dimarts, 30 de setembre del 2008

Colapso.

Todo parecía ya arreglado, amañado y apañado para que el Congreso gringo se tragara la operacion de salvamento de bancos y entidades financieras con setecientos mil millones de dólares. Por esa pasta el Estado se comprometía a cargar con toda la inmundicia que los espabilados brokers de Wall Street han estado acumulando todos estos años de alegre turbocapitalismo gracias a la política neocon de no intervenir en los mercados. El presidente Bush y su ministro de Hacienda, Henry Paulson, se emplearon a fondo durante el fin de semana para presionar al Congreso amenazando con la catástrofe financiera si no se aprobaba su plan. En principio estos dos pájaros deben de saber de qué va el asunto, sobre todo el segundo, Paulson, que hasta 2006 fue Director General (CEO - Chief Executive Officer) de Goldman Sachs, el otro banco de inversiones que junto a Morgan Stanley ha recibido el permiso de la Reserva Federal para convertirse en un banco comercial, tras haberse forrado con las especulaciones financieras que ahora estallan. Seguramente eso es lo que les hizo confiar en exceso en sí mismos de forma que el primer plan que presentaron traía una memoria de tres folios y reclamaba plenos poderes para Paulson en la administración de los fondos, sin vigilancia ni control alguno del Congreso. Lo que estaba acostumbrado a hacer en Wall Street. Tampoco su compinche, el señor Bush, se molestó en dar muchas explicaciones. Los dos con la soberbia de los millonarios ladrones estaban seguros de que apabullarían toda resistencia y su plan se aprobaría.

Ya se llevaron una sorpresa cuando los representantes políticos los obligaron a negociar durante el finde para respaldar su insólita petición con garantías que disimularan el robo de las arcas públicas que estaban haciendo y que permitieran que los congresistas votaran a favor sin temer que luego los electores los llamaran a capítulo. Esa sorpresa se convirtió en pasmo absoluto cuando la Cámara de Representantes se sublevó contra el plan y una coalición de republicanos fundamentalistas del mercado y demócratas indignados por el atraco que suponía, lo liquidó votando en contra.

Ante el triunfo de Main Street, Wall Street se hundió estrepitosamente en la mayor caída de su historia. El mensaje del Congreso era claro: si Wall Street quiere salvarse tendrá que hacerlo como el Barón de Munchhausen, sacándose del pantano tirando de sus propios pelos. Estaba claro que la gente reaccionó durante el finde, se organizó, presionó a sus representantes (que se presentan a reelección en Noviembre) y a sus senadores (un tercio de ellos está también pendiente de reelección en noviembre), escribió a los periódicos, inundó la blogosfera con protestas y se manifestó a las puertas del Congreso y de la bolsa de Nueva York con carteles como Bail the people; not the banks! o Bailplan = bulshit ("Rescatad a la gente; no a los bancos" o "el plan de rescate es una plasta de vaca"). Ayer por la mañana Michael Moore escribía una carta (foto al comienzo del post) acusando al Gobierno del señor Bush de llevárselo crudo antes de irse, tras haber robado todo lo que han podido con la guerra del Irak. Moore sostiene que la causa de que haya tantos impagos en las hipotecas, en definitiva la causa de la crisis son las facturas médicas que la gente tiene que pagar. Parece algo traído por los pelos pero sin duda es una de la causas de este desastre de las subprime, quien quiera puede leer la carta completa pinchando en The Rich Are Staging a Coup This Morning. Es muy buena.

Con Wall Street se hundían también todas las bolsas de las satrapías del imperio: Londres, Frankfurt, Milán, París, Madrid y con caídas espectaculares. Los tiburones veían que se les escapaba la presa con lo felices que se las prometían. Porque ya estaban haciendo planes para colocar al Estado no solamente el papel "malo" de las subprimes sino toda su deuda de dudoso cobro, los hedge funds (sobre una estafa, otra) y todo eso prácticamente gratis, como anunciaba Palinuro el veinte de septiembre en un post titulado El bolchevismo liberal de los EEUU.

Y no solamente se hundían los valores bursátiles, sino que los gobiernos tenían que acudir al rescate de bancos hipotecarios abocados a la quiebra: Hypobank en Alemania, Bradford & Bingley en el Reino Unido y Fortis en Bégica/Holanda/Luxemburgo, con otros bancos y entidades financieras haciendo cola para ser intervenidos.

¿Será esto el comienzo del fin del capitalismo? Ciertamente hay gente que lo ve así de apocalíptico. Ayer mismo, Iñaki Gabilondo en Cuatro trazaba un paralelismo con el hundimiento del comunismo, aunque reconocía que, así como los comunistas entonces habían desaparecido del proscenio, los neoliberales hoy siguen dando la doctrina y la vara como si nada hubiera pasado. Nadie puede saber si será el fin del capitalismo. Parece dudoso ya que no hay con qué sustituirlo, dado que el socialismo resultó un fiasco pero sí cabe esperar que sea el fin del turbocapitalismo, del capitalismo especulativo y financiero, un capitalismo opaco y, como diría Bauman, líquido, que convertía en humo todo lo que tocaba. Porque esta crisis llamada "de confianza" no se origina solamente en las subprime. Hasta me atrevería a decir que las subprime son el chocolate del loro. Ha sido el chocolate más vistoso porque es por ellas por donde se descubrió el tinglado, pero son el chocolate del loro. La parte gruesa está en las operaciones de ingeniería financiera cuyo producto más típico son los hedge funds ("fondos de riesgo", en traducción aproximada), que son bastante más que subprimes. Esos "fondos de riesgo" (con su forma de actuación especulativa más típica en las llamadas "ventas a corto", recientemente prohibidas) son la quintaesencia del capitalismo especulativo sin riendas. Añádase a ello el culposo abandono de sus obligaciones por el Estado que, lejos de supervisar y controlar a las entidades de crédito y dichos fondos, permitió que lo hicieran las rating agencies ("agencias calificadoras de riesgo") que, a su vez, estaban tan en la pomada como los listos de las entidades financieras. Todo esto será lo que tenga que cambiar.

Ese capitalismo de manos libres es el que probablemente habrá terminado cuando salgamos de esta crisis, si salimos. Ya pueden los neoliberales y neoconservadores seguir dando la brasa con las excelencias del mercado y la necesidad de atar en corto al Estado: llegan los tiempos en los que volverá el Estado fuerte para poner orden en esta anarquía en la que todavía está por ver (aunque no sea difícil de imaginar) quiénes pagarán por los platos rotos. De todas formas ya hay quienes lo están haciendo: todos los que tienen hipotecas con cuotas cada vez más altas por casas que cada vez valen menos y todos los que metieron sus ahorros en los fondos de pensiones que cotizan en bolsa y que ya han perdido un 25 por ciento de su valor. Suma y sigue.

(La segunda imagen es una foto de (nz)dave, bajo licencia de Creative Commons).