dissabte, 31 d’octubre del 2009

Europa camina de nuevo.

Los dioses han sido magnánimos una vez más con este continente de chapuceros y la cumbre de Bruselas se ha cerrado con resultados que no son óptimos pero sí muy aceptables y que permiten ser optimistas: con una chapucilla de última hora, el Tratado de Lisboa podrá entrar en vigor antes de fin de año y la Unión Europea habrá dado otro paso decisivo hacia la unificación política. A pesar de las maniobras dilatorias de la falange auroescéptica; a pesar de las zancadillas puestas por nuestros aliados, especialmente Gringolandia, tan interesada en la unificación política europea como en la partición de los Estados Unidos; a pesar de la inexistencia de una verdadera política europea en los principales partidos que vertebran el continente, el Popular Europeo y el Socialista; a pesar de los pesares, Europa avanza hacia lo que es en verdad un manifest destiny federal.

Ha sido necesario ceder ante las pretensiones del presidente de Chequia, Vaclav Klaus, e incluir a su país en el grupo de los que, a su vez, se excluyen de la Carta de Derechos Fundamentales que contiene el Tratado de Lisboa, esto es, el Reino Unido y Polonia. Estos dos países se han auomarginado por razones sobre todo sociales y laborales: les horroriza la posibilidad de que los ciudadanos puedan hacer valer ciertos derechos ante sus gobiernos, como el derecho al trabajo. El presidente checo, a su vez, está preocupado por las repercusiones de la Carta en las posibles solicitudes de amparo y restitución que puedan cursar los más de tres millones de alemanes de los Sudetes (o sus descendientes) expulsados masivamente al final de la segunda guerra mundial merced a los decretos del entonces presidente Benes que los acusaba de colaboración masiva con los nazis, lo que en realidad no fue sino un acto más de "limpieza étnica" de los que ya se habían realizado algunos antes (tártaros de Crimea, etc) y se han seguido realizando después, por ejemplo en la extinta Yugoslavia.

El hecho es que, con los consabidos parches, excepciones, chapuzas como el segundo referéndum irlandés, el camino de la unión europea está expedito. No va tan lejos como lo que pretendía el último fracasado proyecto de Constitución, pero es un avance muy notable, es asumible por los Estados y no ha sido necesario arbitrar medidas compensatorias de carácter neoliberal que, a la postre, fueron las que hicieron intragable el proyecto de Constitución. De modo tajante, sencillo, orgánico, a partir de la entrada en vigor del Tratado:

  • aumentan las decisiones del Consejo que se adoptan por mayoría cualificada en detrimento de la unanimidad;

  • aumentan las competencias del Parlamento europeo, especialmente en el ámbito de la codecisión;

  • se integran en la Unión y se reforman instituciones decisivas para su funcionamiento como el Banco Central o el Tribunal Europeo de Justicia;

  • desaparece el sistema de pilares, sustituido por una personalidad jurídica única de la Unión;
  • Europa hablará con una sola voz al mundo a través de las figuras del Presidente del Consejo Europeo y del "Ministro de Asuntos Exteriores" (el nombre oficial será, como siempre, un galimatías: Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad)
  • se definen las competencias de la Unión y las de los Estados miembros (clasificadas como "competencia exclusiva, compartida y de apoyo") que es un paso decisivo en la evolución federalizante del continente;
  • se incluye una cláusula de secesión que, para quienes sostenemos el derecho de autodeterminación, es también esencial a la hora de garantizar el carácter voluntario de toda unión política y, por lo tanto, su viabilidad. Hasta la fecha no se me ocurre quién pueda estar de verdad interesado en salir de la UE (otra cosa es amagar con hacerlo; forma parte del juego político más o menos limpio, como el que practican los nacionalismos en España), pero es importante que haya un cauce previsto para que quien quiera hacerlo, pueda.

Ahora toca jugar al factor más o menos morbosamente político de quién será el primer presidente europeo: descartados Felipe González (que hace bien en no querer el cargo) y Tony Blair (que no se lo merece), las opciones están todas abiertas. Es importante acertar en la persona porque, al estrenar mandato, probablemente marcará la pauta para años venideros. Y es imprescindible que, tanto a través de su Presidente/a como de su Ministro/a de Asuntos Exteriores, Europa hable al mundo alto, claro, con un criterio progresista, solidario, redistributivo, medioambiental y de género.

La histórica chapuza europea funciona y cabe a España, presidenta de turno en el primer semestre de 2010, la tarea de poner en marcha la nueva Unión. A ver qué tal lo hacemos.

(La imagen es una foto de Tristam Sparks, bajo licencia de Creative Commons).