dilluns, 15 d’octubre del 2012

España (católica) se rompe.

La religión ha tenido y tiene habitualmente mucha influencia en los procesos de formación de las naciones, entre ellas España. Aquí la influencia es tan determinante que, para muchos, el catolicismo constituye la esencia, la razón de ser de la nación española. Es meritorio y digno de mejor suerte el esfuerzo de los historiadores e ideólogos liberales por encontrar un punto de arranque de la nación española al margen del catolicismo. Pero no resulta convincente. Sobre todo porque localizan el tal punto en la Constitución de 1812, cuyo artículo 12 reza: La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra. ¿Está claro? A más, esa Constitución se había acordado en el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad.
La nación española ha resultado ser hasta la fecha bastante incierta, por haber sido puesta en jaque repetidas veces desde dentro o haberse impuesto ella por la violencia también hacia dentro. Parte de ese infortunio viene precisamente del hecho de haberse vinculado substancialmente con una confesión religiosa universalista, por encima de las naciones, incluso de las que ampara. Porque el catolicismo es eso, universalismo, transnacionalización. El nacionalcatolicismo solo podía ser una aberración. Lo que es. Tanto desde el punto de vista de la nación como del del catolicismo.
Hace poco la Conferencia Episcopal española se pronunció públicamente en pro de la nación española integral y en contra del independentismo catalán. Ayer el episcopado catalán sacaba la cuatribarrada y afirmaba respaldar la independencia de Cataluña, caso de que esta se produzca.
El catolicismo español se ha roto. En consecuencia, se rompe España. La rompen los católicos.
El conflicto interno de los curas tiene difícil solución porque no es una discrepancia dogmática sino que afecta a las cosas del siglo, en el que todos los gatos son pardos como sabe muy bien la iglesia católica cuya principal habilidad consiste en poner siempre una vela a Dios y otra al diablo.¿Bajo qué regla que no sea la obediencia ciega a las decisiones de la superioridad puede el episcopado español obligar al catalán a desdecirse? ¿Y por qué habría de hacerlo? Nunca fue tan vigente el mandato de Cristo de dar al César lo que es del César, incluso aunque se interprete torcidamente.
Por lo demás, el clero catalán, igual que el vasco, ha tenido siempre un fuerte acento nacionalista. Franco fusiló curas vascos por nacionalistas y todavía no hace mucho, en tiempos de ETA, la derecha insultaba a voz en grito a algún obispo vasco con tendencias también nacionalistas.  Solo Roma, a la que todos los católicos deben obediencia, puede zanjar este contencioso español. Pero no se ve cuál sea el interés del Vaticano por mantener la unidad de España, país en el que de vez en cuando gobierna la izquierda, frente a una posible independencia de Cataluña y el País Vasco, dos territorios con arraigados partidos democráta-cristianos.
Si la iglesia católica entra en un proceso de enfrentamiento nacionalista (y quizá a tres bandas) ¿qué puede hacer el nacionalismo español? ¿Enviar la Guardia Civil? ¿Españolizar?