dimecres, 24 de setembre del 2014

El sabor de la derrota.


La dimisión del ministro de justicia por el aborto tiene su parte de anécdota y su parte de categoría. La anécdota es que la dimisión es una y trina, como corresponde a la profunda religiosidad de Ruiz-Gallardón. Dimite de ministro, de diputado y de cargo del PP; ignoro si del mismo PP. Se va a su casa y abandona la política; es de esperar que no como la abandonó su enemiga Aguirre cuando dimitió a su vez hace un par de años. En absoluto, dicen los suyos, Alberto se va para siempre, muy dolido.


Y muy despechado. Un carácter tan altanero, tan soberbio como el suyo, convencido de llevar treinta años siendo infravalorado cuando está llamado a mucho más altos destinos que la política local, jamás podrá perdonar el trato recibido. Se siente utilizado y luego abandonado a los pies de las leonas feministas. Frustrado en su esperanza de reintegrar la política española al seno de la Iglesia, siguiendo al pie de la letra los deseos de la jerarquía nacionalcatólica a las órdenes del hoy jubilado forzoso Rouco Varela. Además de aparecer ante este como un débil, un inútil para la causa de la reevangelización de España, proyecto dorado del cardenal.

Ha dimitido en un acto de rebeldía, en nombre de unos principios que no pueden sacrificarse a meros intereses electorales. Y, por cierto, ha dejado muy mal a sus compañeros del gobierno todos los cuales dieron su aprobación entusiasta al anteproyecto de ley que les presentó el ministro en contra del derecho a decidir de las mujeres; por supuesto con otro nombre. En esto de pretender un objetivo pero llamarlo de otro modo es maestro Ruiz Gallardón, que lleva su desparpajo al extremo de defender su agresión a esos derechos con terminología progre, hablando de la emancipación de las mujeres y de la protección de los más débiles.

Es poca la base moral del ya exministro para invocar los principios ante los chaqueteros del gobierno. Él mismo venía precedido de una aureola de tertuliano de derecha liberal, cultivada en los medios de PRISA, en donde pasaba por ser un hombre de centro que llegó a repartir como alcalde la píldora del día después. Aureola que se desvaneció para dar paso a la dura realidad de uno de los gobernantes más reaccionarios, arbitrarios, clasistas y misóginos de la historia de España, incluida la parte de Franco, durante la cual su suegro fue ministro. Alguien que disimula sus principios y los impone cuando puede por la fuerza no está en situación de acusar a los demás de relativismo u oportunismo.

En cuanto a la categoría, la retirada del proyecto de ley contra el aborto ha sido un triunfo de la sociedad civil española e internacional, que también se ha implicado. Sobre todo, un triunfo de la lucha del feminismo contra la agresión desde el poder. Los partidos han tenido actitudes distintas: el PSOE e IU han sido activos en su oposición al plan del ministro. El PSOE, además, esgrimiendo ufano que la ley que pretendía derogarse con la nueva, la ley de plazos, una de las más avanzadas del mundo, es suya. Los de Podemos han aprovechado para patinar, sosteniendo hace escasas fechas que el aborto no es una prioridad porque no genera potencial político, o algo así. Estos jóvenes caen simpáticos y tienen ideas, aunque a veces, desvarían.

La retirada del proyecto es la confesión del fracaso de un plan deliberado, el de volver atrás, volver a someter a las mujeres. Si se ha hecho por motivos electorales o no es irrelevante. Se ha hecho. Y es un triunfo de todos. Es un error presentarlo como un triunfo de las mujeres. Demuestra que las raíces patriarcales son más profundas de lo que se admite. No es un triunfo de las mujeres; es un triunfo de todos. Incluso de quienes están en contra. Hasta de aquella decena de diputadas del PP, puestas de pie y aplaudiendo a un ministro que acababa de anunciar su intención de reducirlas a la condición de menores de edad de hecho. Hasta de ellas es un triunfo. El feminismo no es un atributo de género. Solo siendo feministas atienden los hombres a sus intereses.

La retirada del proyecto de ley contra el aborto es otro trozo del viejo mundo que cae. Las mujeres recuperan su amenazado derecho a decidir, aunque ahora pretenden recortárselo por otro lado. El meollo de la cuestión es siempre el mismo: el derecho a decidir. A que otros no decidan por ti; que no decidan en contra de ti y encima quieran convencerte de que es por tu bien.