el reto al PSOE, Podemos ya da por amortizada IU, se sitúa a la par con el PSOE y le riñe el territorio. Convierte de esta forma en acción política los resultados de los últimos sondeos que dan a Podemos como segunda fuerza política en Madrid.

Así se muestra la  iniciativa política pero también se abre cierta paradoja. Iglesias aparece ahora como  el defensor de la plaza mediática frente al forastero que quiere entrar en ella. Justo lo que era él hace un par de años. Los dos están bastante nivelados en edad, formación, actividad política. Pero uno defiende las murallas y el otro las asalta. Son Eteocles y Polinices en la lucha por Tebas y por la herencia maldita de Edipo: el poder. Hay mucho de personal en este enfrentamiento. Pero discurrirá por los cauces dialécticos. Iglesias querrá dejar probado que el aparato del PSOE es pura casta, si bien no así su militancia, mientras que Sánchez probará el peligroso populismo de su adversario quien, por ganarse el favor de las mayorías, arruinará el país. 

Ese reto apunta a un debate con un significado que va mucho más allá de la circunstancia actual. Es un debate en el territorio de la ya casi ancestral división de la izquierda entre, para entendernos, socialistas y comunistas; un debate histórico, interno a la izquierda. Una pelea que los comunistas han perdido siempre cuando la competición era a través de elecciones democráticas. La tradición comunista, queriéndose pura y considerando traidora a la socialista, es la eterna derrotada. De ahí que Podemos, procedente de esa tradición pero con voluntad de triunfo y de representar algo nuevo, evite toda asociación con el comunismo; pero su objetivo principal sigue siendo la socialdemocracia. Pues la miel de la victoria solo se degusta cuando el adversario prueba la hiel de la derrota.

La diferencia entre este enésimo enfrentamiento y los anteriores es que los retadores tienen una voluntad deliberada de dar la batalla en el discurso. En lugar de enfrentarse a la socialdemocracia -a la que previamente relegan al campo de la derecha- mediante el radicalismo de la palabra, ahora se hace mediante un discurso templado, neutro, moderado, relativista para no asustar a nadie, pero con promesa de reformas de calado. Una versión actualizada del reformismo radical a que se apuntó la izquierda alemana posterior a los años sesenta. Si al poder solo se llega por vía electoral, hay que ganar el apoyo de la mayoría, cosa que se hace diciendo a esta lo que esta quiere oír; y oír a través de la televisión. Por eso es imprescindible cuidar el lenguaje, convertirlo en un telelenguaje, que no asuste, ni crispe, que invite a confiar. Un ejemplo llamativo: los marxistas de Podemos no hablan nunca de revolución, sino de cambio. El término con el que ganó las elecciones el PSOE en 1982 y el PP en 2011. La moderación y buenas formas del lenguaje tienen réditos electorales, aunque preanuncien un apocamiento de las intenciones.

Esa división de la izquierda beneficia a la derecha. Pero es inevitable. Y, además de inevitable, de consecuencias muy variadas. El reto a Sánchez se inscribe en la estrategia de lucha por la hegemonía de esta jurisdicción ideológica y trata de provocar una situación en que el enfrentamiento sea entre la derecha y Podemos, para lo cual este encaja al PSOE en el PP con el torniquete de la casta. A su vez, el PSOE puede revestirse de la autoridad que parece dar la moderación frente a los extremismos fáciles de esgrimir: el populismo de los neocomunistas, el neoliberalismo e inmovilismo de los nacionalcatólicos. La amenaza de polarización puede venir bien al PSOE, beneficiario del voto asustado por los radicalismos, para resucitar el centro de la UCD. 

De esas incertidumbres está hecha la política.

(La imagen de Pablo Iglesias es una foto de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons, con expresa atribución de autoría. La de Pedro Sánchez es una foto de Wikimedia Commons, con licencia Creative Commons).

dissabte, 20 de setembre del 2014

Del referéndum al no-referéndum.


La democracia no se improvisa. La cultura política democrática no viene del cielo. La personalidad democrática no se aprende en una hora. El talante autoritario no se pierde en otra. El Reino Unido ha dado una lección de democracia al mundo, a Europa y muy especialmente a España, país en el que un conflicto del todo similar se afronta de modo radicalmente distinto. Al reconocimiento del otro, el respeto a sus derechos, el diálogo, la negociación, la libre elección y decisión de los ciudadanos, criterios aplicados en Gran Bretaña, se opone en España la falta de reconocimiento del otro, la de respeto de sus derechos, el rechazo del diálogo, la ausencia de negociación, la prohibición de que los ciudadanos elijan o decidan nada. El Reino Unido es una democracia consolidada, de solera, secular; su última dictadura, y civil, se dio hace más de trescientos cincuenta años. España es una democracia reciente, enteca, procedente de una tradición autoritaria; su última dictadura, y militar, fue hace menos de cuarenta años.

La democracia no reside en revestir de discursos liberales una práctica autoritaria, como hacen los políticos españoles, sino en tener una práctica de libertades y derechos con un discurso de muchos matices en intercambio civilizado. Eso se nota en el comportamiento de los políticos. A los españoles les sale el talante rígido y autoritario hasta respirando. Los extranjeros se comportan con naturalidad democrática, en ruedas de prensa abiertas a todo tipo de preguntas. Cameron por un lado y el ya dimisionario Salmond por el otro han aportado su opinión o criterio sobre el referéndum escocés al debate público en su país. Habría que incluir aquí a Mas y algún gracioso dirá que es en verdad un político extranjero. ¿Qué presidente de gobierno español desde la dictadura ha dado una rueda de prensa abierta y respondido las preguntas en cuatro lenguas, español, catalán, francés e inglés?

Frente a estos intercambios con preguntas libres, sin pactos previos, ni cupos, ni demás triquiñuelas, Rajoy ha vuelto a hacer un ridículo apoteósico largando al respetable un discurso leído en teleprompter a través de una pantalla de plasma. La performance del hombre tiene cierta comicidad en su gesticulación y en sus evidentes esfuerzos por leer el texto sin farfullar demasiado. La aparición plasmática del que prometía dar la cara cuando estaba en la oposición, remite a una iconografía de Gran Hermano. Pero no es una prueba de control férreo del poder sino del pánico cerval, del miedo escénico de Rajoy a hacer el ridículo enredándose en alguna de sus divertidas expresiones, "ya tal", "salvo alguna cosa". El temor a decir cualquier disparate cuando el asunto es sencillo. "Queridos españoles: en Escocia ha pasado esto y esto, que significa esto otro porque lo digo yo". Y se acabó. Quien no esté de acuerdo, que lo diga en Twitter.

Y ¿en qué consiste ese discurso que Rajoy quiere colocar a la concurrencia? En decir que está muy contento porque los escoceses han elegido y han decidido de la forma que a él le gusta, manteniendo la unidad del país. Ni menciona el hecho de que los escoceses puedan elegir y decidir pero los catalanes no. De eso se encargan los intelectuales del partido. Así, la vicepresidenta del gobierno, famosa por la densidad de su conceptos, dice que en Cataluña no corresponde hacer lo que en Escocia porque Escocia y Cataluña son casos distintos. Que sea precisamente la prohibición a los catalanes de votar la que los hace distintos tampoco le parece digno de mención; probablemente ni se le ocurre. La falta de sensibilidad democrática de los herederos ideológicos de la dictadura es algo normal. Pudiera parecer que sería mayor en quienes se opusieran a ella, pero no es así. Rodríguez Zapatero critica con dureza el referéndum escocés, asegurando que ha sido un salto en el vacío pues lo pertinente fuera llegar previamente a un pacto y someterlo luego a refrendo de la ciudadanía. Entre la negación de la libertad y la libertad hay siempre una tercera vía, consistente en administrarla, gestionarla para que, dándose, no haga saltar todo por los aires. 

Nada que ver con la forma de afrontar la cuestión en el Reino Unido. El nacionalismo español de derecha y de izquierda se encara con el catalán blandiendo la Ley y la Constitución como el que blande una maza y amenazando al independentismo con poner en marcha procedimientos represivos de todo tipo. Izquierda y derecha se diferencian en la solución que proponen, pero no en el diagnóstico que hacen: el independentismo no es legal y, por tanto, no se puede permitir. Y aquí se entra ya en la más feroz y aburrida de las casuísticas sobre qué se hace, qué no se hace, sobre qué bases. Todo por no recurrir a algo tan sencillo como lo de los británicos: votar. ¿Por qué ese empecinamiento en frustar la voluntad de la inmensa mayoría de la sociedad catalana, pretextando de mala fe unos límites legales que interpretados abiertamente no lo serían? Por puro miedo. Por miedo a que el resultado de una consulta en Cataluña fuera muy distinto al de Escocia. 

En realidad, los defensores de la unidad de la nación española no creen en ella. Si creyeran, no les importaría ponerla a prueba. Cameron ha hablado de que los escoceses han votado a favor de la unidad de su país de cuatro naciones. En España, el Tribunal Constitucional deja reducido el concepto de nación no española al ámbito cultural y folklórico y no se acepta el carácter plurinacional del Estado. 

Es decir, no se trata solamente de que el orden legal que se invoca esté muy dañado pues pivota sobre el pronunciamiento de una Tribunal Constitucional con evidente carencia de autoridad moral para decidir. Hay mucho más. Hay que, en el fondo, con el ejemplo de Escocia, el nacionalismo español y su Estado han perdido toda legitimidad para oponerse, prohibir una consulta mucho más inocua que la de Escocia y amenazar con reprimir y represaliar a quienes la pongan en marcha. 

Ayer, el Parlamento catalán aprobó la ley de la consulta. Mas firmará el decreto si no lo ha hecho ya y quedará oficialmente convocada la consulta para el nueve de noviembre próximo. Lo inmediato será la reunión de urgencia del gobierno para remitir la norma al Tribunal Constitucional. De este modo se habrán dado pasos decisivos en la práctica de lo que en teoría de juegos se conoce con el nombre de juego del gallina, en el que pierde el primero que se aparta en un curso de colisión.

Con el ánimo constructivo que lo caracteriza, Palinuro propone la siguiente solución transitoria al conflicto en los pasos siguientes: 1) el gobierno central propone a la Generalitat aplazar la consulta a cambio de reconocerla y negociar su celebración; 2) la Generalitat solicita poderes de negociación del Parlament y los obtiene; 3) ambas partes negocian el calendario de la consulta, para que haya tiempo para la campaña, y el contenido de la pregunta, en la línea de la Ley de claridad canadiense. 

Lo que venga después podrá afrontarse en un clima menos crispado, menos tenso, más abierto y dialogante, lo cual redundará en beneficio de todos. 

Pero no ha lugar. Tal cosa no sucederá porque, como ya ha explicado la vicepresidenta del gobierno, Escocia no es Cataluña, una aclaración tan profunda como la de su correligionaria Botella advirtiendo de que las peras no son  manzanas.

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).

divendres, 19 de setembre del 2014

Escocia sí/no.

El día fue largo y la noche, más. Empezar a dar resultados a las seis de la mañana revela crueldad mental. El momento es crucial para Europa y los sondeos apuntan a una relativa igualdad en la carrera, con lo que se mantiene una gran incertidumbre, alimentada, además por todo tipo de rumores y bulos en las redes sociales. Hace unas horas he visto un pantallazo de la CNN en que daba el 52 por ciento al "no" y el 58 por ciento al "sí". Es decir, el 110 por ciento. Es evidente que todo el mundo está muy nervioso. Pero no es cosa de quedarse de pie hasta las seis de la mañana.

Dado que Palinuro ya decía ayer que lo importante para España del referéndum escocés no es el resultado, sino el hecho mismo de que se haya celebrado, bastarán unas breves consideraciones en los dos casos, de que gane el "sí" o que gane el "no", para centrar luego la cuestión en Cataluña.Los sondeos a pie de urna otorgan una ventaja entre seis y ocho puntos al "no". Por tanto, es razonable pensar que salga el "no". De ser así, hay poco que decir. Las consecuencias directas se darán en la política interior del Reino Unido, pero no habrá repercusión exterior, salvo el carácter simbólico del referéndum en sí mismo para el resto de Europa.

Pero tampoco es tan disparatado un triunfo del "sí". El mapa de la derecha ilustra sobre la relativa intensidad de los tuits a lo largo del día, entre el "no", predominante en Inglaterra y el "sí", predominante en el resto del mundo. Especialmente en Escocia. Habrá quien emplee este ejemplo para defender la teoría de que Twitter permite predecir los resultados electorales. Muy probablemente entre los sectores más jòvenes de la población, que son quienes más emplean las redes sociales. Pero quizá el "no" predomine en los sectores con menor acceso a internet, siendo estos los que decidan el resultado final. En todo caso, un hipotético triunfo del "sí", plantea una serie de cuestiones acerca de cómo se gestionará la nueva situación. Desde la adaptación del viejo Reino Unido hasta el impacto que la secesión tenga en la UE. Al respecto se leen muchos disparates. Como que España vetaría el ingreso de una Escocia independiente en la Unión, como si España estuviera en situación de vetar nada. Tampoco es seguro que el problema que se planteara fuera el del ingreso de Escocia. También podría darse el de la salida del Reino Unido, cuya tendencia centrífuga aumentaría.

De todos modos, lo más probable es que gane el "no" por un margen considerable y una participación muy alta. Lo cual, como admite todo el mundo, zanjará la cuestión de la independencia escocesa para mucho tiempo.

A los efectos de Cataluña, que es la parada siguiente en este proceso de autodeterminación, sin duda, el "sí" funcionaría como un estimulante; pero el "no" impactará menos, porque el movimiento independentista está muy arraigado y tropieza con la negativa de las autoridades centrales, lo que plantea una situación mucho más conflictiva que en el Reino Unido. Hoy está previsto que el Parlamento catalán apruebe la norma de convocatoria de la consulta que el gobierno del Estado recurrirá de inmediato ante el Tribunal Constitucional. Los catalanistas parecen dividirse a partir de ese momento entre el soberanismo burgués de CiU, con su palabra empeñada en realizar la consulta pero dentro de la legalidad española y el más izquierdista de ERC que presiona en pro de la consulta recurriendo a la desobediencia si se considera necesario. Ayer decía Alfred Bosch en el Ritz que su intención era sacar las urnas a la calle el 9 de noviembre próximo y que estaban a la espera de ver qué disparate pueda ocurrírsele a Rajoy para impedirlo. Actitud prudente porque algo se le ocurrirá y seguramente será un disparate que solo enconará los ánimos. El más obvio de todos, recurrir al artículo 155 de la Constitución y suspender la autonomía de Cataluña.

En realidad, todas las medidas represivas que se tomen, allí en donde lo único sensato que cabe hacer es permitir el voto, serán disparates. Los escoceses pueden votar, ¿por qué no los catalanes? Recuérdese que, según Rajoy, ningún Estado democrático somete a referéndum su integridad territorial. A lo mejor, habiéndose ya enterado de que eso es exactamente lo que está haciendo uno de los más viejos Estados democráticos del mundo, considera la posibilidad de devolver a los catalanes el pleno uso de sus derechos.