dilluns, 31 de desembre del 2007

El tesoro de los libros.

La Biblioteca Nacional, meritísima institución que ha poco pasaba por un trance rocambolesco felizmente resuelto, tiene en marcha una exposición llamada Biblioteca Hispánica en la que se exhiben muchas piezas de sus fondos, generalmente únicas (o de las que se conservan quizá dos o tres copias) de un valor incalculable, una gran belleza, raro mérito y, en bastantes, casos, mucha importancia histórica. Se trata de manuscritos, incunables, ediciones princeps, ejemplares inencontrables. Y no sólo hay libros en el sentido habitual del término, sino asimismo partituras, grabados, estampas, mapas, planos, bocetos, dibujos, fotografías, carteles y hasta cromos todos ellos procedentes de los fondos de la Biblioteca.

También se ha editado un catálogo (que a mí me ha caído de regalo estas Navidades) en el que se reproducen con mucho cuidado editorial, en cuatricromía y papel satinado, todas y cada una de las piezas expuestas acompañadas por cumplidas notas a cargo de especialistas que han sabido compaginar la brevedad con el rigor y la información, cosa muy de agradecer. Completa el catálogo una serie de capítulos (uno por cada sección de la exposición: música, ciencia, filosofía, cartografía, etc) encomendados a diversos autores reconocidos en sus diversos campos. Se facilitan así dos tipos de información: la especulativa y teórica, a cargo de los respectivos maestros a los que se ha encargado una reflexión de vuelos sobre un capítulo determinado y la específica y concreta, pegada a cada pieza, como si fuera su etiqueta y probablemente a cargo de becarios o personal que esté al comienzo de sus carreras pues sólo se les permite firmar sus noticias con sus iniciales, si bien luego hay una clave con los nombres. Tras haber leído atentamente todas éstas, es obligado decir que en nada desmerecen de los escritos de los consagrados (también de encargo) y algunas veces hasta los superan.

En todo caso, merece la pena visitar la exposición en la sede de la Biblioteca en el madrileño Paseo del Prado; la semipenumbra en que es preciso mostrar el papel impreso, dibujado, coloreado, miniado, etc., así como el silencio que allí reina y los recursos de las nuevas tecnologías al servicio del visitante hacen que uno acabe perdiendo el sentido del tiempo y se abandone a la contemplación de tanta maravilla.

Ante la imposibilidad de dar cuenta completa de la gran variedad de la muestra me limito a unos apuntes de los textos que más me han gustado (sin demérito de los otros) y algunas imágenes verdaderamente curiosas. A la derecha pueden verse dos páginas correspondientes a un librillo llamado Catecismo de la doctrina cristiana, de Pedro de Gante, un flamenco cultísimo, pariente del Emperador Carlos y franciscano que, pasado a las Indias, dio en la flor de alfabetizar y, de paso evangelizar a los indios, mediante estas ingeniosas figuras y jeroglíficos trazados por él aprovechando los gustos estéticos de los aborígenes. José Manuel Blecua, autor de un interesantísimo capítulo sobre "Verbalización y comunicación. Lengua y didáctica. Espiritualidad y lengua", en el que habla del libro de Pedro de Gante y otras piezas de no menor interés, llama la atención sobre el hecho de que la figura que representa al "enemigo" sea un soldado español. Así pues, aunque el mismo Blecua recuerda la famosa opinión de Elio Antonio de Nebrija, cuya primerísima Gramática de 1492 también figura en la exposición, según la cual siempre la lengua fue compañera del imperio, el ejemplo de Pedro de Gante muestra que este imperio se afianzaba asimismo merced al espíritu evangelizador que, no pudiendo valerse de la lengua de Nebrija, utilizaba jeroglíficos, símbolos iconográficos para alcanzar sus objetivos que, en definitiva, eran los mismos que los de los gramáticos.

Valeriano Bozal ("Estampas, dibujos, libros e ilustraciones") se concentra en lo que quizá sea el capítulo más fascinante, el que cuenta con las preciosas obras de Rábano Mauro y el célebre Apocalipsis de Beato de Liébana; sin olvidar las láminas de Durero dedicadas a este tema y algunas otras no menos impresionantes, como Melencolia que me cuesta no reproducir.

En un magnífico ensayo sobre "La música escrita", Antonio Gallego toma pie en las piezas de música que se exponen (anotaciones, libros de enseñanza de música y coros, partituras, etc) para trazar algunas ideas brillantes al hilo de una amplia visión histórica del género que pasó en la enseñanza del trivium al cuadrivium, como corresponde a la naturaleza aritmética, matemática, de la música y cómo, de esa visión del "número aúreo" del Renacimiento se llegó a la visión rousseauniana, sentimental, propia de la Ilustración.

Me gustaría detenerme en el apartado de cartografía, a hablar de alguno de los magníficos mapas que se exponen, así como comentar el muy enjundioso capítulo de Carmen Líter Mayayo sobre "La imagen del mundo. Cartografía en la Biblioteca Nacional". No pudiendo, me limitaré a decir que se aprende mucho en él. Al fin y al cabo, la Imago Mundi nos dice todo sobre la idea que tenemos de nosotros mismos.

Emilio Lledó ("Los libros y la memoria de la libertad") toma a su cargo el capítulo de filosofía y política en el que comenta con la profundidad de su mucho saber algunas joyas bibliográficas de Platón o la primera traducción de Aristóteles del griego al castellano de Pedro Simón Abril en 1584, la Introducción a la sabiduría, de Juan Luis Vives o esa pieza única en todos los sentidos (pues también fue única obra de su autor) del Examen de ingenios, de Huarte de San Juan (1594). Reproduzco la portada del pergamino de las Siete Partidas (siglos XIII-XV) que, junto a un ejemplar del Fuero Juzgo (siglos XIII-XIV), también en la exposición son las dos piedras miliares del ordenamiento jurídico español desde la Edad Media a la Moderna. Especial atención dedica Lledó a la Theologia naturalis (1502) de aquel catalán, ingenio peregrino, médico en Toulouse, Ramón Sabunde, de cuya filosofía dice que "para aquellos tiempos, era realmente revolucionaria". Michel de Montaigne, que escribió la famosa Apologie de Raimond Sebond que constituye el libro II, capítulo XII de sus Essais confiesa que tradujo la obra de Sebond o Sabunde por encargo de su padre y dice que "encontré bellas las imaginaciones de este autor, bien construida su obra y su intención llena de piedad". La Inquisición no pensaría igual.

José Luis Peset escribe un magnífico capítulo sobre los avances científicos de los que hay abundante testimonio en la exposición en "Preciados saberes en el despertar de mundos nuevos", normalmente el capítulo olvidado en este tipo de ceelebraciones. Sus observaciones sobre Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas, de Pedro Juan de Lastanosa con sus preciosos grabados son de gran interés. Pero mucho más tienen y de mayor provecho para un lego como yo sus consideraciones sobre los dos tratados (de estática y mecánica y de fortificación estática y geometría) del genio Leonardo da Vinci, con sus complicados artilugios y su curiosa escritura especular.

Saltándome cosas de gran interés, voy al apartado de lo que podríamos llamar la "cultura popular", ("De lo efímero permanente", a cargo de Fernando Bouza) donde se muestran piezas curiosísimas, como el álbum de cromos de Enriqueta Sanfiz (siglo XIX), que es idéntico a los que yo vi en casa de mis abuelos y otros ejemplares de esa cultura plástica popular que fue abriéndose paso en los siglos XIX y XX a través de la publicidad comercial, una sucinta muestra de una colección de fotografías de la guerra civil así como carteles de toros o de espectáculos de funambulistas.

En esta exposición de la Biblioteca Nacional entra uno en contacto directo con algunas de las obras más importantes de la historia del espíritu de nuestro país y, a través de él, del mundo.


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