dilluns, 17 d’agost del 2009

¡Que vienen los chinos!

La foto quita el hipo. Se queda uno atónito. Pero no haya cuidado; no va uno a defender la superioridad china por su mejor forma física; estaríamos buenos. Además los dos retratados no son chinos. Pero la China está experimentando un desarrollo y crecimiento económicos que maravillan no menos que la foto. Para ella la crisis ha consistido en bajar de un nueve por ciento al seis por ciento de crecimiento en el PIB. Ahora anuncia la salida del túnel que es causa y efecto al mismo tiempo de la recuperación mundial. Francia y Alemania entran en positivo y en Gringolandia las cosas parecen moverse en la buena dirección. Los indicadores económicos señalan la salida de la crisis. Los indicadores económicos. Los mismos indicadores económicos que no supieron, quisieron o pudieron prever su inicio.

Hay algún tipo de enseñanza, supongo, en el hecho de que sea un Estado autoritario no democrático de partido único (los otros son comparsas) el que dirija la salida de todos de la crisis. Esta situación contradice el saber convencional político establecido mayoritario que requiere una democracia liberal como correlato político del desarrollo económico. Y contradice también el discurso político comunista revolucionario por cuanto ese partido único ha promovido un desarrollo económico basado ampliamente en el mercado y no en su abolición ni una exclusiva planificación económica centralizada, habiéndolo hecho a tal extremo que muchos dicen que la economía china es la primera economía neoliberal del mundo, con el Estado-partido como un actor más en el conjunto de las fuerzas del mercado. Es más, el propio Partido Comunista Chino ha permitido el ingreso en sus filas de elementos burgueses, esto es, propietarios.

¿Quiere ello decir que la legitimidad de los sistemas políticos depende más del rendimiento económico que de su forma de gobierno? En principio tal parece. Los países occidentales suelen señalar de común acuerdo la falta de respeto del régimen chino por los derechos humanos, y la ausencia de democracia, pero todos toman posiciones en el mercado chino y no quieren enemistarse con el régimen que, luego de haber sido comunista, es hoy profundamente nacionalista y rechaza airado las críticas. El hecho es, por otro lado, que aunque China conoce ciertos movimientos de oposición democrática en el interior, estos carecen de la fuerza mínima necesaria para ser un peligro a la estabilidad política, basada en una población desmovilizada políticamente y enfocada hacia el aumento del nivel de vida a través de la adaptación a las condiciones del mercado. Muchos comparan a China con España en los años sesenta del siglo XX.

Queda el asunto de la globalización. Porque el mundo está globalizado puede suceder este fenómeno de que la tercera economía del mundo, camino de ser la primera en poco tiempo, tire del conjunto para superar la crisis. Pero a la vez esto se consigue con un modelo productivo basado en salarios muy bajos, largas jornadas laborales y falta de derechos de los trabajadores, en una situación que en Occidente no se toleraría. Pero que hace muy competitiva la economía china, debilitando a la occidental cuyos empresarios localizan sus fábricas en la República Popular y vienen a Occidente a vender sus productos. Un tipo de división internacional del trabajo con la globalización que lleva en su seno el germen del desmantelamiento del Estado del biestar en Occidente, incapaz de defenderse de la invasión de productos chinos (e indios en medida cada vez mayor) a precios muy bajos. Y no sólo quincallería, sino todo tipo de productos y hasta servicios. He aquí un factor de crisis internacional al que Occidente no ha sabido de momento encontrar solución fuera de confiar en que, con el aumento del nivel de vida en la China se irán imponiendo formas democrático-liberales, lo que no pasa de ser una esperanza basada en un piadoso deseo.



(La imagen es una foto de ceronne, bajo licencia de Creative Commons).