diumenge, 17 d’octubre del 2010

La guerra civil.

Al recaer sobre Eduardo Mendoza el premio Planeta reconoce la obra entera de un magnífico escritor, aparte, naturalmente, de los méritos que pueda tener la novela premiada, que los tendrá. Mendoza es un gran novelista de vieja prosapia, un novelista literario, cosa que se puede decir desde el momento en que hay novelistas psicológicos, históricos, filosóficos, etc. Es un fabulador fabuloso con elementos reales. El último libro que le he leído, El asombroso viaje de Pomponio Flato es un divertimento rebosante de ironía.

La novela premiada, Riña de gatos, según leo, está ambientada en "el Madrid de la preguerra", expresión que ya revela que se trata de otra novela sobre la guerra civil, "maldita", como dice irónicamente Isaac Rosa, o "bendita" como dice con apasionamiento Javier Cercas. Es tan decisiva la guerra civil española para los españoles (aunque no sólo para ellos) que condiciona además de su tiempo posterior, el nuestro, también el anterior, claro está, a nuestros ojos. Por eso seguramente la novela será extraordinaria. Mendoza dice que le interesa saber "cómo se generó la guerra civil". A él y a millones de compatriotas. Cómo se pudo llegar a aquello. Y "aquello" es la guerra civil pero, sobre todo, sobre todo, lo que vino después.

La guerra civil, el sempiterno tema español, presente en el debate actual, se quiera o no, tiene esta condición porque lo que vino después fueron 35 años de postguerra. En Winchester 73, una película de Anthony Mann que cuenta una historia de 1876, dos excombatientes de la Confederación estrechan la mano de un suboficial de caballería de la Unión, tomando a broma haber combatido entre sí a muerte once años antes. La guerra civil de los Estados Unidos apenas dejó secuelas. A los pocos años del armisticio no quedaban prisioneros de guerra y el Sur y el Norte se habían reconciliado lo suficiente para seguir viviendo juntos. Eso no pasó en España.

Una guerra civil es una quiebra de la comunidad; una quiebra que se da en todos los órdenes, en el simbólico (hay lealtad a dos banderas por ejemplo), en el religioso (los dos bandos matan en nombre del mismo dios), en el artístico (los dos bandos en una guerra civil tienen su poesía, su pintura, su música, su cultura popular), y, por descontado, en el político. En este último con consecuencias definitivas si nos rendimos a la evidencia que traduce la expresión de Foucault de que "la política es la continuación de la guerra por otros medios". Y cuando la guerra es civil, también.

Se comprende la posición de quienes insisten en que lo mejor que cabe hacer con la guerra es olvidarla, no hablar de ella, "peor es menealla". Son también los que dicen que el significado profundo de la Transición fue el olvido de la guerra o, cuando menos, el silencio sobre ella. Se comprende, pero no es una posición realista. La guerra siempre vuelve porque es inseparable de la postguerra ya que los vencedores jamás estrecharon la mano de los vencidos. Al contrario, los tuvieron 35 años como ciudadanos de segunda, sometidos a ejecuciones, torturas, vejaciones y arbitrariedades. Quedan cuentas por ajustar y, mientras no se ajusten, el pasado será presente y no se podrá clausurar porque no cabe clausurar el presente.

Cercas dice que la guerra civil puede ser el Western español. Puede, desde luego. Pero la historia de España (al margen del inevitable debate de si cabe hablar de "España" en la historia de España) rebosa de Westerns. El de la guerra entre moros y cristianos, en buena medida una guerra civil, puede serlo perfectamente. Es verdad que los vencedores dieron en llamar el episodio Reconquista pero como los franquistas llamaron su sublevación Glorioso Movimiento Nacional. Western es también el descubrimiento y conquista de América y además en sentido literal del término, porque se trataba de las Indias occidentales. Lo que sucede es que en este episodio está complicado el esquema maniqueo de buenos y malos.

Los que dicen que hay que dejar escribir novelas y hacer películas sobre la guerra civil es de suponer que no ignorarán los largos años de la dictadura en que sólo podían verse cosas como Alba de América o la serie de Alfredo Mayo, Escuadrilla, Harka, ¡A mí la legión! y, claro, Raza, con guión del Caudillo. La verdad es que si la guerra civil es nuestro Western, Raza es como una película de Hopalong Cassidy.

(La imagen es la famosa foto de Robert Capa titulada Muerte de un miliciano que capta el momento de la muerte del miliciano anarquista Federico Borrell García en el frente de Córdoba el 5 de septiembre de 1936. International Center of Photography).