divendres, 12 de setembre del 2014

Y ahora, ¿qué?

Se celebró la Diada de 2014 y dejó imágenes como la que reproduzco del diario Ara en donde se aprecia la movilización popular catalana en favor del derecho de autodeterminación. Son imágenes aplastantes, incuestionables. Hasta el habitual baile de cantidades fabuladas, de informaciones manipuladas, carece de sentido. La Guàrdia Urbana habla de 1.800.000 personas y la Delegación del Gobierno en Cataluña, como acostumbra, rebaja a lo bestia la asistencia y la deja reducida a 500.000. No es cierto. Fueron muchísimos más y eso sin contar con las celebraciones en innumerables lugares del extranjero, en otros países, en otros continentes. Hasta en Australia se ha conmemorado la Diada. Y, aunque solo hubieran sido los 500.000 que finge el gobierno, ¿cuándo ha conseguido el nacionalismo español reunir a 500.000 personas, no digamos ya a 1.800.000 en defensa de su idea de España?

Precisamente ayer también la plataforma cívica Societat Civil Catalana convocaba un acto unionista en Tarragona al que, según los mossos d'esquadra han asistido 3.500 personas y, según el Ayuntamiento, 7.000. Una gran senyera en el anfiteatro de Tarragona y un lema: recuperem el seny, recuperem la senyera. Pero, eso, unos miles de personas. Demuestra escasa inteligencia táctica contraprogramar un acto multitudinario del adversario cuando uno es incapaz de sacar a la calle más de un puñado de seguidores. Queda en evidencia la gran distancia numérica, la enorme diferencia en la capacidad de movilización política de unos y otros. Los independentistas son mucho más numerosos que los unionistas.

Encima, no hay posibilidad de desacreditar el movimiento por otros motivos. 1.800.000 personas y no hubo violencia, ni un solo incidente, ni una bandera borbónica quemada, ni un destrozo. Solo se quemó una estelada y se zarandeó a un diputado de CiU pero fue en el bando unionista. ¡Qué más hubieran querido los nacionalistas españoles que un contenedor quemado, un escaparate apedreado, algo para empezar a hablar de violencia y justificar la represión!

Porque intentar, lo han intentado todo. Cada vez es más claro que la soprendente confesión de Pujol fue un intento de desprestigiar el nacionalismo, quizá un chantaje para desviar la atención de la diada a un comportamiento, obviamente reprobable, pero que no tiene nada que ver con el soberanismo. CiU estaba impregnada de corrupción. Más o menos como lo está el PP. Pero eso no tiene que ver con la reivindicación soberanista, que es socialmente transversal.

En cualquier otro lugar del mundo, un acontecimiento de esta magnitud obligaría al gobierno a dar una respuesta; a las instituciones, al Parlamento. Si un millón ochocientas personas piden derecho de voto en asunto que las concierne, tiene que haber razones sumamente poderosas para no concederlo. Pero estas no aparecen por lado alguno; es poco probable que el gobierno se dé por aludido o que el Parlamento debata sobre la posibilidad de un cambio legislativo. El primero ya ha hecho saber que "la consulta no se celebrará" porque tiene aprestados todos los medios que necesita, entre los cuales, sin duda, los represivos. Y nada más. Aquí no se mueve nada; no hay reacción alguna; se ignora la reivindicación y se espera que el movimiento, la algarabía, según la inepta calificación del presidente, remita.

Entre tanto, el 18 de septiembre, en menos de una semana, los escoceses votarán en su referéndum de autodeterminación de modo libre, pacífico y democrático, dejando en el aire una cuestión explosiva: ¿por qué los escoceses sí y los catalanes no, a pesar de su movilización? Simplemente porque el nacionalismo español, como siempre, se niega a encarar los hechos y trata de combatirlos con ficciones o pura propaganda. 

El País encastillado en su antisoberanismo de "tercera vía", atribuye la movilización al fuerte apoyo institucional, como si el unionismo no tuviera el del gobierno central. Y por todas las vías. Aun no hace medio año que que este forzó el cambio en la dirección de tres grandes periódicos para orientarlos en su favor. Uno de ellos, precisamente, el mismo El País, cada vez más alineado con las posiciones conservadoras. De las otras bazofias que pasan por prensa escrita en papel no merece la pena hablar. 

El mismo Rajoy se sintió obligado a hacer unas declaraciones y recurrió para ello a su proverbial discurso sanchopancesco con metáforas absurdas. Justificó el valor de la unidad nacional con el funcionamiento del sistema nacional de salud, precisamente ese que su gobierno está desmantelando. El independentismo es inaceptable porque gracias al dicho sistema nacional, un andaluz puede vivir con el corazón de un catalán. Una gema más en la guirnalda de expresiones  disparatadas con la que este hombre adorna su carrera política. Pertenece al género bufo de los "hilillos de plastilina", la niña que había de tener una vida digna, el precio de los chuches, el primo conocedor del cambio climático y el "haremos en España lo que Matas en Baleares". Por no mencionar el "écheme aquí una firmita contra los catalanes" cuando se recurrió el Estatuto y se desató la nueva oleada independentista.

Ni el gobierno ni el nacionalismo español quieren encarar la naturaleza del fenómeno. Ni la oposición. Las advertencias de Pedro Sánchez a Mas en el sentido de que la consulta fracturará la sociedad catalana, ¿en qué datos se basa? ¿Qué pruebas esgrime? ¿Es fractura que en Barcelona haya habido 1.800.000 personas y en Tarragona 7.000 en el mejor de los casos? Muchísimo más fracturada está la sociedad española y de eso no parece ser consciente Sánchez. 

El nacionalismo español no quiere reconocer que, por la razón que sea, los catalanes tienen algo que falta a los españoles: una causa por la que luchar.