divendres, 26 de desembre del 2008

Esto puede estallar.

Los disturbios de Grecia no llevan camino de apaciguarse. Anoche hubo nuevos actos de violencia y vandalismo en Atenas. Y estamos ya en la tercera semana desde que el asesinato de un menor a manos de la policía desencadenara una ola de violencia juvenil que si, en un principio, pudo entenderse como reacción en legítima defensa, hace ya tiempo que ha dejado de serlo y su continuidad sólo puede encontrar la más rotunda condena en cualquier demócrata consecuente que no ande por ahí con dos varas de medir la violencia según sea la de "ellos" o la "nuestra".

Ahora bien que la violencia deba condenarse siempre, venga de donde venga, no quiere decir que hayamos de abandonar nuestra obligación de comprender los fenómenos sociales, sobre todo cuando son tan destructivos de la ordinaria y pacífica convivencia de las gentes como estos porque es el único modo de encontrarles una solución. Quien defienda ese obtuso punto de vista de que todas las violencias y todos los terrorismos "son iguales" y que, por lo tanto, no merece la pena tratar de entenderlos sino que lo que hay que hacer es emplearse a fondo en la represión, como si efectivamente, fueran iguales las algaradas callejeras que el terrorismo de Estado o la violencia y la tortura al estilo de Guantánamo, generalmente es un sinvergüenza. Un sinvergüenza que ya empieza por no considerar que el terrorismo o las torturas de Estado sean violencia sino leal colaboración en la lucha contra el terrorismo. Todas las violencias no son iguales (aunque todas sean condenables sin asomo de duda) sino que tienen etiologías distintas que es preciso entender para ponerles remedio en lugar de embarcarse una espiral enloquecida de acción-reacción con la que sólo pueden estar satisfechos los asesinos de ambos bandos. Y entre los asesinos cuento a esos intelectuales, cientos, que justifican la violencia de uno de los bandos mientras atacan la del contrario en la más típica "traición de los intelectuales" que quepa imaginar: una actitud de miseria moral que vincula su función crítica a la nómina de un partido, institución, periódico o fundación.

Y ahí es donde este fenómeno de la violencia griega adquiere todo su valor admonitorio pues tiene pinta de ser una respuesta irracional, pasional a un problema real de crisis planetaria en todos los órdenes, económico, social, moral, etc. El coro de Jefes de Estado, Reyes, Papas que ayer entonó un mensaje agorero de Navidad a la humanidad, amenazándonos con catástrofes sin cuento viene a ser la escenificación de esta situación sin salida que, de seguir así algún tiempo más, puede desembocar en estallidos más graves que los de Atenas.

El Rey de España salía balbuceando su miedo e incapacidad frente a la crisis de la que no sabe decir nada salvo que tenemos que tirar del carro, como si fuéramos bueyes. La Reina de Inglaterra, en similar estado optimista de ánimo, decía que vivimos tiempos sombríos y el Papa, la alegría de la huerta, decía que el mundo se encamina a la ruina (si no se le hace caso a él, por supuesto), en tanto que el señor Amadineyad en mensaje a través de Canal cuatro de la televisión británica echaba todas las culpas del desastre mundial a los EEUU en lo que no le falta la razón salvo que se olvida de que él lleva también su congrua parte por antisemita, fanático, homófobo y misógino. A su vez, los judios se aprestan a cometer alguna otra masacre en Gaza, para celebrar la Navidad a su modo, aprovechando que los de Hamas siguen tirando cohetitos sobre su territorio y que hay un vacío de poder en la Casa Blanca. Por último, el señor Putin no ha perdido el tiempo en agorerías ya que como buen comunista del KGB va a los asuntos prácticos y ha avisado de que se acabó la era del gas barato para animar la fiesta en tiempos de crisis.

Con este panorama general de conciencia aguda de catástrofe, con el miedo a un presente sombrío y un futuro aun más tenebroso, con todos los referentes morales quebrados y sin el menor asomo de autoridad en la boca de todos estos charlatanes que tienen más miedo que vergüenza, ¿qué de extraño tendría que la chispa griega prendiera en otros países de Europa o incluso de fuera de Europa?