divendres, 26 de novembre del 2010

Meditación sobre la crisis.

El capitalismo es un modo de producción que se caracteriza por sus crisis periódicas; que sean o no cíclicas es asunto discutible; pero, desde luego, son recurrentes. Es uno de los aspectos en que la historia ha dado la razón a Marx. Esas crisis, seguía diciendo Marx, son de exceso de producción. Algo que ya había él intuido cuando se hacía lenguas de la capacidad productiva del capitalismo en El manifiesto del partido comunista. El exceso de producción obliga a recortar gastos, entre otros, los salarios. Los salarios más bajos contraen más la demanda y ahí comienza el vértice del tifón contra el que sólo Keynes encontró una solución duradera.

De esas crisis solía salirse por el expediente de una guerra, en aplicación extrema de la doctrina de la destrucción creativa que se asocia normalmente a Schumpeter aunque la cosa viene de antes, por ejemplo de la obra de Werner Sombart, La guerra y el capitalismo y en general del marxismo. Al principio eso era relativamente fácil porque la guerra se usaba para abrir mercados que daban salida a los excedentes de las metrópolis. Inglaterra conquistaba la India y los Estados Unidos abrían a cañonazos el mercado del Japón para que sus respectivas poblaciones pudieran mantener altos niveles de vida, albergaran lo que los marxistas llamaban "aristocracia obrera".

Pero este expediente bélico ya no puede emplearse al menos en las proporciones que serían necesarias. Sin duda el mundo está sembrado de guerras, pero son de baja intensidad. Hoy todo lo que no sea nuclear es de baja intensidad. En todo caso no se puede recurrir al expediente bélico por dos razones: En primer lugar la guerra extrema es imposible debido al overkill existente en unos silos nucleares que abrigan una cantidad de bombas atómicas capaz de destruir el planeta varias veces. Ya lo era durante la guerra fría que precisamente se llamó fría porque no podía ser guerra. Hoy con más razón cuando las armas nucleares han proliferado.

Además, aunque la guerra fuera posible, no cumpliría satisfactoriamente la tarea de destruir para volver a crear porque el excedente contemporáneo es inmaterial ya que es dinero. La crisis es financiera (la industrial es su reflejo, no su causa) porque lo que el capitalismo ha producido en demasía es dinero, valor nominal, no de uso. Y eso no se puede bombardear. El dinero es indestructible por la vía material. Hay que destruirlo en la simbólica. Por eso el elemento definitorio de la crisis actual gira en torno al crédito, a la confianza, que son elementos morales, extraordinariamente subjetivos. Porque ¿qué juzga la confianza? El grado de creencia que se tenga en la capacidad de alguien de cumplir sus compromisos. Es decir, no es un juicio de hecho sino de futuro. Si se le aumentan los tipos de interés de la deuda se le crean dificultades que a su vez debilitan su capacidad de cumplir los compromisos lo que es también el comienzo de otra espiral.

La segunda razón de la imposibilidad del expediente de la guerra es la globalización. Lo más obvio de ella es que ya no quedan mercados cerrados por abrir o vírgenes por descubrir y conquistar. El mundo entero es un mercado, un libre mercado, sin fronteras, sin límites, sin barreras. Aunque sobrevivan aquí o allí prácticas proteccionistas, el comercio mundial está arbitrado por la Organización Mundial del Comercio, firme partidaria del libre cambio.

La globalización hace añicos las teorías de la conspiración del tipo de "ataque de los mercados contra el euro" o contra España, o lo que sea. No hay ataques concertados. No hay un centro mundial de operaciones. El mundo es un sistema en el sentido de Luhmann, autopoiético, esto es, que se crea a sí mismo, no está dirigido desde parte alguna. El orden (o desorden) mundial es el resultado espontáneo de la confluencia de trillones de trillones de decisiones que se toman en todo el planeta de modo autónomo e independiente. Eso no hay quien lo controle. Nadie puede prever nada (y mucho menos prevenir) cuando las decisiones, todas (las de previsión también), se toman al unísono en virtud de una información en tiempo real y que llega a todas partes en el mismo instante y en la misma cantidad. Es decir, no hay nadie más o mejor informado que otro si el otro no quiere. La carrera por la información es frenética y de ahí que no se opere sobre los datos que hay sino sobre las expectativas. Son los mercados de futuros.

Por estas razones esta crisis financiera es una crisis capitalista, sin duda, pero no tiene precedentes. Además el capitalismo carece de alternativas. El socialismo fracasó y todo indica que, si se reprodujera, fracasaría de nuevo si cometiera el mismo error de suprimir el mercado. Y, si no se suprime el mercado, el modo resultante podrá llamarse socialismo pero seguirá siendo capitalismo. Por eso había sido tan ingeniosa la fórmula socialdemócrata de intervenir en los mercados sin abolirlos, esto es, de domesticar a la fiera. Pero ahora, en esta crisis, la fiera se ha soltado y se ha comido al domador puesto que los partidos socialdemócratas se han convertido todos, más o menos declaradamente, al evangelio neoliberal. Ya puede Alfonso Guerra pedir a la izquierda respuestas a la crisis. Ni siquiera se atreve esa izquierda a defender el Estado del bienestar porque se ha tragado el dogma neoliberal de que es un cobijo de vagos y defraudadores. ¿Cuándo no han dicho los ricos que los pobres lo que son es unos vagos y unos delincuentes? Así que esta crisis lo es del Estado del bienestar. También lo es del euro y, por extensión, de la Unión Euopea, pero ese es rollo aparte. Aquí lo importante es el ataque al Estado del bienestar que viene a ser un bocatto di cardinale como la galera capitana en la flota de las Indias, una nao cargada de tesoros: los ahorros presentes y futuros de nuestras sociedades.

Y la cosa es complicada porque, siendo la crisis global, las medidas que se toman son de carácter nacional, lo cual es perfectamente inútil, dicho sea sin desdoro de las meritorias pero harto insuficientes decisiones de la Unión Europea de alcance colectivo. Tomar medidas de alcance nacional para atajar una crisis global es algo inútil salvo que sean las medidas que precismente exige esa crisis global interpretada por los organismos financieros internacionales. Sólo un dato para la memoria: ¿nadie se acuerda de la dureza de las medidas impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a los países latinoamericanos con motivo de la crisis de la deuda de los años ochenta? ¿Quién iba a decir a los países europeos que a ellos se les aplicaría la misma medicina por el mismo motivo: la deuda?