dissabte, 28 de febrer del 2009

La reflexión.

Anduvo diligente el legislador cuando estableció un día de reflexión antes de las elecciones, un día sin refriega electoral, sin ruido mediático, sin sondeos, un día para rumiar todo lo que se ha oído durante la campaña, para meditar en soledad o debatir con otros, según dicen (u ordenan, que nunca está uno muy seguro con estas doctrinas normativas) las teorías de la democracia deliberativa, discursiva y participante. En este día, es de suponer, las aguas van calmándose, aclarándose, y la suciedad se deposita en el légamo del fondo; la atmósfera se hace más diáfana y los turbiones se alejan en el horizonte del ayer. Momento de hacer balance y tomar una decisión con cuanta información se haya recogido y depurado y teniendo todo en consideración: los intereses propios, los de la comunidad, las expectativas, las lecciones de la experiencia.

Esta última dice que a los votantes fieles y fijos de los partidos la jornada de reflexión les sobra porque suelen tener el voto decidido. En realidad les sobra la campaña electoral íntegra. Pero hay un porcentaje de electores de dimensiones oscilantes, aunque no desdeñables, los famosos "indecisos" que son los que, por lo que dicen a los encuestadores, toman su decisión al final, según lo que oigan y vean durante la campaña. Estos indecisos parecen la personificación de ese público deliberativo, reflexivo, crítico que divinizan las teorías antes citadas ...y los que, en muchos casos, deciden el resultado de unas elecciones que, como éstas de Galicia y el País Vasco, prometen resultados muy justos e inseguros. Los bromistas dicen que es una paradoja que, al final, las elecciones las decidan los indecisos y, en el caso de Galicia, con un doce por ciento del censo expatriado, no sólo las decidan los indecisos sino los indecisos ausentes, a los que únicamente de lejos, a rachas y de modo caprichoso, han llegado los mensajes de la campaña electoral. No hay cuidado, sin embargo, porque otros especialistas dicen que sí, que las elecciones las deciden los indecisos pero que eso de que estos lleguen a su decisión haciendo uso ejemplar y medidativo del día de reflexión es un espejismo y que muchos de ellos se deciden por mimetismo con su medio más cercano o lo confían a su humor del último momento, según se encuentren de ánimo al coger la papeleta para meterla en el sobre si es que se molestan en ir a votar en absoluto y no se transforman de indecisos en abstencionistas.

Esa meditación en el día para ello indicado, en este caso, no va a ser fácil. La campaña electoral ha sido muy bronca, muy ruidosa y bastante "sucia", como ha dicho Anxo Quintana, a quien algún dirigente del PP ha aludido en términos que lo dibujan (a él, no al aludido) como un representante ejemplar de la España eterna, de Covadonga al Valle de los Caídos. Pero, además de esa densidad de agresiones mediáticas, de esa procacidad discursiva que muestra a las claras la endeblez de los discursos políticos, la campaña se ha realizado sobre un doble fondo muy agobiante del que se ha hablado poquísimo, en relación inversamente proporcional a lo que preocupa a la gente: el doble fondo que componen la crisis económica mundial, especialmente destructiva en España y el lodazal de la corrupción que afecta a las administraciones públicas en particular a las gestionadas por el PP pero no sólo por él, como se demuestra por la detención, ayer, del alcalde malagueño del PSOE de Alcaucín bajo las sólitas acusaciones de cohecho, malversación, apropiación indebida, fraude, prevaricación, en fin, lo que el pueblo sintetiza en la admirable y poética fórmula de "llevárselo crudo", expresión que, de haberla conocido Claude Lévy-Strauss quizá le hubiera inclinado a revisar sus inteligentes observaciones sobre lo crudo y lo cocido.

De la crisis poco es lo que cabe añadir excepto que cada vez toma más forma de cuarto jinete del Apocalipsis, que no toca fondo, que las perspectivas son cada vez más negras, que nadie parece ser capaz de adoptar medidas que tengan alguna utilidad real y que puede desembocar en convulsiones sociales que ahora no podemos ni imaginar. Al agobio que este panorama produce, resulta descorazonador añadir los avances de la corrupción como comportamiento cuasi general de las administraciones autonómicas y locales, muy especialmente, por lo que toca esta vez, en el caso del partido conservador. Si uno se toma el trabajo de interpretar los mensajes lanzados en campaña en el contexto de este doble telón de fondo, la conclusión es desoladora. Casi todas las propuestas positivas resonaban irremediablemente hueras en la perspectiva de una actividad económica declinante y de práctico estado de emergencia, con unas administraciones públicas deficitarias que bastante tendrán en el corto y medio plazo con mantenerse en mediano funcionamiento.

Unas administraciones públicas, además, para las que se celebraban elecciones, las autonómicas, que durante la campaña se han presentado como paradigma de la corrupción hasta el extremo de que el PP no se ha atrevido a llevar a Galicia o al País Vasco a ninguno de los dos presidentes de Madrid y Valencia, la señora Aguirre y el señor Camps por miedo a que contaminaran sus resultados con su aureola de escándalos y corruptelas a raudales.

En esas condiciones, el PP tiene una dificultad añadida que no padecen los demás partidos, la de consolidar el liderazgo de su presidente nacional, señor Rajoy que, caso de perder las elecciones, especialmente en Galicia, se enfrentará a una oposición creciente en su partido cuya gravedad no se puede medir hoy día porque éste, el partido, está unido como una piña, formando un cerco como el de las manadas de animales cuando son atacadas por depredadores, para defenderse en los casos de corrupción.

Esa línea de defensa, hecha sobre todo de agresiones, querellas, negaciones, silencios, manipulaciones y, en general, negativa en toda regla a rendir cuentas a los ciudadanos por la gestión realizada, a colaborar con las investigaciones y con la justicia, esa defensa numantina cerrada no reconoce ni lo que aparece con toda evidencia a la luz del día. Los comportamientos de los consejeros de la señor Aguirre no pueden ser más bochornosos, el de la misma señora Aguirre torpedeando descaradamente la Comisión de investigación es como de chiste y los del gabinete del señor Camps en su conjunto, con su destacamento de vanguardia en el Consejo General del Poder Judicial son indignantes. La corrupción asedia a la gestión autonómica de los gobiernos del PP y éste, en lugar de acometer el asunto y resolverlo, traslada a su presidente a patearse las viejas tierras gallegas de caciquismos ancestrales acusando a los demás de corruptos por un coche más caro de lo normal o un viaje en yate de hace tres años.

Si en este día de reflexión los indecisos deciden inclinar la balanza del lado del PP en Galicia (en el País Vasco los conservadores sólo pueden aspirar en el mejor de los casos a ser socio menor en un hipotético y poco probable gobierno de coalición) harán realidad el viejo adagio de que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen.

(La imagen pertenece al vídeo que ha hecho el PP para esta campaña de Galicia, en el sólo aparece el señor Rajoy y el candidato a la Xunta, señor Nuñez Feijóo sólo lo hace un par de segundo y como comparsa del jefe.)



Pregrino de la memoria (XLV).

Gratos recuerdos.

(Viene de una entrada anterior de Peregrino de la memoria (XLIV), titulada Viaje al pasado).

Salgo de la casa de mi hijo Esteban conmocionado por los recuerdos que me he visto obligado a revivir para dar satisfacción a su inquietud. Lo he hecho con alegría, desde luego, con determinación y he conseguido que las baboserías de un necio no empañen el recuerdo que tiene de su abuela y el cariño que le profesa. Pero ese viaje al pasado ha abierto las puertas de la memoria sobre una época que tengo muy presente en el recuerdo, así que hago el trayecto en coche hasta mi casa, a la que se llega con facilidad desde reina Victoria, aunque lleva su tiempo porque está en Doctor Esquerdo, rememorando aquellos tiempos. El asunto concreto por el que Esteban me había llamado lo abordé con mi madre a la salida de una obra de teatro en un festival de arte dramático de vanguardia que las autoridades, cosa milagrosa, habían permitido en Madrid a comienzos de los años sesenta. Mi madre era muy aficionada al teatro, cosa que había heredado de su abuelo, eximio estudioso del género y de su padre, mi abuelo a su vez, que incluso escribió varias piezas algunas de las cuales aún se representan porque son de contenido galleguista. Si al hecho de tratarse de teatro se añadía que era de vanguardia, el entusiasmo y la asistencia de mi madre estaban garantizados porque desde el principio había sido muy partidaria del del absurdo que ella veía como una continuación lógica del existencialista y muy oportuna metáfora del sinsentido del existir sobre la tierra. La pieza que se representaba entonces era el Woyzeck, de Georg Büchner en una interpretación de un nuevo autor alemán que proponía una solución radical para el sempiterno problema que plantea la obra del dramaturgo alemán de qué sucede en el tercer acto que el autor no llegó a escribir. El joven intérprete hacía que, después de asesinar a su amante, Woyzek pronunciara un largo parlamento recuperando el debate acerca de la relación entre normas morales y clases sociales propia de la obra y antes de cometer suicidio. La escenografía, muy audaz, había gustado mucho a mi madre que aplaudió con dedicación y, al salir, iba comentando cómo el hecho de que algo sea o no de vanguardia depende también de la interpretación que se haga, lo cual afectaba especialmente a los clásicos pues podía darse como clásico a Büchner aunque sólo fuera porque la obra era del primer tercio del siglo XIX.

A mí la interpretación de la obra, que se llamaba La muerte de Woyzeck me había parecido algo amanerada, melodramática y sectaria. Se sabe que Büchner hubiera escrito un tercer acto conteniendo un proceso penal en el que se hubieran contrastado los distintos puntos de vista y argumentos: las supuestas razones del soldado, cegado por los celos, el criterio de la ley, los pareceres de los otros personas, el capitán, el comandante y se me antojaba que suprimir un debate público en sede judicial, en donde hay siempre que evaluar pros y contras de las argumentaciones, en favor de un discurso ensalzando a los pobres y los oprimidos, su derecho a obrar por convicciones y la promesa de que algún día cambiarían la tierra me parecía ridículo. Parecía como si aquel Woyzeck lo hubiera escrito Lenin.

A la salida del teatro, mientras intercambiábamos pareceres, dimos de bruces con unos amigos de mi madre, cinco o seis, más o menos todos de su edad, un pintor, algún escritor y sus respectivas parejas. En aquellos años no era infrecuente que las gentes de letras de izquierda, las poquísimas que habían quedado después de la guerra y la represión de la posguerra, se encontraran en una ciudad como Madrid porque eran muy escasos los acontecimientos a que podían asistir de forma que, cuando se producía uno de ellos, se avisaban unos a otros por teléfono y solían coincidir: exposiciones, conferencias, conciertos, reprsentaciones teatrales; era su única posibilidad de vida social, de comunidad, entre ellos en un país que los había condenado al silencio, al ostracismo, a la invisibilidad, a lo que se llamó "el exilio interior". He conservado esta costumbre de asistir a toda la oferta cultural de mi ciudad que me inculcaron desde chaval (incluso desde antes de cumplir la edad de admisión de los dieciséis años, inconveniente que podía soslayar porque era más corpulento de lo que correspondía a mi tiempo y no solían pedirme el carné de identidad) si bien ahora ésta es tan abundante que es muy difícil que se produzcan aquellos encuentros que daban lugar a unas pequeñas e improvisadas tertulias en algún bar cercano de confianza porque quien más quien menos había tenido problemas con las autoridades y sabía que era conveniente mantener la discreción, no llamar mucho la atención para evitar ser arbitrariamente detenido y maltratado por aquella manga de hampones que formaban el cuerpo de la Policía, sobre todo la Brigada Político-Social, que era la policía política.

Los amigos de mi madre estaban acostumbrados a verme con ella y, aunque ya estaba en la Universidad y probablemente habría cumplido diecinueve años o estaría a punto de cumplirlos, me trataban con condescendencia como si todavía fuera un chaval al que se le ríen las ocurrencias. Yo me sentía a gusto con ellos y sobre todo estaba muy contento de escuchar a mi madre, cuyas opiniones eran siempre seguidas por todos con interés si bien solían suscitar frecuentes discrepancias, generalmente por ser muy avanzadas y radicales, más de lo que algunos estaban dispuestos a suscribir. En aquella ocasión nos acomodamos en un bar de mesas de forjado y mármol que había en los Bulevares y que ya ha desaparecido mientras mi madre explicaba al pequeño círculo el debate que nos traíamos ella y yo sobre el valor del tercer acto.

- Él encuentra doctrinario e inapropiado el alegato final de Woyzeck.

- ¿Y por qué lo sustituirías? -me preguntó el pintor, un hombre con unos ojos muy vivos, inquietos que, cuando se fijaban en uno parecía como si quisieran ver a través de suyo.

- Por lo que imagino que era la intención del autor: un juicio, un juicio en el que todos pueden exponer sus puntos de vista.

- Un debate civilizado, vamos, entre las ideologías enfrentadas en la sociedad de clases.

Sabía que aquella era una mala línea, que enseguida me dirían que los debates entre las ideas revolucionarias y las de las clases dominantes estarían siempre dominados por los esbirros de éstas, los intelectuales al servicio del capital y que el discurso de la clase revolucionaria es cierto porque va de consuno con la marcha de la historia, sin necesidad de contrastarlo con las fuerzas del pasado. Por eso, busqué un modo de zafarme de unos argumentos que conocía pero no me convencían. Así que dije:

- Y eso será si aceptamos que lo que dice Woyzeck es lo que podemos llamar "discurso de la clase revolucionaria".

Hubo un guirigay, alguno se encogió de hombros, como diciendo que no tenía arreglo. Mi madre me miró con una punta de asombro y dijo:

- Es el discurso del pueblo, de los de abajo, fíjate como lo tratan en la obra, lo que le pasa...

- Que sea el discurso del de abajo, del que se la juega no quiere decir que sea el discurso de la verdad. ¿No puede equivocarse el pueblo?

- No. -Oí a alguien decir con determinación sin que nadie pareciera escandalizarse. Por entonces no lo sabía; sólo más tarde he reflexionado sobre el dogmatismo y el fanatismo y he podido ver que son muy peligrosos porque quien los padece no suele darse cuenta de ello. Y el punto central de la creencia del fanático esprecisamente este, el de la infalibilidad de sus padres fundadores, sus profetas, caudillos o dirigentes. Y lo profundamente que la gente experimenta la necesidad de confiar en alguien se observa en esas creencias en la infalibilidad.

- Pues a mí me parece que sí y que en esta obra, el discurso que habría que escuchar es el de la única a la que no se le da la palabra, que es María, que a esa sí que le hacen faenas...

Vi que mi madre prestaba especial atención y supe que había dado en el blanco con un tema que le era especialmente querido pues sólo había algo de lo que ella estuviera más convencida que de los derechos del pueblo trabajador y eran los de las mujeres a emanciparse. Quizá hubiéramos podido explorar aquel asunto con más detenimiento pero intervino otro interlocutor, un escritor que había publicado una novela social que consiguió pasar la censura de milagro y se ganaba la vida dando clases de francés en un colegio privado pues era un profesor de media represaliado:

- ¿Nadie dice nada sobre el papel del doctor? Es una premonición de lo que luego harían los nazis: un tipo que experimenta con seres humanos para buscar pruebas para sus teorías más absurdas. Me ha parecido impresionante...

Luego la conversación fue por el lado de si podía hablarse de un carácter "alemán" del teatro. Otro comparó a Büchner con Brecht, muy en detrimento del primero, por supuesto y mi madre, a la que pareció que mi idea de la mujer había impresionado, acabó rebajando el carácter de Woyzeck de un representante de la razón en marcha de la clase trabajadora al de un pobre diablo asustado y apaleado como un perro por las clases dominantes, un miserable incapaz de comprender a su mujer y a la que acaba haciendo pagar sus humillaciones y frustraciones.

- Es que ahí hay un asunto de cuernos -dijo la esposa del pintor.

EL comentario fue como un tiro de salida para que todos quisieran decir algo. Sólo alcancé a mi escuchar a mi madre diciendo:

- Ese es el problema: en cuanto se habla de los cuernos hasta la gente más aguda y despierta pierde el sentido a favor de sentimientos muy primitivos. Me niego a aceptar la excusa de los cuernos. Siempre que se mencionan se quieren justificar los comportamientos más inaceptables. Woyzeck hace con su mujer lo que hacen todos los hombres con la suyas: asesinarlas y por eso el policía, fíjense bien, el policía, aplaude el asesinato de Woyzeck.

Era costumbre en el círculo de amistades de mi madre el trato de usted, pero muy cercanas que fueran las relaciones. Mirándolo en retrospectiva creo que aquel trato recíproco y la ausencia del tuteo, aparte de responder a la idea de mutuo respeto que aquellas gentes se profesaban era una forma de marcar distancias con el tuteo universal que el fascismo había impuesto en la sociedad española en donde era frecuente, si bien cada vez menos, oír a gentes que no se conocían de nada tratándose de "tú" y de "camarada". La intervención de mi madre suscitó nuevos comentarios de todo tipo, pero el pedestal de Woyzeck había sufrido un duro ataque.

Finalmente, la tertulia se deshizo citándose para el día siguiente en el mismo sitio, dado que seguía el festival de teatro de vanguardia con una obra de Ionesco, El rinoceronte, que estaban todos deseando ver, hacía relativamente poco que se había estrenado en París y varios habían leído ya.

De regreso a casa, paseando porque hacía una noche suave y templada, que invitaba a callejear fue cuando planteé directamente el asunto a mi madre. Le dije que hacía unos días que había ingresado en "el Partido" y que lo primero que habían hecho había sido ponerme en guardia contra ella a cuenta de la historia famosa. Se tomó unos segundos para responder, luego me dijo que le parecía bien lo que había, que a mi padre eso le gustaría y cómo me había tomado yo el asunto. ¿Cómo iba a tomármelo? Le contesté que estaba indignado, que no creía una palabra, que me parecía algo repugnante y le preguntéen qué circunstancias se había producido. Me dijo que no me lo tomara muy a la brava. No tenía muy claro por donde llegaba el infundio, sólo suposiciones porque esas cosas en "el Partido", del que seguía hablando con gran respeto, no se podían esclarecer nunca, y menos en las condiciones en las que se vivía entonces. Recordaba, sí, que en cierta ocasión, detenida en Gobernación, dos policías de la brigada social que la habían subido a uno de los despachos para interrogarla, se pusieron furiosos y amenazaron con violarla. Cuando la cosa se puso realmente fea, entre un tercer policía, al parecer superior a ellos que puso fin a la situación, despachando a sus subordinados y al quedarse con ella le hizo insinuaciones, tratando de obtener por otros medios lo que los dos anteriores amenazabn hacer por la fuerza, sin conseguirlo tampoco. Entonces parece que el policía le dijo que no había prisa, que se lo pensara, que él podía hacer mucho por ella y por su marido, también detenido y por toda la familia. Eran los años del hambre y el estraperlo y se pensaba que aquellos ofrecimientos tendrían el resultado apetecido. Pero no con mi madre. Luego ella calculaba que el policía hubiera puesto el bulo en marcha y habría encontrado la credulidad o la complicidad de algún "camarada del partido". No se me escapó lo de la "complicidad" y le pregunté si tenía idea de alguien en concreto y me dijo que sí, precisamente uno, "un responsable del partido" dijo, que había intentado con ella lo mismo que el policía y con idéntico resultado.

- Y es probable que ahí comenzara toda esa historia.

Me di cuenta de que le resultaba desagradable. Mi madre era una combinación explosiva: de ideas muy avanzadas en materia de costumbres y moral sexual (había ayudado a muchas amigas en asuntos de control de la natalidad por entonces prácticamente intratables en España) era de un comportamiento personal casi puritano, tenía una idea sublimada del amor y fue fiel a mi padre incluso después de separarse por desacuerdos sobre todo, especialmente en asuntos políticos. Preferí no seguir insistiendo. Tenía una versión convincente para mí y sólo pregunté qué le parecía que debería hacer con "el partido" y fue ella la que me dijo que no rompiera, que esos eran asuntos personales que no podían interferir con la lucha.

Habíamos llegado a casa, en la calle San Bernardo y lo dejamos allí. Yo volvería a acordarme de la historia en algunas ocasiones en los años posteriores, especialmente cada vez que me encontré con gente a la que en la Universidad se acusaba de ser confidente de la policía. El clima de clandestinidad y tensión en que se vivía en la lucha contra la dictadura hacía que estas acusaciones pudieran formularse de modo alegre y sin pensar en las consecuencias. Siempre me las tomé muy en serio, sin embargo, en atención a la experiencia que había tenido y me ufano de haber intercedido en más de una ocasión a favor de gente injustamente acusada, sometida a aislamiento y malos modos.

Al llegar a casa y consultar el correo, como hago siempre antes de dormir, me encuentro un mensaje de Esteban en el que me da las gracias por la conversación que hemos tenido y por haberle ayudado a recuperar intacto un recuerdo que guarda con mucha devoción. Añade que le gustaría que le hablase algo más de los aquellos años, de mi adolescencia y primera juventud, sobre los que sabe muy poco. Le contesto que cuando quiera, que qué más puede querer un abuelo que contar sus batallas de juventud y, como no tengo sueño, me sirvo un café y procedo a contarle una historia que tengo muy viva en el recuerdo, de cuando el general Eisenhower visitó a Franco en Madrid y yo fui a verlos.

(continuará)

(La ilustración es una viñeta de Aubrey Beardsley).

divendres, 27 de febrer del 2009

Desafueros.

Muy graves deben de ver las cosas en el PP para lanzarse así a tumba abierta a comportamientos de talante tan autoritario y antidemocrático. Desde que se destapó el escándalo de los espías, que ya era pintoresco, se ha producido una especie de escalada de desatinos que se ha exacerbado cuando el patio se llenó también de corruptos haciendo compañía a los espías de forma que al final el respetable ya no sabe si espiaban porque eran corruptos, eran corruptos porque espiaban o ambas cosas tienen ya tan poco que ver entre sí como comer lentejas y jugar a la brisca en Tudela. Y conste que digo Tudela sin intencionalidad alguna, como podía haber dicho Navalcarnero o Sigüenza.

Entre tanto nerviosismo es comprensible que la dirección del PP reaccione agresivamente; comprensible pero no justificable. El señor Rajoy no puede decir por la tele que se está incoando una "causa general" contra el PP porque eso es un solemne desatino, una acusación tremenda contra el Estado de derecho y la democracia porque ¿quién esta incoando esa "causa general" ya que éstas no se incoan solas?: ¿el Parlamento? ¿El Gobierno? ¿El Poder Judicial? ¿La Corona? Conviene que lo diga porque una "causa general" como él sabe muy bien es un delito y un atentado bestial a los principios mismos del Derecho y el último (y primero por lo demás) en cometerlo en España fue Francisco Franco, de cuyo régimen guarda el PP excelente memoria, según dice alguno de sus dirigentes. O sea, que nada de "causa general", ¡qué disparate!

Tampoco puede decir el señor Rajoy que el juez Garzón debe abstenerse "porque es socialista"; otra barbaridad inverosímil en alguien que ha sido vicepresidente del Gobierno. Preguntas: ¿cómo lo sabe él? ¿Qué significa exactamente "ser socialista"? ¿En qué se nota que ser socialista -caso de que "ser socialista" sea un enunciado con sentido y el juez Garzón encaje en ese sentido- perjudica la labor judicial? ¿Más o menos que ser del Opus? ¿Más o menos que ser "popular"?

El presidente del principal partido de la oposición no puede ir por ahí diciendo barbaridades sobre las instituciones democráticas y el Estado de derecho. Y supongo que tampoco pueden ir haciendo lo mismo, política de tierra quemada, otros cargos del partido imputados o próximos a serlo según rumores. Esto de los rumores está mal, aunque parecen difíciles de eliminar en sociedades abiertas como la nuestra con libertad de expresión y derecho a la información. Lo que no se puede es decir que eso está muy bien y batir palmas con las orejas cuando las filtraciones nos benefician no hablando entonces de filtraciones sino de "periodismo de investigación" y pedir que se persigan cuando nos perjudican que ya no son periodismo de investigación sino puras murmuraciones despreciables movidas por la verde envidia.

No es de recibo que, al saberse nombres de imputados, el señor Camps llamara a los suyos a capítulo, incluido su hombre en el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), para que cerraran filas en torno suyo, como los círculos angélicos, proclamando su oposición a la inexistente "causa general". La inexistente "causa general" sin embargo es una realidad incuestionable: el franquismo abrió proceso por "rebelión militar" y "auxilio a la rebelión militar" prácticamente a todo quisque de forma que la población no se dividía como en los demás países entre inocentes y culpables confesos sino entre culpables confesos y culpables por confesar, la situación más antiigualitaría que quepa imaginar. El señor Camps no puede lanzar a sus mesnadas a una guerra particular con el Gobierno del Estado como si, caso de ser agraviado, fuera a separarse con el viejo Reino de Valencia en donde la gente lleva tanto siglos honrando a los muertos y enchufando a los parientes y deudos, como bien sabe el señor Fabra, firme guardián de las esencias de la raza.

Pero lo que la derecha definitivamente no puede hacer so pena le estalle el orden no ya nacional o internacional sino simplemente el mental es ir contra los principios mismos del orden constituido cosa que sucede cuando en un escrito de denuncia a uno se le cruzan los cables, como le sucede al señor Bárcenas, tesorero del PP, y afirma que el proceso es una "utilización torcida de las instituciones del Estado y de las funciones jurisdiccionales para tramitar, proseguir y auspiciar una verdadera causa general contra el PP. Ya se ha dicho que de causa general, nada y del uso torcido...ya me contarán. ¿Conoce alguien a algún delincuente a quien no le parezca que se está haciendo un uso torcido de la función jurisdiccional para que triunfe el crimen en contra de la gente inocente? Y esto es solo un ejemplo, no por cierto, un intento de implicar "implícitamente" al señor Bárcenas en trama alguna. Eso de "implícitamente" le molesta mucho.

Por último, tampoco puede ir por ahí el señor Bárcenas, sea tesorero o pontífice diciendo que su situación "recuerda los mejores tiempos de la propaganda goebbeliana y resulta intolerable en un Estado democrático y de Derecho". No sé qué creerá este señor que hacía Goebbels pero está claro que no tiene ni idea y que confunde a Goebbels con Torquemada o con Stalin, maestros en la supresión física de los discrepantes.

(La imagen es una foto de Contando estrelas, con licencia de Creative Commons).

Negra sombra que me asombra.

El museo Thyssen y Cajamadrid han abierto una exposición temática de pintura sobre la sombra que está muy bien. Ya se sabe, parte es en el Thyssen (que cuesta) y la otra parte en Cajamadrid en la Plaza de las Descalzas Reales, gratis. En el museo está la historia de la sombra en la pintura desde sus pimeros empleos en alguna grisalla o retablo gótico y en el Renacimiento hasta fines del XIX con el simbolismo y el impresionismo y en la plaza de las Descalzas, el siglo XX, cubismo, futurismo, surrealismo, expresionismo, Pop, etc, así como el tratamiento en la foto y en el cine.

A la sombra se atribuye el nacimiento del dibujo, según una leyenda de Plinio el Viejo de que fue trazando el perfil de una sombra de una persona como se consiguió la primera silueta. Hay variantes pero siempre es la misma idea: la sombra sirve para reproducir otra cosa, lo real, la luz. Pero no siempre se ha empleado la sombra con la misma finalidad y eso queda muy claro en la exposición, que ilustra acerca de la evolución artística del tratamiento de este curioso objeto: la sombra.

En el Renacimiento el uso de la sombra se supedita al canón clásico de las proporciones y suele acentuar la perspectiva. Sirve para dar la tercera dimensión y a veces hasta se utiliza como trampantojo; los cuadros de Piero della Francesca vienen enseguida a la memoria. También puede emplearse con una finalidad menos serenamente clásica, pero siempre para subrayar la calidad de la composición como en el caso del tenebrismo del Caravaggio y sus discípulos y seguidores, como el Españoleto, aunque estos caen ya más del lado del barroco. Más propiamente renacentista es el manierismo, en donde la sombra está siempre puesta al servicio de determinados efectos ópticos, para resaltar la luz, como en los cuadros del Parmigianino. Algo parecido sucede en el barroco, aunque aquí aparecen esos pintores que son maestros en luces y sombras a base de candelas, al estilo de Georges la Tour, que sentó escuela y que no me gustan nada: los puntos de cuadro iluminados, resplandecientes de luz y el resto de la composición en la sombra o penumbra, lo que forzaba a concentrar la atención en un aspecto o episodio. Muy apropiado para pintura aleccionadora o moralizante, para mostrar momentos como la cena de Emaús o la incredulidad de Santo Tomás. En estos casos, sin embargo, la sombra sólo servía para realzar el episodio de luz, que es el que cuenta la historia.

Con el romanticismo la sombra pasa a tener otro significado, se le da una función moral, simbólica, como corresponde también a su funcion literaria, que comienza asimismo en esa época. La sombra es como un trasunto del doble. Así, la fascinante novela de Adelbert von Chamisso La maravillosa historia de Peter Schlemihl es una especie de interpretación de la leyenda de Fausto pues lo que un hombre vende aquí al diablo es su sombra. El romanticismo coincide con el imperialismo y la expansión de la antropología con antropólogos europeos por el mundo entero recogiendo las más extrañas leyendas sobre las sombras entre alejadas tribus indígenas. Hay una que aparece con cierta frecuencia: si alguien pisa la sombra de una mujer, ésta resultará estéril, en ciertas épocas, siempre, depende. Este es precisamente el argumento de La mujer sin sombra, de Richard Strauss, con libreto de Hugo von Hofmannstahl: la reina tiene que recuperar su sombra si quiere ser fértil. La sombra ya no es un mero adminículo del canón clásico de la proporción sino que tiene personalidad y una historia que contar. Quien vaya a la exposición verá el famoso cuadro del prerrafaelista William Holman Hunt en que Cristo, desperezándose al sol en primer plano proyecta sobre la pared trasera la sombra del crucificado: la sombra como vaticinio.

Lo más llamativo del impresionismo es la otra revolución que causa con la sombra, una revolución formal pues le da color. La sombra no tiene por qué ser siempre en gama de grises sino que puede tener variedad cromática. Los colores, claro, son arbitrarios aunque quizá no tanto como cuando se asignan a la música en esos alardes de sinestesia que a veces son exasperantes. La sombra en la nieve tiende a ser azul, aunque también puede ser rosa, pero no verde o amarilla, en cambio sí puede serlo la de una alameda en otoño. El simbolismo en buena medida es un arte de sombras, dado que las sombras son la característica del reino de los muertos. En las varias composiciones que Böcklin hizo de la Isla de los muertos la sombras son esenciales, como lo son, aunque en otro sentido, en la obra de Mellery.

La sombra toma dimensiones metafísicas en el futurismo de Chirico; no en sí misma en el sentido del reino del más allá sino como elemento racional (las sombras son geométricas, nítidas, no difusas o algodonosas como las sombras realistas) en conjuntos de atmósfera trascendente, recordando lugares de ausencias: estaciones de tren, muelles, etc. La sombra suele ser parte de la historia en el surrealismo de Delvaux, que utiliza iluminaciones lunares y sombras también nítidas aunque en él parecen obedecer a una estrategia de relato onírico. El cuadro de Picasso del reverso del folleto de la exposición, La sombra sobre la mujer, de 1953, la sombra es la del propio pintor que se abalanza sobre la mujer desnuda. La sombra lasciva.

Hay muchas otras sombras en la exposición, que está muy bien, pero no es posible comentarlas todas. Me he limitado a algunas; pero hay otros ejemplos bien curiosos. La galería de fotos tiene cosas interesantes. Algunas muy famosas, de Man Ray. En la exposición de películas no falta la que debe de ser la sombra más célebre de la historia del cine, la de Nosferatu, de F. Murnau.

Por último, para quienes se pregunten por el inquietante cuadro de Christian Schad, Retrato del Dr. Haustein, de 1928, que se reproduce en el anverso del programa, hay varias versiones. Parece que la sombra es la de la amante del doctor, famoso dermatólogo de la época. Será, pero parece un marciano.

dijous, 26 de febrer del 2009

Si Garzón no existiera el PP tendría que inventarlo.

El PP, convertido en Wild Bunch o Jauría humana quiere cazar al juez Garzón querellándose por supuesta prevaricación. No va a ser únicamente el juez estrella el que maneje los participios. No parece que, en principio, esa acusación fuera jurídicamente preocupante para el juez. Todos pudieron ver que era el PP el que hostigaba al magistrado, al que nunca ha admitido como juez legal por considerarlo parcial. Pero fue el mismo interesado quien metió la pata dotando de sentido una querella que no lo tenía. En efecto como por la boca muere el pez, la decisión del señor Garzón de dictar una providencia desmintiendo una información de El País en lo que se refiere al señor Eduardo González Pons pero no diciendo nada en el caso del señor Bárcenas que ahora queda como imputado sin que medie resolución judicial en tal sentido equivale a una revelación de secreto del sumario, cosa que un juez no puede hacer pues o levanta o no levanta el tal secreto, pero no lo levanta según y cómo, depende de para quién y para fastidiar a unos y satisfacer a otros, que es lo que ha hecho. Porque al saberse que había dos aforados nacionales imputados y descartarse el señor González Pons pero no el señor Bárcenas este último queda imputado de hecho pero no formalmente, es decir, indefenso y, además, se abre la veda especulativa de quién pueda ser el otro, cosa qe ha puesto al PP literalmente de los nervios, lo cual implica que varios de sus afiliados tienen razones para suponer que la justicia pueda imputarlos, de lo contrario los nervios carecerían de sentido. Pero los hay, vienen del miedo y no hace falta recordar cuán mal consejero es el miedo a la hora de adoptar decisiones.

El señor Garzón ha desperdiciado una ocasión de oro de quedarse callado y de comprobar que en boca cerrada no entran querellas porque a ver cómo explica ahora esa providencia desmintiendo una noticia de prensa y confirmando en cierto modo otra. Claro que esto es asunto que ya sólo interesa al señor Garzón y sus allegados, que tendrán que defenderse. Porque el asunto en sí mismo, das Ding an sich, que diría Kant, esto es, el de la corrupcion, el espionaje, los cohechos, etc ese ha entrado ya en la juridicción de instancias superiores, seguirá su curso y dudo de que el PP pueda ir friendo a querellas a todos los jueces y magistrados que vayan haciéndose cargo del proceso por corrupción que afecta al partido, le guste o no.

Leo en El Plural que los cazafantasmas del PP van por Caamaño al grito de que es masón. Si ellos lo dicen, que tendrán una pericia en detección de masones probablemente aprendida en la obra de su excelencia Francisco Franco cuando escribía sobre la masonería bajo el nombre de Jakim Boor, será cierto. Porque sigue siendo Franco la fuente inmarcesible de sabiduría sobre los protervos designios de la masonería en su frenético intento de destruir a España, pues fue ella, "al correr del último siglo, el arma que se esgrimió para lograr la desmembración de nuestro Imperio, la pérdida más tarde de los últimos restos coloniales y la caída en tiempos contemporáneos de la Monarquía", decía el Generalísimo con su preclaro verbo.

Y si es cierto que el señor Caamaño es masón, ¿acaso entorpece eso más su buen quehacer que el del antaño Fiscal General del Estado, señor Cardenal, el hecho de pertenecer a la secta del Opus, secta a la que también pertenecía el señor Trillo cuando era ministro de defensa sin que nadie pusiera objeciones?

Ahora un alcalde socialista de Zaragoza y baturro él quiere bautizar una calle con el nombre de José María Escribá de Balaguer. A ver cuando un político del PP decide bautizar una plaza de su ciudad como Plaza del Gran Oriente de la Logia Francmasona Dios Agrimensor, por ejemplo, eso sí que contribuiría a la reconciliación nacional y a hacer olvidar los siniestros recuerdos del Comandantín. Por lo demás, no parece que haya gran diferencia entre ser masón, jesuita, católico, islamista, etc., todas ellas formas que tiene la gente de explicarse el mundo, su papel en él y el modo de entretenerse los días de fiesta.

(La imagen es una foto de carolonline, con licencia de Creative Commons)

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Encantada de haberse conocido.

El premio Nadal de este año ha sido para Maruja Torres por este libro (Esperadme en el cielo, Destino, Barcelona, 2009, 192 págs.) que acompaña a uno anterior que fue premio Planeta. Dos premios de postín. El Nacional puede estar al caer, si no lo consigue con esta obra puesto que es premio a obra ya publicada.

El libro es una especie de necrológica alargada, una elegía en prosa a la muerte de sus dos amigos, Terenci Moix y Manuel Vázquez Montalbán. 192 páginas de elegía. Y está muy bien. Los tres amigos nacieron y crecieron en el Raval, el distrito V, un barrio suburbano de miseria, putas, inmigrantes, chabolas, delincuencia que, al parecer, los marcó para toda la vida y del que la autora dice nada más comenzar su relato: "Quien no ha vivido en el Distrito V de Barcelona, entre los años cuarenta y sesenta del siglo veinte, carece de instrumentos para desentrañar las raíces que mis amigos y yo compartíamos" (p. 23), con lo cual parece como si despojara de esperanza de entendimiento a quienes no hayan nacido en ese barrio en esos años. Excepto que la intención sea decir que quien no tenga aquella condición no puede desentrañar las susodichas raíces salvo que se las muestre doña Maruja Torres. Y este es el contenido del libro, un intento de explicar a los profanos lo que fue nacer y crecer en el Raval entre 1940 (Vazquez Montalbán nació en 1939) y 1960.

Se me hace que eso puede decirse de todos los barrios en todas las épocas. Yo nací y crecí en Madrid, casi todo el tiempo en la calle de San Bernardo, enfrente del convento de las Salesas llamadas Nuevas para distinguirlas de las Reales que estaban en Bárbara de Braganza, un casón del siglo XVIII, como las viviendas de la zona, como mi casa. Al lado de ésta, calle Quiñones por medio, la que terminaba en el convento de las Comendadoras, la Iglesia de Nuestra Señora de Montserrat, que contenía y supongo sigue conteniendo una copia de la Moreneta hoy a cargo de los benedictinos de Santo Domingo de Silos. Nuestra vida al principio fue cómoda y desahogada pero, familia de perdedores de la guerra, con el padre en el exilio, las condiciones fueron empeorando y acabamos viviendo en San Bernardo, sí, pero en un cuchitril diminuto porque nuestros ingresos provenían del alquiler de un piso y del nuestro propio, cuya parte más grande y noble fue preciso arrendar para oficinas (siempre hubo allí dos empresas, una a cada lado del pasillo) con lo que completabamos ingresos. Pero puedo asegurar que la sopa de curas, oficinistas, chicas de servir, soldados, funcionarios, chiquillería, pluriempleados, tenderos, vaquería (que también las había), afiladores, gentes de paso albergadas en las pensiones y casas de huéspedes en la zona era no menos abigarrada y peculiar que la del Raval. El barrio es más o menos el de Miau, de don Benito, llamado del Noviciado, si bien más arriba, más hacia la glorieta de Ruiz Jiménez, llamada de San Bernardo, por Bernardo de Claraval.

Y, por supuesto, los cines, por lo menos siete en un radio de dos kilómetros cuadrados, con programa doble y sesión continua, alguno desde las diez de la mañana, cumpliendo la misma función que señala la autora para los del Raval: proyectarnos a un mundo de ensueño: Ivahoe, La túnica sagrada, Agustina de Aragón, Recuerda, Orfeo Negro, el habitual batiburrillo que se formó en la conciencia de nuestra generación pues yo nací el mismo año que la señora Torres. Por cierto, en ese barrio vi a fines de los cincuenta la peli de Julio Coll, interpretada por Alberto Closa (que ya era Alberto Closa, pues había rodado Muerte de un ciclista) Pedro de Córdoba y Arturo Fernández, Distrito Quinto, una especie de Rififi a la española, no por la trama sino por el tratamiento, ambientada en 1957 en el barrio del que habla la autora, aunque poco porque hay mucho interior, como buen rififí. Esa especial referencia al mundo del cine (que en el caso de Terenci Moix era casi una obsesión, curiosamente como la que cuenta Guillermo Cabrera Infante en Cine o sardina) imagino que revela un intento de substraerse a las condiciones sórdidas en que se desarrollaba la vida en la España de la infinita posguerra que debieron de ser más duras en el Raval que en San Bernardo pero no menos vallinclanescas.

Es el caso que la historia narra la visita accidental de Maruja Torres a los cielos en un momento en un sueño que le asalta por quedarse dormida firmando ejemplares de sus libros, modesta la chica, encontrándose allí con sus muy queridos amigos que lo que quieren, sabiendo que ellos están muertos pero ella no, es que les recree el Raval, cosa que hace la autora y en eso, en ese proceso de recreación del Raval, el barrio de la infancia, o sea, lo que los hace indescriptibles, se le va toda la novela ya que, al unísono con la recreación del barrio van engarzándose juegos, diversiones, chistes privados, referencias cultas de sus años de juventud. Es decir, se crea el ambiente de la niñez pero no se revive como niño sino como jóvenes, como adultos, como gentes que ya tienen preferencias literarias, son cultas, etc. He detectado algunas referencias encriptadas en el texto, citas, como chistes en clave y seguramente me habré perdido otros.

El relato es agradable, bastante tierno y se lee con descanso, aplaudiendo el homenaje que la amiga rinde a los dos amigos a los que en verdad venera. Si algún puntillo cabe objetar es quizá ese acento excesivo en la excepcionalidad de su común condición y por ende de ellos mismos. Esa reiterada conciencia de ser especiales. Lo son, ciertamente, porque no es frecuente que de su medio salga gente como ellos, pero no sé si es preciso hacerlo notar con tanta insistencia.

Hace como dos años, en enero de 2007 Maruja Torres escribió un artículo que destilaba muy mala leche acerca de la red ("malalecheína" reconocía ella misma), titulado Abierto 24 horas en que nos ponía verdes a los blogueros, pandilla de inútiles que sólo sabemos mirarnos el ombligo. Lo contaba Palinuro en una entrada titulada Hablando de lxs demás. Uno. Doña Maruja Torres. Ombligo precisamente no le falta a la señora Torres y ganas de mirárselo tampoco. En este libro deja caer media docena de veces (no llega) palabras como internet, la web y hasta Google, como si ya se hubiera familiarizado con este selvático territorio, pero todavía le queda, pues no hay nada de él integrado en su relato. Una pena; de haber sabido algo más se hubiera dado cuenta de que el uso de skype le hubiera venido muy bien para narrar la historia que narra. No lo he intentado pero seguro que hay skype en el cielo y hasta se puede usar la webcam.

dimecres, 25 de febrer del 2009

Cuestión de (in)dignidad.

Ahora que el señor Fernández Bermejo ha hecho lo que la elegancia, el decoro, la ética y el espíritu de izquierda ordenan, esto es, dimitir, ha dejado de ser un lastre, una hipoteca moral para su Gobierno y su partido. Ambos deben recuperar la iniciativa y responder a los ataques continuos de sus adversarios en su propio terreno. No se trata solamente de volver a plantear los casos de presunta corrupción y supuestos espionajes del PP, que éste pretende silenciar a toda costa y deben seguir su curso procesal. Se trata de que los dos, Gobierno y partido, respondan en la misma onda en que se les está atacando.

Para ello lo primero será plantear cómo sea posible que la ofensiva ética y jurídica contra el PSOE y su Gobierno la lleve un personaje como Federico Trillo, pues esa es cuestión previa a toda otra acción.

Este Trillo es aquel que, siendo presidente del Congreso mandó un coche oficial a recoger en secreto las vacunas contra la meningitis para sus hijos cuando éstas no estaban disponibles para e conjunto de la población dada su escasez y las autoridades sanitarias insistían en que no se vacunase a los niños.

El mismo señor Trillo bajo cuyo mandato como ministro de Defensa se contrató en condiciones rayanas en la infamia un vuelo de un Yakovlev 42 para trasladar fuerzas armadas españolas. En ese vuelo se produjo un accidente en el que murieron los sesenta y tres militares del pasaje. El mismo bajo cuyo mandato se procedió a una identificación apresurada y errónea de los cadáveres originando posteriormente un sinfín de problemas, conflictos, procedimientos judiciales y un calvario para las familias. El mismo que, preguntado acerca de esta cuestión por una periodista, tuvo la desfachatez y la falta de hombría de bien de arrojarle una moneda de un euro.

Ese mismo señor Trillo no dimitió jamás por estos vergonzosos hechos, demostrando con ello ser una persona sin pundonor democrático. Ese mismo señor Trillo, además de no dimitir como ministro tampoco abandonó su puesto de diputado por lo cual numerosos familiares de los militares muertos en el accidente del Yakovlev 42, empezando por el entonces presidente de su asociación, señor Carlos Ripollés, consideraron que es una persona indigna para la política.

Ese mismo señor Trillo, a día de hoy, esgrime dos líneas de defensa cuando le afean los comportamientos descritos, a cual más indigna si cabe. Según la primera ningún juez ha encontrado responsabilidad penal suya en el innoble asunto del Yak 42. Se confunde aquí (probablemente de forma deliberada) responsabilidad penal y responsabilidad política y se toma al auditorio por una manga de imbéciles pues, si algún juez hubiera hallado tal responsabilidad, la cuestión de dimitir o no dimitir no estaría abierta. Ningún juez ha encontrado responsabilidad penal en el señor Fernández Bermejo quien, no obstante, en un gesto tan honroso para él como deshonroso es el suyo para el señor Trillo, ha presentado su dimisión. Porque lo que está en juego aquí no es la responsabilidad penal (objetiva y forzosa), sino la política (subjetiva y voluntaria), si bien solamente cuando se tienen principios.

Por la segunda línea argumental su responsabilidad política se resolvió cuando su partido perdió las elecciones en 2004 y se ha solventado definitivamente cuando, sin embargo, él obtuvo su escaño de diputado por Alicante. Sofisma que avergonzaría a cualquiera excepto al señor Trillo ya que su responsabilidad política era individual, no se sumía en la colectiva del partido en 2004 y debió substanciarse ipso facto del accidente con su dimisión en 2003. Y los escaños, en nuestro sistema electoral, no los consiguen los individuos sino las listas de partidos. Sería muy de ver cuántos votos hubiera obtenido el señor Trillo de presentarse sólo, no en las listas de un partido. Por estos motivos, lógicamente, la asociación de familiares del Yak 42 ve “insultante” que Federico Trillo exija explicaciones a Bermejo por su dimisión. Así lo reitera el actual presidente de la Asociación de familiares del Yak 42 en carta de hoy en El País titulada ¿Y Trillo habla de dimisiones? Es que en verdad es demasiado.

Por otro lado ninguno de estos juicios denigratorios formulados por las víctimas y las gentes de bien harán mella en el ánimo del señor Trillo. Éste es muy consciente de lo indigno de su proceder pues su comportamiento es una mera estrategia procesal: no dimite para no dejar de estar aforado y no tener que dar cuenta de sus actos ante su juez natural. Una actitud cuca y astuta, de escurrir el bulto, de sustraerse a la acción de la justicia, poco más o menos como en su día lo hizo el señor Ruiz Mateos, postulándose como eurodiputado con el mismo objetivo de no dar cuenta de sus actos. Y en esta actitud indigna lo apoya firmemente su partido.

En consecuencia, una vez dimisionario el señor Fernández Bermejo, el Gobierno y el PSOE no pueden admitir que, a continuación, el problema sea el señor Garzón; no pueden admitir que haya siquiera un "caso Garzón". Es obvio y clamoroso que lo que hay es un "caso Trillo" y de eso debe hablarse. Dicho en román paladino: este individuo es indigno (como dicen los familiares de las víctimas del Yak 42) de estar en política, de presidir comisión alguna y mucho más de exigir responsabilidades a nadie.

Y como el único lenguaje que este tipo de personas entiende es el suyo, el Gobierno y el PSOE deben romper toda interlocución con el PP en materia de justicia en tanto quien esté al frente de la otra parte sea un individuo como el señor Trillo y en tanto éste no dimita de todos sus cargos, empezando por el de diputado. Que ya está bien.

(La imagen es una foto de Público, con licencia de Creative Commons).

Rodin en Madrid.

Hace unos días que el complejo de exposiciones de Caixa Forum en el madrileño paseo de Recoletos exhibe al aire libre siete estupendas piezas de Auguste Rodin: el celebérrimo Pensador y las seis figuras que componen el conjunto de Los ciudadanos de Calais. Están en la explanada que hay a la entrada del edificio y el viandante que no va a tiro fijo, como un servidor, da con ellas inadvertidamente puesto que nada las anuncia. Sorpresa mayúscula, imagino, y sorpresa muy grata. Aquello está lleno de gente, incluso a la hora de comer que es cuando voy a las exposiciones, haciendo fotos con los móviles y retratándose junto a estas soberbias esculturas. No falla: cuando los seres humanos reconocemos algo genial, nos retratamos a su lado para ver si se nos pega parte de su inmortalidad.

El Pensador, esa mole de más de dos metros de alta (la imagen que incluyo engaña bastante), obliga a admirarla en contrapicado, de abajo arriba, que es como suele mirarse a las cosas grandes. El acusado atletismo de la figura, sus manazas, sus pies enormes, su musculatura tienen evidentes reminiscencias miguelangelescas; al propio tiempo el vaciado en bronce, la intensa concentración de la figura, su absoluta soledad, sin referencia alguna a ningún elemento trascendental la convierten en un testimonio del presente: el hombre sumido en sí mismo, aislado, sacando su fuerza creadora de su interior. Sabido es que el autor quiso llamarla El Poeta e incluso Dante porque estaba destinada a presidir un conjunto escultórico representativo de la puerta del infierno en la Divina Comedia, ensalzando de este modo la actividad creadora del genio. Fue la voz del pueblo la que lo rebautizó como El pensador, que ha prevalecido sobre otro uso alternativo: "la filosofía". Considero una feliz coincidencia que la voz popular y la del artista hayan convertido en sinónimos "pensamiento" y "creación". Porque el pensamiento humano, el logos, es tal cuando es creación, cuando de su actividad brota algo, algo que antes no existía, algo como El pensador, alegoría del hombre que se hace a sí mismo de la nada.

El vaciado en bronce permite que haya bastantes copias de esta imagen que, en realidad, no son "copias" sino "originales sucesivos". Se contabilizan unos veinte rapartidos por todo el mundo; por desgracia ninguno en España. No me detuve a ver de dónde procede la que se exhibe en Caixa Forum aunque supongo sea la que está en la tumba de Rodin y que pasa por ser la "original".

El grupo Los ciudadanos de Calais bronces igualmente y de los que igualmente hay como veinte copias en diversos lugares del mundo, hace referencia a un episodio de la Guerra de los Cien Años, hacia el siglo XIV, cuando el rey inglés Eduardo III, tras poner sitio a la ciudad de Calais exigió que se le entregaran seis ciudadanos voluntariamente que se presentarían descalzos en el campo inglés, vestidos con una camisa y con una soga al cuello, clara premonición de lo que contaba hacer con ellos. A cambio, no dejaría perecer de hambre a los habitantes de la ciudad asediada. Seis de los más pudientes ciudadanos se presentaron voluntarios y fueron conducidos al campo inglés en donde el Rey ordenó que los colgaran, cosa que no sucedió por la intercesión de sus cortesanos y, en especial, de su mujer. Normalmente (pero no siempre) estos ciudadanos (ya sé que la traducción habitual es la de "burgueses de Calais"; pero me parece una versión literal no afortunada) se exponen formando un grupo cuya característica esencial es que está compuesto por seis individuos perfectamente independientes, que no guardan ninguna relación entre sí fuera de la de ser parte del grupo de rehenes. Eso da al conjunto una fuerza extraordinaria que obliga a contemplarlo dando vueltas en torno suyo para observar los rasgos particulares de cada ciudadano. La Caixa ha decidido mostrarlos por separado lo que no sé si es un acierto. Por supuesto permite contemplarlos uno a uno más a sabor, pero se pierde esa fuerza extraordinaria que tiene un grupo de individuos independientes entre sí, sólo unido por el hecho de compartir un aciago destino.

(La primera imagen es una foto de wallyg, la segunda de Dionetian, ambas con licencia de Creative Commons).

dimarts, 24 de febrer del 2009

Diálogo de los dos Marianos.

Es noche cerrada en mitad de la tormenta. Ráfagas de viento y lluvia golpean los ventanales del Refugio del pirata, edificio neogótico que se asoma a la Costa da Morte en Galicia y en donde se encuentra alojado don Mariano Rajoy que anda de campaña electoral por su tierra. Su sueño es inquieto y sobresaltado, se revuelve en la cama, lanzado algún gemido que otro. Por fin se despierta, enciende la lámpara y contempla con espanto a los pies del lecho el espectro de don Mariano Fernández Bermejo que se le aparece como un nuevo Banquo. En ese momento, un chasquido de un rayo próximo deja el hotel sin luz. La escena queda ahora bañada en la lívida luz ocasional de los relámpagos y el suave resplandor ectoplásmico del ex-ministro de Justicia.

Mariano R. ¿Qué quieres, espectro? ¿A qué has venido aquí? Vete de mi presencia. Ya no eres ministro.

Mariano B. Por eso precisamente he venido. Tengo algunas cosas que ajustar contigo. Pero no temas, que no te haré violencia.

R. ¡Yo no trato con espectros! A mí sólo me preocupan los problemas de los españoles.

B. El primero de los cuales es el partido de presuntos mangantes y chorizos que diriges.

R. ¡Esas son calumnias, mentiras, difamaciones! Aquí no hay más que una campaña del Gobierno en contra del PP organizada por ti y por el juez socialista Garzón en esa cacería por la que has tenido que dimitir.

B. Sí, yo he dimitido por coherencia y honradez. A vosotros, en cambio, no os salva ni la paz ni la caridad de los procesos por corrupción en la que estáis hasta las cejas

Rajoy se levanta en pijama, camina medio a tientas hasta el mueble bar y se sirve un whisky.

R. ¡Jajaja! No me hagas reír, Vermello. Por ahora tú has tenido que dimitir y al juez Garzón le queda un telediario, cuando se recupere del sofocón que le ha dado. De momento aquí sólo se habla de vosotros dos, pardillos. Hemos conseguido cambiar el marco del debate, el foco de la atención.

B. Las investigaciones seguirán su curso...

R. Sí, pero en los Tribunales Superiores de Justicia de Madrid, de Valencia, en el Supremo, que son magistrados integérrimos, imparciales...

B. Quieres decir de los vuestros.

R. Oye, Vermellín, que a ese pío varón que preside el Supremo en olor de santidad y en obediencia a Monseñor Rouco Varela no lo puse yo. Yo hubiera puesto a alguien con más fibra. Lo puso tu señorito.

B. Aun así, con mi dimisión se cierra una etapa y se vuelve al asunto que importa: la corrupción del PP.

R. Alto ahí; no corras. Todavía tenemos mucha tajada que sacar de tu dimisión. ¿No sabes, infelice, que las dimisiones son como los racimos de cerezas? Tiras de una y vienen más.

B. Será si haces leña del árbol caído.

R. Normal muchacho, en política eso es normal. Oye ¿quieres un whisky? Ah, no, olvidaba que los espectros no beben. Ahora vamos a dar un rato la murga con Solbes, el propio Zapatero; y la dicharacha Díez está echándonos una manita pidiendo la dimisión de toda la bancada sociata. Eso para abrir boca. Para luego, ya se nos ocurrirá algo. Tengo a Trillo, uno de mis fieles, volcado en el asunto y ese tío es fantástico enredándolo todo.

El espectro emite un gemido.

B. Trillo, el que no admitió responsabilidad alguna ni dimitió por haber contratado un vuelo sin garantías en el que perecieron sesenta y dos militares españoles. Y tiene el rostro de pedir la dimisión de los demás; él, que es una persona indigna.

R. Cuestión de oportunidad, amigo mío. Hay que saber resistir.

B. En efecto, es vuestra fórmula: resistir. Cuando el Prestige de cacería estaban Fraga, presidente de la Xunta y Álvarez Cascos, ministro de Fomento. De cacería siguieron y ninguno dimitió de nada.

R. ¿No te digo? Es que habéis nacido ayer, hombre. Nunca se debe dimitir porque es peor. A ver. Yo mismo era entonces vicepresidente del Gobierno, dije los de los hilillos de plastilina... y aquí estoy, a punto de convertirme en presidente del Gobierno español dentro de tres años.

Por primera vez el espectro pareció relajarse. Se sentó en un sillón y cruzó las piernas.

B. Habrá que verlo. Con las pruebas de corrupción que hay y lo que se os viene encima no vais a comeros una rosca.

R. ¿Por qué?

B. Porque esa miriada de consejeros, concejales, asesores, espías que tenéis, todos más ladrones que caco, según indicios, salpican además a vuestros políticos más emblemáticos, como Esperanza Aguirre o Francisco Camps. Y eso sin contar con las ramificaciones de esa trama de corruptos que afecta a ministros de los gobiernos de Aznar.

R. Eso de que hablas ¿son imputaciones en firme o meras suposiciones? Porque si son imputaciones en firme, te va a caer un querellón de órdago. ¿De eso es de lo que conspirabas con Garzón el sociata mientras le dábais al venado? Otro querellón al juez.

B. No, no, son indicios, ya lo he dicho, presunciones, suposiciones, pero muy sólidos. Todo eso pondrá en marcha la maquinaria de la justicia...

R. ¡Ja! La maquinaria de la justicia. ¿Sabes tú por dónde nos pasamos la maquinaria de la justicia? Exactamente, hombre, por donde lleva cinco años pasándosela ese ciudadano ejemplar que es Carlos Fabra, que seguirá así hasta que esos presuntos (e inexistentes) delitos hayan prescrito.

B. Esta vez no; esta vez os hemos pillado. La trama es de avío y os va a caer un paquete en consecuencia.

Ya con más familiaridad, Rajoy se sirve otro whisky a tientas, suspira como quien tiene que hacerse cargo de un alumno retrasado, mueve la cabeza de un lado para el otro y regresa a su mullido lecho.

R. Los progres, sociatas y rogelios no tenéis arreglo. Tantos años estudiando marxismo para nada. Aún no habéis entendido que los (¿cómo los llamáis?) "aparatos represivos del Estado", la policía, los jueces, son intrínsecamente de derechas, de los nuestros, vamos. Pregunta por ahí que pasó con el caso Naseiro. Y también lo son lo que llamáis "aparatos ideológicos del Estado", los medios de comunicación, la Universidad, la Iglesia. No te cuento nada, la Iglesia. Todos a sacarnos las castañas del fuego porque las derechas, a diferencia de los progres y la izquierda, sabemos muy bien en dónde están nuestros intereses y vamos unidos a ellos como una piña.

En ese momento vuelve la luz y, desconcertado, el espectro de Bermejo hace ademán de incorporarse como si quisiera poner fin a la entrevista, lo cual es innecesario porque ya haa empezado a desvanecerse mientras Rajoy termina su parlamento.

R. Además, la gente, los electores, que son muy sabios, comprenden que la corrupción es inherente a la actividad política, que todos los políticos somos iguales de corruptos (ya se encargan nuestros intelectuales de difundir este argumento) y que, a igualdad de corrupción, más cuenta traemos nosotros que sabemos hacerlo con clase y estilo y la costumbre, convertida en derecho, nos viene de antiguo, de la tradición, de cuando los antepasados de esos votantes eran los siervos de los nuestros. Y eso les hace votarnos y, cuanto más inútiles y más corruptos, más nos votan. Pregunta, pregunta, cuántos votos sacamos en la aldea en la que impactó de lleno el chapapote del Prestige.

Pero ya no queda nadie escuchándolo. El espectro de Bermejo se ha desvanecido como humo y al pie del sillón en el que se sentó sólo queda un charquito de agua de la lluvia que le cayó encima al entrar en Refugio del pirata. Rajoy paladea su whisky, apaga la luz y reconcilia el sueño, brevemente interrumpido por un amago de pesadilla.

(La imagen de Rajoy es una foto de Contando estrelas, la de Fernández Bermejo, de Público, ambas con licencia de Creative Commons).

El arte crudo.

En el Museo del Prado hay una estupenda exposición retrospectiva de Francis Bacon con obra representativa de toda su vida. También hay un vídeo que recoge una de las famosas entrevistas que le hizo David Sylvester allá por los años sesenta interesantísima de ver y escuchar porque en ella se aprende mucho del sentido y la técnica de la pintura de este genio del siglo XX. Se aprende, siempre que uno esté en guardia ante los intentos de Bacon de mistificar, de ocultar sus rastros de dificultar la comprensión cabal de su obra, muy poderosa y muy hermética. Por ejemplo, sostiene que él pinta directamente, con unos breves apuntes y sin dibujar nunca. Salta a la vista. Es la conclusión a que se llega con una primera visión de su trabajo: es pintura directa, sin dibujo previo y uno imagina lo complicado que tiene que ser eso. Sin embargo este dato es y no es cierto al mismo tiempo. Junto a la obra pictórica la exposición del Prado tiene una sala dedicada a exhibir parte del enorme legado de materiales de todo tipo, sobre todo gráficos, que dejó el artista a su muerte. Amplísimas colecciones de fotografías, reproducciones, libros, revistas gráficas: todo material a partir del cual trabajaba. No considerándose muy bueno en la pintura con modelos, tridimensional, se concentró en las representaciones gráficas de lo que quería pintar, dos dimensiones, y eso explica la relativa falta de necesidad del dibujo. Bacon es en buena medida un pintor de fotografías. En ciertos casos las fotografías no sólo le daban temas, sino también su tratamiento. Por ejemplo, tenía abundante material representativo de la fotografía secuencialista de Eadweard Muybridge con sus experimentos cinemáticos de un perro caminando o de dos luchadores en el ring, etc. Bacon se valió sistemáticamente de Muybridge para plasmar la variedad de posiciones de sus figuras y su movimiento. Sobre todo el movimiento, que es una de las características esenciales de la obra del artista. Él mismo era fotógrafo o se hacia retratar por amigos fotógrafos y usaba luego las tomas como base para retratos y autorretratos.

Esa influencia fotográfica se exacerba en el caso de la fotografía en movimiento, el cine. Algunas de las piezas que se muestran en la exposición atestiguan la muy conocida influencia que ciertas películas ejercieron sobre la obra de Bacon, desde luego, El acorazado Potemkin, con las escenas en la escalera de Odessa y el primer plano de la niñera alcanzada por un proyectil y tambén Intolerancia, de David Griffith o Napoleon, de Abel Gance.

Pero todo esto no son sino consideraciones formales, triviales para lo que es el auténtico interés de la pintura de un autor sin parangón, único, que retrató el sentido más profundo de su época, casi todo el siglo XX (nacido en Dublín en 1909 y muerto en Madrid, en 1992), así como su propia peripecia personal, su vivencia en él, creando una forma de expresión pictórica original, de enorme belleza e impacto y bastante dificultad de entendimiento. No es infrecuente encontrar gente que no soporta a Bacon; algunos lo encuentran repulsivo (esa sensación es muy común), otros provocador, otros insolente, desagradable, etc. Lo que no suele suscitar es indiferencia.

Un recurso muy habitual a la hora de explicar la obra de Bacon es recurrir a su biografía para justificar las peculiaridades de su obra. Suelen mencionarse las difíciles relaciones con su padre y, por supuesto, su homosexualidad muy activa en una sociedad como la británica a mediados del siglo XX en que este comportamiento era un delito. Se añade su temperamento bohemio, sus etapas de intenso alcoholismo y su turbulenta vida de pareja con amantes, a veces delincuentes. Y se corona con su tendencia a la expatriación. ¿Qué puede ser más significativo para un británico que le digan que otro británico prefiere Montecarlo o incluso Marruecos y Argelia para vivir que Gran Bretaña? Tal era el caso de Bacon.

Sin duda su biografía es importante, decisiva en su obra en la que se aborda la temática homosexual de modo permanente. Pero no es la clave completa ya que ésta viene dada por las convicciones religiosas y filosóficas del autor: su ateísmo militante y su existencialismo, convicciones que ilustran muy bien su modo de presentar la figura humana, la condición humana como condición puramente animal, sin grandes diferencias con los perros. Condición animal que, llevada a su última consecuencia le hace presentar la carne como material de trabajo en los mataderos. Así se entienden esas interpretaciones de las crucifixiones en las que tanto trabajó a lo largo de su vida y que son espectáculos que me atrevo a decir que uno no puede olvidar. Y por cierto que en ellas está toda la historia de la pintura porque este nihilista autodidacta era un pintor absolutamente vocacional. No hubiera podido hacer otra cosa en la vida. Él mismo reconoce que en sus crucifixiones (el punto supremo de la iconografía cristiana, sobre todo católica) se encuentra desde el crucificado de Mathias Grünewald hasta el de Picasso y después de su muerte (de Bacon) se pudo saber que también había acudido a presenciar ese extraño espectáculo que sólo se representa cada diez años de la pasión de Oberammergau. No quiero extenderme mucho en este extremo y se me permitirá que considere a Bacon un pintor metafísico, un pintor ateo metafísico.

Esa posición filosófica impregna también su modo de abordar su temática que fue abrumadoramente retratística. Retratos que no son figurativos ni no figurativos y que resultan de imposible clasificación. Habiéndosele seleccionado en sus comienzos para una muestra colectiva surrealista fue rechazado por no serlo suficiente. En alguna ocasión se le ha considerado expresionista, pero siempre con su rechazo. Bacon es Bacon y constituye un estilo por sí solo. Sus retratos son interpretaciones de las personas en clave propia, distorsionadas a extremos que resultaban a veces desagradables a los mismos modelos, razón por la cual él volvía a preferir trabajar sobre fotografías de los retratados antes que al natural y este criterio lo aplicaba incluso en el caso de modelos muertos. Sus celebérrimas versiones del retrato del Papa Inocencio X de Velázquez están hechas sobre reproducciones y el autor confiesa a Sylvester que, habiendo pasado una temporada en Roma, no se acercó a contemplar el original. Distorsiones, anamorfosis, todo vale para dar una visión habitualmente cinética de las personas (que están aullando, o girando sobre sí mismas, o moviéndose o agachándose, todo ello extraído del estudio prolijo de Muybridge) en espacios insólitos, rotos y recreados por el autor, cajas de vidrio, barreras y marcas que delimitan a su antojo el lugar de la representación.

En su última etapa pintó gran cantidad de trípticos, técnica en la que se condensan diversas referencias, el carácter sacro de los retablos y, según él mismo decía, las fotos de fichas de la policía, una de un lado, otra de otro y la tercera de frente. Quien haya visto el Tríptico de 1973, ilustrando la muerte por suicidio de su amante George Dyer reconocerá la potencia expresiva de la técnica.

A lo largo de su vida Bacon, que era un perfeccionista, destruyó una gran cantidad de obra propia que no le satisfacía. Era muy autocrítico. Lo reconoce en el vídeo de Sylvester. Con lo cual se conserva poca obra suya de sus comienzos. Pero alguna hay y su exposición en esta muestra permite ver algo con mucha claridad: cómo el pintor se mantuvo fiel a su forma peculiarísima de ver y representar el mundo, pero cómo también fue perfeccionando su estilo, purificándolo hasta hacerlo sublime. Que la sangre, la violencia, la carne abierta en canal, los vómitos, las defecaciones, la miserable condición humana sin esperanza, sin sentido, sin ilusión pueda llegar a ser sublime es el misterio del arte.

(La segunda imagen es un Estudio para cuerpo humano, de 1949 y la tercera un Retrato de George Dyer en un espejo, 1968).

dilluns, 23 de febrer del 2009

El ultimátum.

¿Desde cuándo lanzan los ciudadanos de un país, sean partido, entero o kilo y medio, desde cuándo, digo, lanzan ultimata a los jueces? ¿Cómo se entiende eso en un Estado de derecho? ¿Qué se han creído en el PP que son para emplazar al juez Garzón a inhibirse en la instrucción que sigue so pena de que le caiga una querella por prevaricación supongo que con el valioso asesoramiento del prevaricador juez Gómez de Liaño? Pero ¿esto qué es? El PP, partido de la porra o partido provocador, muestra carecer de todo respeto hacia los poderes del Estado y actuar frente a ellos en actitud agresiva y chulesca. Y lo gordo es que la idea de ese increíble ultimatum, al parecer, procede del señor Trillo, un jurista. Menudo jurista. Pero tiene el entusiasta apoyo del señor Rajoy porque responde muy bien a su talante: amenazar, cortar relaciones y contactos, boicotear acuerdos. El estilo bombástico de quienes no conocen prudencia ni mesura.

También en el territorio de los ultimata se mueve el pesado ritornello del señor Rajoy en esta campaña de Galicia y el País Vasco: que el señor Bermejo sea cesado (sic) como ministro de Justicia. Está claro que tanto en este caso como en el anterior del intento de apabullar al señor Garzón con métodos de jayanes de lo que se trata es de desviar la atención pública de la tupida red de sinvergüenzas, ladrones, extorsionadores, espías y cargos públicos hasta las cejas en la corrupción (todo ello presunto, desde luego) en que parece estar sumido el PP en Madrid, Valencia y algunos otros lugares. Pero ese intento está condenado al fracaso a la vista de cómo vienen los hechos.

Palinuro es partidario de que el señor Bermejo dimita más que nada por cazador; pero, ya que el señor Rajoy ha convertido esa dimisión en una exigencia perentoria que suelta varias veces en todos sus mítines, creo que lo más prudente será que el ministro no dimita hasta pasadas las elecciones. Sólo por chafar la fiesta a los del ultimátum. Que ya está bien, hombre; que este país no es su cortijo ni los funcionarios públicos o poderes del Estado sus lacayos. Y, si quieren gobernar, que aprendan primero que las vacas son hembras, dato que tomo del blog de Manolo Rico Trinchera digital.

Por lo demás, la avalancha de casos de corrupción que el PP trata de ocultar están ya a punto de sepultarlo por mucho que cierre filas hablando de una fabulosa conspiración en su contra. No hay más que ver las reacciones específicas de las dos Comunidades Autónomas más afectadas, la valenciana (CAV) y la madrileña (CAM), dos feudos del PP en los que este partido ha hecho y deshecho como le ha dado la gana en los últimos diez años y en donde encontró refugio la banda de presuntos ladrones una vez que los espabilaron de la calle Génova en 2004. En la CAV, ante la noticia de que el presidente, señor Camps, puede estar implicado en un caso de soborno, el PP se ha cerrado en banda, hablando de una campaña contra él. Con lo fácil que le sería al señor Camps negar limpiamente la acusación que se le hace. Entre tanto, se siguen conociendo más casos de supuestos mangoneos y trinques en la administración autonómica a cargo de ese estrafalario personaje llamado "el bigotes" y el también imputado por una batería de supuestos delitos, el señor Fabra, sale garante de la honradez del señor Camps. Es como de opereta.

Y lo mismo está pasando en la CAM. Tras achicharrarse las manos la señora Aguirre, forzada por los incontrovertibles hechos, puso en marcha una comisión de investigación presidida en un primer momento por quien luego tuvo que dimitir por estar, según parece, tan implicado en la trama corrupta como los demás. La finalidad de la comisión es que no se investigue nada, que no se sepa nada del abracadabrante episodio de los espionajes de la CAM y, sobre todo, sobre todo, ocultar las dudosas adjudicaciones de obras que el señor vicrepresidente ha estado haciendo presuntamente en favor de sus familiares y amigos e impedir asimismo que se sepa algo de lo que ya parece como la fabulosa vida del consejero Granados y sus curiosas aventuras inmobiliarias.

Me temo que nadie ha explicado a estas gentes que cuanto más traten de falsear los hechos, de responder con la política partidista a las imputaciones penales y de obstaculizar la acción de la justicia, peores y más dañinas serán las consecuencias.Creo que con estas reacciones de tan mal estilo, las sospechas se reafirman y los indicios se hacen cada vez más claros. Me da en la nariz que a la señora Aguirre y al señor Camps, responsables políticos de esta lamentable situación les quedan dos telediarios en sus cargos.

(La imagen es una foto de Contando estrelas, con licencia de Creative Commons).

El cálculo del desastre.

Hacía algún tiempo que no se oía nada de la teoría económica marxista, antaño tan prolífica; al menos yo la tenía algo perdida de vista. Este libro de Palermo (El mito del mercado global. Crítica de las teorías neoliberales, El viejo topo, ¿Madrid?, 2008, 254 págs.) viene a recordar que esa teoría económica aún está viva y produce resultados. Ciertamente más en el terreno crítico que en el propositivo. La obra de Palermo es en efecto una crítica (y una buena crítica) de las teorías económicas neoclásicas y/o neoliberales; pero no es tan bueno (por no decir que es lamentablemente malo) en el aspecto positivo, esto es, en la determinación de la(s) posible(s) alternativa(s) a las formulaciones teóricas que con tanto acierto critica.

La intención confesa de Palermo, un economista académico italiano que ha desempeñado puestos de importancia en cargos económicos del gobierno de Italia, es dar cuenta de las teorías que consideran inamovible la racionalidad del mercado en su forma idealizada, esto es, de las teorías que hoy día son hegemónicas en el campo científico.

El gran cambio que permite que luego del ataque marxista se recompongan las teorías liberales a partir de 1870 son las respectivas obras del francés, Léon Walras, el inglés Stanley William Jevons y el austríaco Carl Menger, fundador de la escuela austríaca, puntal del neoliberalismo a lo largo del siglo XX. Se da así en el último tercio del siglo XIX una sustitución de las teorías ricardianas y marxistas hasta entonces dominantes por la escuela marginalista (fundamentada en los modelos matemáticos y sobre todo en el cálculo diferencial) y la austríaca. Lo que une a estas dos ramas liberales es la teoría subjetiva del valor frente a las teorías objetivas de Ricardo y Marx y única compatible con el presupuesto del individualismo metodológico que ambas comparten. La diferencia radica en que mientras la escuela neoclásica opera mediante razonamientos matemáticos la escuela austriaca es muy crítica frente al formalismo matemático (p. 26).

El problema al hablar de la racionalidad del mercado es que hay que hacerlo en relación con unos objetivos ya que no existe una racionalidad "absoluta" o genérica (p. 36). Para la ciencia burguesa el mercado es racional, eficiente, deseable y neceario. Ahora bien, sólo es racional para una curva de la demanda dada, la llamada "demanda solvente". Lo que no entre ahí no existe. Por esta razón habla la teoría económica burguesa de "soberanía del consumidor" (p.38). Es eficiente de acuerdo con la teoría del óptimo de Pareto que sin embargo es contradictoria pues no puede dar cuenta de aquellos casos reales en los que es posible estar mejor aun estando mal (p. 41). Es deseable para todos los que tienen medios para comprar y es necesaria a fin de que los soberanos sigan siéndolo (p. 44).

La teoría admite que a veces el mercado no es eficiente, lo que da lugar a la próspera rama teorica de las fallas del mercado (p. 48). Sostiene además Palermo que la racionalidad del mercado no es tal y que si tuviera algo que ver con algún principio moral, no se admitiría como se hace el hecho de que un trabajo duro y peligroso se remunere más que uno que no lo es (p. 52). Sin duda esto es así siempre: los puestos de minero se pagan menos que los de ingeniero. Pero de aquí no cabe derivar una inconsistencia de la teoría neoliberal salvo que se siga aferrado a la teoría objetiva del valor y, si tal es el caso, carece de sentido hablar de una crítica a la doctrina neoliberal desde sus propios presupuestos.

En cuanto a la supuesta equiparación entre mercado y democracia, la base del neoliberalismo es el teorema de Arrow según el cual, como se sabe, cualquier intento de definir la preferencia social por un bien a través de un procedimiento democrático de votación no es compatible con el óptimo de Pareto (p. 55). El mercado no es democrático, no funciona según el principio de una cabeza un voto, sino según el de un dólar un voto. La cuestión de la democracia económica es algo que no afecta en absoluto a la teoría económica. La distribución del derecho de sufragio es exógena al modelo con que trabaja el economista. Suena aquí una vieja melodía crítica: la igualdad en el mercado es formal y perfectamente compatible con una desigualdad sustancial. La idea de que la variedad de bienes en el mercado es algo positivo en el plano normativo es cierta para quien tiene elección, pero eso depende de la distribución de la riqueza en un momento dado, o sea del status quo, cuestión también exógena a los modelos económicos (p. 67).

Sostiene Palermo con bastante acierto que el mercado es concepto plagado de mitos. Es un mito que el mercado sea justo o libre, desde el momento en que no se nos da opción a vivir en una situación de no-mercado (p. 71) lo que implica que una de las tres famosas opciones de Hirschman, salida, no está disponible en realidad. Lo que los teóricos burgueses parecen no entender es que las relaciones de poder son relaciones sociales y no relaciones entre agentes aislados. Las reglas consagran la desigualdad de posibilidades y en ausencia de reglas rige la del más fuerte (p. 77) con lo que no cabe hablar de justicia. También es un mito que el mercado genere igualdad de oportunidades en una sociedad dividida en clases desiguales de trabajadores y capitalistas (p. 81). Mito es asimismo que el mercado sea productor de riqueza ya que medir la riqueza producida sin hacer referencia a su distribución carece de sentido (p. 84). También es mito que el mercado descubra y administre la información. En modo alguno está probado que el mercado sea mejor que la planificación como se prueba por el modelo de Lange-Lerner, la aportación de la programación lineal a la economía planificada (p. 92) y la existencia de las "fallas del mercado", reconocidas por la propia teoría neoclásica (p. 94). En el siglo XXI, concluye Palermo, todo el mundo planifica. Planifican las empresas, a veces enormes, con volúmenes de negocios que superan en mucho los PIB de la mayoría de los Estados del mundo (p. 98). Probablemente su afirmación más problemática aquí sea que la causa de la crisis de la Unión Soviética no fue el fracaso de la planificación y que, en consecuencia, la escuela austríaca no estaba en lo cierto al criticar la planificación como intrínsecamente contraria a la racionalidad económica (p. 101).

Desde el puunto de vista de Palermo la dialéctica de la teoría económica es la relación entre los mercados teóricos y los reales. El modelo típico de la teoría neoclásica, el del equilibrio económico general formulado en términos matemáticos, está basado en tres conjuntos de hipótesis: la tecnología, las preferencias individuales y las dotaciones de los individuos, siempre concebidos como datos exógenos (p. 105). El equilibrio (aquel punto de intersección de las curvas en el que nadie está interesado en cambiar) parte de dos teoremas que demuestran la tesis de la eficiencia del mercado competitivo: 1º) cualquier equilibrio de competencia perfecta en el mercado es un óptimo de Pareto; 2º) cualquier equilibrio en el óptimo de Pareto se puede obtener por el juego competitivo de los mercados, a partir de una determinada distribución inicial de los recursos entre los agentes (p. 107). La crítica de Palermo, sin embargo, se centra en atacar el supuesto básico de que los datos sean exógenos al modelo: toda tecnología admite alternativas. Si las preferencias, han de ser operativas, tienen que ser completas y transitivas pero desde Condorcet sabemos que pueden no serlo y que la soberanía del consumidor puede ser falsa. Y tampoco las dotaciones pueden entenderse como exógenas al modelo. Aún quedan otros tres axiomas: el de la monotonicidad, la continuidad y la convexidad que sólo se entienden por métodos analíticos pero que el autor considera no compatibles con la eficiencia paretiana del mercado de competencia perfecta (p. 124).

A su vez, la teoría de las fallas del mercado, esto es, aquellas situaciones en que un mercado de competencia perfecta es ineficiente (de acuerdo con el óptimo paretiano) se concentra en tres casos: los rendimientos de escala creciente, las externalidades y los bienes públicos (p. 137). La respuesta de la teoría neoclásica es que si hay fallas es porque los mercados están poco difundidos. En el caso de los rendimientos crecientes se acude a teorías como la de los "mercados desafiables", de W. Baumol, John C. Panzar y Robert D. Willig y en cuanto a las externalidades y las dotaciones de bienes públicos a teorías como la del equilibrio de Lindhal que a su vez no funciona a causa del efecto del free riding (p. 147). Resumiendo, para Palermo los mercados reales se distinguen de los teóricos en que siempre son ineficientes (p. 148). La pregunta que habría que hacer al autor para ser consecuente con sus propios supuestos es: ineficiente ¿para quién?

Vistas las limitaciones de la teoría neoclásica para llegar al óptimo de Pareto, aquella recurre a dos expedientes: 1º) asumir que la realidad debe ajustarse al modelo teórico y 2º) reducir el número de restricciones matemáticas que se deben introducir en el modelo del equilibrio general (p. 151). El segundo se hace a traves del neo-institucionalismo y el neo-keynesianismo que no tienen nada que ver con el institucionalismo y el keynesianismo clásicos ya que estos rechazan el dogma del individualismo metodológico y el de la eficiencia del mercado (p. 155). Por último, el llamado "enfoque radical" es un puente entre la teoría neoclásica y la marxista. La diferencia entre la primera y la segunda es que en la primera la explotación se da en la esfera de la producción mientras que en la segunda se da en la del intercambio (p. 164).

Por último reconoce Palermo que los valores que se predican del mercado, esto es, el individualismo, la meritocracia y la competencia (p. 170) se postulan asimismo como universales de tal modo que hasta la izquierda aparece inficionada con la hegemonía ideológica del mercado, cosa que se echa de ver en el modo en que aborda cuestiones como la inmigración, la enseñanza o la regulación del trabajo. En definitiva, se da una victoria cultural de la nueva derecha (p. 183).

Ante el panorama, Palermo se plantea la clásica pregunta leninista, "schtó dielach?" (¿qué hacer?) con lo que la última parte del libro aborda el campo de las propuestas alternativas que, como decía al principio, son mucho más pobres e insatisfactorias que la crítica que consigue armar a las doctrinas neoliberales. Sostiene con bastante razón a mi juicio (sobre todo en estos momentos de crisis económica que ha sido posterior a la redacción del libro pero en buena medida lo corrobora) que aunque los liberales defiendan la desregulación son la planificación pública y privada las que siempre impiden el colapso final del mercado (p. 208). A título de digresión cabría señalar aquí cómo el actual hundimiento de los mercados financieros internacionales se debe a la desaparición de la planificación y la regulación en ese campo.

Pero a partir de aquí, las propuestas y recetas de Palermo suenan a muy conocido, ya probado (y fracasado) o excesivamente abstracto y genérico y, por lo tanto, inaplicable. En el mercado, argumenta, la asignación de recursos se hace según los objetivos de los consumidores individuales; en la planificación, según los objetivos de ésta (p. 209). Pero eso es lo grave porque obliga a creer con fe religiosa que, a su vez, los objetivos de la planificación, que no existen pues en la realidad sólo hay objetivos de los planificadores serán buenos y justos.

El intento de resolver la irracionalidad del mercado mediante el control de precios es sólo un paliativo que generalmente acarrea consecuencias peores, como el contrabando o el mercado negro y lo mejor es la planificación (p. 215). Lo primero es cierto, al menos desde el famoso edicto de Caracalla llamado De rerum venalium, pero lo segundo está todavía pendiente de demostración y no estoy seguro de que haya mayorías ansiosas por volver a hacerlo después de la experiencia soviética. Quizá no esté de más recordar aquí, cosa que Palermo parece olvidar, que cuando Arrow formula su famoso teorema de la imposibilidad de una única función de bienestar social en democracia añade que esa sólo es posible en dictadura. El corolario es evidente: la planificación central general sólo puede darse en condiciones de dictadura. Las consecuencias del corolario son no menos evidentes.

La solución genérica que propone Palermo es desmercantilizar todos los bienes y servicios que nos importen. "Desmercantilizar" es un curioso verbo que suena mejor que abolir el mercado sobre todo porque no parece confrontarnos con la siguiente urgencia: para sustituirlo ¿por qué? ¿Por la planificación? A lo largo del libro, Palermo ha jugado con la disyuntiva entre mercados teóricos y mercados reales al hablar de la teoría neoclásica, pero no la aplica a su afición a la planificación. Sin embargo él mismo es un ejemplo de ello: su idea de la planificación (teórica) no coincide con la planificación real que hubo en su momento en el mundo. De ahí que sostenga que la planificación no fue la causa del hundimiento de la Unión Soviética. Pero como no aporta prueba alguna de ello, tambión podría sostener cualquier otra cosa.

Teniendo en cuenta lo anterior juzgue el lector lo que hay de novedoso y prometedor en la síntesis del programa que propone Palermo:

- 1º) Confrontación política democrática para establecer las prioridades sociales y los objetivos económicos.

- 2º) Ampliación del espacio económico regulado mediante planificación.

- 3º) Progresiva sustitución del principio burgués "de cada uno según sus necesidades, a cada uno según sus capacidades" poir el comunista "de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades".

- 4º) Progresiva desmercantilización de los diversos ámbitos de nuestra vida. (p. 221).

Tiene uno la impresión de que el siglo XX no hubiera pasado o que algunos no aprenden de las experiencias. En resumen: un buen libro en el aspecto de crítica a las teorías neoliberales y un libro malo y pobre en el de las propuestas concretas alternativas. Q.E.D.