dijous, 15 de novembre del 2007

¿Por qué no se calla Vd., señor Chávez?

¿No se da cuenta de que está Vd. resultando cargante? ¿Qué pretende Vd.? ¿Entretener a su gente en el interior generando un conflicto en el exterior, como aquellos generales argentinos que provocaron una guerra con el Reino Unido para ver si conseguían que sus compatriotas dejaran de considerarlos insoportables? Dado que la opción armada queda aquí descartada, ¿hasta dónde quiere llevar sus provocaciones? ¿Va a residenciar a las empresas españolas, los bancos, que allí actúan? ¿Se toma Vd. por el país, igual que Franco sostenía que ofendía a España quien lo criticaba a él? ¿O sólo se lo hace? ¿Qué sentido tiene actuar a impulsos de la vanidad personal, jugando con el bienestar de la gente y la prosperidad de los países? ¿Qué excusas le debe el Rey? Excusas las debe Vd. por no dejar hablar a la gente. Y más que sigue debiendo por continuar emponzoñando las relaciones bilaterales y multilaterales pues, según leo, ha comenzado Vd. a amenazar a terceros países si no le complace la actitud que adopten frente a España. Eso es lo que se llama "doctrina Hallstein" pero en versión de risa.

¿Por qué no se calla de una vez y deja de agitar el patio con el sempiterno y confuso agravio de los quinientos años? ¿Que lo siguen a Vd. sus dos aliados, señores Ortega y Morales y cuentan con el apoyo lejano pero tonitronante del Comandante? Pues eso es lo más penoso de la izquierda latinoamericana, que reproduce el viejo discurso de la oligarquía criolla, con ignorancia de los últimos doscientos años (ciento nueve en el caso de Cuba) en los que las relaciones entre los dos lados del atlántico se han intensificado mucho. Primero fueron los españoles quienes emigraron a América y hace ya algunos años que son los americanos quienes emigran a España. Actualmente, casi el diez por ciento de la población española es de origen extranjero, unos cuatro millones de personas, de los que cerca de un millón y medio son sudamericanos. No venga a envenenar las relaciones, buen hombre. No chingue, hombre, no chingue. Y no amenace, caramba. Sosiéguese si su insufrible garrulería se lo permite. O sea, cállese.