dimecres, 29 de novembre del 2006

EL RUIDO.

Pillo la noticia en el 20 Minutos: que el ruido es el problema del que más se quejan los españoles, según reza la Encuesta de condiciones de vida del Instituto Nacional de Estadística.

¡Albricias! Ya era hora de que mis paisanos se dieran cuenta de la horrosa maldición que es el ruido que meten en todas partes, a todas horas del día y de la noche, con todos los motivos y por todos los medios. Quien haya estado en una cafetería/cervecería en España y en otro lugar del planeta sabe que la española es tropecientas veces más ruidosa que cualquiera extrajera y que el ruido no queda amortiguado por la capa de varios centímetros de cáscaras de mariscos, servilletas arrugadas, tobas de cigarrillos y basura variada que cubre el suelo. España debe de ser el lugar más ruidoso del mundo. Y llevo años comprobando cuán difícil es hacer entender a mis conciudadanos que el ruido es contaminación acústica. Quien tiene la radio o la tele altas con la ventana del patio abierta es como quien aprovecha esa ventana para vaciar el orinal. Como sé que puede resultar chocante que hable de llevar años en este empeño, aduzco aquí la prueba irrefutable de un chiste que me dedicó Mingote en Abc hace más de trece años, en 1993, a raíz de un artículo mío sobre el ruido creo que en el extinto Diario 16. Efectivamente, años de lucha contra esa estúpida plaga de los ruidos, de las motos, los transistores, los televisores a todo trapo en los bares, la gente hablando a gritos, los niños maleducados que berrean en público sin que sus padres intervengan, las terrazas, chiringuitos y mierdolitos que florecen como hongos en todo el país a decibelio pelado, lxs idiotas montados en discotecas rodantes, lxs de los móviles en los trenes y autobuses, los..., las...

Algún día aburriré al personal con mis reflexiones sobre la burricie de una especie que no solamente tolera el ruido, sino que lo mete de continuo. Me tocó una temporada vivir en una casa en Madrid un piso por debajo de una especie de homínido que tenía montado un taller de bricolage en el suyo en el que se pasaba el día martilleando, aserrando, remachando, golpeando. Estuve años sufriendo a aquel salvaje sin conseguir hacerle comprender que sus ruidos molestaban. Mi experiencia es que si le dices a un español que está molestando cuando está molestando, se cabrea.

Así que ahora que, por fin, se quejan del ruido que ellos mismos meten, a ver si se callan.