dijous, 29 d’octubre del 2009

Filosofía de la historia de la filosofía.

Culmina con este texto el señor Savater, y según él mismo advierte al final, su proyecto de abordar el tratamiento de la filosofía, por temas o en visión histórica, para hacerlo accesible a un público de adolescentes y de adultos no especializados pero con interés en el saber perenne. Esta historia de la filosofía (Fernando Savater, Historia de la filosofía sin temor ni temblor, Madrid, Espasa-Calpe, 2009, 302 págs), como todas las de su género, dice mucho, incluso más, sobre el autor que sobre su mismo objeto. Aquí podríamos empezar por ese temor y temblor que en Kierkegaard suscita la reflexión sobre Abraham quien se dispone a hacer con su hijo adolescente lo contrario que Savater: matarlo en lugar de ilustrarlo.

La obra se presenta con algunas características dignas de breve mención: está muy bien escrita, con ese estilo fluido, un poco cheli, conversacional, que Savater maneja con maestría y encaja a la perfección en la tarea de describir y explicar cuestiones filosóficas simples, pero resulta una limitación cuando éstas, las cuestiones, se hacen algo más enrevesadas y ya no se dejan exponer de modo tan alígero. Pasa el alguna ocasión (el tomismo o Wittgenstein me ha parecido detectar) y desmerece.

El libro está escrito en técnica contrapuntística, un poco al estilo -creo recordar- de El mundo de Sofía en el que el relato principal viene acompañado de un diálogo entre un chico, Nemo y una chica, Alba. Supongo que los nombres no son inocentes y que Nemo remite a Julio Verne y Alba, quizá, a la idea que el autor apunta al final de la obra acerca de la incorporación de las mujeres a la reflexión filosófica y que es la que le ha llevado a incluir en el elenco a Hannah Arendt y María Zambrano en una decisión que, imagino, quiere equilibrar la justicia con el oportunismo. Estos diálogos tratan de encarnar aquí y ahora el eterno rumiar filosófico, pero entiendo que debieran haber sido pensados algo más. No basta con situar a los protagonistas frente al faro de Alejandría o al pie de una barricada parisina; es necesario que lo que digan esté en el torbellino reflexivo de la vida y tenga menos juegos de palabras.

La obra está muy gratamente ilustrada por un hermano del autor, Juan Carlos Savater, básicamente a base de acuarelas que se agradecen mucho. No obstante tambien cabe hacer aquí algún reproche: las imágenes están tratadas como el texto, esto es, de un modo excesivamente convencional. Es cierto que Fernando Savater discurre sobre la figuras de los filósofos y sus doctrinas con gracia y elegancia y lo mismo sucede con el ilustrador; pero también lo es que ninguno de los dos ha tratado de ir un poco más allá y de buscar el punto de interés y originalidad por debajo de la visión al uso. Algún ejemplo para entendernos en el campo de la propuesta gráfica: ¿qué tal situar a los filósofos en una circunstancia orteguiana específica? Aristóteles con Alejandro Magno, por ejemplo; o Galileo ante el Santo Oficio; Hobbes acompañando a Carlos I al patíbulo; Rousseau herborisant; Kant bajo un cielo estrellado.

Sin duda las críticas deben versar sobre lo que hay y no sobre lo que no hay, pero entiendo que una propuesta gráfica más audaz hubiera sido más prometedora y engancharía más al lector. De todas formas eso es también lo que cabe decir del texto. El autor se ha atenido en exceso a mi juicio al carácter conservador de la editorial y no dice nada de los filósofos y sus doctrinas que no pueda encontrarse en las fuentes que con toda honestidad cita al final: Russell, Ferrater, Abagnano; pero también podría haber intentado presentar su objeto haciéndolo valer no por la tasación reverente y tradicional (el despliegue de la especulación filosófica avanzando a lo largo de los siglos a modo de espíritu hegeliano) sino vinculándola a problemas contemporáneos de modo más original, cosa que Savater domina sin mayor fatiga. Lo aclaro: el último párrafo del libro habla de un atentado de ETA con resultado de muerte de dos guardias civiles. ¿No hubiera estado mejor vinculándolo a la reflexión de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal? Y, en ese mismo espíritu: ¿no puede relacionarse la preocupación ecológica contemporanea con el panteísmo de Spinoza? La distinción entre derechos individuales/derechos colectivos que tanto preocupa al autor en el contexto de hoy, ¿no estaría bien situada al dar cuenta del individualismo de Locke? El debate sobre la tecnología y la tecnocracia encaja bastante bien en las especulaciones cartesianas sobre las máquinas y, donde no, ¿por qué no aprovechar el manejo que todos los adolescentes -y los que no lo somos- hacemos de Google earth y el uso general de los GPS para hablar de las consecuencias del invento cartesiano de los ejes de coordenadas? Y no digo nada del estoicismo y la globalización, del deber kantiano y las leyes de punto final, etc.

Todo ello observaciones al paso por no quedarme callado. Hay que estimar en lo que vale que un hombre en la plenitud de su labor creadora y metido de lleno en los apuros del siglo con ánimo volteriano, encuentre tiempo para confeccionar una obra que será de utilidad a las generaciones que empiezan y a cuyo lado, sentado en el pupitre ha querido el autor que lo retrate el ilustrador.