dimarts, 24 de març del 2009

No había salida.

Sostengo que lo que sucedió con el Grupo del Ejército Rojo (el RAF alemán, el Rote Armee Fraktion) contiene una especie de clave explicativa del sentido de la acción de la izquierda europea entre fines de los años sesenta y primera mitad de los setenta que son también los que me tocaron a mí, pues soy de esa generación. De todos quienes participamos en la acción política de la izquierda en nuestra juventud en aquellos años, ya fuera en España, en Alemania, Francia, Estados Unidos, Italia, etc, los del RAF fueron los más consecuentes, los más lógicos, los que llevaron nuestros planteamientos a sus últimas consecuencias... y con ello demostraron que no tenían salida, que eran verdaderos dislates. A mí, además, me pilló en Alemania, entre 1969 y 1972, precisamente cuando el grupo de Ulrike Meinhoff y Andreas Baader pasó a la acción directa y se metió en una espiral de violencia y crimen que sólo podía acabar como acabó, con suicidios colectivos o de alguna forma parecida, como acabaron las Brigate Rosse italianas, con sus dirigentes pudriéndose en las carceles con cadenas perpetuas ¡desde los años setenta!

Me he apresurado a ver la peli de Uli Eder que me ha reforzado en la opinión más arriba expuesta. Por cierto que está muy bien hecha, mezclando en sabia proporción la narrativa de ficción con los aspectos de documental a buen ritmo y con mucha maestria en la dirección. Cine directo, cámara en mano, vivo, espontáneo. El guión puede ser a veces un poquito confuso para quien no conozca el desarrollo de los acontecimientos ya que pretende contar toda la historia y a veces necesita comprimir en exceso. Toda la historia quiere decir desde el asesinato de Benno Ohnesorg probablemente a manos de la policía en 1967 en una manifa contra el Sha de Persia en Berlín hasta el supuesto suicidio de los cuatro principales dirigentes del RAF en la cárcel de alta seguridad de Stammheim en 1977. Diez años. El relato es a mi entender completo y no deja nada fuera pero hay datos que pueden escaparse a quienes no estén familiarizados: la importancia real de Springer en la Alemania Occidental, la función de la revista Konkret, en la que escribía Ulrike, las consecuencias del asesinato del Fiscal Federal Sigfried Buback. Pero, en general, la síntesis es soberbia y se entiende muy bien por alguien que haya vivido en aquellos àños.

Durante la guerra fría la cultura de la juventud de izquierda acabó siendo un maremágnum en el que se rechazaba el comunismo de los países del socialismo realmente existente por inútil, burocrático e injusto; igualmente se rechazaba el capitalismo por explotador y asimismo injusto. Había verdadero hastío con las interminables polémicas de los intelectuales de izquierdas, especialmente los marxistas, incapaces de forjar propuestas teóricas viables; estas empezaron a aparecer en la medida en que se extendían y afianzaban en los países del Tercer Mundo en cuatro continentes las doctrinas de guerras de liberación nacional, esto es, de recurso a la violencia para imponer los propios ideales. La izquierda europea hacia una amalgama sincrética entre las posiciones teóricas de los otros tres continentes: Ho chi minh y Mao Ts Tung en Asia, Che Guevara y Camilo Torres en América Latina, Agostinho Neto y Franz Fanon (que, si no recuerdo mal, era jamaicano) en el África. Todas ellas, por lo demás, no tenían más que un nexo en común: el recurso a la violencia. Así la izquierda europea se ahorraba perder el tiempo con las sempiternas querellas académicas (que, cuando estás en la veintena te suenan a monsergas), podía pasar a la acción práctica efectiva directa, esto es, hacer algo por cambiar el estado de cosas en lugar de hablar y se veía como parte de un proyecto internacionalista. Por eso el grupo Baader-Meinhoff se llamaba Rote Armee Fraktion, porque se veía a sí mismo como un grupo dentro de un Ejército Rojo mundial, internacionalista, que combatía por la revolución en todas partes con las armas en la mano.

Insisto en que, en abstracto, para la izquierda extraparlamentaria (no reformista) de los años sesenta, el proceso mental de la gente del RAF era el más coherente y lógico: en la situación de la guerra fría, las democracias occidentales eran meros maquillajes de fascismos encubiertos (sobre todo, claro, en Alemania con su pasado nazi), el dominio mundial del capital toleraba formas democráticas si no se veía amenazado; si lo estaba, recurría a la violencia más extrema, los bombardeos, las masacres. La izquierda tenía que responder a la violencia latente y estructural del capital con la violencia desnuda y desencadenar así un proceso revolucionario en el mundo entero. Hasta ese punto, el razonamiento era impecable y es el que hizo que muchos tomaran las armas: había que atacar al capitalismo allí donde como en Angola, Bolivia o Vietnam, mostraba su rostro más feroz, represivo y violento; pero también había que hacerlo en los países democráticos europeos donde recurría a la democracia, para desenmascararlo, obligarlo a servirse de la violencia y, entonces, responder con más violencia para desencadenar una guerra popular como en los países pobres del planeta.

El fallo del razonamiento no estaba en un su origen sino en sus momentos posteriores y tenía que ver con dos datos que, cuando los militantes de los grupos armados los entendían ya era tarde: la legitimidad y la eficacia.

El problema de la legitimidad era el de hasta qué punto cabía recurrir a la violencia en sociedades democráticas. Es el mismo problema que tiene ETA incluso a ojos de muchos de sus seguidores "civiles". Ciertamente los terroristas dicen que esa democracia es falsa y ficticia (como hace ETA), pero el problema es que no es eso lo que piensa la inmensa mayoría de la gente que no solo no apoyaba las actividades violentas del RAF sino que colaboraba con la policía para detenerla. En otros términos, la acción violenta carecía de todo apoyo popular lo que la condenaba primero a la delincuencia marginal y, luego, al fracaso.

En cuanto a la eficacia, viene a ser lo mismo: el Estado en los países capitalistas avanzados lo controla todo, lo vigila todo si quiere porque es poderoso; proclama y ejerce el principio del monopolio legítimo de la violencia y acaba con quien pretenda romperlo. ¿Qué destino podía esperar a unos grupos revolucionarios armados en lucha contra un Estado infinitamente superior a ellos en solidez, recursos y medios tecnológicos y que, además, no contaban con el apoyo de la población civil que, por el contrario, se lo prestaba al Estado al que había que combatir?

En la peli parece abordarse también la cuestión desde un punto de vista personal. Dadas las circunstancias, a lo mejor, en efecto, lo más sensato que cabe hacer cuando se postulan puntos de vista tan extremos es salir a la calle dando tiros para que lo conviertan a uno en un colador. Pero, por esa vía, salida, no había. Ni hay.

Vuelvo sobre la peli como historia. Merece mucho la pena verla a pesar de que, repito, pueda resultar algo confusa. Pero es la historia de una generación y un ajuste de cuentas con una forma de entender la acción política revolucionaria de los hijos de las clases medias. Casi olvidaba decir que se abre a los acordes de Janis Joplin en "Oh, Lord, wont you buy me..." y se cierra con los de Bob Dylan en "Blowin' in the Wind". Y no quiero decir cómo suenan.