dimecres, 31 de desembre del 2008

El estilo de la derecha.

La democracia es muchas cosas para muchas gentes pero una es para todas: las decisiones se adoptan por mayoría. Esa es una condición necesaria para que haya democracia; puede que no sea suficiente pero, desde luego, es necesaria. Si no hay decisión por mayoría no hay democracia, aunque se den otros factores muy encomiables.

A su vez las decisiones, sean mayoritarias o no, requieren una deliberación previa y en toda deliberación se puede intervenir de buena o mala fe. Si la deliberación es de mala fe la decisión mayoritaria seguirá siendo legítima por ser mayoritaria pero dejará que desear en otros aspectos. Es mi criterio que la derecha española participa de mala fe en las deliberaciones. Mala fe es: 1º) decir que algo está mal; 2º) hacerlo, 3º) negar que se haya hecho; 4º) acusar al adversario de hacerlo. Pongo algunos ejemplos que están a la vista de todos.

Cuando los socialistas tenían mayoría absoluta en el Parlamento, la derecha (y otros, pero eso aquí es irrelevante) los acusaba de recurrir al rodillo y negar el consenso, siempre tan encomiado, sobre todo cuando se está en minoría. La señora Aguirre acaba de hacer aprobar una reforma de la vigente ley de Cajas para llevar adelante sus designios en Cajamadrid valiéndose de su mayoría en la Comunidad de Madrid y de la triquiñuela ya expresamente prohibida en el orden legislativo nacional de una ley de acompañamiento a los Presupuestos. Y no solamente es rodillo para la oposición sino para su propio partido en el Ayuntamiento cuya presencia en los órganos de la entidad financiera queda muy debilitada.

A su vez en el caso de decisiones que requieran una mayoría superior a la absoluta, por ejemplo, en el de los nombramientos de miembros del Consejo General del Poder Judicial (CGPD) o del Tribunal Constitucional (TC), la minoría puede serlo de bloqueo. Si la derecha está en esa situación puede darse por seguro que bloqueará las decisiones que no le reconozcan una presencia en dichos órganos superior a la que proporcionalmente le corresponde. Por eso bloqueó el CGPJ durante la legislatura pasada y sigue bloqueando la renovación del TC.

La derecha suele criticar con mucha contundencia la tendencia de la izquierda a utilizar los medios de comunicación de titularidad pública (radio y tv) en beneficio propio y es posible que tenga algo de razón, aunque será necesario reconocer que quien ha mejorado notablemente la independencia de la radiotelevisión española ha sido el Gobierno del PSOE. Si eso se compara con la situación de Telemadrid que es literalmente la voz de su ama la conclusión está clara. Aquí el argumento de la proyección agresiva es total: 1º) se dice que manipular los medios públicos es malo; 2º) se hace; 3º) se niega que se haga; y 4º) se acusa al adversario de hacerlo. Que yo sepa sólo el señor Aznar se atrevió a nombrar director general de RTVE a un diputado, un militante de su partido, el señor López Amor; y sólo sobre Telemadrid ha recaído una sentencia condenatoria de los tribunales con obligación de rectificar en una información manipulada sobre el sindicato C.C.O.O.

En cuanto a los medios privados la derecha sostiene que la izquierda está apoyada por un poderoso holding, el grupo Prisa, al que a veces se refiere como "monopolio", ahora "duopolio" ya que ha de añadirse el diario Público (pinchen en el link que no tiene desperdicio). Sin embargo ningún medio de Prisa ni Público tiene un grado de identificación con la táctica y estrategia de la izquierda lejanamente comparable al que tienen los medios de la derecha que, además, son muchos más: COPE, El Mundo, Abc, La Razón, aunque no tengan tanto éxito. No sólo la abrumadora mayoría de comentaristas y columnistas de estos medios sino su propia línea editorial colabora con la táctica y la estrategia de la derecha criticando ciertos aspectos, proponiendo otros y tratando de mejorar sus expectativas electorales y de reducir o eliminar las de la izquierda. Son medios militantes, de partido.

La derecha predica hasta desgañitarse que hay que reducir la deuda pública y eliminar el déficit presupuestario. Ayer mismo el señor Montoro rechazaba el plan de financiación de las Comunidades Autónomas presentado por el Gobierno porque aumentará la deuda y el déficit, ambos perniciosísimos. Pero resulta que el señor Ruiz Gallardón tiene el Ayuntamiento más endeudado de España. En este último caso se rompe el eslabón tercero del "razonamiento" de la proyección perversa, esto es, la negación de estar haciendo lo que se está haciendo. Pero se suple con un recurso análogo a la negación: consultado el gabinete de comunicación del Ayuntamiento de Madrid, un portavoz informó de que no podían hacer comentarios sobre la cuestión porque el personal estaba de vacaciones.

En principio la democracia es un régimen tan sano que puede hasta con la mala fe. Pero es claro que ésta pervierte cualquier debate y que tal perversión no se oculta a la gente, a la opinión pública, predisponiéndola en contra. Si esto no se corrige es probable que la derecha pierda las próximas elecciones y entonces comenzará una fuerte polémica en su seno. Los de la mala fe sostendrán que el descalabro se debe al intento de Rajoy de restablecer la buena fe en el debate, actitud que consideran entreguista. A su vez los que van de buena fe acusarán de la pérdida a los de la mala fe y en mi modesta opinión acertarán. En tanto la derecha no respete el juego limpio de la deliberación democrática sólo podrá ganar elecciones cuando la izquierda lo haya hecho tan mal que la gente vote a la derecha; no tanto por votarla como por votar en contra de la izquierda.

La imagen es una foto de Andres Rueda, bajo licencia de Creative Commons).

Cuentos someros.

El rostro del Emperador.

El Emperador dio por terminada la audiencia con un chasquido de los dedos. El súbdito se retiró caminando hacia atrás, la cerviz inclinada, mirando las lujosas baldosas del salón imperial, porque nadie puede poner sus ojos en el rostro del Emperador, hijo del sol. Las había puesto su padre, el más afamado solador del Imperio. Después de ponerlas, el padre del súbdito recibió una tanda de azotes por haber osado mirar el rostro imperial explicándosele que, de no haber sido por su obra de pavimento, hubiera muerto en el sitio. Al recuperarse el padre del súbdito imprimió y difundió por todo el Imperio un manifiesto en contra del Emperador al que acusaba de tirano, y a favor de una República benefactora. Fue detenido y recluido en una oscura mazmorra sin que se supiera más de él. Al cabo de cierto tiempo su hijo presentó una respetuosa solicitud de audiencia al Emperador con el propósito de invocar el derecho de habeas corpus e inquirir por el paradero de su padre. Entre tanto, el movimiento republicano fue cobrando creciente fuerza, sumándose a él la mayor parte de los sectores sociales, los sindicatos, los empresarios, las asociaciones profesionales, las deportivas y finalmente el ejército. El Emperador abdicó y huyó al extranjero rodeado de su familia y sus incondicionales, estableciendo su corte en la capital de un pequeño Reino contiguo que vivía de explotar una red de casinos. Las fuerzas armadas acabaron por liberar al padre del súbdito de la lóbrega mazmorra con ánimo de proclamarlo presidente de la República benefactora. Camino del palacio presidencial el solador más afamado del Imperio convenció al general que mandaba la tropa de que lo suyo no era establecer la República sino restaurar la Corona imperial. El solador quedó proclamado Emperador y lo primero que hizo fue proseguir con la agenda de trabajo de su predecesor en el trono. La actividad prevista aquel día y hora era la audiencia de un súbdito que venía a invocar el derecho de habeas corpus y a preguntar por el paradero de su padre. El súbdito entró con la vista puesta en las baldosas, el Emperador escuchó su petición, le aseguró que ordenaría se hicieran las pesquisas pertinentes y dio por terminada la audiencia con un chasquido de los dedos.

(La imagen es un anónimo chino que representa al Emperador Cheng Tsu, de la dinastía Ming).

Feliz Año Nuevo.

Fröhliches Neujahr.

Feliç any nou.

Bonne Année.

Bon Ano Novo.

Happy New Year.

Buon Anno.

Urte Berri On.

dimarts, 30 de desembre del 2008

La plaga de la violencia de género.

Parece que el año va a acabar con tantas mujeres asesinadas a manos de sus parejas masculinas como el anterior. Es razonable por lo tanto preguntarse por la eficacia de la legislación integral en contra de la violencia de género aprobada ahora hace cuatro años (Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género) que no parece ser capaz de contener esta matanza. Es más, según voces autorizadas como la de la magistrada María Sanahuja (Las denuncias falsas) los efectos podrían estar siendo contraproducentes.

Sin duda hay que abordar el problema con espíritu crítico, abierto, sin prejuicios y sin actitudes demagógicas. Como siempre que se evalúan los efectos de la legislación sobre un fenómeno social tan complejo, difundido y, sobre todo, enraizado en nuestra sociedad, lo primero que llama la atención son los efectos no queridos y hasta perversos de la norma que denuncia el citado artículo de la señora Sanahuja. Cuestión tanto más difícil cuanto que no es posible comparar estas disfunciones reales con la hipotética situación de que la ley no estuviera en vigor, dado que es una típica cuestión contrafáctica. ¿Cómo estaríamos si la ley no se hubiera promulgado? Probablemente peor pero no puede demostrarse. La norma se promulgó para responder a una amplia demanda social y fue muy bien recibida por los sectores directamente implicados en el problema. Lo más razonable es revisarla a la luz de los resultados en este cuatrienio y reformarla para impedir su utilización fraudulenta y mejorar su eficacia. Tarea en la que tiene su importancia también determinar la adecuada relación entre la finalidad perseguida por la ley y los medios a disposición de quienes han de aplicarla.

En todo ello es insensato olvidar que la Ley mencionada es un intento de atajar un fenómeno producto de una forma tradicional, secular, de organización social que consagra como algo natural (cuando no de mandato divino) la supeditación de la mujer al varón; algo que no solamente procede de un pasado atávico sino que sigue contando con amplísimo apoyo en los usos y costumbres contemporáneos. Toda institución que ampare discriminaciones por razón de sexo está aportando aliento a la violencia de género. Esto que resulta tan evidente en abstracto se complica cuando se abordan sus manifestaciones concretas. Por ejemplo: ¿coadyuva o no a la violencia de género el hecho de que las mujeres no puedan ser sacerdotisas en la Iglesia católica, la confesión más extendida en España?

Me parece que sí. Y me parece también que ello apunta a otra complicación todavía más endemoniada como es que muchas posibles víctimas de esta violencia la vean como algo inevitable y, en el colmo de la abyección moral, como un derecho de los varones, cosa que se evidencia al contemplar a veces comportamientos asombrosos en muchas mujeres que, de una forma u otra, protegen o defienden a sus potenciales asesinos. Está claro: la violencia de género se da en el terreno opaco de las relaciones sentimentales en donde puede quebrar gran parte de la lógica social de coste/beneficio que preside la intención legal de proteger un bien jurídico. Si una persona se entrega a otra por entero hasta reconocerle el derecho a hacerle daño, incluso a matarla, la ley se ve obligada a moverse en ese incómodo espacio tan difícil (pero no imposible) de justificar consistente en proteger a alguien en contra de sí mismo. No, no es fácil.

Cuatro años de vigencia de una norma que pretende cambiar costumbres ancestrales, sobre las que se yergue la estructura patriarcal de nuestra sociedad, consagrada en sus creencias, en su lengua, en sus artes (los celebrados temas de la "doma de la bravía" son buen ejemplo de ello), en su organización laboral, religiosa, etc, es un tiempo infinitesimal. Por supuesto que hay que hacer balance de los resultados y mejorar lo que se pueda. Pero no hay que olvidar que las sociedades no se cambian sólo por decreto sino que es preciso inducir cambios de mentalidad y esos, que implican la educación tanto de niños como de adultos, son muy lentos.

Tampoco es disparatado pensar que la violencia de género que no remite viene movida en parte por los avances en el proceso general de emancipación de la mujeres. Muchos hombres que pierden su preeminencia reaccionan violentamente. En parte esa violencia es un peaje que las mujeres tienen que pagar por su liberación. Un peaje que hay que eliminar radicalmente, por supuesto.

Esta vergüenza tiene que acabar. No lo hará de la noche a la mañana y no hay que equivocarse en el diagnóstico. La ley es una buena ley y nos lleva en la dirección correcta. Habrá que revisarla para corregir sus defectos, hacerla más eficaz y evitar los fraudes. Pero vamos por el buen camino, las mentalidades están cambiando, las connivencias y complicidades institucionales, morales, consuetudinarias (piénsese, por ejemplo, en la detestable costumbre de los chistes machistas, tan frecuentes en las sobremesas en España incluso en presencia de mujeres) se van reduciendo. Encuentro que una prueba de ello es la cantidad de criminales que, una vez asesinada su pareja, convencidos de su ignominia, vuelven el arma contra ellos mismos.

Hace bien pocos años el llamado "crimen pasional" no sólo no era visto como un acto vergonzoso sino que se tenía por timbre de gloria y orgullo. Hoy eso es impensable

(La imagen es una foto de Tomás R Vigo, bajo licencia de Creative Commons).

Signo de los tiempos.

A partir del 1º de enero de 2009, pasado mañana, dejará de editarse en papel el Boletín Oficial del Estado. Una publicación con casi 350 años de historia pierde el soporte de papel y pasa al mundo digital sin merma de su eficacia jurídica. Ya hacía tiempo que cabía consultar las dos versiones simultáneamente y en esa pacífica competencia de ambos formatos pudo comprobarse que el digital aventaja al de papel en todos los terrenos: cualquiera que disponga de un ordenador y conexion a la red puede consultarlo gratuitamente a cualquier hora del día desde el momento en que la Dirección General responsable de su edición lo cuelgue en la red. No hay limitación de horarios, festivos ni cierre por vacaciones. Y tampoco por lugar de residencia; la consulta podrá hacerse desde Madrid o desde Melbourne. Además, la página web en que se publica tiene un completo servicio de búsqueda histórica en la que se pueden consultar los BOE anteriores y hasta la histórica Gazeta del siglo XVIII y la búsqueda lleva segundos. No hace falta decir que, como sólo se imprimirán los ejemplares necesarios para cumplir el requisito del depósito, el ahorro en papel será considerable y, con el papel, tinta, maquinaria, locales, almacenes, vehículos de reparto, etc.

La virtualización del BOE es un progreso en el camino del convencionalmente llamado gobierno electrónico cuyo objetivo es garantizar las relaciones entre las administraciones y los administrados a través de la red. Los únicos que se sentirán molestos con esta decisión serán aquellos que se niegan a adquirir las (escasas) competencias necesarias para navegar por la red, una actitud que, al tratarse de gente de nivel cultural entre medio y alto, sólo puede entenderse como muestra de incuria. El otro aparente argumento de la equidad (¿qué pasa con quienes no disponen de ordenador y/o acceso a la red?) carece de valor desde el momento en que en nuestra sociedad abundan los puntos de acceso a internet públicos tanto gratuitos como de pago.

dilluns, 29 de desembre del 2008

La futilidad eucarística.

Con toda la pompa y el boato que revistió el acto eucarístico de ayer en la Plaza de Colón quedó flotando en el ambiente una sensación de futilidad, confusión e incertidumbre. En un país de cuarenta y seis millones de habitantes cada vez más diversos y multiculturales, los cien o doscientos mil que ayer se reunieron suponen una proporción minúscula. Que esa minúscula proporción se reúna en un día señalado para celebrar la vigencia de sus creencias religiosas no hace a éstas más necesarias ni les otorga un derecho superior sobre otras creencias o falta de creencias que convivan con ellas en la sociedad, con independencia de la cantidad de gente que las respalde. El valor de las creencias no depende del número ya que éstas florecen como resultado del ejercicio de un derecho inherente a la persona: el de libertad de credo y de religión.

Parte de la jerarquía católica española salió ayer a defender su fe en el valor inmarcesible de su visión de la institución social básica de reproducción que es la familia. Digo que parte porque otra se quedó en sus diócesis, temerosa de que el acto se convirtiera en un estridente mitín político en contra del Gobierno, como el año pasado; lo cual ha influido probablemente para que el de este año tuviera un carácter más religioso y los pronunciamientos políticos fueran indirectos, implícitos, sobreentendidos. Y esto mismo es lo que le presta ese carácter fútil, innecesario, ambiguo.

Que la familia sea la unidad social básica de reproducción no lo duda nadie y nadie, que yo sepa, ataca en nuestra sociedad la vigencia de la institución. Por eso resulta confuso que la Iglesia católica defienda algo que nadie ataca. Pero es que la Iglesia no defiende la institución de la familia en sí misma sino su especial idea de dicha institución. Y no sólo defiende su idea de la familia, que es algo a lo que tiene perfecto derecho, sino también el que dicha idea de la familia sea la única que se permita, dejando a las demás formas de entender y organizar la familia fuera de la legalidad, como en los tiempos más duros del nacionalcatolicismo. Como esto no se puede decir, la Iglesia recurre a la ambigüedad de utilizar como sinónimos "familia" y "familia cristiana" para prohibir las familias no cristianas pero no tener que justificar dicha prohibición.

No está mal pero no cuela porque nadie aquí y ahora ataca a la familia ni a la forma cristiana de ésta. Es obvio que quien quiera contraer matrimonio católico en España y formar una familia de acuerdo con sus creencias puede hacerlo sin traba alguna. Carece pues de sentido el propósito de Monseñor Rouco de defender una forma de familia distinta a la que está de moda. No hay forma alguna de familia más de moda que la que defiende Monseñor Rouco, más o menos fielmente atenida a su estricta condición. Como también carece de sentido (antes bien, es un grosero atentado a la verdad) decir que esa forma "dispone de tantos medios y oportunidades mediáticas, educativas y culturales para su difusión" cuando bien a la vista está que la forma defendida por el Cardenal tiene una aplastante presencia social y las otras todavía luchan por ver reconocido su derecho a existir en condiciones de igualdad con la predominante.

Guste o no a la Iglesia y a Monseñor Rouco ya no se pueden imponer unas creencias particulares al conjunto de la sociedad. Gracias a los avances de la ciencia la institución básica de reproducción social admite variantes de acuerdo con las preferencias de sus componentes individuales sin merma de la eficacia de su función reproductiva. Por eso la Iglesia se opone a tales avances científicos, como siempre, porque amplian las posibilidades de los individuos para organizar a su libre albedrío la forma básica de la convivencia social. Y por eso también sus afirmaciones resultan tan delirantes. Dice Monseñor Rouco que la familia es "la donación esponsal del varón a la mujer y de la mujer al varón y, por ello, esencialmente abierta al don de la vida: a los hijos". ¿Por qué? ¿Porque lo diga él? Como delirante es la afirmación del Papa que escucharon ayer sus seguidores de impedir que "el amor, la apertura a la vida y los lazos incomparables que unen vuestro hogar se desvirtúen". ¿En qué desvirtúa a dichos lazos el que otras gentes tengan derecho a organizar otras formas de familia? Por supuesto en nada. Y como esto tampoco puede decirse hoy día, el acto siguió subiendo de ambigüedad.

Y así será mientras continúe manteniéndose otra confusión que ayer fue patente en la plaza de Colón y hoy repiquetean todos los comentaristas de la derecha, esto es, que el acto eucarístico era la defensa de unos valores residenciados en la familia, cristiana, no se olvide. Aquí reside la confusión cuando no el engaño deliberado. Por mucho valor que quiera atribuirse a la familia, cristiana o no cristiana, ésta no deja de ser un medio, un instrumento del auténtico depositario y titular de todos los valores, el único que ayer estuvo ausente en las prédicas eclesiales, jaculatorias litúrgicas y doctrinas pontificales: el individuo, el ser humano individual, titular de todos los valores y todos los derechos. Porque la familia se hizo para el individuo y no el individuo para la familia. En esto la ambigüedad y la contradicción del clero católico adquiere tonalidades ridículas. Es un derecho del individuo formar una familia cristiana o una familia no cristiana; como lo es no formar familia alguna. Que es exactamente lo que hace el propio Monseñor Rouco Varela, inmerso clamorosamente en esa pública contradicción de predicar una cosa y hacer otra. A este respecto el clero protestante procede con mayor coherencia porque el católico no tiene remedio y por eso delira.

Este intento de anteponer los valores de un medio, de un instrumento, de un ser colectivo, a los del ser humano individual que es fin en sí mismo pero sin poder decirlo es lo que hace que actos como el de ayer resulten confusos, fútiles, patéticos y trasnochados. La familia no está amenazada; al contrario, cada vez tiene mayor auge y está más viva porque ve reconocida su multiplicidad de formas en contra de la sañuda oposición de los Roucos Varelas. Los valores de la familia no están en cuestión. Como tampoco lo están los de su último titular y depositario, que es el individuo. Al contrario, jamás ha tenido el individuo mayor libertad para organizar su vida de acuerdo con las creencias y valores que le parezcan medulares y que pueden coincidir o no con los del clero católico que ensalza la familia pero no la practica.

Uno de esos derechos del individuo es el de la interrupción voluntaria del embarazo, el aborto, contra el que también cargó ayer Monseñor Rouco hablando fuera del tiesto de una "cultura de la muerte", como si el aborto, en lugar de un derecho de los seres humanos individuales, especialmente las mujeres, fuera una obligación. Como tampoco aquí se puede decir tamaña barbaridad porque es obvio que el derecho al aborto presupone el igual derecho a no abortar, el acto resultó confuso y ambiguo.

Hubieran querido pedir que se prohiban por ley las familias que no se ajusten al modelo católico y que por ley se prohiba la interrupción voluntaria del embarazo pero como probablemente el Vaticano ha impuesto moderación en el ultramontano clero español y éste sabe además que no están las cosas para plantear más conflictos de los que ya hay, su posición se desdibuja, pierde fuerza. Resulta triste comprobarlo una vez más, pero la Iglesia sólo interpreta satisfactoriamente su papel cuando combate, ataca e impone a la fuerza sus principios y convicciones. Cuando no puede hacerlo, su mensaje se torna arbitrario, caprichoso e incomprensible. Tiene graves problemas para adaptarse a una sociedad democrática en la que conviven creencias o falta de creencias distintas y esos problemas la afectan en su propio cuerpo de creyentes (excusado decir los que no lo somos) muchos, muchísimos de los cuales, a fuerza de demócratas no quieren vivir en una sociedad que imponga sus valores como los únicos legales y aceptables. Eso es algo que la jerarquía católica no acaba de entender y va a costarle muy caro porque, si no lo acepta, acabará identificada con las opciones políticas de la extrema derecha, cosa que en esta ocasión ha conseguido evitar a costa de la claridad de su mensaje.

Al final, cabe preguntarse razonablemente: ¿para qué se reunieron ayer cien o doscientas mil personas en la plaza de Colón? Y la respuesta es bien enteca: para escuchar misa. Santas y buenas.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).

Crónica espeluznante.

Este año de 2008 ha sido el primero de vigencia de la Ley de la memoria histórica, razón por la cual considero un acierto la reedición de este clásico de la memoria del franquismo (Crónica de la posguerra, 1939-1955, Barcelona, Ediciones B, 2008, 561 págs) cuya primera edición fue de 1978 y hoy, estando descatalogado, era inencontrable.

El libro de Abella es, en efecto, una crónica minuciosa, detallada, verídica, documentada (con una gran aportación de datos de la prensa escrita de la época) de la posguerra española y su lectura, altamente recomendable. Para quienes nacimos en los años cuarenta pero conservamos memorias , aunque sean fragmentarias, de infancia de aquellos años y para los que hayan nacido después y todo lo que sepan sea de leídas y oídas la obra constituye una aportación inestimable por lo bien documentada que está, la proximidad y naturalidad del relato, el sentido del humor que el autor no pierde incluso cuando narra asuntos angustiosos y, lo que quizá sea en el fondo su característica más acusada: su optimismo y su fe en la capacidad del pueblo español para afrontar el infortunio, recuperarse gracias a su trabajo y tesón y salir al final adelante. Porque en un primer momento, cuando uno va leyendo esta terrible narración, siente uno que lo invade la tristeza, la indignación, el desánimo y sólo en reflexión posterior comprende uno que no debe dejarse llevar por la desesperación.

La crónica de la posguerra española es la crónica de un calvario que millones de personas hubieron de soportar durante años. Abella explica con detalle y abundancia de pruebas y datos cómo, al final de la guerra, España era un gran campo de concentración, cómo los vencedores trataron a los vencidos como enemigos para los que no hubo piedad, cómo se detenía arbitrariamente a la gente (a veces por denuncias falsas de los vecinos que querían quedarse con los bienes de los denunciados), se la torturaba y se la sometía a farsas judiciales militares en las que se la condenaba a muerte o a largas penas de cárcel. Las ejecuciones extrajudiciales, los "paseos" de los falangistas, los asesinatos estuvieron a la orden del día en los primeros años de la posguerra. Calcula Abellá que fueron 700.000 mil las causas que se abrieron ante el tribunal de responsabilidades políticas.

A los muertos, fusilados, ejecutados sin proceso, torturados, encarcelados y exiliados hubo que añadir los cientos de miles que murieron de enfermedades parasitarias, contagiosas o simplemente de hambre. Porque la vida en España en los años cuarenta, con los alimentos básicos racionados, sin combustible, sin luz eléctrica (hubo un año en que llegó a restringirse el fluido electrico a dos días por semana, p. 398), sin medicinas, sin viviendas, fue un infierno, un infierno de escaseces, frío, hambre, miseria pulgas, piojos y sarna. La delincuencia juvenil estaba en auge (p. 165) como lo estaba la mendicidad y la prostitución (p. 173). La desnutrición era generalizada, lo que provocaba todo tipo de epidemias (p. 188) .

Esta España del estricto racionamiento y el mercado negro (p. 128), de los escándalos de corrupción (p. 157), era la España de los timadores, los estafadores y ladrones de todo tipo (p.212) y también el lugar en el que se hicieron rapidísimas fortunas a base de engañar y estafar y al amparo del poder. Los ferrocarriles (p. 382), las carreteras (p. 384) estaban en estado calamitoso, no era infrecuente que se hundieran las viviendas (p. 388) y las que no se hundían estaban fuera del alcance de la mayoría de la población que cobraba salarios de miseria sin protección social y sindical alguna y tenía que pluriemplearse para poder sobrevivir.

Paralelamente a este desastre general, el régimen, que era una dictadura totalitaria apoyada en la Iglesia católica, alentaba una vida social en la que la propaganda hacía que, como dice el autor lo insólito fuera visto como un hecho cotidiano: tan pronto aparecía el cuerpo incorrupto de San Isidro labrador (p. 259), como se daban apariciones de la Virgen (p. 260), casos de gatos voladores (p. 263) o experimentos de charlatanes para sintetizar oro(p. 270).

La censura era estricta en todas las manifestaciones periodísticas o espectáculos que, además, tenían una calidad ínfima. Para afianzar su dominación, el franquismo estableció lo que llama Abella la "futbolización del país" (p. 412).

El régimen político del general Franco nació como una dictadura totalitaria y así prosiguió hasta su muerte. Entre tanto Franco nombró heredero "a título de Rey" al que lo es ahora de España con la única finalidad de dejar restaurada la monarquía pero diferida hasta su muerte su definitiva proclamación. El franquismo fue un desaforado culto a la personalidad y él, que aplicaba el viejo adagio gallego de "Pelo de lobo, paso de buey y hacerse el bobo", dejó que le erigieran estatuas, lo nombraran hijo predilecto de muchas localidades, padre de otras, lo equipararan al Cid y una caterva de intelectuales al servicio del Régimen vertiera sobre él los más exagerados y ridículos ditirambos, empezando por la doctrina del Caudillaje, elaborada por Francisco Javier Conde. Todo conato de resistencia quedó aplastado.

En el ámbito exterior, nadie tomó en serio las protestas neutralistas de Franco, que había sido claro partidario del Eje y había mandado a la División Azul al frente del Este. La ONU condenó el régimen de Franco como régimen fascista en 1945 y en 1948 pidió a los países miembros que retirasen a los embajadores por lo que España quedó aislada y sometida a bloqueo, lo que acarreó todavía mayores penalidades para el pueblo sin debilitar al régimen. Posteriormente, comenzó poco a poo la recuperación. En 1952 se suprimen las cartillas de racionamiento. En 1953 se firma el Concordato con la Santa Sede y el tratado con los estadounidenses y, partir de entonces, comenzó una etapa de lento pero continuo desarrollo que se financió esencialmente a través de las remesas de los emigrantes y la entradas por el turismo.

Éste último, el turismo, fue el elemento más importante del cambio de mentalidad en el país y un poderoso factor de modernización, por supuesto, con la furibunda oposición de la Iglesia católica, acostumbrada hasta entonces al nacionalcatolicismo.

El libro de Abella no es solamente una gran aportación a la historiografía de la época, sino un testimonio presencial de indudable valor a cuyo lado todos los intentos que hoy se hacen de embellecer el régimen de Franco como si no hubiera sido una dictadura canalla, criminal, corrupta, sórdida, miserable, carcunda, lacayuna, inepta y estúpida demuestran ser su digna continuación.

diumenge, 28 de desembre del 2008

Hasta la kippá de estos genocidas.

Igual que sucede con los atentados de ETA, faltan ya las palabras para condenar la fría, sistemática, premeditada, permanente, masacre del pueblo palestino a manos de los israelíes. A unos nos faltan porque ya las hemos gastado todas y ahora resultan pobres, vacías, ridículas ante la magnitud de la civilizada barbarie sionista. A otros les faltan porque no quieren condenar. Y no quieren condenar porque en el fondo están de acuerdo con los crímenes cometidos, como en el caso de Batasuna, ANV y el presidente Bush, quien tampoco condena el nuevo y enésimo crimen israelí en Gaza. Lo curioso es que, así como Batasuna, ANV etc caen por ello en la ilegalidad, la confiscación y la persecución, el presidente Bush pose de ejemplar defensor de la civilización occidental.

Faltan las palabras por innecesarias. Lo que está haciendo Israel, lo que lleva sesenta años haciendo Israel con los palestinos es un genocidio en todo igual al que los nazis quisieron perpetrar con los judíos. Con las dos importantes diferencias, causalmente relacionadas, de que los sionistas disponen de mucho más tiempo para segurarse del carácter sistemático, completo, total de su política de exterminio y de que pueden hacerlo porque gozan del auxilio incondicional de los Estados Unidos, que han respaldado el genocidio desde los orígenes, lo han amparado y justificado.

Porque un genocidio es que un Estado armado hasta los dientes, pertrechado con todo tipo de instrumentos mortíferos de alta tecnología, incluida la bomba atómica, proceda militarmente a lo bestia contra la población civil apiñada en Gaza, agobiada por la necesidad y la miseria, y protegida/chantajeada por unas ridículas milicias de Hamas armadas con cohetes hechos con botes de coca-cola y que a saber si no están financiadas y alentadas por los propios servicios israelíes. Dicen los amigos de los sionistas -que son muchos en el mundo, preferentemente en la derecha pero también en la izquierda- que Israel "tiene derecho a defenderse". Lo cual es obvio. Pero lo pierde cuando la defensa rompe toda proporción con el ataque. Y ello es así, no hay que ser ingenuos, porque sus represalias no son defensivas sino que son a su vez ataques largamente planeados y premeditados para conseguir su último objetivo que es el exterminio de los palestinos y la aniquilación de Palestina. Un genocidio en pleno siglo XXI y bendecido directa o indirectamente por la llamada "comunidad internacional", ramillete de cómplices o simples cobardes.

Toda la verborrea, todos los garabatos, planes, contraplanes, hojas de ruta, proyectos, condiciones, tratados y demás basura no son más que los jalones con los que los israelíes han ido ganando tiempo durante sesenta años para culminar su objetivo genocida que jamás se ha tomado en serio el supuesto plan de un Estado palestino por la misma razón por la que jamás se ha acatado y mucho menos cumplido una sola de las numerosas resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en relación con el conflicto.

Cada vez que alguien dice lo que han podido Vds. leer líneas más arriba se le acusa de antisemita. Dejando de lado el hecho, ya de por sí inadmisible, de que, siendo los árabes tan semitas como los judíos, éstos pretendan apropiarse el término étnico, despojando de él a los árabes, la única respuesta frente a esta acusación es que se vayan a freír puñetas. Considero que el Estado de Israel viene aplicando una política deliberada de exterminio genocida de los palestinos desde su fundación y eso no me hace más antisemita que obispo. También se dice que, al fin y al cabo, Israel es una democracia y los Estados árabes o los palestinos, no. Es posible. Pero por encima de la democracia están los derechos humanos y una democracia que no los respeta y cuya política es genocida no es una democracia, aunque elija a sus representantes.

Conozco Israel; conozco Palestina; he estado allí, he estado en Gaza, Cisjordania, Jericó y sé de lo que hablo cuando digo que los judíos jamás se irán voluntariamente de los territorios ocupados y jamás permitirán que los palestinos tengan su Estado propio porque su finalidad -que arranca de la promesa de su Dios en la Biblia- es exterminar a los filisteos, los philistins, los pelistim, los palestinos. Eso sólo sucederá si se los expulsa y si se los expulsa militarmente, cosa que no está al alcance de los Estados árabes y mucho menos de los palestinos.

En consonancia con ello todas las declamaciones de la comunidad internacional, los gestos compungidos de nuestras autoridades, los melindres de la Unión Europea y los mohínes de la diplomacia internacional son pura hipocresía cómplice. La tímida advertencia a Israel de que si sigue con su política genocida, sus asentamientos, sus bloqueos, sus muros, sus provocaciones, sus expropiaciones, sus asesinatos y su barbarie perderá su autoridad moral y el respeto internacional es la más acabada muestra de cobardía, miseria moral y colaboración con el genocidio.

Porque es un genocidio.

Una última consideración. Está claro que este nuevo ataque a Gaza responde a la deliberada intención de explotar el vacío de poder en la Casa Blanca, aprovechar las últimas horas de un presidente que tiene mucho de criminal de guerra y situar al señor Obama ante un hecho consumado, exactamente como hacían los nazis. Es en este terreno en donde se podrá calibrar la categoría de Mr. Obama llegado el momento.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

Huntington.

Con motivo del fallecimiento de Samuel P. Huntington la prensa ha aireado su muy conocida teoría del choque de civilizaciones que en España encontró la contrapropuesta del señor Rodríguez Zapatero de la alianza de civilizaciones como si fuera un tipo ideal de contraposición entre el realismo político del académico gringo y el utopismo del presidente español, dado que el primero se mueve en el terreno de los hechos mejor o peor interpretados, y el segundo en el de las normas morales más o menos factibles. De momento el choque va ganando a la alianza por varios cuerpos de ventaja; pero no puede (ni debe) descartarse la idea de que alguna vez se establezca la tal concordia.

De todos modos para entender mejor la obra de Huntington que no se agota en éste su célebre penúltimo ensayo es preciso situarlo en la perspectiva del conjunto de su carrera. Destacaré cuatro de sus publicaciones, las que me parecen jalones de su pensamiento y de su modo de entender la realidad del momento porque el pensamiento de Huntington ha estado siempre muy vinculado a la realidad internacional. El primero, publicado en el significativo año de 1968, es un estudio comparado entre los EEUU y la Unión Soviética, titulado Political Order in Changing Societies , escrito al alimón con Zbignew Brzezinski y en el que se analizan en perspectiva comparativa los dos sistemas políticos y parece darse pábulo, aunque dubitativo, a una teoría muy en boga por aquellos años, la llamada teoría de la convergencia según la cual las sociedades industriales avanzadas tenían unas necesidades específicas de organización que coincidían y acabarían consiguiendo una convergencia de los respectivos sistemas políticos (comunismo y democracia liberal) en una especie de amalgama de carácter tecnocrático. La previsión se vino abajo con el hundimiento y silenciosa implosión del comunismo.

La siguiente publicación de importancia mundial fue un informe para la Trilateral, firmado por nuestro autor, el francés Michel Crozier y el japonés Joji Watanuki titulado The Crisis of Democracy: On the Governability of Democracies y publicado en 1976, como colofón a los agitados, turbulentos y revolucionarios años sesenta y en el que se avisaba de que las democracias podrían perecer por un exceso de demanda y por ser incapaces para gestionarla adecuadamente. Esto es se trataba de una especie de aviso de las consecuencias letales que podría tener la llamada "revolución de las expectativas crecientes" característica de las sociedades capitalistas desarrolladas. En el fondo una de las primeras formulaciones políticas del ataque generalizado contra el Estado del bienestar que se inició a raíz de la crisis mundial de 1973. Las democracias eran intrínsecamente inestables e inseguras a diferencia de los regímenes autoritarios. Lo que ha sucedido sin embargo es que las democracias han resultado muy resistentes (y también los Estados del bienestar) mientras que los sistemas autoritarios han ido quebrando uno tras otro.

Quizá para compensar en parte por este fiasco, Huntington publicó en 1991, meses antes del hundimiento de la Unión Soviética, The Third Wave: Democratization in the Late Twentieth Century en el que daba cuenta de la tercera ola de democratizaciones (las otras dos fueron de 1828 a 1926 y de 1943 a 1962) a partir de 1974 a raíz de la pérdida de prestigio de los sistemas autoritarios, el palpable fracaso del comunismo y el fin de la guerra fría, una tercera ola que afectó a los países del sur de Europa (Portugal, España y Grecia) y a otros de América Latina fundamentalmente. En el fondo, el libro trata de corregir el yerro de Crisis of Democracy... y se inscribe en la bibliografía que saluda el nuevo orden mundial a raíz de la globalización, el fin de la guerra fría y del comunismo. De momento sus previsiones se mantienen aunque ello tampoco es tan misterioso dado que en la obra Huntignton avisa de que tambiérn podría producirse una "tercera contraola", pues la democracia es un régimen político que avanza de modo leninista, dos pasos adelante y uno atrás. Así, desde luego, es muy difícil equivocarse.

El libro The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, de 1996, el único que los medios parecen recordar, parte del principio de que el mundo está dividido en ocho civilizaciones (occidental, latinoamericana, ortodoxa, africana, hindú, sínica, japonesa e islámica) así como algunas otras incipientes o abortadas e híbridas. Parte de una identificación genérica entre "civilización" y religión y sostiene que el choque de éstas sustituirá al de las ideologías. Puede ser. Pero lo que más llama la atención es justamente la tipología que establece y cómo puede justificar la existencia de una "civilización latinoamericana" distinta de la occidental. No es que tenga mucha importancia pero la verdad es que algo así sólo podía ocurrírsele a un gringo. Por lo demás, nos pongamos como nos pongamos, las únicas civilizaciones/religiones que muestran una contundente tendencia a la agresividad y la guerra son la Occidental/cristiana/mosaica (el hecho de que, a pesar de la identidad civilización-religión, el judaísmo no aparezca como civilización propia ya lo dice todo) y la islámica, esto es, las civilizaciones/religiones que llamamos "del Libro". Algunas otras (por ejemplo, la japonesa) han tenido a veces destellos de agresividad militar pero en estas occidental/cristiana/judaica e islámica la agresividad parece formar parte de su esencia misma, peculiaridad sobre la que no se encuentran muchas aclaraciones en la obra de Huntington.

Hace unos años (2004) el autor publicó su último trabajo, llamado Who Are We? The Challenges to America's National Identity en el que se suma a la alarma generalizada frente al peligro de dilución de la prístina personalidad nacional gringa, que es un macizo de anglosajón, protestante y blanco con raíces en los colonos. El elemento que amenasa esta pureza cultural es el mundo latino, especialmente el mexicano. Ahora se entiende mejor su idea de que latinoamérica sea una civilización distinta de la occidental. La identidad nacional gringa tiene que preservarse en el monopolio de la lengua y la institucionalización de la religión y la ética protestantes frente al catolicismo latino. El multiculturalismo, el cosmopolitismo y el bilingüismo son amenazas a la cohesión nacional gringa. Es decir no es un libro racista a la antigua usanza pero le falta poco.

Ciertamente Samuel P. Huntington fue uno de los politólogos más influyentes del siglo XX y lo que llevamos del XXI y su lectura es imprescindible para entender nuestro tiempo. Fue un hombre muy conservador cuyas previsiones se revelaron erróneas con harta frecuencia. Ojalá también lo sean las relativas al choque de las civilizaciones y la identidad nacional estadounidense.

Que la tierra le sea leve.

Caminar sin rumbo (XXXI).

La elasticidad del tiempo.

(Viene de una entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXX), titulada Rito de iniciación.

El trayecto del puente aéreo se me fue en un visto y no visto, embebido como fui en mis recuerdos de adolescencia tan gratos, tan tiernos y tan selectivos. Es la peculiaridad de viajar no en el espacio sino en el tiempo. El tiempo, que es la forma de la intuición interna pura, uno de los dos apriori kantianos que nos encontramos ahí hechos y que no acabamos de entender muy bien probablemente porque somos sus productos, pero que nos permiten elaborar nuestras representaciones. Lo que sucede es que el tiempo tiene una dimensión distinta según que lo aborde como resultado de esa intuición directa interna, aquí y ahora, o lo haga, por así decirlo, enlatado, en mi recuerdo. El tiempo/ahora condiciona absolutamente mis representaciones pero éstas, a su vez, condicionan el tiempo pasado, el tiempo rememorado, recreado, resurgido. Y lo hacen de modo absoluto, rompiendo su misma esencia que es el decurso pautado, medido, que se me impone aquí pero se retuerce, altera y disloca a extremos imprevisibles cuando lo rememoro. Esa experiencia es la que me permite resumir en el instante fugaz de una frase un tiempo que se mide en meses, en años, en siglos, en lo que se quiera. Cuando, acupado en la peripecia de Montse Llombart y el atentado contra Ovidi digo que aquella "...me recordaba a mí mismo en un tiempo que pasé en la adolescencia también encendido de celo religioso" condenso en cinco segundos un tiempo que puede medirse en semanas o meses. Por supuesto algo parecido sucede con la intuición directa del tiempo/ahora, cuyo resultado puede variar y de hecho varía cuando nuestro estado de animo determina nuestra experiencia. A veces el tiempo se nos hace más breve; a veces más largo. Experiencias que todo el mundo ha tenido, pero éstas se dan dentro de unos límites o márgenes determinados por cuanto al margen de nuestra predisposición, presumimos que el tiempo tiene la duración que tiene y no depende de nosotros, mientras que cuando me enfrento al tiempo/memoria, la dislocación, la administración caprichosa de las duraciones no tienen límites. Es el tiempo de las narraciones, de la ficción. Por eso dicen muchos literatos que escribir es rememorar, como el pensar para Platón y que toda la literatura es memoria y lucha contra la desmemoria. Por supuesto es más cosas; es también el deseo de contarlo, de relatar a los demás nuestra memoria. Porque esa experiencia es, en efecto, común a todos los seres humanos ya que todos viven en un aquí y ahora y también en un pasado cuya duración administran a su capricho. Pero sólo unos pocos, los que se consideran a sí mismos escritores creen que merece la pena exteriorizar dicha experiencia (no tanto las cosas recordadas como la forma que se da al recuerdo de las cosas) a los demás, someterla a juicio ajeno, a otra experiencia del tiempo. Pero es desde luego el meollo mismo del relatar. Homero concentra en cuatro o cinco días y sus noches ante Troya una guerra que duró diez años y cuyo final hay que ir a buscar a otra parte. Joyce condensa en un solo día en Dublín los diez años del viaje de regreso de Ulises a Itaca que, a su vez, también están dislocados en la propia Odisea en que la mayor parte de ese decenio aparece a su vez concentrado en un flash back del relato de Ulises en la corte del Rey Alcinoo, el padre de Nausicaa. ¿Y qué decir de la celebérrima magdalena de Proust que le permite recuperar un tiempo que había perdido? Siempre que pienso en esto me viene a la memoria un relato de Ambrose Bierce, Un incidente en el Puente del Búho en el que un civil confederado que ha intentado un sabotaje es condenado a morir ahorcado en el Puente del Búho y Bierce relata la experiencia de su milagrosa escapada, su huida río arriba, esquivando las balas y la metralla, su desesperada carrera a través de los campos hasta llegar a su casa y todo ello en los breves segundos en que los soldados retiran los tablones sobre los que se mantiene el condenado y este cae a plomo y muere ahorcado. Una vez pasado el tiempo es irremediablemente nuestro y hacemos con él lo que queremos (salvo que estemos muertos), lo detenemos o aceleramos no como resultado de una experiencia intuitiva directa que no podemos controlar sino por obra de nuestra voluntad que es la que determina nuestra representación que a su vez es pura ilusión, como sostenía Schopenhauer. Y ¿hay mayor ilusión que la ficción literaria?

Todo eso hizo que los tres cuartos de hora del puente aéreo me parecieran breves minutos mientras rememoraba a mi entero capricho tiempos de mi adolescencia que habían durado meses y, en la medida en que el relato aludía a tradiciones y costumbres, años. Tres cuartos de hora, breves minutos, meses y años. El espíritu humano es sorprendente.

Tras recoger mi mochila en la cinta de equipajes salí del aeropuerto como alma que lleva el diablo, cogí un taxi y llegué a casa, en el piso en el que vivo, cerca de los Cuatro Caminos. Me faltó tiempo para conectarme a la red en busca de nuevos datos sobre Montse Llombart, pero no había nada. Tendría que esperar hasta ver si materializaba mi propósito de entrevistarme con ella. Tenía que ser una mujer especial. En cambio sí encontré un parte médico sobre Ovidi que decía que seguía en observación y que, dentro de la gravedad de sus heridas, evolucionaba satisfactoriamente, cosa que me tranquilizó bastante. Encontré dos recados de Laura en Skype insistiendo en que nos viéramos. Tendría que seguir esperando; no estaba dispuesto a emplear en ella el tiempo que estuviera en Madrid. En el correo electrónico había media docena de recados de cierta variedad. El único con relativa urgencia el de un editor que me decía si quería corregir las pruebas de un libro de un sociólogo alemán que había traducido o me fiaba de sus colaboradores. Como no estaba la cosa para entretenerme corrigiendo le respondí que me fiaba de sus correctores, aunque no era verdad. No me fío de ningún corrector; ni de mí mismo. De mí es de quien menos me fío pues tengo experiencias de haber dejado pasar faltas y errores garrafales que simplemente no veía y, proyectando esa carencia en lo demás, tampoco me fiaba de ellos, si bien era relativamente injusto. Las editoriales, no todas, tienen correctores estupendos, gentes profesionales a cuyo ojo de águila no escapa nada. Cerré el correo y me quedé un rato pensando a dónde iría el día siguiente, esta vez ya en coche. Pensé en dirigirme hacia el sur y, si me animaba, incluso cruzar el estrecho y presentarme en Marruecos. No era una posibilidad desagradable esta de bajarse al moro como se dice. Podía desembarcar en Melilla y luego ya veríamos. Google daba una distancia Madrid-Almería de 553 kms y, luego, de Almería salía un ferry con una duración de cuatro a cinco horas. Con un poco de suerte, levantándome y saliendo temprano podía estar en Melilla mañana mismo. Aún leí un par de crónicas en un diario digital sobre la pavorosa crisis económica que afecta al mundo y me fui a dormir después de preparar una maleta con abundancia de indumentaria, mudas, accesorios, lo necesario para un viaje largo.

Desperté de buena hora pero, en lugar de ponerme de inmediato en la carretera cual había sido mi propósito, se me ocurrió la desatentada idea de llamar a Daniel, mi socio en la consultoría al móvil. Sabía que se levantaba temprano y que no lo despertaría. Así fue. Se puso contento de escucharme. Quiso saber en dónde estaba. Le dije que en Madrid y me propuso que nos viéramos a almorzar. Le dije que no, que tenía pensado salir de inmediato pero me rogó que, cuando menos, nos viéramos en el desayuno, ya mismo porque, aprovechando que estaba en la capital, había algo de lo que quería hablarme. Quedamos en el Comercial de la Glorieta de Bilbao y, cuando llegué allí, ya estaba sentado en el interior pues hacía un día desapacible para sentarse en el exterior.

Daniel era un tipo de celta puro. Rubio, con los ojos azules, tenía una pequeña cicatriz en el labio superior que resultaba llamativa no por su tamaño que era reducido, sino por su situación, ya que se estiraba y ondulaba mientras el dueño hablaba o reía, cosas que Daniel hacía continuamente porque era un temperamento fogoso y muy vitalista. Durante una época había tratado de disimular la cicatriz dejándose crecer un tupido bigote pero al final se había decidido a prescindir de él porque quería aparecer como era y no como no era.

Manifestó gran alegría al verme, ordenó la consumición que yo le había pedido y se quedó mirándome con atención y no diré que de hito en hito pues sería extralimitarme. Por fin dijo:

- Vaya, trotamundos, ¿qué haces por aquí?

- He venido a coger el coche para seguir mi viaje.

- ¿Sigues sin tener rumbo fijo?

- Claro. Ahora pensaba ir hacia el sur.

- ¿Qué mosca te ha picado?

Las gentes cambiamos mucho. Esa pregunta, me quedé pensando, no me la hubiera hecho Daniel treinta años atrás. El coruñés había sido un ejemplar típico de los remanentes del 68. Lo sabía porque me contó bastantes cosas mientras hacíamos juntos el servicio militar, que era una inactividad en la que, para matar las horas en los campamentos, en los servicios de guardia, de imaginaria o de cuartel la gente acaba contándose sus intimidades y, para lo que hizo después, me había enseñado una colección de fotos. Precisamente en ella había documentado un viaje que él había hecho en moto por Europa con un amigo hacía veintitantos años los dos imitando descaradamente a Peter Fonda y Denis Hopper en Easy Rider, película icónica para toda una generación y eso fue antes de asociarse a un despacho de abogados laboralistas para defender a los sindicalistas y de fundar con otros dos socios un local de jazz en el centro de Madrid que, aunque visitado por todos los amigos, fue un rotundo fracaso.

- Sí.-Rió- Ese fue mi canto del cisne. Luego vino lo que vino.

Lo que vino fue que se había casado con la novia de toda la vida, una arquitecta dicharachera, competente pero muy poquita cosa, con la que había tenido dos hijos, como todo el mundo y con la que seguía, encargándose de los aspectos jurídicos del gabinete de arquitectura y administrando nuestra próspera consultoría.

- Por cierto, ¿que le has dicho tú de tu viaje, bueno, de esta cosa que estás haciendo a Caridad y a tus hijos?

Era un pensamiento que me había asaltado con frecuencia en los últimos tiempos. Caridad y yo nos habíamos separado civilizadamente unos años antes; mis hijos, Olga y Esteban, se quedaron con ella hasta que se emanciparon hacía relativamente poco tiempo y manteníamos unas relaciones fluidas. Pero lo cierto era que no les había dicho nada de mi partida y tampoco había contactado con ellos.

- Yo, en su lugar- dijo Daniel- estaría mosca.

- En lugar ¿de quién?

- De Cari y de los chicos. Te vas, no dices nada, hombre, esas no son formas.

No lo eran y pensaba remediarlo de inmediato, pero no estaba de ánimo para soportar recriminaciones, así que le dije que tenía prisa y por qué quería que nos viéramos. El camarero, una de esas venerables instituciones del Comercial con su chaqueta blanca y un sexto sentido profesional que le hacía advertir que estábamos levantando el campo, se acercó con intención de cobrar. Pero Daniel me pidió que nos quedáramos algo más, no sería mucho y encargó otros dos cafés.

- Porque tú sabes que yo tengo muy buena relación con Cari.

Sí, lo sabía, pero seguía sin ver qué tenía que ver mi ex-mujer con aquel asunto. Entró un grupo de estudiantes armando un alboroto indecible y ganándose miradas asesinas de un par de clientes de toda la vida, lectores impenitentes de la prensa diaria junto a una taza de café con leche. Daniel también los miró pero no los veía ni los escuchaba porque estaba pensando cómo plantearme el asunto que lo había llevado a citarme allí. Y por fin lo soltó. Se trataba de su hijo menor, Eugenio que todavía vivía con sus padres pero que estaba causándoles todo tipo de problemas.

- ¿Cómo qué?

- Quiere abandonar la carrera. Imagínate tú. ¡Y en tercero!

- El tercero de ahora ¿es como los de antes o ya están las reformas en marcha?

- No, no, como los de antes. Tercero es la mitad de la carrera.

Eugenio estudiaba derecho, como su padre y a diferencia de su hermano mayor que se había hecho controlador aéreo.

- Entonces yo he pensado... he pensado que como tú te llevas tan bien con él y te hace tanto caso... porque lo que es a mí ni me escucha y a su madre, menos, como a ti te admira, he pensado...

Le constaba lanzarse a la petición, así que le facilité la tarea:

- Que yo lo vea, que hable con él, que lo convenza de que siga.

- ¡No, no, no! Por favor. De ningún modo. Que hables con él, sí, pero sin propósito alguno, sólo para enterarnos de qué piensa y orientarnos a ver qué hacemos. No creas que me empeño en que estudie Derecho...Por mí puede estudiar lo que quiera...

- Pero tiene que estudiar algo.

- Más o menos, más o menos. ¿Qué tiene de malo? Tú sabes cómo está el mundo...

Tenía gracia. Yo estaba acomplejado por creer que no había sabido educar a mis hijos, que no había conseguido que llegaran a dónde creía que sería bueno para ellos, lo que me tenía comida la moral y resultaba que mis amigos, confiando en mí, me decían que me hiciera cargo de los suyos. Héteme aquí que Daniel, además, me encomendaba una labor de intermediario similar a la de Luján con Willie, si bien en este caso, la relación no era paterno-filial sino de otro tipo, más simple o más compleja, según se mirara. Le dije a Daniel que lo haría si me daba el número de móvil de su hijo y liquidaba el asunto por la mañana y podía ponerme de inmediato en camino. Ya lo llamaría luego a él o le pondría un correo electrónico dándole las cumplidas explicaciones. Eugenio respondió de inmediato, se alegró de escucharme y me dijo que sí, que encantado, no tenía nada que hacer de inmediato, me vería donde quisiera. Lo cité en el mismo Comercial media hora más tarde y rogué a Daniel que se esfumara. Mientras se levantaba y se iba, mi socio me dijo:

- Oye se me ocurre que si vas al sur y no tienes destino fijo, igual puedes hacerte cargo del proyecto de campaña que nos ha aprobado el Gobierno autonómico; te pones en contacto con nuestra gente en Sevilla...

- No me jodas, Daniel. Estoy de excedencia.

- Bueno, bueno, era solo una posibilidad. -Y se encaminó hacia la puerta. Pero, antes de llegar dio media vuelta y volvió sobre sus pasos:

- ¿Y si la oferta fuera que te hicieras cargo de la campaña de prendas deportivas en los Estados Unidos, por ejemplo en Nueva York?

- De eso podríamos hablar.

- Lo sabía, lo sabía -dijo entre risas. Y esta vez sí desapareció tras la pesada puerta de cristal dejándome solo en la mesa, pensando qué sabía yo de Eugenio, qué era lo que me gustaba, lo que no me gustaba de él, qué recuerdos tenía de su persona, cómo se había tratado con mis hijos, que no fue mucho por cuanto era bastante menor que ellos, cuáles eran sus gustos, sus aficiones, qué experiencias habíamos pasado juntos. Tan entretenido estaba haciendo balance del conjunto de mis conocimientos sobre la persona con la que en breve habría de encararme, que no me di cuenta de que un chaval de barba y melena se había plantado de pie ante la mesa y me miraba, seguramente pensando en qué mundo estaría yo que, teniendo los ojos abiertos y mirándolo, no lo reconocía. Hasta que, de pronto, caí en la cuenta de que hacía un par de años que no veía a Eugenio, que no parecía el mismo. Me levanté de un salto, le di un abrazo y le dije que se sentara.

- Has cambiado mucho.

- Tú también.

(Continuará).

(La imagen es el grabado nº 7 de la serie de W. Hogarth, Historia de un libertino (1735), titulado Escena en Bedlam).

dissabte, 27 de desembre del 2008

La conferencia de prensa.

Le salió redonda la comparecencia al presidente del Gobierno ayer después del último Consejo de Ministros para hacer balance del año. La llevaba muy preparada y eso se nota. Estaba muy seguro y también se nota. De sus explicaciones quedó claro que hay un Gobierno que gobierna. Mejor o peor. Más a gusto de unos que de otros. Pero hay un Gobierno y gobierna, es decir, arbitra y aplica medidas para hacer frente a los problemas del país. No sé qué van a hacer todos esos listos que saben de buena fuente que se prepara una crisis de Gobierno porque éste está "gastado", "calcinado", "desfondado", etc. Podían pedir la excedencia por ejemplo, para no perder ni hacer perder más el tiempo con su permanente wishful thinking. Y lo mismo el señor Rajoy, aunque éste no necesita pedir excedencia alguna dado que disfruta de una permanente: al menos, mental.

El señor Rodríguez Zapatero dice que hay que afrontar la crisis, que es su principal preocupación y habla de que, siendo ésta muy grave, el gobierno se concentrará en la creación de empleo con políticas keynesianas y sin olvidar el gasto social. Pruebas: por quinto años consecutivo el salario mínimo interprofesional ha subido por encima de la inflación, como también se han revalorizado las pensiones, quizá no cuanto fuera de desear, ya que corren tiempos difíciles, pero en línea con una política social consecuente. También hay más dinero para otras actividades típicas del Estado del bienestar como, por ejemplo, el desarrollo la ley de la dependencia. Políticas socialdemócratas de pura cepa. Los conservadores querrían reducir el gasto público, rebajar los impuestos, descapitalizar al Estado, abaratar el despido, reducir los salarios y hacer que la crisis la paguen los sectores más desfavorecidos, como siempre. A su vez, las gentes a la izquierda del PSOE... la verdad es que no tengo nada claro qué proponen en concreto las gentes a la izquierda del PSOE para salir de la crisis, fuera de decir que el capitalismo se hunda y que hay que cambiar el modo de producción que viene a ser algo así como rezar una jaculatoria a san Karl Marx.

El tema del día, la financiación de las Comunidades Autónomas (CCAA) parece ir por buen carril, en contra de lo que querrían los agoreros del PP, especialmente los aparachitki de Génova porque los barones conservadores más importantes, la señora Aguirre y el señor Camps, ya han dado su aprobación. Hay ya pocas dudas de que habrá acuerdo de financión y de que será con universal beneplácito. En mi modesta opinión sólo servirá para un par de años, ya que el problema de esta financiación es estructural y habría que abordarlo de otro modo en otro contexto institucional pero, de momento, el escollo está salvado.

En cuanto a los famosos vuelos a Guantánamo considero que el Presidente ha dado cumplida respuesta, un mentís rotundo a las afirmaciones de Iñaki Gabilondo (más arriba en el vídeo) de que no había dicho la verdad. Me parece que lo ha hecho bien y con elegancia, ateniéndose al asunto de que se trata y respondiendo de modo sucinto. ¿Se acuerda alguien de cómo respondía el señor Aznar cuando se le hacía una pregunta incómoda o se insinuaba que no había dicho la verdad? Comparando se aprende mucho. Cabe seguir indagando en el asunto y hasta es posible que sea conveniente una comparecencia parlamentaria del ministro de Defensa al respecto, pero lo que parece claro es que bajo gobierno socialista no hubo tales vuelos; eso fue cosa de los del PP, al partido patriota.

Muy rotundo también estuvo el señor Rodríguez Zapatero respecto al vergonzoso comportamiento del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y habrá que ver en qué queda el asunto. Su presidente, que también lo es del Tribunal Supremo, se ha buscado una excusa para no comparecer en sede parlamentaria. Al respecto conviene recordar que los funcionarios públicos están constitucionalmente obligados a comparecer a requerimiento de las Cortes y no pueden escurrir el bulto. La triquiñuela de que se vale el melífluo y escurridizo señor Dívar es bastante consistente. Pero eso no puede redundar en un menoscabo de la autoridad del legislativo así que éste deberá insistir en su petición y el CGPJ tendrá que designar a alguien autorizado (por ejemplo, el portavoz) para que dé las pertinentes explicaciones. No se puede permitir que estos corporativistas se salgan con la suya, aunque le estaría bien empleado al Gobierno que le sucediera por ir de "ejemplares" y "demócratas-por-encima-de-los-partidos" y nombrar a un beatorro carcunda para el cargo más importante de la administración de justicia. Porque estos no perdonan ni se atienen a reglas, alternancias o juego limpio, sino que ocupan todo el terreno de juego y juegan con cartas marcadas y sin marcar, tanto les da.

Por último, el zeñor Rodríguez Zapatero ha sido terminante por enésima vez en que no habrá más negociaciones con ETA. Supongo que eso no bastará para que los maldicentes del PP, al estilo de la señora Aguirre o el señor Acebes dejen de sembrar incertidumbre y cizaña, cuestionando las afirmaciones del Presidente o que los columnistas de la derecha, siempre tan bien informados, dejen de afirmar que ya hay negociaciones en curso. El resto de los mortales hemos entendido el mensaje y sabemos de qué va esta guerra: la próxima negociación con ETA, cuando jaya depuesto las armas de forma definitiva y verificable.

En resumen, balance del año en general: negativo a causa de la crisis; balance de la acción del Gobierno: positivo aunque con algún retraso. Todo lo que el señor Rodríguez Zapatero dijo ayer, veintiséis de diciembre, tenía que haberlo dicho el primero de septiembre. Pero nunca es tarde si la dicha es buena.


(La primera imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).

Al Rey no lo escucha nadie.

El apelmazado discurso del Rey al amor del Belén lo siguieron 8.443.000 espectadores que en principio es una cifra respetable. Pero teniendo en cuenta que se transmitió por veintiún canales y que sólo dejó de hacerlo ETB en el País Vasco, esa cifra quiere decir que la audiencia real real fue muy inferior pues en esos ocho millones y medio se cuentan todos los que tienen la TV encendida permanentemente aunque estén en el water y la miren o no; sobre todo si se repara en que no había posibilidad de zapping ya que en todos los canales nos encontraríamos con el real careto y el único sitio en que se pudiera ver algo distinto, ETB, no tiene cobertura en toda España y sin contar con que a lo mejor dan la programación en euskera, que no es lengua de universal expansión.

Reseño el dato porque, como yo si lo vi y oí puedo asegurar a quienes no lo hicieron que no se perdieron nada.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (XXX).

Rito de iniciación

(Viene de una entrada anterior de Caminar sin rumbo (XXIX), titulada Sublime decisión.

Desde que mi padre se fue al exilio hacía ya algunos años se había establecido la costumbre de que mi madre, mi hermana Adelaida y yo fuéramos a veranear a la casa solariega que mis abuelos maternos tenían en Castropol, una villa marinera cercana ya a la desembocadura del río Eo en Asturias, casi enfrente de Ribadeo que era el último pueblo de Galicia en la frontera de las dos provincias. Tomábamos el tren en la estación de Príncipe Pío en un viaje que duraba un día y una noche hasta Lugo. Como vivíamos en gran estrechez viajabamos en tercera, en unos compartimentos con asientos de madera que debían de ser sumamente incómodos pero que a mí me parecían entonces llenos de interés y novedades. Hacíamos el trayecto con gentes muy variadas, algunas de las cuales llevaban el mismo destino que nosotros mientras que otras se apeaban en estaciones intermedias en las que el tren hacía paradas que a veces duraban media hora o más y, cuando volvía a arrancar, si se había apeado algún viajero, procurábamos disimular las plazas vacantes para evitar que quienes acababan de subir al convoy y venían por el pasillo abriendo las puertas en busca de sitio, se instalaran en ellas, un empeño escasas veces coronado por el éxito ya que lo habitual era que los recién llegados descubrieran las plazas libres y se las apropiaran, mientras colocaban sus equipajes en las redes superiores en medio de muchos "disculpe" y "permítame". Se entablaban conversaciones entre los ocupantes a las que los recién llegados se incorporaban sin cumplidos, dando por supuesto que una charla en un compartimento de ferrocarril estaba abierta a la intervención de cualquiera. A veces eran intercambios animados interrumpidos de cuando en cuando por la presencia de vendedores de rifas o buhoneros de distinto trajín, de los que normalmente estábamos excluidos los chavales de mi edad, salvo que se nos interrogara de modo directo, generalmente acerca de nuestros estudios o de lo que querríamos ser cuando fuéramos mayores. Mi hermana que me sacaba dos años y tenía ínfulas de señorita sufría mucho con lo que debía de parecerle insoportable promiscuidad y generalmente se pegaba a mi madre, apoyaba la cabeza en su hombro y simulaba ir durmiendo la mayor parte del tiempo. Pero yo sabía que no era así y que estaba muy pendiente de lo que se hablaba. Luego, según iba haciéndose de noche, las conversaciones languidecían hasta morir, las luces se apagaban, quedando únicamente una especie de piloto azulado que teñía el compartimento de un color fantasmagórico, mientras los pasajeros se acomodaban como mejor podían tratando de conciliar el sueño y yo, que solía ocupar el asiento contiguo a la ventanilla que me dejaba la gente de buena gana en atención a mi corta edad y en cuyo alféizar rezaba una inscripción que señalaba que È pericoloso sporgersi, una advertencia que mi hermana y yo seguimos usando bastantes años después cuando queríamos avisar de que algo o alguien implicaba algún tipo de peligro, oscilaba entre el sueño y la vigilia, quedando en un estado de duermevela. Me despertaban los pitidos de aquel renqueante tren, las paradas en estaciones y apeaderos desiertos en mitad de la noche y pasaba un rato mirando por la ventana por donde no se veía nada excepto alguna luz ocasional perdida a lo lejos que desaparecía rápidamente. E iba pensando en mis cosas hasta que el sueño me vencía de nuevo. Mis cosas en aquel viaje eran las que habían venido ocupándome los últimos meses pero, por mucho que me ocuparan, no podían impedir que, arrullado por el traqueteo del vagón, volviera a quedarme dormido.

Llegábamos a Lugo hacia los ocho de la mañana, cuando llevaba un tiempo amanecido. Mi madre y mi hermana ya se habían aseado y arreglado en unos lavabos que había al final del pasillo y dejaban mucho que desear en cuanto a limpieza y me insistían en que yo hiciera lo mismo. Cuando descendíamos al andén principal, cada uno de nosotros arrastrando su maleta, pues siempre me educaron en la idea de que debía hacerme cargo de mis cosas, yo iba entumecido y arrastraba algo de sueño, pero me espabilaba en el bar de la estación donde mi madre nos hacía desayunar un vaso grande de colacao con diversa bollería, según surtido del momento, magdalenas, bizcochos, torteles, suizos, ensaimadas, etc porque sostenía que debíamos alimentarnos ya que nos esperaba un largo trayecto por carretera.

En efecto, a la entrada de la estación estaba esperándonos el coche de mis abuelos, un Lincoln de importación que tenía la rueda de recambio entre la portezuela del copiloto y el guardabarros izquierdo, y lucía un galgo a la carrera sobre el tapón del radiador. Lo mandaban a recogernos porque, aunque había un tren de Lugo a Vegadeo, la villa más importante de la zona y a unos nueve kilómetros de Castropol, su horario era caprichoso y tardaba mucho más que el automóvil. José, el chófer, salía a recibirnos con una gran sonrisa, saludaba a mi madre, a la que llamaba "señorita" porque la había conocido de niña, a nosotros nos decía que habíamos crecido mucho, colocaba el equipaje en el portamaletas y, tras preguntarnos si se nos ofrecía algo más, se instalaba en su asiento con el que nosotros en los de atrás nos comunicábamos por un cristal que se abría y cerraba, poseído de una solemnidad que ya se había hecho costumbre en él y arrancaba para coger la carretera de Lugo-Castropol, unos ochenta kilómetros de curvas que atravesaban la hirsuta región de los Oscos, pasaba por Vegadeo y nos dejaría en Castropol unas dos horas y media más tarde.

Durante el trayecto, José iba informándonos de qué y quiénes nos encontraríamos en la casa de los abuelos y a quiénes se esperaba y cuándo. Lo habitual era que los veranos nos encontráramos en la casona de Castropol los cuatro hijos de los abuelos, dos varones y dos mujeres, con sus respectivos cónyuges, excepto en nuestro caso y un total de once nietos, incluidos nosotros dos, seis chicos y cinco chicas, de los que mi hermana hacía la número tres y yo el cinco, más o menos en el límite que vagamente separaba a los pequeños de los grandes. Precisamente aquel año contaba yo que se produciría mi ascenso al mundo de los mayores, lo que significaba caer bajo la égida de mi primo Arturo que me sacaba cuatro años y llevaba el nombre de su padre y el de nuestro abuelo, lo que contribuía a perfilarlo como la mayor autoridad entre los nietos. Arturo acababa de ingresar en la universidad y era el jefe indiscutible del grupo de los grandes, el que tomaba las decisiones y organizaba las actividades.

José informaba de que ya habían llegado mi tío Arturo con su mujer Beatriz, y sus hijos, Arturo, Milagros y Fernando, así como mi tía doña Lola, hasta José la llamaba así por deseo expreso de ella, su marido Ernesto y sus tres hijos, Nieves, Juan Antonio y Pedrito. Estaba ya anunciada la llegada mi tía Alfonsa con su marido el tío Dionisio y sus tres hijos, Dionisio, al que llamábamos Dioni, Ana Isabel y Luisa, Lulú. Él tenía orden de ir a recogerlos a la capital lucense, como había hecho con nosotros, tres días más tarde. A los otros dos matrimonios, como eran bastante acomodados, incluso ricos, no les hacía falta el servicio ya que se presentaban en Castropol con sus propios coches. Además tampoco se quedaban todo el verano como hacíamos los pobres sino que volvían a marcharse en un mes o mes y medio.

En los veranos la casa solariega parecía un verdadero campamento sobre el que gobernaba con autoridad indiscutible mi abuela doña Alfonsita que se ocupaba de la intendencia y de acomodarnos a todos, lo que no era tarea fácil porque, aunque la propiedad era muy grande y tenía muchas habitaciones, no eran tantas que pudieran alojar a cerca de veinte persona,s razón por la cual había que estar haciendo siempre cambios y recambios. Cada matrimonio disponía de una habitación, incluida mi madre que, a los efectos, figuraba como matrimonio. En cuanto a los nietos, las dos chicas mayores, Milagros y Adelaida, dormían en un cuarto y las tres menores en otro. Algo parecido sucedía con los chicos: los dos mayores, Arturo y Juan Antonio dormían aparte y los cuatro menores en una habitación común que era una especie de brigada. Precisamente aquel año estaba previsto que yo me alojara con los grandes, lo cual haría visible mi tránsito a la segunda pubertad.

Al llegar frente a la casa me paré ante la fachada que me encantaba contemplar. Era una mansión del siglo XVIII de piedra caliza con un escudo de armas en el tímpano de la entrada que proclamaba la hidalguía del solar Alvador. Una casa que mandó construir el primer Alvador que consiguió ejecutoria de nobleza, un tatarabuelo de doña Alfonsita, Gaspar Alvador, que había prestado señalados servicios a SM Carlos III en el saneamiento de Madrid, razón por la cual el Rey le otorgó una baronía y él añadió un chorro de agua en el cuartel inferir izquierdo del escudo de armas por debajo de otro de un torreón en campo de gules.

La contemplación de aquella fachada tan noble y familiar me llenaba de alegría. Tanto así que, según escribo esto, estoy haciendo planes para incluir una visita a Castropol en este viaje sin destino tantos años después, si bien es cierto que la mansión no pertenece ya a la familia pues fue vendida al obispado de Mondoñedo que instaló en ella un seminario. Es cierto que Castropol pertenece al obispado de Asturias y en concreto al arciprestazgo del Eo, pero los Alvador se llevaron siempre especialmente bien con el obispo de Mondoñedo, probablemente por considerarse más gallegos que asturianos, ya que el fundador, don Gaspar, había nacido en Vilagarcía de Arousa donde también poseía una casa doña Alfonsita con unas extensas propiedades pero que no visitábamos con tanta frecuencia.

Nuestra posición en la familia era bastante especial. Los Alvador eran todos monárquicos a machamartillo y algunos de ellos, por ejemplo el tío Arturo y tía Lola con su marido Ernesto que era una especie de aditamente suyo, además, rabiosos franquistas que habían hecho sendas fortunas con licencias de importación y otras actividades al amparo del régimen. Para ellos, nosotros, una familia de rojos que había perdido la guerra, éramos poco menos que unos apestados. Jamás se hablaba de mi padre y a mi madre así como a nosotros dos, Adelaida y yo, se nos trataba con una obsequiosa deferencia que apenas ocultaba la irritación que los dos matrimonios sentían al tratar con republicanos irredentos. Para los niños, sin embargo, los gestos, las miradas, los silencios, eran más elocuentes que mil discursos. Por fortuna, la fuerte personalidad de madre, la más pronunciada de los cuatro hermanos Seibane Alvador impedía siempre que los conatos pasaran al terreno de los menosprecios. En todo caso, allí jamás se hablaba de política por expresa imposición de doña Alfonsita, que tenía predilección por mi madre precisamente porque era la más rebelde y por nosotros por extensión, si bien nunca consiguió ver realizado su sueño del que siempre hablaba, aunque cada vez con menor insistencia de conseguir que su hija y sus dos retoños nos mudáramos a vivir con ella y su marido, el abuelo Arturo en Madrid. Decía no comprender cómo podíamos -cómo podía mi madre- preferir llevar una vida de necesidad y estrechez, al haber sido abandonados por mi padre, en lugar de hacerlo en la condición y dignidad que correspondía a nuestra posición. De esta situación volveré a hablar en su momento si se tercia, ya que fue decisiva en mi vida. No era infrecuente que en medio de las grandes necesidades y escaseces que vivíamos en casa, mi abuela Alfonsita enviara un coche a recogernos a Adelaida y a mí, nos sacara de paseo, nos invitara a pasteles en una repostería y luego nos llevara a ver una película, a ser posible un musical, a los que era muy aficionada.

Los veranos en Castropol eran agitadísimos. Los chicos teníamos siempre muchas cosas que hacer. La casa y sus dependencias anejas, la huerta, de la que se recolectaba parte de los alimentos que allí se consumían, los prados donde pastaban las vacas de cuya leche se hacía de todo, mantequilla, unos quesos de forma y sabor especiales que jamás he vuelto a encontrar y sobre todo un requesón fresquísimo que nos daban con el desayuno, las cochiqueras donde los cerdos estaban en permanente tumulto, o el gallinero, todo ello ofrecía posibilidades sin cuento. Casi todos, excepto los más pequeños, teníamos bicicletas con las que andábamos por el pueblo, reuniéndonos con pandillas de amigos, generalmente también hijos de veraneantes. Había excursiones fabulosas y gozábamos de relativa libertad para acercarnos a la playa, al muelle, aa jugar con un par de bombardas de bronce que estaban allí probablemente desde la guerra de la Independencia. Lo único que teníamos prohibido si no íbamos acompañados por algún adulto, era acercarnos a los acantilados, especialmente camino de Tapia de Casariego, a unos diez kilómetros de Castropol, que mi abuela consideraba muy peligrosos desde el momento en que una tía suya fue a pasear por ellos y ya no regresó. Los adultos también organizaban excursiones que a veces duraban todo el día y a las que nos llevaban de buen grado. La que más me agradaba era la que se hacía todos los veranos hasta santa Eulalia de Oscos, una zona salvaje, de montes cerrados, bosques tupidos y nieblas frecuentes incluso en verano que a mí me gustaba identificar con el fin del mundo, no en un sentido temporal, sino geográfico, el lugar más apartado del planeta, allí en donde el alma, pensaba yo cuando tenía el arrebato místico, puede entrar en comunión con Dios.

A finales de junio había fiesta en Barres y en julio en otros pueblos cercanos a las que acudíamos siempre. Precisamente en una de éstas había conocido a una amiga de mi hermana, un año mayor que yo, que había cautivado mi atención con un imperio completo. Se llamaba Marta y era alta, esbelta, morena, con unas piernas largas que yo no podía dejar de mirar fascinado, una boca de fresa y una sonrisa pícara. Cuando empezamos a hablar el verano anterior ya quedaba muy poco tiempo para la desbandada general, apenas pudimos estar juntos y casi siempre acompañados por los demás chavales en un par de ocasiones. No obstante me las ingenié para utilizar los servicios de Adelaida, le pedí que averiguara qué posibilidades tenía con Marta y ya el último día que estuvimos juntos me confirmó que yo le gustaba, que era la fórmula que se utilizaba para avanzar en estos menesteres de los amoríos todos por entonces severamente prohibidos. Me pasé en consecuencia una parte del año siguiente recordando a Marta, su sonrisa, su mirada clara, sus piernas tan largas luciendo debajo de una falda escocesa que llevaba un imperdible y haciendo planes para cuando volviera a Castropol, donde lo primero que haría sería buscarla para declararle mi amor. Entre tanto, sin embargo, se cruzó la repentina vocación religiosa que descubrí gracias al padre Martín y, tras unos días de cruel incertidumbre, decidí enterrar el recuerdo de Marta que sólo podría distraerme de la dedicación plena al Señor que anhelaba y fue tal mi concentración en la tarea que lo conseguí plenamente. Sólo muy de tarde en tarde me asaltaba un vago recuerdo de aquella agraciada muchacha que únicamente servía para confirmarme en la solidez de mi vocación, mostrándome con qué fuerza había conseguido vencer la tentación de la carne.

Pero ahora estaba de nuevo allí y no ya el recuerdo sino la presencia de Marta, su belleza y su simpatía, sería lo que pondría a prueba mi fe. Esperaba el momento en que se produjera el encuentro y estudiaba distintas actitudes que compondría a su vista y algún parlamento que inevitablemente habría de dirigirle. Imaginaba el gesto quizá de incredulidad con que ella me escucharía, quién sabe si de indignación por sentirse burlada, pero no me arredraba en mi propósito y hasta pensaba incluso en animarla a que me imitara en mi decisión, poco menos que como San Francisco había hecho con Santa Clara. Podríamos quizá, así, llevar una existencia plena, el uno al lado de la otra, pero si concesiones a la concupiscencia, a plena vista del Señor que, sin duda, aprobaría nuestra decisión, si bien me quedaba la duda de si no estaría buscando un modo torticero de aunar mi devoción y mi placer pensando, ingenuo de mí, que podría engañar a Dios. En modo alguno. Lo mejor sería tener una única entrevista con Marta y tomar la decisión de una sola vez. Probablemente le rompería el corazón, pero estaba convencido de que sería la única forma de salir triunfante de aquella nueva prueba.

Pero no hubo lugar a nada de esto. Uno de los ritos iniciáticos de la comunidad de los mayores a la que me incorporé aquel año de la mano de mi primo Arturo consistió en introducirme en los placeres del sexo con una criada de la casa que era su amante desde el verano anterior, así como una hermana suya, un poco más joven, lo había sido de Juan Antonio. Eran dos mozas garridas, procedentes de una aldea perdida en los Oscos, las dos fornidas, de sanos colores y anchas caderas a las que mi abuela Alfonsita que no sé si no se maliciaría algo, tenía destinadas a la limpieza de la casa y la atención de las vacas. Dos vaqueras, pues, me explicó Arturo entre risas, dándome una palmada y diciéndome que allí había tetas en donde elegir. Las dos mozas, que debían andar por los diecisietie a dieciocho años, eran alegres, se movían con energía y decisión y se mostraban dóciles y sumisas a las decisiones de los señoritos, admitiéndolos en sus camastros en la especie de chamizo contiguo al huerto en que se alojaban o deslizándose sigilosas por la noche para ir al cuarto de ellos que en aquel verano era también el mío. Tampoco parecían objetar al hecho de que Arturo impusiera de vez en cuando cambio de parejas y menos cuando éste las informó de que tendrían que hacerse cargo asimismo de mi persona en tanto se me buscaba alguien más con quien pudiera entablar una relación "formal". Arturo no pensó ni un instante en que yo pudiera tener alguna objeción a aquella repentina y algo brusca pérdida de la virginidad. Me explicó que, habiendo entrado en la cofradía de los mayores, aunque no hubiera cumplido aún los quince años, no era pensable que durmiera en la misma habitación que ellos, obstaculizando las interesantes relaciones que tenían con Ludivina y Tina, que eran los nombres de las dos mozas. De forma que no me dio ni tiempo a objetar mi inminente paso de tomar las órdenes. Me empujó al interior del dormitorio, cerró la puerta del otro lado con dos vueltas de llave la primera noche que llegué allí y me dijo que cuando terminara diera un par de golpes, que ellos también querían dormir.

De forma que allí me encontré yo de pronto, en manos de las dos mozas que, prevenidas de antemano, estaban desnudas y procedieron a desnudarme a mi vez entre risas, susurros y caricias que no tardaron nada en desarmar mis más firmes propósitos y hacerme olvidar mi no menos firme decisión de mantenerme casto al servicio del Señor. Aquella noche el destino, mi primo Arturo, las dos bellas y rollizas vaqueras y la locura de la carne dieron cerrojazo a mi intensa fiebre vocacional, como si jamás hubiera existido. Y todo de forma tan acelerada e imprevista que, cuando quise reparar en ello, ya me encontraba lanzado de bruces en mitad del siglo.

En los días siguientes, en un momento en que estábamos escuchando un concierto a la banda municipal de Vegadeo que actuaba en un kiosco instalado por entonces en la plaza del Cruzadero, mi madre me preguntó por mi vocación religiosa y tuve que reconocerle que la había perdido por entero. No hizo falta que le explicara cómo. Por lo demás tampoco hubiera tenido mucho éxito con Marta a quien empecé a ver muy acaramelada con un mozalbete de Ribadeo que tenía una moto Guzzi, con la que hacía verdaderos estragos entre las chicas. Pensé que ya sólo me quedaría desengañar al bueno del padre Martín pero, como ahora contemplaba el mundo con otros ojos, unos ya experimentados, que se habían saciado de ver y disfrutar espléndidas redondeces, el asunto no se me hizo tan difícil. Difícil de entender empezaba a parecerme que alguna vez hubiera pensado en serio que iba a responder a la llamada del Señor. Meses después también dejé de creer en el Señor.

Pero esa es otra historia.


(La imagen es el grabado nº 7 de la serie de W. Hogarth, Historia de un libertino (1735), titulado En la prisión de Fleet).