dilluns, 16 d’abril del 2012

Es más de lo que parece.

El octogésimo primer aniversario de la proclamación de la IIª República iba a pasar sin pena ni gloria. Alguna tímida bandera, varios actos conmemorativos, culturales, de la memoria histórica y, desde luego, el hervidero de la red. Pero poco más. La República tiene muchos menos partidarios de lo que se cree, sobre todo desde que parte de la izquierda ha dado en la flor de sostener que esta, la izquierda, es compatible con la monarquía, sin duda en aplicación de la doctrina de la accidentalidad de las formas de gobierno, de gran prosapia en el país.

El destino, sin embargo, juega al sarcasmo y un aniversario taciturno y apagado se ha convertido en una efeméride rutilante, no solo por los muchos méritos de lo que se conmemora, sino por la naturaleza ramplona, chabacana, ruin y ridícula de la realidad que sirve de comparación. La expedición cinegética de este hemingwayano monarca en un momento especialmente grave para el país sobre el que reina ha provocado una crisis, una verdadera convulsión en la que se recuerda que el prestigio de la Corona está bajo mínimos y la monarquía como institución se la juega. La sola mención del caso ha puesto a prueba la lealtad de los dos partidos mayoritarios que, con alguna voz discordante en el PSOE, han obtenido la máxima calificación: los asuntos de la Corona no se comentan. No comment, tradición anglosajona. En algún momento el PSOE fue un partido republicano, pero ya no lo es. ¿Cabe, pues, hablar de dos partidos dinásticos como en la primera Restauración? Cabe. Un rasgo más del peligro que encierra para la izquierda el identificarse en demasía con un régimen contra el cual se había constituido.

Pero hay más. La aventura del rey no es solamente cinegética, pues tiene ribetes específicamente borbónicos. Según parece, la familia real será real pero no es familia. De inmediato vienen los dinásticos a recordarnos que estas son cuestiones privadas del monarca que tiene tanto derecho a la intimidad como bla, bla, bla. En este momento el dinástico ha descendido un escalón para convertirse en cortesano adulador. Por supuesto, Juan Carlos de Borbón puede hacer lo que le dé la gana, pegársela a su señora, vivir en concubinato y hasta mantener un serrallo (siempre que sea de su bolsillo), pues es un hombre libre y, mientras esté dentro de la ley, los demás no tenemos nada que decir. Pero Juan Carlos de Borbón es también rey de España, voluntariamente, por cierto, y vive de dar ejemplo en un conjunto de valores que incluyen la Patria, el trono, la religión, la bandera, la familia. Si el rey va contra alguno de estos valores, ¿por qué no contra todos? De hecho, el coronel Martínez Inglés sostiene que es felón y traidor a la Patria.

Pero, sobre todo, sea uno o sean todos los valores atacados, ¿qué crédito puede darse, qué respeto tributar a quien hace lo contrario de lo que dice? Y esto no afecta solamente al rey sino también a la reina Sofía. Veamos, ¿estoy equivocado o la reina profesó el catolicismo abjurando (supongo) de la iglesia ortodoxa? ¿No suele estar en los oficios religiosos de la liturgia católica? Si es así, ¿qué pinta en Atenas asistiendo a la pascua ortodoxa? Personalmente me es indiferente pero ¿no son excluyentes las creencias religiosas? La reina Sofía es muy libre de poner su fe en donde quiera, pero conviene saberlo para que sus súbditos españoles, mayoritariamente católicos, conozcan con quién comparten el culto.

Se respira en esta historia mezcla de borbonismo tradicional, conflictos de matrimonios, asuntos judiciales, un aire no ya de decadencia, sino casi apache, de ruedo ibérico con alta tecnología. Y se echa de menos algún bravo clérigo capaz de amonestar públicamente al monarca sobre los peligros de la depravación, de ir contra la ley d Dios en asuntos matrimoniales. Se echa de menos un Thomas Beckett, incluso un Tomás Moro. A cambio contamos con un Rouco Varela, que hará la vista gorda siempre que le den unos terrenitos para la iglesia.

Dicen los partidos dinásticos que las últimas peripecias de la Corona no tienen influencia alguna sobre la institución y que la monarquía no está en cuestión. "No toca" hablar de Monarquía/República. Como dicen los políticos, no es un debate que esté en la calle. Sobre todo si ellos lo acallan en los despachos. Pero está en la calle. De esta es prácticamente imposible que la Corona salga incólume, sobre todo ahora que ya se conoce el nombre y el rostro de la noble, elegante y razonablemente joven señora que organiza las cacerías del rey. De exacerbarse el asunto, los partidos dinásticos quizá propugnen una abdicación del rey en su hijo que parece un Borbón menos zascandil, con un toque plebeyo y romántico, al estilo de su tatarabuelo, Alfonso XII.

Los republicanos seguiremos pidiendo un referéndum sobre la forma de gobierno de España. Tenemos muy pocas posibilidades de lograrlo. Pero eso pasa con todos los ideales y la República lo es.