diumenge, 20 de setembre del 2009

De unanimidades.


Los dos grandes partidos nacionales vienen reuniendo o han reunido recientemente a sus máximos órganos deliberantes entre congresos, la Junta Directiva Nacional en el caso del PP y el Comité Federal en el del PSOE. Son dos cónclaves de unos trescientos miembros cada uno, con reuniones esporádicas y compuestos por cargos de los órganos partidistas así como públicos de representación en las distintas administraciones y constituyen buenos instrumentos de medición del estado de los partidos, sus debates internos, sus relaciones con la sociedad y los poderes públicos.

En ambos casos, a principios de semana en el PP y a finales de ésta en el PSOE, se han registrado criterios unánimes que parece debieran de entenderse de apoyo a sus respectivas direciones, sin disensión interna alguna. Pero hay diferencias formales, pues así como la unanimidad en el partido conservador ha sido silenciosa, la del socialista ha sido parlanchina y hasta verborreica. Las dos dicen apuntar en esencia a lo mismo: los partidos muestran una unidad sin fisuras en torno a sus respectivos dirigentes máximos. Pero eso no es cierto. Hay diferencias de fondo.

En el caso de la Junta Directiva Nacional del PP va ya para tres reuniones en que nadie hace uso de la palabra luego de la intervención del presidente, señor Rajoy, sino es, en esta tercera, el presidente de honor, la estantigua del señor Fraga Iribarne y sólo para señalar la ausencia de discrepancias. Quedan ya lejos los tiempos atribulados posteriores a la derrota electoral de 2008, cuando se cuestionaba la dirección del señor Rajoy y se elevaban voces aquí y allá manifestando disconformidades diversas y hasta apuntando a la posibilidad de reñir el cargo al Presidente del Partido. Hoy, anuladas o acalladas tales voces, la organización parece unida en apoyo a la táctica de la dirección de desgastar al Gobierno a cuenta de su supuesta incapacidad para resolver la crisis económica, ofreciéndose como alternativa para este fin y proponiendo elecciones generales anticipadas. El margen de ventaja en la intención de voto del PP es exiguo y el resultado de una consulta electoral ahora, incierto. Pero, siguiendo costumbre inveterada entre los conservadores, dado que el único modo de acceder al poder hoy por hoy es mediante elecciones, y que ello les urge pues sólo entienden de política si gobiernan, lo razonable es pedir la celebración de unas nuevas al día siguiente de perder las anteriores.

La unanimidad del partido de la derecha equivale a una especie de compás de espera de carácter pragmático. El señor Rajoy lleva perdidas dos elecciones generales y su cuestionado liderazgo sólo ha encontrado un respiro en la tácita aceptación general de que, mientras no pierda clamorosamente ninguna otra consulta de otro nivel (europeo, autonómico, local) estará legitimado para ser el candidato del PP en las generales de 2012. El unánime silencio no quiere decir, por tanto, que haya coincidencia de criterios en los problemas en los que antes no la había sino que la disensión queda aplazada hasta ver cómo se zanja la próxima consulta. El señor Rajoy no suscita adhesiones inquebrantables sino solamente utilitarias, a los efectos de no debilitar las posibilidades del partido.

En el caso del PSOE las circunstancias son distintas.Nadie cuestiona los títulos del señor Rodríguez Zapatero para dirigir la organización puesto que ha ganado limpiamente dos elecciones generales y ha devuelto el partido al poder después del intervalo de los ocho años del aznarato. Pero el momento es malo: los socialistas echan el resuello por detrás de los conservadores en intención de voto, el país está sumido en una recesión económica con amenaza de deflación e, incluso, depresión, sin que se vislumbren signos esperanzadores al margen de los mensajes invariablemente optimistas del Presidente del Gobierno y, en los últimos tiempos, el partido está sometido al fuego amigo (pero real) graneado de su antiguo compañero de travesía, el grupo empresarial Prisa, que parece empeñado en desarbolarlo y hundirlo ya que no puede hacerlo navegar en paralelo con él.

Lo anterior explica probablemente la diferencia radical entre el cónclave finisemanal del PSOE y el del PP unos días antes. En el de los socialistas se ha dado la misma cerrada unanimidad tras la dirección que en el de los conservadores pero se ha hecho en un torrente de intervenciones en las que ha habido dos referencias continuas, la explícita, esto es, la crisis económica, y la implícita, es decir, el enfrentamiento con el grupo Prisa a cuenta de la TDT de pago.

Palinuro solicita permiso al amable lector para hacer en este punto una pequeña digresión declarativa: a pesar de todos sus recelos frente a un Gobierno que no supo hacer frente desde el principio a los obvios signos de la crisis que se avecinaba, envanecido como estaba por sus éxitos en el campo de las libertades públicas, a pesar de la irritación que le han producido determinados comportamientos de los gobernantes como la vergonzosa claudicación de la visita a la desgracia pública italiana del Cavaliere en su minigomorra sarda, apoya sin reservas (o sea, se suma a la unanimidad del cónclave) tanto la política del Ejecutivo frente a la crisis como su actitud ante el asalto de los caciques de Prisa.

Es poco lo que cabe decir de la crisis y las medidas en contra pues está ya casi todo dicho: atajar sus causas movilizando recursos públicos, impedir que el capital aproveche las circunstancias para hacérsela pagar a los trabajadores, aprovechar para hacer política socialdemócrata redistributiva y acentuar la progresividad fiscal es digno de apoyo a su juicio y además le parece muy bien que el Presidente lo explique con cierta retórica izquierdista de la frase revolucionaria que, como los puños en alto del otro día, ayuda a recordar de dónde venimos todos.

Más interesante de analizar parece el conflicto que se ha desatado con el grupo Prisa. Nadie, entiendo, discute el derecho al reconocimiento público que el grupo en general y El País en particular se han ganado por su contribución a la llegada y consolidación de la democracia en España. Durante años El País ha sido el mejor periódico español, el que abanderaba la causa del progreso material, político, moral, espiritual y estético de la nación y algo de lo que los ciudadanos demócratas y progresistas nos sentíamos orgullosos, fueran cuales fueran nuestras relaciones concretas con quienes lo elaboraban. Pero ahora vemos que eso se hizo a base de establecer una especie de simbiosis entre el periódico y el Partido Socialista sumamente beneficiosa como empresa para aquel en los años de Gobierno del señor González y para ambos durante los muy conflictivos del aznarato. Esta compenetración se producía al tiempo que El País elaboraba un discurso de independencia política y económica del poder como criterio de garantía de calidad del producto informativo que hoy vemos que era falso. El País medró al amparo de su connivencia con el poder político entre 1982 y 1996 y ahora que ésta se ha roto para dar paso a un sistema de competencia abierta como el que el diario predicaba pero no practicaba, se revuelve como una fiera contra su antiguo socio y, mediante una campaña de prensa impropia de un periódico de su categoría, trata de chantajearlo y someterlo a sus designios de forma inadmisible. El orgullo se ha convertido en decepción, irritación y vergüenza. Da vergüenza leer los artículos del señor Cebrián y sus acólitos socialistas al estilo del señor Peces-Barba en contra del Gobierno del PSOE, da vergüenza leer los editoriales del periódico sobre este tema, similares en su espíritu a los de El Mundo, da vergüenza escuchar al señor Gabilondo en la Cuatro remedando el estilo COPE.

Fin de la digresión. La unanimidad discursiva de los integrantes del Comité Federal del PSOE es un ejemplo de dignidad en el apoyo a la línea política de la izquierda socialdemócrata -la única en nuestro entorno europeo inmediato- y a la actitud de independencia de criterio y defensa de la sociedad abierta y competitiva frente a las prácticas mafiosas de un grupo de presión que, ensoberbecido por un triunfo basado en el privilegio, pretende domeñar a la autoridad para que ésta atente contra los derechos de los ciudadanos a la información, a la igualdad de oportunidades y a vivir en una sociedad competitiva.

El grupo Prisa argumenta en contra del Gobierno que lo que éste hace es favorecer a un grupo amigo. Hágase el milagro y hágalo el diablo. Aparte de que tal fue la relación -amistad, incluso presunta colusión- que lo unió a su vez con el mismo Gobierno, el hecho indudable es que el resultado de dicha acción favorece el interés público, abarata los precios, aumenta la oferta y fuerza a una mejora de la calidad. ¿En dónde está el problema?

El problema está en que, como sucede con todo interés adquirido, el grupo en cuestión, seguro de no tener competencia, aplicó una política clientelar y enchufista, permitiendo el ascenso de los mediocres en su seno que han llegado a controlarlo todo y pretenden que la sociedad admita que el producto que hoy hacen tiene la calidad intelectual y el valor moral que tuvo en tiempos. Y eso es falso.

(Las imágenes son sendas fotos de contando estrelas y de guillaumepaumier, ambas bajo licencia de Creative Commons).