divendres, 23 de febrer del 2007

Antígona.

El martes fuimos a ver Antígona, un montaje de Oriol Broggi en el Teatro de La Abadía que seguirá hasta el próximo domingo 25. Hay que ver lo que aguanta este teatrito. Hace un par de años pusieron todo el ciclo tebano de Sófocles de una tirada: cuatro tragedias clásicas seguidas en una tarde y en un espacio que no creo supere los 400 o 500 metros cuadrados, contando todo, esto es, escenario y platea, más pasillos. Que no sé yo si eso se acomoda a obras que fueron escritas hace dos mil cuatrocientos años para teatros al aire libre, de gradas inmensas y en los que los actores y actrices tenían que emplear máscaras con bocinas para hacerse oír por los espectadores más alejados. Sin duda, los escenarios pequeños se prestan también al drama. Así las casas de las familias burguesas de las obras de Ibsen, de Strindberg, de Chejov, donde las pasiones se cuecen en un dormitorio o un comedor. Estas tragedias griegas, en las que hay que invocar a gritos a los dioses mirando hacia arriba se compadecen mal con los techos bajos y las paredes próximas.

Claro que el espacio teatral es imaginario y se impone al real a veces con un mero signo. En el montaje de Broggi, sabemos que estamos en Tebas, capital de la Beocia, porque hay dos olivos en ambos extremos del proscenio. Con eso basta, desde luego, para el que quiera imaginar el resto. Y, aun así, se queda uno pensando que tan inmensa tragedia se ahoga entre las cuatro paredes. Para acabar de arreglarlo, aunque el montaje esté bien y la dirección sea equilibrada, eso de repetir los personajes, probablemente por falta de precupuesto, mal crónico de las compañías pequeñas, produce un efecto desastroso, a veces bordeando lo cómico. Que la misma actriz interprete a Ismena, la hermana de Antígona, a Eurídice, la mujer de Creonte y a una ciudadana sin cambiar de apariencia, pues en fin... El pequeño espacio juega otras malas pasadas: el trance de Tiresias al adivinar el porvenir, siempre un momento difícil en la representación, no aguanta un escrutinio a menos de tres metros. La interpretación también bien, siempre que uno se resigne a ver una Antígona hogareña, cosa algo contradictoria con el personaje que, como Electra o Ifigenia, piensan que no tendrán hogar ni hijos, consagradas como están a otros fines. Electra sí los tendrá, pero ese es otro cantar.

En cualquier caso, merece la pena ir a verla porque siempre es Sófocles y siempre es Antígona, aquí intepretada por Clara Segura, que está discreta. Buscando en mi memoria qué Antigona me haya dejado mayor recuerdo no tengo duda, la que interpretaba Irene Papas en un peli de los años 60, dirigida por Yorgos Javellas. Como dirían en Latinoamérica, Papas "se robó" el personaje y el personaje la marcó, así que seguí viendo a Antígona cada vez que aparecía la actriz en sus otras películas, que han sido infinidad, en Zorba el griego, por ejemplo. La recuerdo muy bien interpretando a Helena, la esposa del diputado en el peliculón de Costa Gavras, Z, con una banda sonora de Mikis Theodorakis que todavía hoy escucho con emoción. Y seguia siendo Antígona. Ella misma debe de haberse identificado con el personaje de tal modo que hace año y pico todavía dirigió (y la mujer debe de tener ya más de 80) una Antígona en el Teatro griego de Siracusa que, según pude leer, fue un éxito.

La grandeza de Antígona es la desmesura misma que refleja el conflicto y ella subraya: una frágil mujer contra el Estado, al que vence. Desobedece la ley del tirano y, aunque lo paga caro, sale triunfadora moral cuando ese tirano, la ley misma, reconoce su culpa y trata de enmendarse tardíamente. La mujer movida por la ley de la sangre, un principio oscuro, primigenio, casi ctónico, hace frente y aniquila a la norma positiva de la justicia humana que, con toda razón, manda que no se rindan honores fúnebres al traidor a la Patria. Eso es lo que movió a Hegel a dedicar a Antígona un apartado genial en La fenomenología del espíritu. Porque esa tensión acompañará a los seres humanos hasta el fin de los tiempos. ¿Obedeceremos a las leyes aunque las consideremos inícuas? Ningún orden jurídico puede admitir que lxs ciudadanxs decidan en conciencia si obedecen a la norma o no; pero ninguno, tampoco, podrá jamás evitar que surja alguien que desobedezca públicamente, que quebrante la ley en nombre de una razón que juzga moralmente superior. Mientras haya normas humanas que exijan obediencia, habrá desobedientes que las incumplan por razones de conciencia. Antígona no llegó a parir hijos, pero los ha tenido a centenares, a millares. En cada desobediente civil hay un hijo de Antígona.