dilluns, 29 de desembre del 2008

Crónica espeluznante.

Este año de 2008 ha sido el primero de vigencia de la Ley de la memoria histórica, razón por la cual considero un acierto la reedición de este clásico de la memoria del franquismo (Crónica de la posguerra, 1939-1955, Barcelona, Ediciones B, 2008, 561 págs) cuya primera edición fue de 1978 y hoy, estando descatalogado, era inencontrable.

El libro de Abella es, en efecto, una crónica minuciosa, detallada, verídica, documentada (con una gran aportación de datos de la prensa escrita de la época) de la posguerra española y su lectura, altamente recomendable. Para quienes nacimos en los años cuarenta pero conservamos memorias , aunque sean fragmentarias, de infancia de aquellos años y para los que hayan nacido después y todo lo que sepan sea de leídas y oídas la obra constituye una aportación inestimable por lo bien documentada que está, la proximidad y naturalidad del relato, el sentido del humor que el autor no pierde incluso cuando narra asuntos angustiosos y, lo que quizá sea en el fondo su característica más acusada: su optimismo y su fe en la capacidad del pueblo español para afrontar el infortunio, recuperarse gracias a su trabajo y tesón y salir al final adelante. Porque en un primer momento, cuando uno va leyendo esta terrible narración, siente uno que lo invade la tristeza, la indignación, el desánimo y sólo en reflexión posterior comprende uno que no debe dejarse llevar por la desesperación.

La crónica de la posguerra española es la crónica de un calvario que millones de personas hubieron de soportar durante años. Abella explica con detalle y abundancia de pruebas y datos cómo, al final de la guerra, España era un gran campo de concentración, cómo los vencedores trataron a los vencidos como enemigos para los que no hubo piedad, cómo se detenía arbitrariamente a la gente (a veces por denuncias falsas de los vecinos que querían quedarse con los bienes de los denunciados), se la torturaba y se la sometía a farsas judiciales militares en las que se la condenaba a muerte o a largas penas de cárcel. Las ejecuciones extrajudiciales, los "paseos" de los falangistas, los asesinatos estuvieron a la orden del día en los primeros años de la posguerra. Calcula Abellá que fueron 700.000 mil las causas que se abrieron ante el tribunal de responsabilidades políticas.

A los muertos, fusilados, ejecutados sin proceso, torturados, encarcelados y exiliados hubo que añadir los cientos de miles que murieron de enfermedades parasitarias, contagiosas o simplemente de hambre. Porque la vida en España en los años cuarenta, con los alimentos básicos racionados, sin combustible, sin luz eléctrica (hubo un año en que llegó a restringirse el fluido electrico a dos días por semana, p. 398), sin medicinas, sin viviendas, fue un infierno, un infierno de escaseces, frío, hambre, miseria pulgas, piojos y sarna. La delincuencia juvenil estaba en auge (p. 165) como lo estaba la mendicidad y la prostitución (p. 173). La desnutrición era generalizada, lo que provocaba todo tipo de epidemias (p. 188) .

Esta España del estricto racionamiento y el mercado negro (p. 128), de los escándalos de corrupción (p. 157), era la España de los timadores, los estafadores y ladrones de todo tipo (p.212) y también el lugar en el que se hicieron rapidísimas fortunas a base de engañar y estafar y al amparo del poder. Los ferrocarriles (p. 382), las carreteras (p. 384) estaban en estado calamitoso, no era infrecuente que se hundieran las viviendas (p. 388) y las que no se hundían estaban fuera del alcance de la mayoría de la población que cobraba salarios de miseria sin protección social y sindical alguna y tenía que pluriemplearse para poder sobrevivir.

Paralelamente a este desastre general, el régimen, que era una dictadura totalitaria apoyada en la Iglesia católica, alentaba una vida social en la que la propaganda hacía que, como dice el autor lo insólito fuera visto como un hecho cotidiano: tan pronto aparecía el cuerpo incorrupto de San Isidro labrador (p. 259), como se daban apariciones de la Virgen (p. 260), casos de gatos voladores (p. 263) o experimentos de charlatanes para sintetizar oro(p. 270).

La censura era estricta en todas las manifestaciones periodísticas o espectáculos que, además, tenían una calidad ínfima. Para afianzar su dominación, el franquismo estableció lo que llama Abella la "futbolización del país" (p. 412).

El régimen político del general Franco nació como una dictadura totalitaria y así prosiguió hasta su muerte. Entre tanto Franco nombró heredero "a título de Rey" al que lo es ahora de España con la única finalidad de dejar restaurada la monarquía pero diferida hasta su muerte su definitiva proclamación. El franquismo fue un desaforado culto a la personalidad y él, que aplicaba el viejo adagio gallego de "Pelo de lobo, paso de buey y hacerse el bobo", dejó que le erigieran estatuas, lo nombraran hijo predilecto de muchas localidades, padre de otras, lo equipararan al Cid y una caterva de intelectuales al servicio del Régimen vertiera sobre él los más exagerados y ridículos ditirambos, empezando por la doctrina del Caudillaje, elaborada por Francisco Javier Conde. Todo conato de resistencia quedó aplastado.

En el ámbito exterior, nadie tomó en serio las protestas neutralistas de Franco, que había sido claro partidario del Eje y había mandado a la División Azul al frente del Este. La ONU condenó el régimen de Franco como régimen fascista en 1945 y en 1948 pidió a los países miembros que retirasen a los embajadores por lo que España quedó aislada y sometida a bloqueo, lo que acarreó todavía mayores penalidades para el pueblo sin debilitar al régimen. Posteriormente, comenzó poco a poo la recuperación. En 1952 se suprimen las cartillas de racionamiento. En 1953 se firma el Concordato con la Santa Sede y el tratado con los estadounidenses y, partir de entonces, comenzó una etapa de lento pero continuo desarrollo que se financió esencialmente a través de las remesas de los emigrantes y la entradas por el turismo.

Éste último, el turismo, fue el elemento más importante del cambio de mentalidad en el país y un poderoso factor de modernización, por supuesto, con la furibunda oposición de la Iglesia católica, acostumbrada hasta entonces al nacionalcatolicismo.

El libro de Abella no es solamente una gran aportación a la historiografía de la época, sino un testimonio presencial de indudable valor a cuyo lado todos los intentos que hoy se hacen de embellecer el régimen de Franco como si no hubiera sido una dictadura canalla, criminal, corrupta, sórdida, miserable, carcunda, lacayuna, inepta y estúpida demuestran ser su digna continuación.