dimecres, 15 de maig del 2013

San Isidro labrador, quita la lluvia y pon el sol.


Nacido en Troya pero criado en Madrid, Palinuro es devoto de su patrón, San Isidro labrador, cuyo 931 natalicio celebramos hoy. Es tal su afición al santo que se atreve a proponérselo a Rajoy si este, natural de Santiago, decide cambiar la advocación. Todo en San Isidro casa con su forma de ser y circunstancia. Su milagro más conocido, que los ángeles araban los campos mientras él rezaba, encaja a la perfección con el modus operandi de Rajoy y sus cofrades. La Virgen del Rocío está encargada de acabar con el paro en España; y de la crisis nos sacarán los ángeles mientras el presidente se encomienda a la divinidad para que no le caigan encima los papeles de Bárcenas.

Son muchas las leyendas de San Isidro y su culto extendidísimo. Se ve en la página de Wikipedia dedicada al santo que es casi como el santo universal porque es patrono de mil sitios. Con su espíritu positivista, Wikipedia relativiza el milagro y cita las actas de canonización según las cuales el milagro fue observado por Iván de Vargas (así, ya hay un testigo), amo de Isidro. Lo que no dice Wikipedia es que este Vargas era antepasado de aquel famoso veedor a quien recurría Isabel la Católica con el ¡averígüelo Vargas!, del que el Iribarren trae la más cumplida noticia. Perfecto para una variante contemporánea en la forma de ¡averígüelo Bárcenas! En todo caso, el asunto va de Vargas pues fue otro de estos, Juan de Vargas (en realidad, siempre Iván), quien en el siglo XVI se encargó de acomodar el cuerpo incorrupto del santo en su correspondiente arcón pues este es otro milagro del santo de no poca enjundia: tirarse casi mil años convertido en una mojama. Y si alguien quiere comprobar cómo está de incorrupto, que lo mire aquí con las partes pudendas cubiertas con el oso y el madroño. Esa reliquia no puede verse nunca al natural salvo en contadísimas y excepcionales circunstancias, situación a la que aspira a llegar Rajoy en sus comparecencias públicas.

El mayor prodigio que se adjudica a Isidro, muy propio de la santería de esta tierra, tan dada a la devoción  guerrera de rezos y mandibles, es haberse aparecido a Alfonso VIII para mostrarle la forma de derrotar a la morisma de Miramamolín en las Navas de Tolosa, en 1212. Lo hizo cuarenta años después de muerto, que era el modo de entonces de aparecerse en plasma. Lo decisivo es que la intervención milagrosa del santo salvó España de la dominación sarracena de los almohades como la providencial de Rajoy la salva del hundimiento en la crisis.

En Torrelaguna, villa de prosapia, maridó Isidro con María de la Cabeza, nacida Maria Toribia, luego santa también, que podría aquí equivaler a María Dolores de Cospedal porque María de la Cabeza era de Uceda, Guadalajara y, por tanto, castellano-machega y tan mozárabe como Isidro. Por eso, la ceremonia que se celebra en la ermita del santo tiene el privilegio del rito hispano. Cosa que también emparenta mucho a San Isidro con Rajoy. Cuando, tras la conquista de Toledo por Alfonso VI se quiere imponer la liturgia gregoriana universal, algunos mozárabes obtienen el privilegio de mantener su rito hispano, igual que Rajoy conserva orgulloso el privilegio de hablar pontevedrés en los concilios europeos en los que se ha impuesto un inglés gregoriano universal.

¡Y qué decir de las fiestas, la verbena, la romería, la pradera! El entrañable folklore popular. Ahí podría explayarse con mayor frecuencia Rajoy, muy dado a las actividades festivas. Solo tendría que sustituir el pulpo a la gallega por las rosquillas del santo y no solamente por las llamadas tontas. Cospedal y la vicepresidenta pueden lucir atuendos de chulas con mantón de Manila y las faldas de volantes que les sentarán tan requetebién como las peinetas y los velos. Porque en San Isidro ya arranca el casticismo madrileño que llega luego a las fiestas de la Paloma. Ya empieza a bailarse el chotis que, como todo lo castizo, viene de fuera y este año, según dicen, no en un ladrillo sino en medio por culpa de los recortes. 

Y no se olvide el momento cultural, genuinamente nuestro, aquel que el gobierno al mando señaló valientemente desde el primer momento como receptor privilegidado de aliento y subvenciones: las corridas de toros. La Patria vuelve por sus fueros y, donde reduce, merma o cercena los fondos para la investigación científica, abre generosa su próvido seno para alimentar la esencia misma de la españolidad. La Gran Nación desbarata las artimañas extranjerizantes para abolir la Fiesta Nacional, penúltimas manifestaciones de la Leyenda Negra. ¿De qué se habla? De la fiesta de San Isidro, la apertura de la temporada taurina en la Monumental de Las Ventas, plaza de primera categoría.

¿Cómo no va a encomendarse Rajoy a la protección de San Isidro?