dimecres, 20 d’octubre del 2010

En el fondo, un acto de caridad.

En el debate sobre los Presupuestos Generales del Estado (PGE) para 2011, Rajoy y su equipo estaban haciendo un ridículo muy superior al que habitualmente hacen. No solamente fueron sin ideas, sin propuestas, sin números ni cuentas, en su sólito bloqueo mental, sino que no supieron ni insultar, cosa que suele dárseles bien. El señor Rajoy se encontró a una ministra de Hacienda singularmente rápida y contundente y acabó balbuciando cosas incomprensibles. Ayer estaba claro que los PGE saldrían adelante y que todas las enmiendas serían rechazadas, empezando por la del PP que, en consecuencia, no consideró necesario ni siquiera explicarla.

El bochorno de unas intervenciones parlamentarias carentes de sentido venía a coronar el espectáculo que dio la derecha cuando se supo que el Gobierno había pactado los PGE con el PNV y Coalición Canaria, partido aliado al PP en el archipiélago hasta ayer mismo en que, presa de un ataque de furia infantil, rompió la alianza y su batería mediática mostró el vello de su estameña atacando con furia unos pactos similares (y no tan entreguistas) a los que selló Aznar en 1996 con el PNV, CiU y CC para formar gobierno, pues de otro modo no hubiera podido.

Así que entiendo que el golpe de efecto que ha dado hoy Zapatero con la crisis de Gobierno, en el fondo es un acto de caridad hacia Rajoy y la derecha para evitar que los medios y la atención pública sigan concentrados en sus rabietas, sus incongruencias y su carencia absoluta de estilo y categoría no ya para acceder al gobierno sino para estar en la oposición. Ayer estaba quedando meridianamente claro que Rajoy y sus colaboradores no sirven para nada. Así que debían estar agradecidos a Zapatero de que les permita ocultar sus vergüenzas.

El cambio de Gobierno, en sí, fabuloso y una muestra de que los hay que en la adversidad se crecen. A excepción de Bibiana Aído, cuya marcha me parece una concesión al machío fascista más repulsivo, todos los que se han ido debieron haberlo hecho mucho antes; algunos, incluso, jamás debieron estar en el Gobierno, como esa ministra de la Vivienda, Corredor, que siempre actuó como una agente de las inmobiliarias. Me parece de perlas que se vaya asimismo la señora De la Vega: su gesto avinagrado con todo el mundo y almibarado con las sotanas era la prueba de que su función esencial fue la de garantizar los privilegios de la Iglesia católica en España. Moratinos podía haberse quedado hasta el final de la legislatura pues es hombre competente y discreto, pero ha sido víctima del designio presidencial de conseguir que Trinidad Jiménez luzca en algún sitio, a pesar de su evidente carencia de brillo. Es como el hecho de que siga en el Gobierno ese otro capricho presidencial, el señor Sebastián, cuya capacidad para no hacer nada en Industria es análoga a la que mostró para perder las elecciones al Ayuntamiento de Madrid. En cuanto a los ya exministros Corbacho y Espinosa, lo mejor que se me ocurre de ellos es que tampoco debieron dejar jamás sus anteriores responsabilidades.

En cuanto a los nuevos, hay un desequilibrio que espero no se entienda mal: los tres hombres son, a mi modesto entender, tres aciertos. Rubalcaba es, con mucho, el mejor político del Gobierno y su tarea en el País Vasco excelente. La incorporación de Jáuregui, aparte de ser de justicia, refuerza este flanco decisivo. El nuevo ministro de trabajo muestra que nunca debió abandonarse en este terreno la obra que inició en su día Jesús Caldera. En cuanto a las tres mujeres no estoy tan seguro. Ojalá sean tres ciertos, pero da más la impresión de que se trata de nombramientos por carambola. Que la derrotada en la primarias de Madrd, Jiménez, se haga cargo de la cartera de Exteriores demuestra que está muy cercana al corazón de Zapatero pero nada más y, luego de lo que se ha visto en Sanidad así como en las mencionadas primarias si, cuando deje el cargo, las cosas no están peor, será un triunfo. El nombramiento de Rosa Aguilar tiene poco que ver con ella misma y mucho con las relaciones entre el PSOE e IU en el terreno electoral. Por último, el ascenso de Leire Pajín a Sanidad es una apuesta de riesgo. A la mujer le sobra carácter pero al ministerio le falta fuelle. Quizá se trate de un caso de lo que la práctica eclesiástica conoce como promoveatur ut removeatur, apartarla de las tareas internas del partido, en donde tenía conflictos con Blanco.

Todos los medios entienden que el cambio en la posición de Rubalcaba equivale a prepararlo como sucesor. Se admiten apuestas: diez contra uno a que el sucesor propuesto desde La Moncloa, si lo hay, será Carme Chacón. Y me parece de perlas. Yo propondría a Bibiana Aído, pero el Presidente es más conservador, aparte de indebidamente caritativo con esa colección de trogloditas ineptos que constituye la oposición.