dissabte, 31 de gener del 2009

Peregrino de la memoria (XXXVIII).

Recuerdos militares.

(Viene de una entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXXVII), titulada La verdad siempre se sabe).

Sí, ya sé que en este verdadero relato de mis andanzas he vuelto a cambiar el título. ¡Qué quieren Vds.! Así empezó y así continúa: un viaje a ninguna parte, un caminar sin rumbo, un cambio más, todo cambia, todo fluye, nada permanece. Cuando descubrí que lo del viaje a ninguna parte tenía copyright si no jurídico, sí moral a mis ojos, recurrí a otro título. Lo de caminar sin rumbo fue, se recordará, transitorio. Estaba contando un viaje y en el curso de los viajes es cuando se le ocurren cosas a uno. Seguramente también cuando uno no se mueve. A mí me sucede más cuando estoy de viaje y por eso ahora he vuelto a dar con un nuevo título, mucho más fetén porque no me ata al "viaje" ni me acerca al incómodo "camino", siempre ideológicamente peligroso. En cambio introduce dos términos nuevos con muchas implicaciones. Peregrino incorpora viaje e incorpora camino y la memoria no requiere comentario. De ser algo la memoria es un mapa de la vida entendida como un camino. Es un mapa que llevamos dibujado en las arrugas de la piel, el brillo de la mirada, la forma de movernos, el tono de voz. Todo esto no quiere decir gran cosa puesto que, habiendo cambiado dos veces de título del relato (que lleva ya casi cuarenta capítulos) nada asegura que no haya más cambios antes de terminar un itinerario cuya longitud se desconoce. Ello acuerda también con el espiritu de este relato que, si bien se mira, es tan variado como sus cambiantes formas. Además los dos términos nuevos admiten variaciones que resulta placentero explorar: junto a Peregrino de la memoria puede haber una Memoria del peregrino, una Memoria peregrina y hasta un Memorial del peregrino. Memoria peregrina suena muy bien y no se descarta que acabe sustituyendo a Peregrino de la memoria. No es difícil imaginar un peregrino y menos ponerlo a peregrinar por la memoria. En cambio es más difícil convertir a la memoria en sujeto y ponerla a peregrinar porque ¿por dónde lo hará si no es por ella misma? La memoria es la facultad que se desarrolla por ejercicio con los años, igual que con los años se atrofia por falta de ejercicio. Y además de desarrollarse se rellena de contenidos según la vida va desplegándose ante uno cuando la vive con el espíritu de quien diariamente asienta el firme del camino que hará en la jornada, pues no está determinado. Así que la memoria puesta a peregrinar por sí misma puede llegar a parajes pintorescos. Muchos no sabemos lo que guarda nuestra memoria porque las conexiones de sentido que se establecen pueden estar hechas con claves que ignoramos. En todo caso, no quiero que estas disquisiciones sobre el estilo de la narración interfieran en su interés. Han de hacerse, no obstante, porque dada la naturaleza proteica del relato, hay que estar en situación de dar respuesta pronta y adecuada a cualquier interpretación que fuera injusta o conflictiva.

El Centro de Instrucción de Reclutas (CIR) en que me correspondió hacer la militar reunía como a unos cinco mil mozos, entrenándose para la eventualidad de una guerra que nadie creía pudiera darse y contra una variedad de enemigos cualquiera de los cuales la hubiera ganado. Aun así se hacían maniobras muy elementales porque había poco tiempo y tenía menos sentido educar a cinco mil hombres en todos los aspectos de la guerra, que es muy compleja, para que luego unos fueran solamente zapadores, otros artilleros, etc. Por eso se nos educaba en las cosas más generales que se supone es lo elemental que debe hacer cualquiera, como marchas de veinte o treinta kilómetros con todo el equipo en pleno mes de agosto, o toma de alguna cota no muy alta defendida por un nido de ametralladora imaginario. En una de esas, en cierta ocasión, caí en una charca, dije al mando luego que, estando bajo fuego enemigo, había buscado refugio tras unos matorrales sin importarme que hubiera barro porque lo primero, según se nos había informado en la correspondiente teórica, era buscar un buen resguardo y me premiaron con cuarenta y ocho horas de permiso. Allí había conocido a Daniel, el padre de Eugenio que, con su pelo rubio y ojos azules destacaba poderosamente en aquel magma oscuro de las compañías y los regimientos. Nos hicimos muy amigos y empezaron a caernos los arrestos a pares, con lo que compartimos bastante cocina yo pelando patatas y él bacalao o a la inversa. Allí nos intercambiamos también nuestras filosofías de la vida o lo que se tiene por tal cuando se está en los veinte años y la vida aparece como un misterio cuya clave descubriremos nosotros. Ya he dicho que Daniel era muy alegre y muy activo. Por entonces andaba en asuntos de cine sin tener claro si quería ser actor o guionista. Las dos cosas en el fondo. Tenía algunos amigos en el gremio y me presentó a un grupo que estaba haciendo un corto, especie de mezcla de Las Hurdes y una película de Antonioni sobre la incomunicación humana. Estaba en amoríos con una actriz con la que salimos algunas veces, aunque no era muy divertido porque acababan siempre discutiendo. Al final la chica, que se llamaba Mirna, se enfurruñaba, se agarraba a mi brazo y me decía que la llevara a su casa que, si era noche de pase pernocta, también era la nuestra. Una vez allí seguían discutiendo en la cocina, mientras yo me acomodaba en un sofá en el vestíbulo del piso, entre un paragüero y un ficus. Más tarde, curiosamente, Daniel debió de cansarse del rollo cinematográfico y, cuando dejamos el ejército, desapareció, mientras que yo anduve aún un par de años más enredado con la gente de cine. Pero de eso hablaré en otro momento porque Mirna se quedó embarazada y hasta el día de hoy nadie ha querido averiguar si el crío era de Daniel o de otro.

- ¿Podía ser?

- Podía. No te digo que fuese seguro, pero podía.

Lo que Eugenio quería oír era la vida de su padre contada por otro, confirmar datos:

- Me ha dicho que allí fumábais porros.

A saber lo que le habría contado el otro.

- En los cuarteles circulaba el chocolate que era un placer.

- Dice también que os ofrecieron haceros del Servicio de Inteligencia Militar, el SIM.

- Sí, es verdad. Fíjate qué idea tenían de la cosa. Yo te confieso que nunca he creído que existiese ese SIM. Hablaban mucho de él pero nadie lo había visto. Estoy convencido de que el sargento que vino a proponernos a Daniel y a mí que nos hiciéramos del SIM debía de creer que era alguna unidad militar especial, como la banda del regimiento las unidades de montña. El caso es que, sí, sí, como suena. "Vosotros sabéis", nos dijo el sargento, más bruto que un arado, "que los comunistas se valen de estudiantes y otrs mandangas para introducir el comunismo en el ejército." La verdad es que no se nos había ocurrido. A mí, desde luego, no se me había ocurrido tan luminosa idea y, de habérseme ocurrido, no hubiera ido corriendo a contársela a dos estudiantes. Pero fue un compromiso porque, claro, tú dices: vamos a ver, si digo que no, después de que se me dispensa el noble honor de espiar a mis compañeros, me convierto en sospechoso para la manga de impresentables que gobernaba entonces el país; si digo que sí adopto un comportamiento que me parece moralmente repudiable. Cuestión: ¿qué hacemos? Explicamos a aquel proyecto de hombre que nos quedaba mes y medio para licenciarnos y no tenía sentido participarnos los secretos del SIM para unos días. Mejor alguno que aún tuviera más mili, que le diera tiempo a adaptarse al medio pero que no fuera a licenciarse de inmediato. El caso es que nos quedaban seis meses para la licencia.

- Y el sargento ¿no os dijo nada?

- Yo creo que no se atrevía. Era chusquero y nos veía tratándonos con familiaridad con un capitán con lo que el hombre no las tenía todas consigo. Y la verdad es que aquel menda pegó el rollo con nosotros porque quería montárselo de culto y pensó que cada uno de nosotros o los dos juntos podíamos aportarle algo.

- También dice que fuisteis enfermeros.

- Sí, como éramos estudiantes, el mando decidió que teníamos que ser enfermeros y es lo que fuimos en un cuartel de carros de combate. Enfermeros.

- Y que no teníais ni guarra.

- Ya imaginas qué formación en enfermería puede tener un estudiante de Políticas que lleva tres meses en un CIR aprendiendo a marcar el paso, a cubrirse, a hacer vista a la derecha, paso ligero y posición descansen. Así que allí hubo de todo y los que murieron lo hicieron por sus propios medios: un sargento que se voló la cabeza manipulando una bomba de mano y un chaval al que le cayó encima la cadena del carro que estaba arreglando y lo dejó crujido.

- Que los jefes os empleaban para poner inyecciones a sus familias.

- Y a ellos mismos. "A las órdenes de Usía." "Bájese Usía los pantalones". En el ejército, si eras enfermero, te hartabas de ver culos. Hacía apuestas con tu padre a ver cómo iba a ser el primer culo que llegara por la tarde: con granos, liso, velloso, más o menos blanco. Pero sí, fuimos enfermeros en el servicio militar y, sin tener ni idea, acabé sabiendo algunas cosas, cómo hacer torniquetes, poner vendas, coser una herida en una mano por ejemplo y poner todo tipo de inyecciones. Pero vamos ya entiendo que lo que quieres es un juicio sobre tu padre en aquellos años...

- No, no quiero nada. Solamente que quien sabe cosas suyas me las cuente para contrastar con lo que dice él y hacerme una mejor imagen suya.

- Ya eres una imagen suya.

- Lo soy, pero no la llevo dentro.

- Eso llega más tarde. La imagen de alguien que vive, sobre todo si lo tratas con asiduidad, es borrosa. Las imágenes sólo se hacen nítidas después de la muerte del imaginado. También puedo contarte cosas de tu padre con la gente de cine, aunque ya digo que de eso hablaré más tarde, pero si quieres hablamos ahora.

- No, no es necesario. Ya lo haremos en otro momento. Ahora sí que voy a abrirme.

Habíamos entrado en Madrid pasando por San Cristóbal de los Ángeles y subiendo luego por Legazpi y el Paseo de los Delicias, fuimos a parar a la plaza de Atocha, o sea, de la Virgen de Atocha. Allí mismo me hizo parar, delante del ministerio de Fomento, me dio un abrazo, diciéndome que le habia gustado el viaje y que esperaba que yo hubiera comprendido la razón que le asistía para hacer lo que quisiera, y echó a andar en dirección de la Cuesta Claudio Moyano porque, al parecer, los de una caseta, que era una librería especializada en asuntos alternativos, altermundistas y del comercio justo lo habían contratado para hacer una página web.

Así que allí estaba de nuevo, en mi punto de partida, cavilando si volvía a salir y a dónde. Salir, volvería a salir; eso era seguro. Añoraba el campo y estaba deseando volver a verlo para lo cual hay que salir de las ciudades en donde cada vez se pone peor vivir. Acabábamos de pasar por los de Valdepeñas y los tenía muy frescos en la memoria con su tierra roja arcillosa y los troncos retorcidos de las cepas y, sobre todo, echaba de menos el cielo bajo sobre el horizonte lejano de la meseta. De momento, no tenía alternativa ni había planeado viaje alguno. Regresé a casa y recogí el correo postal que cada vez se reduce más a papeles de publicidad porque el correo de importancia ya sólo es electrónico. En Skype me encontré un enésimo mensaje de Laura. Le contesté que acababa de llegar a Madrid y que me reuniría con ella en donde quisiera. Me citó en el Palace al día siguiente, tras decirle yo que hoy no estaba de ánimos. Antes de ir a dormir recibí un mensaje de Eugenio por el móvil. Me repetía que lo había pasado bien en el viaje y que yo era un tío cool.