dimarts, 31 de març del 2009

Votar es racional.

No son escasos los libros sobre elecciones y comportamiento electoral en España, casi como si quisiéramos compensar la brevedad de la experiencia democrática reciente con la abundancia de reflexiones sobre ella. Por eso publicar uno más en este asendereado territorio tiene sus peligros. Los autores Juan Jesús González y Fermín Bouza, que lo han hecho (Las razones del voto en la España democrática, 1977-2008, Madrid, ediciones de la catarata, 2009, 242 págs.) salen bastante bien parados del empeño porque han escrito una obra sintética (tratan las diez elecciones legislativas habidas hasta la fecha), apuntan explicaciones propias y originales que contribuyen a mejorar nuestro conocimiento del asunto y las sostienen mediante trabajos empíricos consistentes y concienzudamente aplicados.

La cuestión que suscita el interés de los autores es el hecho de que la historia electoral muestre una mezcla de moderación y estabilidad del electorado y una acusada polarización política en los dos últimos decenios. La transición estuvo presidida por la negociación y el consenso mientras que el sistema cuasibipartidista que de ella emerge manifiesta una relación antagónica, crispada y polarizada (p. 21). Las diez elecciones legislativas han dado ciclos largos del gobierno, ninguno ha perdido unas elecciones en la convocatoria siguiente a la de su triunfo. Esta preferencia por los ciclos largos tiene tres razones: a) la estabilidad en los alineamientos partidistas; b) la aversión al riesgo y la tendencia general a cerrar filas en torno al Gobierno; c) la baja calidad de la oferta política y la ausencia de alternativa (p. 28). Da la impresión de que los autores aceptan la teoría de que el voto se explica mayoritariamente por razones ideológicas pero no olvidan que los partidos concentran sus esfuerzos en atraer a los electores menos ideologizados porque son estos los que hacen ganar o perder unas elecciones (p. 29). En las elecciones de 1977 y 1979 funcionó en gran medida la memoria histórica de los años treinta, las del ciclo socialista reflejaron claramente el voto ideológico en tanto que en las de 1993 y 1996 Aznar consiguió desactivar ese voto ideológico y estimular el de la evaluación racional (p. 32). Sostienen los autores que las elecciones más difíciles de estudiar son las de 2004 por la escasez de la información recogida por el CIS y el hecho de que hubiera un voto masivo de castigo a la gestión del Gobierno. (p. 33). Esto no es enteramente así. Las elecciones de 2004 cuentan ya con considerable bibliografía, especialmente un monumental trabajo colectivo coordinado por Montero, Lago y Torcal, (Elecciones generales 2004, Madrid, CIS, 2008) que quizá se publicó cuando éste estaba escrito y que fue objeto de dos reseñas de Palinuro tituladas ¿Quién ha sido? (I) y ¿Quién ha sido? (II) cuya tesis compartida por una mayoría de los colaboradores es que les elecciones de 2004 fueron de "continuidad". A su vez, el resultado de 2008 es ambivalente por cuanto la estrategia de crispación del PP tiene dos efectos: se vuelve contra el propio PP y sirve para alejar al PSOE del centro (p. 34). El plan de los autores es estudiar la evolución de las pautas del voto en España con especial atención a los votantes ubicados en el centro del espacio ideológico y distinguiendo entre el voto ideológico y el voto racional (p. 36).

Hay continuidad entre las elecciones de 1936 y las de 1977 (p. 42). El resultado del referéndum de la Ley para la Reforma Política de 1976 se debió a la decisión racional de los electores (la izquierda propugnó la abstención) y a los restos del voto deferente del franquismo (p. 45). Las elecciones de 1977 fueron un ejercicio de memoria compartida. Los autores explican la lenta decadencia de UCD a través de los dos dilemas en que parecía atrapada la transición: el de política v. economía (algo similar a lo que sucedió en los años treinta) y el de protagonismo de las elites v. participación popular ((p. 65).

Entienden que la etapa socialista se caracteriza por el voto ideológico y el hecho de que, ante la ausencia de la derecha, bloqueada organizativamente, el PSOE ocupó todo el centro y se convirtió en un "partido predominante" (71). No estoy muy seguro de que la explicación sea totalmente congruente ya que dicha ocupación del centro sólo es posible a costa de un gran pragmatismo y de que el partido se hiciera "moderado", como reconocen expresamente los autores (p. 81) y hasta se convirtiera en un "partido ómnibus" (p. 80), lo que no encaja a primera vista con el carácter ideológico del voto. Pero esto es asunto de poca monta. Brillante es la caracterización de la transición como un bonapartismo invertido por cuanto las elites dirigentes liquidaron una situación de excepción para devolver al poder la legitimidad (p. 74). Discuten asimismo los autores que quepa calificar las elecciones de 1982 de "cataclísmicas", refiriéndose a un conocido trabajo de Mario Caciagli; pero son más los especialistas que sostienen que aquellas elecciones fueron cataclismáticas. Casi me atrevería a decir que la discrepancia de aquellos (basada en que, si se considera a los electores, el éxito del PSOE fue muy coherente con la dinámica de la transición) se enfrenta a un respetable consenso disciplinar. El triunfo del PSOE fue muy coherente pero la verdad es que no todos los días el partido del Gobierno no sólo pierde las elecciones sino que queda parlamentariamente aniquilado.

Dicen los autores que el fin de la hegemonía del PSOE comienza cuando la UGT deja de pedir el voto para él escenificando así su enfrentamiento. (Por cierto, cuestión menor, pero no baladí: convendría unificar terminología; no es lo mismo un partido predominante que uno hegemónico). A continuación el decenio de 1990 abre una época de "pluralismo polarizado" y con la aparición de nuevos medios de comunicación se da una división del trabajo. El PP se dedica al acoso y derribo del PSOE mientras que los medios airean los casos de corrupción (p. 91). Incluyen los autores aquí algunas muy interesantes consideraciones sobre las funciones nuevas de los medios de comunicación referidas a la aparición de El Mundo (1989) y al uso abusivo que el Gobierno socialista estaba haciendo de TVE (p. 95).

En las elecciones de 2000 hace su irrupción el voto económico (p.111) que es el punto fuerte y más sugestivo de la hipótesis de los autores. La victoria pírrica de 1996 obligó al PP a moderarse de forma que del antinacionalismo pasó a los pactos con los nacionalistas y del discurso neoliberal al diálogo social, lo que dio como resultado "una venturosa combinación de bonanza económica y paz social" (p. 112). Esto explica que, aunque en 2000 la mayoría del electorado estaba ideológicamente más cercano al PSOE que al PP triunfara el voto racional (pp. 120, 125). Aunque los autores no lo digan esta situación recuerda su propio análisis del Referéndum de 1976, cuando un electorado mayoritariamente de izquierda desoyó la recomendación de la izquierda de abstenerse y votó sí con voto racional.

A partir de este momento se manifiesta la paradoja que motiva a los autores a escribir el libro: la moderación del electorado en este tiempo y la polarización política de los dos últimos decenios (p. 129).Hubo una primera fase de la polarización entre 1993 y 1996 y otra en la segunda legislatura del PP. Entienden los autores con absoluto acierto a mi juicio que la polarización fue una decisión estratégica de los partidos por tres motivos: 1) aumenta el sentido de inseguridad de los votantes menos ideologizados y más moderados, formándose baluartes, trincheras; 2) induce respuestas simétricas del adversario que llevan a una espiral y se refuerza el punto anterior; 3) se achica el espacio ideológico del centro (p. 131). Nada que objetar a tan agudo análisis salvo la sospecha de que la opción crispadora no es achacable por igual a ambos partidos sino más al PP en una proporción de tres a uno y en concreto al señor Aznar en una de diez a uno. Como se sigue, por lo demás, de que los autores reconozcan que la legislatura 2000 - 2004 sea la de los errores de Aznar; a saber: a) las consecuencias políticas del déficit cero; b) el impacto de la ruptura del diálogo social; c) el despilfarro del crédito en la lucha antiterrorista por el apoyo a la guerra del Irak (p. 134). Terminan así los autores preguntándose: ¿cuál fue la principal razón del voto de castigo del 14-M, la guerra o la manipulación? y se responden que la combinación de ambas fue explosiva (p. 144).

La pieza empírica sobre la que se edifica este estudio es el seguimiento del comportamiento electoral del millón de votantes socialistas aproximadamente que votaron al PP en el 2000 y volvieron a votar al PSOE en 2004 (145). El trabajo minucioso que han hecho con la muestra escogida les permite ver que hay dos momentos en el cambio de actitud de aquellos. En el primero se quiebra el diálogo social y se debilita el voto económico (p. 147) y, luego, el segundo momento crucial: la crisis del 11-M y la guerra de los encuadres que analizan brillantemente mediante un estudio de la agenda de los medios (básicamente El País y El Mundo (p. 154) que coincide bastante con el estudio de Sampedro y su equipo: Medios y elecciones 2004. La campaña electoral y las "otras campañas", Madrid, 2008, 278 págs, y Televisión y urnas 2004. Políticos, periodistas y publicitarios, Madrid 2008, también comentados por Palinuro en su momento en Tres días que conmovieron a España.

Por último, los autores abordan las elecciones de 2008 caracterizadas por lo que muy convincentemente llaman "polarización política y desenfreno mediático" (p. 169). Desenfreno ha habido y sigue habiendo mucho. Las decisiones del Gobierno que a juicio de los autores han actuado como factores de polarización son: a) la negociación del Estatuto de Cataluña; b) la negación con ETA; y c) la llamada Ley de la Memoria Histórica (p. 171) y este es el material que analizan empíricamente mediante un estudio de agenda temática de El País, El Mundo y Abc (p. 172). Se quejan los autores de que hay un "periodismo de trinchera cuya agresividad sólo es comparable a su laxitud y permisividad, dada su falta de compromiso con las reglas más elementales de la imparcialidad informativa y de la profesionalidad periódictica", etc (p. 175). Un diagnóstico magistral. Mi única queja es que no me parece justo. Esos rasgos retratan a El Mundo, La Razón y, en menor medida, el Abc, esto es, la prensa de derecha (de la radiotelevisión de la derecha ya ni hablo) pero no de ningún modo a El País, El Periódico de Cataluña o La Vanguardia que, sin duda, están lejos de ser dechados de virtudes, pero no cabe meterlos en el mismo saco que a los otros sin faltar gravemente a la verdad. Y mi discrepancia va más allá: entiendo que es precisamente esta suerte de cómoda amalgama, que permite llamar "prensa de referencia" por igual a El Mundo y El País (p. 172) la que justifica la situación (el "todos iguales" que los autores señalan críticamente cuando se predica de los políticos) y contribuye decisivamente a perpetuarla.

Las elecciones de 2008 tienen un componente ideológico y también instrumental, esto es, un voto "anti" pensado para cerrar el paso al partido contrario (p. 201).

En resumen, un libro trabajado, bien hecho, claro y convincente que, como recapitulan los autores explica una realidad cambiante que empieza con la memoria de los años treinta y va luego adaptándose a las nuevas condiciones en que se desenvuelve la democracia española.

Quienes tengan tiempo harán bien en visitar asimismo un muy interesante anexo en que se hace un análisis empírico de las agendas (política, mediática, pública y personal así como sus interrelaciones) a tenor de las elecciones de 2008.