diumenge, 14 de setembre del 2008

Otra vez los chaqueteros.

Como no puedo contar nada de la "noche blanca" de Madrid porque estamos todos recuperándonos del jet lag del viaje a México que ha sido especialmente duro esta vez, y aprovechando que el post sobre los chaqueteros suscitó algo de polémica y no sólo en los comentarios sino a través del correo personal de Palinuro, he pensado que podía volver sobre tan interesante asunto no porque tenga mucho nuevo que decir sino por puntualizar algunos extremos. Seguiré sin dar nombres por una precaución elemental ya que al personal le saca de quicio que lo mencionen por do más pecado había pero estoy seguro de que todo lector medianamente informado puede pensar en ellos cuando hablamos de corrosivos filósofos que dinamitaban armados de poderosas dialécticas el orden constituido que hoy apuntalan con igual denuedo, de incisivos periodistas de la izquierda histórica que atacan actualmente desde bien remuneradas columnas de prensa o participaciones en tertulias cuanto antes defendieron heroicamente, de antiguos opositores comunistas al franquismo que disfrutan de agradables canonjías en puestos representativos administrados por una generosa derecha, de viejos intelectuales ultrarradicales que hoy defienden con uñas y dientes no el trono pero sí el altar. E così via.

Por cierto para aquellos lectores que insistían en averiguar el nombre del único caso que Palinuro decía conocer de evolución a la inversa, esto es, de le derecha a la izquierda, pues sí, en efecto, se trata del señor Verstrynge un ejemplo bien singular que parece constituir la excepción que confirma la regla de que el chaqueteo se hace siempre de la izquierda a la derecha pero no a la inversa. Algún lector llamó la atención sobre este hecho sugiriendo que quizá haya alguna razón profunda. No se me ocurre ninguna salvo la respuesta que daba el filósofo Arcesilao a quienes le hacían ver que los seguidores de otras corrientes se convertían al epicureísmo pero nunca al revés. Decía Arcesilao: los hombres pueden convertirse en eunucos pero no a la inversa.

Los intelectuales (concepto cajón de sastre para esta tropa) suelen ser vanidosos, volubles y bastante soberbios. Con frecuencia buscan el éxito, el reconocimiento social y ciertamente los bienes materiales que estos acarrean y, si no los obtienen con un tipo de prédica, la cambian por otra con mejores perspectivas. Me reafirmo en la idea de que el factor material es determinante en el chaqueteo; eso o el despecho por no recibir el reconocimiento, los honores (y retribuciones) que piensan merecer y que viene a ser lo mismo pero a la inversa son los móviles más frecuentes en la mudanza de convicciones. Lo cual plantea desde luego el problema de la sinceridad con que se sostienen éstas, tanto las primeras que en su día se abandonaron como las que ahora se dice profesar. Pero cierta experiencia en el trato con intelectuales me lleva a no dar un adarme por la sinceridad con que abrigan sus ideas o sus creencias, para echar mano al siempre socorrido Ortega. No diré que en sus actuaciones sean farsantes, pero se acercan más a estos que a la gente sencilla de firmes creencias que es semillero de mártires. Casos como el de Tomás Moro, capaz de morir por sus convicciones, son excepcionales y por eso precisamente lo hicieron santo.

Por supuesto no estoy negando a nadie el derecho a evolucionar, a cambiar, a deshacerse de unas convicciones y adoptar otras. Hacerlo sería ridículo cuando yo mismo he cambiado tanto que a veces ni me reconozco, cuando es evidente que en la vida todo es cambio y mutación y defender la fidelidad a machamartillo a unas convicciones a lo largo de toda la existencia es tan estúpido como lo contrario. En modo alguno. Lo que cuestiono no es el hecho de que alguien cambie sino que ese alguien se empeñe en que los demás cambien con él; cuestiono que quienes defendieron unas convicciones de forma fanática, tratando de arrastrar a ellas a otros, defiendan hoy con igual fanatismo las convicciones contrarias y sigan intentando arrastrar a los demás. Eso ya lo decía en el post anterior: lo que me llena de pasmo es que personas que al cambiar de convicciones,reconocían haber estado equivocadas, no reconozcan ahora que bien pudieran estar equivocadas por segunda vez y muestren la misma intransigencia y agresividad que tenían cuando, según ellos, estaban en el error.

Curiosamente esta aparente incongruencia que al modesto entender de Palinuro resta todo crédito a las prédicas de los intelectuales conversos es lo que parece concentrar su valor de uso y de cambio. Una ojeada a los neocons más vociferantes, los Kagan, Wolfowitz, Horowitz, Kristol, Podhoretz, etc revela biografías que comenzaron en la izquierda e incluso en la extrema izquierda, trotskystas y similares. Lo que estos conversos aportan a los intereses de la derecha en lucha por la hegemonía ideológica gramsciana es precisamente el conocimiento y la familiaridad con los conceptos y las categorías de la izquierda, la capacidad para plantear a ésta la batalla en su propio terreno. Estos "neocons" y sus remedos hispánicos son magníficos ejemplos no ya de la traición de los intelectuales de que hablaba Benda, sino de la doble traición de los intelectuales porque si traicionaron su misión poniéndose antes al servicio de un partido, vuelven a traicionarla ahora poniéndose al servicio de otro.


Por último una referencia al transfuguismo que es, por así decirlo, el aspecto cutre del chaqueteo. Porque el chaquetero maneja ideas, grandes ideas, alambicados conceptos: Occidente, la libertad, los derechos humanos, la familia, qué sé yo mientras que el tránsfuga, un chaquetero de gobierno local, es incapaz de hacer la "o" con un canuto, pero tiene muy en consideración la cuenta de resultados. El tránsfuga, normalmente un sinvergüenza que cambia su voto en una corporación local para favorecer a una opción política distinta de la suya a cambio de un buen pellizco, es una maldición del sistema democrático en los niveles local y autonómico que es en donde la política está más directamente relacionada con los negocios.

Unos ciudadanos de Dénia que al parecer están soportando una situación de transfuguismo en su corporación local me pidieron que me hiciera eco de ella y así lo hago. Han creado una asociación que responde al muy pertinente nombre de No nos resignamos (vaya, hombre, como mis amigos de la izquierda plural, quienes también tienen una asociación llamada No nos resignamos que espero amparen a estos hijuelos) con el fin de denunciar la situación y hacer campaña porque se tipifique el transfuguismo como delito. Me parece bien (¿en dónde hay que firmar?) pero no es sencillo. Sucede que en tanto el Tribunal Constitucional no cambie su actual doctrina en materia de mandato representativo esto será imposible ya que dicha doctrina sienta el principio de que el escaño pertenece al diputado/concejal como si fuera su bolígrafo y es imposible despojarlo de él. Se presume aquí que el representante no actúa según directrices de partido, sino según los mandatos de su conciencia, que es en lo que se refugian quienes carecen de ella, por lo cual son inamovibles, hagan lo que hagan y no cabe tipificar como delito una actuación en conciencia. Para cambiar esa doctrina sería necesario renunciar al concepto del mandato representativo en pro del mandato imperativo, cosa que no veo factible ni tampoco muy conveniente por cuanto terminaría por convertir en absoluto el poder de los partidos, que tampoco es buena solución. Realmente lo único que se me ocurre para resolver estos casos es instituir la figura de la revocación: si el representante traiciona la voluntad de los representados estos lo revocan en cualquier momento del mandato. Para ello hay que arbitrar las garantías pertinentes en cuanto a tiempos, motivaciones y mayorías. Pero sería eficaz. Muy eficaz.